-Aquí viene el soñador; ea, pues, matémosle y echémoslo en un pozo abandonado, y digamos que lo devoró una alimaña. Se verá entonces de qué le sirvieron sus sueños.
(Génesis, 37, XVIII-XX)
Cuando iniciaba mis estudios de contabilidad en una ciudad santa, durante una clase poco dada a la retórica, me presentaron a Fra Luca Pacioli que en su obra Summa de Arithmetica, Geometría, Proportioni et Proportionalita publicada en Venecia en 1494 ya analizaba el método contable por partida doble y retrataba aquellos libros que me acompañarían algunos años de mi vida: el libro de balances e inventario, el diario y el mayor. Todo esto, querido Fanto, forma parte del oficio y lo único que siento es no poder hacer ante ti una demostración de reglamento de los sanjuanistas.
El profesor, como todos los profesores, siempre más dados a las biografías que a las obras, empezó la asignatura relatando el nacimiento de Fra Luca hacia el año 1445 en Borgo de Santo Sepulcro en la Umbría septentrional; y yo imaginé que ese niño, al nacer, saldría del vientre materno, mientras la matrona jalaba de sus brazos para que viera la luz, dibujando con sus dedos el número áureo mientras con su recién nacida mirada trazaba la geometría de las paredes de la vieja casona de aquel pueblo Toscano. Aquella torre fue de los Bracciaforte que eran los más avaros de los toscanos, siempre buscando donde meter el oro que atesoraban, que no lo vieran ni el sol ni la luna.
Así que mediante magias contables y sintácticas establecí una infatigable relación literaria entre Fra Luca Pacioli y el íncreíble condottiero Fanto Fantini della Gherardesca, que sirvió a la República de Venecia, como capitán, acompañado de su caballo Liofante, que entendía toscano y griego, y de quien ha pasado a ser leyenda su famoso discurso ante el Senado de Venecia defendiendo a su señor. En los archivos venecianos no hay ni rastro de ese discurso, ni de la discusión que en el Senado hubiera seguido a la intervención de Liofante, pero era voz pública que un senador, Ludovico Brabantio, abuelo del Brabantio que fue padre de Desdémona, afirmó que mejor que no llegase a Venecia el capitán Fanto, que si se ponía a contar sus batallas y sus amores, no quedaría uno de la compañía que no pasase a conudo, o perdiese una hija o sobrina en los brazos del condottiero.
También, junto al tordo Liofante, don Fanto Fantini se hacía acompañar por un perro de nombre Remo, capaz de escribir en etrusco sobre la tierra, con un palo entre sus dientes. ¡Habrá estado empleado en la comedia, de can de corte del rey Pantalone! Atiende voces en latín, quizá porque nació en casa de cura, da y porta la perdiz, y con una bolsa al cuello, va por vino a la bodega, y lo elige él, oliendo en la pinga de las billas.
Así, que por esos azares que el río de la vida lleva aparejados en su discurrir, terminé por confundir como una sola, la ciudad santa que me inició en la contabilidad, el pueblo de Borgo de San Sepolcro, patria del condottiero Fanto Fantini y de Fra Luca, y Mondoñedo, un mágico lugar donde la catedral de vez en cuando toca a rebato porque dicen que ha vuelto don Álvaro Cunqueiro. Eso suele ocurrir cuando se conmemora el año del cometa con la batalla de los cuatro reyes, aunque siempre surgen muchas dudas cuando aparece de nuevo alguien que se parece al mágico soñador y fabulador, porque en seguida se corre la voz de que al pueblo ha llegado un hombre que se parece a Álvaro Cunqueiro; pero a Álvaro Cunqueiro sólo se le parece Álvaro Cunqueiro, ¿Será que ha llegado don Álvaro Cunqueiro? Y con ese sinvivir pasan sus días en Mondoñedo.
Otro No Premio Nobel que habita mágicos lugares por el que transitan sólo los elegidos. ¡Qué le vamos a hacer si el mágico soñador nació en Mondoñedo, Galicia!
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