domingo, 9 de junio de 2013

ANTONIO MUÑOZ MOLINA, ENTRE LA REALIDAD Y LA FICCIÓN

 Habían pasado casi dos años desde la última vez que vi a Antonio Muñoz Molina, pero cuando volví a encontrame con él, a medianoche, en la barra del Metropolitano, hubo en nuestro mutuo saludo la misma falta de énfasis que si hubiéramos estado bebiendo juntos la noche anterior; no en Madrid, sino en San Sebastián, en el bar de Floro Bloom, donde él había estado tocando una larga temporada.
Ahora andaba tocando en el Retiro, junto a un bajista negro y un batería francés muy nervioso y muy joven que parecía nórdico y al que llamaban Bubby.

A Muñoz Molina le agradeceré siempre que me acompañara a Sierra Mágina, sobre todo porque él se ofreció sin yo pedírselo. Andaba yo por aquellos tiempos en Zaragoza, con la sana intención de imitar a Vargas Llosa y sus vivencias en el Leoncio Prada, tratando de escribir algo parecido a La Ciudad y Los Perros del peruano. Como mi poco talento me lo impedía, porque lo que escribía la tarde anterior lo destruía al día siguiente, decidí darme un descanso, y dedicarme a la lectura lo más intensamente que me permitían el cálculo, el álgebra, la electrónica, la topografía, la estadística, la química y otras asignaturas científicas a las que una elección precipitada en el Instituto me abocaron. Ahora me alegro de aquella elección precipitada, porque con el tiempo me he dado cuenta que no hay derecho a que con quince años te arrebaten la mitad de lo que debe aprender un niño: o Ciencias o Letras.

En una librería del Paseo de la Independencia, vi un libro que se titulaba  Beatus Ille y el título rápidamente me recordó a Horacio y a Fray Luis de León:
Beatus ille qui procul negotiis, ut prisca gens mortalium, paterna rura bobus exercet suis, solutus omni fenore, neque exitatur classico meles truci, neque horret iratum mare, forumque vitat et superba civium, potentiorum limina.
(Dichoso aquel que alejado de los negocios, como aquellos primeros hombres mortales, dedica su tiempo a trabajar los campos paternos con sus bueyes, libre de toda deuda, y no se despierta como los soldados con el toque de diana amenazador, ni teme a la ira del mar, y evita el foro y los soberbios palacios de los poderosos).

Como sabéis que uno siempre vive de las señales (con razón o sin ella) decidí abrir el libro y leer unos párrafos. En ese momento comenzó mi viaje a Mágina: El tranvía baja despacio la ladera de Mágina hacia el Guadalquivir. Lejos, entre los olivos azules y las dunas de trigo o pardo barbecho, relumbra el río como una lámina de metal de plata, del mismo vidrio lívido y azul que tiene el aire en el límite de la sierra. A medida que va descendiendo hacia el Guadalquivir, el tranvía avanza más rápido entre los olivares, cuyas largas hileras se abren como en abanicos de puntos de fuga sucesivos. Del río Guadalquivir sé algo porque lo he visto encontrarse con el océano durante muchos días, y reconozco por su color qué tal les ha ido a los barcos que embocan la Punta de Malandar. No sin asombro, reconozco que nací en La Otra Banda de la Argónida, único delito en mi vida en el que no he tenido nada que ver.

Si Mágina está cerca del Gualdalquivir, rodeada de olivos, no tengo más remedio que ir allí, me dije. Vi el precio que a lápiz venía escrito en la primera página, 1.200 pesetas, y me decidí por ese módico precio a pasar una temporada en aquella sierra y en aquel lugar. Mágina. Sierra Magina. La muerte, pensó, no es una frontera, esa franja inmóvil que uno imagina cuando acaba de suceder, sino una lenta lejanía que acaba en el olvido y en la deslealtad... ... y las figuras de sus padres se desdibujaban sin remedio, del mismo modo que su vida y su porvenir, abolido en el tiempo... Esa semana no salí de Mágina y con todo merecimiento suspendí el examen de electrónica, pero pensé que había descubierto un lugar mítico como la Región de Benet, la Comala de Rulfo, la Santa María de Onetti, el Macondo de García Márquez, o la misma Barcelona de Vázquez Montalbán. 

Un par de años después pasé Un Invierno en Lisboa con Antonio Muñoz Molina y no recuerdo, salvo la mágica excepción de la bendita Rayuela, haberlo pasado mejor escuchando Jazz: Tocaba sin inclinarse sobre el teclado, más bien alzando la cabeza, para que el humo del cigarrillo no le diera en los ojos. Tocaba mirando al público y haciendo rápidas contraseñas a los otros músicos, y sus manos se movían a una velocidad que parecía excluir la premeditación o la técnica, como si obedecieran únicamente a un azar que un segundo más tarde, en el aire donde sonaban las notas, se organizase por sí mismo en una melodía , igual que el humo de un cigarrillo adquiere formas de volutas azules.

Y a partir de ahí me ha dado por acompañarlo cada vez que ha tenido a bien publicar un nuevo manuscrito.

Ayer andaba con su último libro de ensayos: Todo lo que era sólido. Un libro acerca de lo acontecido en estos últimos años de crisis, no sólo económica, sino social y moral, porque todo lo que parecía sólido se disuelve en el aire.

Siempre conviene ir a los clásicos para explicar el mundo que nos rodea y sus circunstancias y Muñoz Molina ya es un clásico sin necesidad de que pasen cuatrocientos años. Suerte que tenemos: Hace falta una serena rebelión cívica..., hay cosas inaplazables, porque como dice la cita inicial del libro que ayer andaba firmando: es extraordinario cómo pasamos por la vida con los ojos entrecerrados, los oídos entorpecidos, los pensamientos aletargados. (Lord Jim. Joseph Conrad)

Lo dicho, maestro, nos vemos en otro par de años, (Jorge, mi fotógrafa particular y yo andaremos por allí) y enhorabuena por el Premio Príncipe de Asturias de las Letras: Reconocí su manera de andar mientras cruzaba la calle, ya convertida en una lejana mancha blanca entre la multitud, perdida en ella, invisible, súbitamente borrada tras los paraguas abiertos y los automóviles, como si nunca hubiera existido. 


  



2 comentarios:

  1. Respuestas
    1. Muchas Gracias, Carre, por tu comentario.

      "El vago azar o las precisas leyes
      Que rigen este sueño, el universo.
      Me permitieron compartir un terso
      Trecho del curso "contigo" y con Alfonso Reyes.

      Supo bien aquel arte que ninguno
      Supo del todo, ni Simbad, ni Ulises,
      Que es pasar de un país a otros países
      Y estar íntegramente en cada uno"
      J.L.B.

      A mí también me encanta tu realismo mágico cuando pasamos de un país a otros países con un café, un mate o un narguile.

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