En tiempos de Semana Santa y Pascua suelo volver a La Otra Banda de la Argónida; y siempre, casi sin querer, termino siguiendo a un crucificado; un hombre que vino a cambiar el mundo de arriba a abajo y de abajo a arriba, sin escudos ni espadas, rara cosa:
Dichosos los pobres porque vuestro es el Reino de Dios.
Dichosos los que tenéis hambre ahora porque seréis saciados.
Dichosos los que lloráis porque reiréis.
Dichosos seréis cuando los hombres os odien, cuando os expulsen, os injurien y proscriban vuestro nombre como malo, por causa del Hijo del Hombre. (Lc 6,20-22)
Nadie ignora que con esa prédica no se merecía más que la cruz.
Antes de viajar a la Otra Banda de la Argónida decidí rescatar un libro, que compré por casualidad hace unos años, titulado Descodificando a Jesús de Nazaret de Bernardo Pérez Andreo y también rescaté, en mi Aleph, todas las conferencias de un vecino mío de cerca de la Otra Banda de la Argónida, Antonio Piñero, que ha dedicado media vida a estudiar a Jesús, el Nazareno.
Le pregunto al doctor Piñero por Jesús y me remite a los textos antiguos que recogen su figura. Empieza leyendo, me aconseja, a Flavio Josefo, a Tácito y a las fuentes judías, que aunque son muy posteriores y difamatorias, nunca niegan la existencia de Cristo, sino todo lo contrario.
Agarro el libro Antigüedades Judías de Flavio Josefo y leo el capítulo XVIII: Por aquella época apareció Jesús, hombre sabio, fue autor de obras maravillosas, maestro para quienes reciben con gusto la verdad. Atrajo a sí muchos judíos y también muchos gentiles. Este era el Cristo. Habiendo sido denunciado por los primados del pueblo, Pilato lo condenó al suplicio de la cruz; pero los que antes le habían amado le permanecieron fieles en el amor. Se les apareció resucitado al tercer día, como lo habían anunciado los divinos profetas que habían predicho de El ésta y otras mil cosas maravillosas. De él tomaron su nombre los cristianos, cuya sociedad perdura hasta el día de hoy.
Luego, en la Biblioteca, que siempre guarda un rincón para mí, de la tercera estantería, justo al fondo, tomo los Annales de Tácito, XV: Por ello, para eliminar tal rumor (de que él había incendiado Roma), Nerón buscó unos culpables y castigó con las penas más refinadas a unos a quienes el vulgo odiaba por sus maldades y llamaba cristianos. El que les daba este nombre, Cristo, había sido condenado a muerte durante el imperio de Tiberio por el procurador Poncio Pilato. Esta funesta superstición, reprimida por el momento, volvía a extenderse no solo por Judea, lugar de origen del mal, sino también por la Ciudad (Roma), a donde confluyen desde todas partes y donde proliferan toda clase de atrocidades y vergüenzas.
Las fuentes judías las busco directamente en mi Aleph y compruebo que son difamatorias, tardías, de los años 500-600, pero tiene razón el doctor don Antonio Piñero, natural de Chipiona: "hay algo fundamental en esas fuentes; y es que las fuentes judías nunca niegan su existencia, sino todo lo contrario y afirman que tenía discípulos". Por cierto, no hablan de crucifixión, sino que murió colgado.
El doctor Piñero continúa hablando de los Evangelios canónicos y apócrifos, de los primeros cristianos que perdieron su carrera con la Historia, de la Pasión, de lo judío que era Cristo, de su muerte, de las mujeres que lo rodearon, de su vida y de el Reino de los Cielos. Después de oírlo me ha alegrado mucho perseguir su labor de conferenciante, tengo que quedar con él en Chipiona o en La Otra Banda de la Argónida.
Si las noches las he dedicado a perseguir por las calles de La Otra Banda de la Argónida al Crucificado, las mañanas las pasaba en su playa Descodificando a Jesús de Nazaret con el profesor Bernardo Pérez Andreo.
Si la civilización de Roma era especialista en hacer suyos a todos los dioses que moraban en cada pueblo que conquistaban para que la romanización fuera absoluta, ¿qué temían tanto Roma y los jerarcas de Israel de este hombre con pinta de mendigo, al que acompañaban desheredados y gente de mal vivir y que sólo predicaba la ley del amor por las tierras de Galilea?
El peligro de este Hombre era El Reino de los Cielos, la última revolución.
Jesús utiliza la expresión Reino de Dios para amalgamar una alternativa al orden social vigente. Jesús y su grupo marginal pretenden crear una alternativa real que integre a todo el pueblo pero marcando unas pautas muy claras. Primero era necesario rescatar a Dios del aprisionamiento que las élites de Jerusalén lo han sometido en el Templo para abrir la esperanza de los desposeídos y excluidos sociales: Dios está de parte de los pobres y pide a los ricos que se conviertan.
También es necesario modificar el orden familiar existente que prima la autoridad del varón y somete a la mayor parte de los seres humanos a unas relaciones de dominio y opresión en el mismo ámbito familiar.
El Reino de Dios es a la vez un espacio alternativo y una organización social alternativa, donde vive una nueva familia en torno a la mesa compartida por los excluidos, pero también es un programa político de alternativa al orden socio-político vigente.
Ahí estaba el peligro para Roma y para las élites de Israel; ese Hombre merecía la crucifixión porque no sólo hablaba del Reino de Dios en el Cielo, un reino lejano y que a los ricos y poderosos les preocupa poco, sino que quería crear ese Reino de Dios aquí en la Tierra, y eso sí que empieza ser procupante para el poder: ¿Acaso no ha escogido Dios a los pobres? (Sant 2,5)
El Reino ha elegido a los proscritos sociales, económicos y políticos, pero Jesús no sólo se refiere a ese Reino que llega después de la muerte, sino a este Reino que anda de la mano de la vida, porque él también bajó a la Tierra para cambiar el (des)orden vigente instaurado por el imperio romano y sus servidores locales. Así lo entendieron los señores de este mundo y lo ajusticiaron como sólo hacían con los sediciosos y bandoleros, crucificándolos.
Otro mundo es posible, y por eso seguimos crucificándolo cada día, no sea que la revolución que empezó con él hace dos mil años tenga éxito, y el poder y el dinero que es lo que ha movido hasta ahora el mundo deje paso al Reino de los Cielos.
Yo, sabiendo que pongo poco de mi parte, esta Semana de Santa y de Pascua, por si acaso, he seguido los pasos del crucificado, y sueño con esa última revolución.
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