A Constantinopla he viajado muchas veces con las historias de Steersman, pues era lugar común de atraque del Gothia antes de abocar el canal de Suez rumbo a la tierra de las especias.
A Constantinopla he viajado camino de Adana, ciudad al sur de Turquía y tierra de frontera con una Irak en llamas.
Pero a Constantinopla yo hubiera querido ir con Nicolás y Mateo de Pol que la tuvieron como su hogar, pues decidieron, como buenos mercaderes venecianos, ampliar sus relaciones comerciales más allá de la tierra de los cruzados, hasta el mismo confín oriental de Asia.
Ese era mi viaje, el viaje de los caravaneros para buscar el hilo de la seda durante tres años, y atravesar andando o a caballo toda la ruta que Marco Polo holló con su pie veneciano. Pero yo hijo de la modernidad encontré la ruta de la seda embarcando en un avión de AirFrance en Amsterdam rumbo a Pekín y Chengdu buscando el hilo rojo que me prometieron los dioses cuando era un joven incrédulo ante esas historias mágicas.
Con Marco Polo y su caravana de mercaderes, yo hubiera llegado a conocer a la reina Bolgana, mujer de Argón, rey de Levante, quien tras su muerte puso en su testamento que ninguna dama pudiera ser de Argón ni sentarse en el trono, que no fuera de su linaje. Con Marco Polo, enviado por el gran Khan, hubiera conocido a la joven Cogacín, la mujer más agraciada y bella del mundo y del linaje de la reina Bolgana.
Con Marco Polo, en verdad, hubiera puesto mis pies en mi querida y destrozada tierra de Armenia, que había dos Armenias, la Menor y la Mayor, bella y rica donde se encuentra el arca de Noé en una alta montaña que se llama Ararat. Y sabría que en Georgia hay un rey que se llama David Melie también sometido al tártaro. Y conocería el reino de Mosul y a los Kurdos que habitan en sus montañas. Y habría visto con mis propios ojos que las mejores palmeras del mundo se crían de Basora. Y habría aprendido que Tanvis es una gran ciudad en una provincia llamada Irac y su población es una mezcla de mil razas; hay armenios, nestorianos, jacobitas, georgios y persas, y hombres que adoran a Mahoma que llaman taorizines.
Con Marco Polo habría visto con mis propios ojos cómo los tártaros destruyeron y diezmaron la noble e inmensa Persia, y sabría que en Persia se halla la ciudad de Sava, de donde partieron los tres Reyes Magos; un Rey Mago era de Sava, otro era de Ava y el tercero de Cashan.
Y con Marco Polo visitaría la provincia de Tonocain, lugar donde se celebró el encuentro entre Alejandro Magno y el rey Darío. Y conocería de primera mano al viejo de la montaña que prepara a sus asesinos haciéndoles creer que su fortaleza es el paraíso, a base de drogarlos con hachís, conviertiéndolos en hachisínos.
Y viajaría con Marco Polo a la ciudad de Balc, donde Alejandro tomó por esposa a la hija de Darío; y la montaña de sal y el país Dogana. Y atravesaría Cachemira en la provincia de Kesimur donde todavía vivían idólatras y se entregaban a todo especie de encantamientos; y desde este país podría llegar al mar de Indias, hasta llegar donde nace el sol al palacio del gran Khan para servirle hasta la muerte; porque sé, Marco Polo me lo ha contado, que cuando un Khan muere es sepultado en la montaña Altai; y cuando el cuerpo del gran Khan es llevado a la montaña, todos los hombres que encuentra el cortejo fúnebre son pasados por las armas y atravesados por una espada por los que conducen el cadáver, que les dicen: "Id a servir a vuestro señor al otro mundo".
Yo me quedaría allí para siempre sirviendo en la muerte al Khan, y él volvería en barco a Génova, donde sería encarcelado, ¡qué tendrán las cárceles para las grandes obras!, en el año 1298 para escribir el Libro de Viajes, el Libro de la División del Mundo, el Libro de las Maravillas o El Millón que cualquiera de ellos puede ser su título, y leyéndolo sabríamos que nunca es tan hermoso el sol como el día en que uno se pone en camino.
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