sábado, 4 de octubre de 2014

FRANCISCO AYALA, EL HECHIZADO



Al indio González Lobo habría que hacerle muchas preguntas, pero todas pueden resumirse en una: ¿Por qué tanto empeño en ser recibido por su Majestad, el rey Carlos II de Habsburgo, al que apodaban el Hechizado?

¿A qué tantos esfuerzos, a qué tantos años malgastados en llegar a su presencia? Pero, ¿cómo explicar que, al cabo de tantas vueltas, no se diga en él en qué consistía a punto fijo la pretensión de gracia que su autor llevó a la Corte, ni cuál era su fundamento? Más aun: supuesto que este fundamento no podía venirle sino en méritos de su padre, resulta asombroso el hecho de que no lo mencione siquiera una vez en el curso de su relación. Cabe la conjetura de que González Lobo fuera huérfano desde muy temprana edad y, siendo así, no tuviera gran cosa que recordar de él; pero es lo cierto que hasta su nombre omite —mientras, en cambio, nos abruma con obsesiones sobre el clima y la flora, nos cansa inventariando las riquezas reunidas en la iglesia catedral de Sigüenza...

Yo, como Francisco Ayala, también he leído con minuciosidad y  hasta el mínimo detalle esa larga relación de hechos de su vida que él mismo se dio a relatar en los años de su vejez en la ciudad de Mérida donde tenía una casa su tía doña Luisa Álvarez. Todos esos papeles originales aderezados con mil prolijidades se encuentran en los archivos de la Biblioteca Nacional a la espera de que algún día la Administración o un editor, de esos que viven alejados de las contradictorias leyes del mercado, los remuevan de las estanterías de la Biblioteca Nacional y los saquen a la luz.

No voy a negar que, como explica Francisco Ayala, no es de fácil lectura estas vivencias del indio González Lobo, pero, aunque fuese únicamente dirigido a los sesudos estudiosos o a doctorandos no faltos de tesón, alguna vez habrá de publicarse el notable manuscrito; yo daría aquí íntegro su texto si no fuera tan extenso como es, y tan desigual en sus partes: está sobrecargado de datos enojosos sobre el comercio de Indias, con apreciaciones críticas que quizá puedan interesar hoy a historiadores y economistas; otorga unas proporciones desmesuradas a un parangón —por otra parte, fuera de propósito— entre los cultivos del Perú y el estado de la agricultura en Andalucía y Extremadura; abunda en detalles triviales; se detiene en increíbles minucias y se complace en considerar lo más nimio, mientras deja a veces pasar por alto, en una descuidada alusión, la atrocidad de que le ha llegado noticia o la grandeza admirable. En todo caso, no parecía discreto dar a la imprenta un escrito tan disforme sin retocarlo algo, y aliviarlo de tantas impertinentes excrecencias como en él viene a hacer penosa e ingrata la lectura. Es digno de advertir que, concluida ésta a costa de no poco esfuerzo, queda en el lector la sensación de que algo le hubiera sido escamoteado.

Después de haber dedicado no poco tiempo a su lectura me atreveré, con tantas probabilidades de error como de acierto, a contestar esas preguntas que el indio González Lobo deja en el aire:
¿A qué intención obedece?, ¿para qué fue escrito? Puede aceptarse que no tuviera otro fin sino divertir la soledad de un anciano reducido al solo pasto de los recuerdos. Pero, ¿cómo explicar que, al cabo de tantas vueltas, no se diga en él en qué consistía a punto fijo la pretensión de gracia que su autor llevó a la Corte, ni cuál era su fundamento?

No parece fácil responder esta última cuestión, sobre todo porque nunca no escribe sobre ello, pero deja constancia del duro trayecto, lo trabajoso y dilatado del viaje, la demora creciente de sus etapas conforme iba acercándose a la Corte (sólo en Sevilla permaneció el Indio González más de tres años), desde su patria americana hasta la Corte en España, hasta Palacio, hasta los mismos pies del rey, uno puede aventurarse a cifrar lo que se quemó en el alma del indio González Lobo cuando llegó hasta los aposentos de don Carlos II de Austria, el Hechizado.  
«Su Majestad —nos dice— estaba sentado en un grandísimo sillón, sobre un estrado, y apoyaba los pies en un cojín de seda color tabaco, puesto encima de un escabel. A su lado, reposaba un perrillo blanco. El rico hábito de que Su Majestad estaba vestido —escribe González— despedía un fuerte hedor a orines; luego he sabido la incontinencia que le aquejaba.»

Ya ha llegado el indio González Lobo al centro del poder, desde América, después de mil vicisitudes. Porque él ha decidido que el poder debe tomar conciencia de las condiciones en la que viven los súbditos en su patria; que el rey, debe estar al tanto de cuanto sucede en las mismas fronteras de su reino, y piensa que el poder, cualquier poder,  si se entera de cuanto él va a contarle dará alguna solución a todos los problemas con los que ha cargado durante tan largo viaje. Y que atravesar mil fuertes y fronteras, (el Consejo de Indias en Sevilla, el Tribunal de la Inquisición, esa nobleza que vale según el número de manos que tocan a tu puerta) habrá merecido la pena. Eso piensa él.

