martes, 18 de diciembre de 2012

EL CLUB DEL LECTOR

De todas las consecuencias que podrían traerme este blog, nunca pensé que una de ellas sería acudir a un Club de Lectura. A través de un comentario a una entrada titulada La Casa del Lector, un profesor de Humanidades de la Universidad quiso que nos conociéramos y terminó por invitarme al que dirige.
Empecé leyendo El libro de la Señorita Buncle, y en este momento ando enredado con un libro de Daniel Pennac titulado Como una novela. Evidentemente, no es una novela al uso, su propio título lo indica, pero ayuda a la reflexión y al mantenimiento del espíritu crítico. Nunca pensé que un libro de ese estilo iba a caer en mis manos, pero.... 

Una lectura bien llevada salva de todo, incluido uno mismo.
Y, por encima de todo, leemos contra la muerte.
Es Kafka leyendo contra los proyectos mercantiles de su padre, es Flannery O´Connor leyendo a Dostoievski contra la ironía de la madre ("¿El idiota? ¡Te va que ni pintado pedir un libro con un título semejante!), es Thibaudet leyendo a Montaigne en las trincheras de Verdún, es Henri Mondar sumido en su Mallarmé en la Francia de la Ocupación y del mercado negro, es el periodista Kauffmann releyendo indefinidamente el mismo tomo de Guerra y Paz, en los calabozos de Beirut, es ese enfermo, operado sin anestesia, del que Valery nos dice que "encontró algún alivio, o , mejor dicho, cierta renovación de sus fuerzas, y de su paciencia, recitando, entre dolor y dolor un poema que le gustaba". Y es, claro está, la confesión de Montesquieu cuya deformación pedagógica ha suscitado tantas redacciones : "El estudio ha sido para mí el remedio soberano contra los disgustos, no habiendo sufrido jamás penas que una hora de lectura no haya aliviado".

Pero es, de manera más cotidiana, el refugio del libro contra la crepitación de la lluvia, el silencioso deslumbramiento de las páginas contra.... la vida y la muerte.

Estos ejemplos que cita Daniel Pennac, en los que esos escritores, que ahora andan por el paseo de la fama, se refugiaron en la lectura para no perecer, me recuerdan a Wittgenstein.
Cuando lo estudié, me contaron que escribió su Tractatus en las trincheras de la Primera Guerra mundial, lleno de barro, pestilencia y muerte. Siempre me lo imaginé bajo la lluvia, envuelto en su poncho, hambriento, en las largas noches de vigilia, que siempre trae la guerra, apuntando en su cuaderno, de hojas sueltas y gastadas, una obra filosófica que cambió (o pudo cambiar) el mundo, y que le evitó perecer:

El pensamiento contiene la posibilidad del estado de cosas que piensa.
Lo que es pensable es también posible.
Nosotros no podemos pensar nada ilógico, porque de otro modo tendríamos que pensar ilógicamente.

Según Wittgenstein no se puede pensar nada que no exista o pueda existir. Esto nos debe llenar de optimismo porque toda realidad si es concebible es lógica, (y a lo mejor infinita). ¡Y pensó todo esto rodeado de guerra, muerte, destrucción y peste! No se puede negar que era un tipo raro ese tal Wittgenstein, con un carácter muy irritable.

Todo el significado del libro puede resumirse en cierto modo en lo siguiente. Todo aquello que puede ser dicho puede decirse con claridad y, de lo que no se puede hablar, mejor callarse.

Cada lengua conforma un mundo diferente porque según Wittgenstein:  los límites de mi lenguaje son los límites del mundo. Otro motivo para leer y no parar.

Yo he pensado muchas veces que la Cultura conforma a las sociedades y la literatura ayuda a su construcción, pero Daniel Pennac en su obra, Como una novela, me hace pensar que tal vez la solución no está en los libros, (o no son sólo los libros). 

¿Cómo es posible que lo que acaba de alterarme hasta ese punto no haya modificado nada el orden del mundo? ¿Es posible que nuestro siglo haya sido lo que ha sido después de que Dostoievski escribiera Los Demonios?¿De dónde salen Pol Pot y los demás cuando ya se ha imaginado el personaje de Piotr Verjovenski? ¿Y el terror de los campos cuando Chejov ha escrito Sajalin? ¿Quién se ha iluminado con la blanca luz de Kafka donde nuestras peores evidencias se recortaban como placas de zinc? Y justo en el momento en que se desarrollaba el horror, ¿quién prestó atención a Walter benjamin? ¿Y cómo es posible que cuando todo hubo pasado , la tierra entera no leyera La Especie Humana de Robert Antelme, aunque sólo fuera para liberar al Cristo de Cario Levi, definitivamente detenido en Éboli?
Que unos libros puedan alterar hasta tal punto nuestra conciencia y dejar que el mundo siga de mal en peor, es algo que deja sin palabras. Y a mí me da que pensar.

Profesor, nos vemos el jueves.


Las fotos corresponden:

La primera a Praga. Es la casa de Kafka, (la azulita más pequeña de la izquierda), donde Kafka sufría leyendo contra los proyectos mercantiles de su padre. No pude reprimir el llegar hasta allí. A Praga conviene ir en invierno, cuando el turismo desaparece. La oscuridad y el frío siempre acompañan a los sueños.

La segunda es de Beirut, donde el periodista Kauffmann relee indefinidamente el mismo tomo de Guerra y Paz, en los calabozos de Beirut. A Beirut conviene ir de la mano y con mucha luz. El mar azul ayuda.

1 comentario:

  1. "Para un libro no escrito"

    Creemos los nombres.

    Derivarán los hombres.
    Luego derivarán las cosas.

    Y sólo quedará el mundo de los nombres,
    letra del amor de los hombres,
    del olor de las rosas.

    Del amor y las rosas,
    no ha de quedar sino los nombres.
    ¡Creemos los nombres!

    Juan Ramón Jimenez

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