La primera noticia que tuve de Wole Soyinka
fue en la cárcel. No digo que fuera una casualidad, porque a ese tipo de
hombres y en esos lugares uno tiene que ir a buscarlos a conciencia. Dirijo
este libro al pueblo al que pertenezco, no a la nueva élite, no al amplio
estrato de esclavos privilegiados que apuntala los palacios de mármol de los
tiranos de hoy. Tengo que conocer a ese hombre, me dije.
Creí
no llegar a tiempo porque ya llevaba dos huelgas de hambre, y encima les andaba
provocando con el lenguaje, ese arma que deja muda a la violencia y que es
capaz de desenmascarar a los criminales situados en puestos elevados y
rehabilitar a las víctimas la mayor parte de las veces, ¡Ay!, póstumamente,
porque la palabra y el arte vence al tiempo, cierto, pero ese tiempo para
muchos inocentes suele llegar tarde.
Yo
no quería llegar tarde porque sabía que andaba escribiendo El Lento
Linchamiento, pero cuando recibí el telegrama, que decía El Hombre Ha
Muerto, temí lo peor.
La guerra
civil llevaba sus tempestades por el norte, y de las matanzas sólo se había
salvado el salvaje, salvaje oeste.
El
señor Soyinka y otros locos que se autodenominaban intelectuales habían andado
presionando a los demás países para que no vendieran armas a los bandos de
aquel conflicto fraticida. No había más remedio que meterlo en la cárcel y que
recorriera los infiernos más secretos del alma humana para que se diera a
escribir una novela testimonial que nadie debe perderse, ya que en ella están
los secretos de la justicia y del hombre libre. Por eso fui yo a buscarlo a la
cárcel.
Propongo
que se apruebe en la región una ley que declare que es delito que un hombre o
un grupo moleste o se entrometa con otro por razones de tribu, o que practique
cualquier forma de discriminación basada en lo tribal, o en el color de
la piel, o en el Dios o dioses a los que se ama, o en la forma de vestirse, o
en el idioma que se habla o… Voto a esa ley, aunque haya que defenderla con las
armas.
-
¿Entonces no es usted pacifista?
-
Por supuesto que no.
-¿Qué
clase de guerra apoyaría?
-
Cualquier guerra en defensa de la libertad.
Me
comuniqué con el señor Soyinka por medio de papelitos que escribía donde y como
podía; papel higiénico, pañuelos, gasas; ese hombre sólo pensaba en escribir, y
eso que dentro de los muros de la cárcel todo es secreto. La GESTAPO
había ordenado un total apagón exterior para mí y para todos los reclusos de la
celda de atrás.
No podía
permitir que al señor Soyinka le pasara nada, así que me alié con sus
carceleros para intentar que abandonara la huelga de hambre, el Corán
dice que la conservación propia es la primera ley del hombre, si él moría
nadie más iba a poder escribir esa historia tan común y tan humana, que se da
en todos los lugares del mundo en la que todo poder intenta siempre acallar
cualquier conciencia libre. Porque en la casa de los muertos, el viviente
es el único creador. Y él, por ese motivo, tenía que vivir, aunque yo
sabía que él, como todos, no era completamente inocente:
-
¿Es usted completamente inocente?
-
No. En tiempos de guerra ningún hombre es completamente inocente. Pero soy
completamente inocente de las acusaciones que hay contra mí.
Aquí
seguimos los dos en la cárcel, sabiendo que El Hombre Ha muerto, pero también
sabemos que los libros y toda clase de escritura han producido siempre
terror a quienes quieren ocultar la verdad.
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