Pero todo se derrumba cuando llega hasta el rey que «viendo en la puerta a un desconocido, se sobresaltó el canecillo, y Su Majestad pareció inquietarse. Pero al divisar luego la cabeza de su Enana, que se me adelantaba y me precedía, recuperó su actitud de sosiego. Doña Antoñita se le acercó al oído, y le habló algunas palabras. Su Majestad quiso mostrarme benevolencia, y me dio a besar la mano; pero antes de que alcanzara a tomársela saltó a ella un curioso monito que alrededor andaba jugando, y distrajo su Real atención en demanda de caricias. Entonces entendí yo la oportunidad, y me retiré en respetuoso silencio.»

El indio González Lobo se da cuenta, entonces, de que el centro del poder (y generaliza a cualquier poder), está siempre vacío, por eso se retira en respetuoso silencio, y piensa que no habrá ideologías, ni tiempos ni sueños que puedan evitar esta quimera. De ahí su retiro a Mérida para pasar sus días escribiendo tan engorroso volumen.

Y para reafirmar mi opinión, andando por las entrevistas que concedió Francisco Ayala, encuentro esto:
"...uno puede estar sosteniendo lo que cree que es lo justo, lo que conviene históricamente, lo razonable, y sin embargo, estar viendo el sufrimiento de todos. En cuanto al poder, existe, simplemente existe. Hoy día las condiciones del mundo son otras, la gente no se quiere dar cuenta de que estamos viviendo en un contexto histórico distinto donde ocurren las peores barbaridades, pero tienen otro sentido".
De esa época es El Hechizado que para Borges era uno de los mejores cuentos en español.

Cierto, el poder, todo poder, no sabemos por qué, está vacío y el indio González Lobo por su propia experiencia lo descubrió.










2 comentarios:

  1. Buenisimo, y cierto es que el poder es poder por si mismo, puede elevarte o hundirte a las entrañas del infierno.
    Maquiavelo es uno de los primeros y más peculiares autores en la tradición occidental que aborda el tema del poder desde su especificidad. Podemos considerarlo el primer moderno porque considera la autonomía del ámbito político. Desde una perspectiva actual, habría que reivindicar su talante en por lo menos cuatro aspectos. En primer lugar por su positivismo, en el sentido de que analiza lo que se le presenta de manera inmediata; lo que se palpa: la realidad. En segundo lugar, por lo que podríamos llamar vitalismo, que se plasma en la sinceridad e ingenuidad indispensables para la crítica, así como en la reivindicación del cuerpo, de la dimensión física, en contra de una moral que castiga el cuerpo. En tercer lugar, por su pragmatismo, que de entrada le permite reconocer que no se puede obviar la violencia, la que no es previa al cuerpo social o, algo externo, como sugerirán más tarde las teorías contractualistas, sino inherente a él. Por último, por el antinaturalismo que lo lleva a afirmar que la política es invención, creación, y que, en este sentido, no pertenece al dominio de lo natural. De la política destaca su historicidad y subraya que es preciso asumir la experiencia, ir a la historia para extraer de ella enseñanzas.

    Además del talante, lo que aporta Maquiavelo a la reflexión es un programa de temas a abordar: tanto el príncipe como el pueblo deben atender a las prácticas, a las acciones. Por todo ello podemos decir que la figura de Maquiavelo ha sido satanizada injustificadamente. Su empeño no consiste en dedicarse a solapar venganzas y crímenes, sino en identificarlos como parte de la vida política. En ningún momento pretende fomentar la barbarie, sino que trata de ver cómo reducirlas al mínimo en aras de la seguridad: se trata de ver cómo hacerles frente.

    Tal vez si hubiera asumido el planteamiento maquiaveliano la teoría política moderna no hubiese caído estrepitosamente en planteamientos idealistas tan craso como en los que ha caído y sigue cayendo. El pensamiento de Maquiavelo está más preocupado por abordar el problema de la seguridad que en teorizar sobre el poder. Por todo lo anterior, es importante que la teoría política actual rescate su noción de poder. Esa noción asocia el poder a la fuerza y la acción del sujeto. El poder, en sentido que Maquiavelo le da, es dominio sobre los demás hombres, pero el primer plano y la centralidad las tiene el dominio del hombre sobre las cosas.
    Un abrazo querido amigo

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  2. Muchas gracias por tu comentario y por enriquecer el blog. Todavía no he leído a Maquiavelo ni a su Príncipe. Lo anoto para una futura lectura y a ver si entiendo por qué el poder es capaz de vivir solo por sí y para sí mismo.

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