domingo, 27 de octubre de 2019

EL GATOPARDO, HISTORIA DE UNA SUPERVIVENCIA, CON LAMPEDUSA


Posiblemente, no ha habido revolución, ni la habrá, capaz de remover de verdad los cimientos de una sociedad y el básico fundamento económico que la sostiene. Podrá haber pérdidas puntuales que toda violencia conlleva, pero ni los nuevos tiempos ni los viejos conseguirán la tan deseada igualdad. El príncipe Fabrizio de Salina lo entendió rápido nada más ver a Garibaldi desembarcar en las playas de Sicilia. "He comprendido perfectamente. Queréis solo ocupar nuestro puesto. ¿Verdad que es esto? tu nieto querido Russo, creerá sinceramente que es barón. Y tú te convertirás, ¡yo qué sé!, en descendiente de un gran duque moscovita, gracias a tu nombre en lugar de ser el hijo de un paleto rojo, justamente como tu apellido indica. Y tu hija previamente se habrá casado con uno de nosotros una vez que haya aprendido a lavarse. Para que todo quede tal cual. "Tal cual en el fondo: tan solo una imperceptible sustitución de castas."

Esas últimas generaciones de familias aristocráticas, como los Salina, cuya decadencia parece que se lleva las revoluciones y el advenimiento de un nuevo estado, consiguen la mimetización con el nuevo orden mediante esos matrimonios que quienes vienen de abajo también desean. "Vivimos en una realidad móvil a la que tratamos de adaptarnos como las algas se doblegan bajo el impulso del mar. Para nosotros un paliativo que promete durar cien años equivale a la eternidad". En eso se equivocaba el duque de Salina, ese paliativo no era más que la fase de necesario mimetismo donde todo cambia para que todo pueda seguir igual.

Tancredi, su sobrino, lo vio claro. Él tiene el apellido Salina, es uno de los Falconeri; pero entiende que debe unirse a la revolución; nada más romántico que un joven, guapo, noble y elegante, del siglo XIX que lucha junto a las huestes revolucionarias de Garibaldi, defendiendo el advenimiento de un nuevo orden y un nuevo rey. ¡Cómo vamos a tratar a Tancredi cuando lo veamos que ha ido a unirse con los forajidos y tiene soliviantada a toda Sicilia!

El príncipe sabe lo que hace, porque es consciente que pertenece a una generación desgraciada a caballo entre los viejos y los nuevos tiempos, sintiéndose el último de los Salina; pero sabiendo que si tuviera que desaparecer la clase noble a la que pertenece, se constituiría en seguida otra equivalente, con los mismos méritos y los mismos defectos. acaso no se basara ya en la sangre, sino, ¡qué sé yo!, en la antigüedad en cuanto a la presencia en un lugar, o su pretendido mejor conocimiento de cualquier texto sagrado.

Por eso no debe preocuparse el Príncipe, porque su sobrino Tancredi ha enamorado a la bellísima Angélica, la hija de un porquero a quien el comercio y los nuevos tiempos y vientos económicos y revoluciones han convertido en el hombre más rico de toda Sicilia y la tierra hermosa e infiel que los Falconeri, los Salina, habían poseído durante siglos, ahora después de una inútil revuelta volvía a él, como siempre, a los suyos.

He ahí el resumen de cualquier revolución: Vamos a cambiarlo todo para que todo siga igual, pero con nosotros.


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