Las décadas me han enseñado
que el único camino practicable
hacia la liberación pasa por la memoria.
En un campo tienes pocos amigos.
Ninguno. Estás solo. Lo descubrí cuando por mi conocimiento del español y del
alemán me convocaron con la ayuda de las porras y algún que otro latigazo, a
una especie de entrevista en la que estaban en juego varios puestos
administrativos del lagger que te
aseguraban estar en el grupo de los posibles salvados y te apartaban del grupo
de los seguros hundidos. Trabajar bajo techo y con menor gasto de energía es la
diferencia entre la vida y la muerte en un campo de concentración.
Éramos nueve y elegirían sólo a
tres.
En el tren había hecho buena
amistad con dos chicos; el primero era de Turín, de nombre Primo Leví y que era
químico y el segundo era un joven húngaro con pinta de ser muy espabilado y que
me dijo que se llamaba Imre Kertész.
Pero en el campo tienes pocos
amigos. Ninguno. Estás solo. Son enemigos los nazis; son enemigos esos otros
presos, sacados de entre los comunes, a quienes les dan un poco de poder sobre
el resto, y aumentan el dolor ajeno para no perder el privilegio propio; son
enemigos los compañeros del campo, porque esperan que te encuentres mal o dejes
de comer, para hacerse con tu ración y que tu cuerpo, en favor del suyo, que
ahora también es tu enemigo, aumenten las probabilidades de supervivencia de los
demás; es enemiga tu mente, que si se abandona incitará a los guardias a usar
el látigo contra tu cuerpo, a quien tu alma también ha empezado a detestar. Y
cuando tu alma es tu enemiga, ya sea en un campo de concentración o en el
paraíso, estás perdido. Jeder arbeiten, nist ká mide, nist ká krenk.
(Todos trabajan. No hay que cansarse, no hay que enfermarse)
Primo
hablaba alemán y era químico, yo lo daba por salvado. Tenía pinta de muy
inteligente. Aunque la gente inteligente, si no van acompañada de maldad, a la
larga, suele terminar en el crematorio. Pero, unos meses más, unos días más,
unos segundos más de… vida, siempre son de agradecer, aunque sean vividos en un
campo de concentración.
El otro, a quien yo daba por salvado, era un checo, que
mantenía siempre la cabeza agachada y nunca miraba a los ojos de nadie, tenía
pinta de superviviente y, como ni un hilillo de rebeldía se le transparentaba
por el cuerpo, a poco que supiera hacer algún tipo de trabajo burocrático, él
también estaba salvado. No me equivoqué con ellos y el jefe de los servicios,
un nazi orondo con pinta de bonachón
pero que te mandaba con la misma naturalidad con que pelaba una manzana a la
muerte, los eligió.
Quedaba un tercero. Recé para ser
yo el favorecido. Recé para que a mi amigo Imre lo mandaran a los trabajos
forzados. El invierno estaba por llegar y uno no podía andarse con
sensibilidades. Agaché la cabeza. Nunca miré a los ojos de los guardias ni de
aquel que, como un dios, salvaba o hundía lo poco que de persona quedaba en
nosotros.
Respondí a sus preguntas sin
tener en cuenta a mi alma, ni a mis creencias, ni a mi pensamiento. Teniendo en
cuenta sólo a mi cuerpo, a mi carne. De todas formas llegué a la conclusión que
así es como nos comportamos siempre en la vida, lo que ocurre es que el juego
de las apariencias encubre muy bien este tipo de comportamiento para apaciguar
el alma. Pero, ahora que lo pienso, no me comporté de distinta manera cuando
era libre, feliz y no me faltaba de nada.
Tuve suerte, yo fui el elegido. Y
a Imre, y a los otros cinco hundidos, les tocaron los trabajos forzados. Di
gracias a Dios.
Para apaciguar mi alma, me
pregunté, cuando salí de allí, qué sería de Imre:
Existen situaciones en que parece
imposible que se puedan agravar o empeorar. Yo mismo, al cabo de tanto
esfuerzo, de tanto afán, de tanto empeño, acabé encontrando la paz, la
tranquilidad y el alivio. Ciertas cosas, por ejemplo, que antes me habían
parecido sumamente importantes, perdieron por completo su significado para mí.
No me molestaban ni el frío ni la humedad, ni el viento ni la lluvia:
simplemente no me llegaban, ni siquiera los sentía. Desapareció hasta el hambre,
me seguía llevando a la boca todo lo que encontraba, todo lo que fuera
comestible, pero sin prestar atención y de manera mecánica. En el trabajo no
cuidaba ya ni las apariencias. Si tenían algún inconveniente lo más que podían
hacer era pegarme, y con eso tampoco me hacían mayor daño, sólo me hacían ganar
tiempo, puesto que con el primer golpe me acostaba en el suelo y ya no sentía
los otros porque perdía la conciencia.
Afortunadamente Primo Leví e Imre
Kertész salieron del campo, y fueron capaces de contar cuanto vivieron o
murieron, cuanto sintieron, cuanto dejaron, y… Los demás nos quedamos allí. A
la larga ellos también.
Tuve que reconocerlo: nunca
habría podido explicar ciertas cosas de una manera exacta si me hubiera valido
solamente de la esperanza, la norma, la razón, esto es la lógica de las cosas y
de la vida, por lo menos según mi experiencia vital.
Las fotos fueron hechas en un viaje a Alemania. Es bonito comprobar en muchos lugares como, siguiendo a Imre Kertész, nos damos cuenta de que el único camino practicable hacia la liberación pasa por la memoria.
Yo pienso que hay cuatro autores, ya lo conté en otra entrada, que deberían ser de obligatoria lectura en la escuela, en el Instituto, en la Universidad, cada uno en su momento.
1.- Para la escuela, desde luego,
el Diario de Ana Frank. (Me tumbo en uno de los divanes y duermo para acortar el
tiempo, el silencio, y también el miedo)
2.- En el Instituto, la trilogía
de Primo Leví; aunque con leer la primera obra Si
esto es un hombre creo que es suficiente. (Fueron la incomodidades, los golpes, el frío, la sed lo
que nos mantuvo a flote sobre una desesperación sin fondo, durante el viaje y
después. No el deseo de vivir ni una resignación consciente; porque son pocos
los hombres capaces de ello. Y nosotros no éramos más que una muestra de
la humanidad más común)
3.- Dejo para la Universidad, el Archipiélago Gulag de Alexander
Soljenitsin, por su crudeza y su escritura a modo de informe, que dejó al
descubierto el más vasto y perfeccionado sistema de terror que haya podido
montar jamás un régimen político. El volumen siempre había estado en casa
de mis padres, pero no le había hecho mucho caso. Hasta que un día por casualidad
leí la contraportada y no pude menos que sentir una tristeza infinita y dolor
para rebelarme contra la cobardía de los que tienen algún grado de poder y lo
usan para socavar de modo infame la dignidad de las personas. ¿Cómo puede
calificarse lo que cuenta Soljenitsin de la vida y el sufrimiento que
padecían, él incluido, los desterrados al Archipiélago Gulag?:
Aquellas
mujeres desnudas eran examinadas como si se tratara de una mercancía. La
revisión antipiojos y el rasurado de axilas y pubis permite a los peluqueros
(miembros prominentes de la aristocracia del campo) echar un vistazo a las
nuevas mujeres. Las únicas que no tienen problemas, que encuentran todos los
caminos abiertos, son aquellas que por su naturaleza misma no son demasiado
exigente en lo que a sexo opuesto se refiere, y están dispuestas a ir con el
primero que llegue. Más, para muchas de ellas, dar ese paso es algo más
horrible que la muerte. Otras vacilan, se avergüenzan, pierden tiempo sopesando
los pro y los contra, y cuando se deciden es demasiado tarde, han dejado de
cotizarse en la bolsa del campo, porque en poco tiempo en el
campo, sin cuidado alguno, una persona se convierte en una piltrafa humana, y
ya no vale nada.
¿Qué más puede decirse del horror
y de la cobardía? Un poder ilimitado en
manos de gente limitada siempre conduce a la crueldad. ¡A mismo poder, mismos
vicios! Sufrimiento y dolor. Para hacer cámaras de gas, nos faltó el gas. Siempre
lo mismo, para los mismos, los inocentes.
4.- Y para el final, si queremos
una novela sobre los campos de concentración, hay que acudir a Imre Kertész y
su obra Sin Destino, algunos de cuyos
pasajes he copiado en la entrada: Que trataran de comprender
que no se podía quitarme todo eso, no podía ser que yo no fuera ni el ganador
ni el perdedor, no podía ser que no tuviera razón en nada, que me hubiera
equivocado en todo, no podía ser que nada tuviese razones ni consecuencias,
simplemente que trataran de comprender, ya casi les estaba rogando, que no
podía tragarme la píldora amarga de que yo hubiese sido sólo, simple y
puramente un inocente.
Gracias Anna, Primo Leví,
Soljenitsin, Imre.
Yo añadiría a tus libros Treblinka, de Jean Françoise Steiner. Es la narración industrial del Holocausto. De cómo los nazis sistematizaron el mal. También narra el primer, creo que el único, motín que hubo en un campo de concentración.
ResponderEliminarHola Álvaro, no he leído Treblinka, pero me voy a poner en ello en cuanto acabe Muertes de perro de Francisco Ayala que tengo entre manos. (Sobre el hombre, la existencia y el mal. Algo de lo que tratan todos los libros)
EliminarGracias por tus palabras, siempre enseñándome cosas. Con lo que aprendí cuando trabajábamos juntos esos años en la J. de Estudios y sigues dándome cosas para leer.
Un fuerte abrazo y sigo tu blog Diario de operaciones, (un poco de sentido común y algo más). Demasiada actualidad para mí. sabes que yo me quedé contemporáneo de griegos y romanos y dudo que salga de ahí.