lunes, 17 de junio de 2013

JOSÉ MARTÍ, YO SOY UN HOMBRE SINCERO


Con los pobres de la tierra
Quiero yo mi suerte echar:
El arroyo de la sierra           
Me complace más que el mar.

Entramos en Dos Ríos por la finca de La Jatía y acampamos en una casa abandonada hecha con madera de cedro.

No andábamos con mucha moral porque después de la entrevista de La Mejorana, el general don Antonio Maceo apretó sus recelos hacia don José Martí de quien quería su dimisión como Delegado del Partido Revolucionario Cubano y que formara parte de un gobierno militar que no se supeditara a ningún gobierno civil, quedando el propio general don José Maceo al frente de los cuatro ejércitos de Oriente y el general don Máximo Gómez como general jefe de todo el llamado Ejército Libertador.

Don José Martí, lo vio claro, se enfrentó a ellos y escribió: me hiere, y me repugna: comprendo que he de sacudir el cargo, con que me intenta marcar, de defensor ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar. Mantengo, rudo: el Ejército, libre, y el país, como país y con toda su dignidad representada. Muestro mi descontento de semejante indiscreta y forzada conversación, a mesa abierta, en la prisa de Maceo por partir. Que se va a hacer la noche sobre Cuba, y ha de andar seis horas. Allí cerca están sus fuerzas: pero no nos lleva a verlas: las fuerzas reunidas de Oriente: Rabí, de Jiguaní, Busto, de Cuba (Santiago de Cuba), las de José (Maceo) que trajimos….

La entrevista se desarrolló en la casa de la colonia de caña. La casa de don Germán Álvarez. Sólo ellos estaban en el aposento en la sala. La casa era amplia con cuatro habitaciones y un hermoso patio al fondo, donde había un framboyán.

Don José Martí salió dolido de aquella estancia: “De ayudante de Maceo, lleva y trae, ágil y verdoso, Castro Palomino. Maceo y Gómez hablan bajo, cerca de mí: me llaman a poco, allí en el portal: que Maceo tiene otro pensamiento de gobierno: una junta de generales con mando, por sus representantes, y una Secretaría General: la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima el ejército, como Secretaria de Ejército. Nos vamos a un cuarto a hablar. No puedo desenredarle a Maceo la conversación: “¿pero usted se queda conmigo o se va con Gómez?”. Y me habla, cortándome las palabras.

Hasta el general don Máximo Gómez le ha cortado esta tarde cuando lo saludaron como Presidente:
“No me le digan a Martí Presidente. Díganle general. Él viene aquí como general: no me le digan presidente”.

Esa noche, sabedor de lo que se había estado jugando en esas conversaciones en La Mejorana, se dio a escribir versos:

Duermo en mi cama de roca
Mi sueño dulce y profundo:
Roza una abeja mi boca
Y crece en mi cuerpo el mundo.

Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.

Perdonen, ahora caigo en la cuenta de que no me he presentado, pero la imperiosa necesidad de escribir esta noche, me ha hecho olvidar las presentaciones:

Soy  Miguel de la Guardia, ayudante de don José Martí el poeta, el delegado de la Revolución y el mayor general. Nunca quiso que yo lo llamase mi general. Era tan diferente a don José Maceo y a don Máximo Gómez, que eran soldados bien bregados en el combate. Pero él se mantuvo firme. Yo lo vi morir, en su corcel blanco, regalo que le hizo el general don José Maceo en Jarahueca.

Antes de partir el día 19 de mayo al combate de Dos Ríos vi como cogía su leontina de oro, se calzó las espuelas vaqueras, cogió un fajo de papeles, en alguno de ellos llevaba escrito algún verso en sus márgenes: No di al olvido las armas del amor: no de otra púrpura vestí que de mi sangre; y se echó al cinto su colt con las cachas de nácar.

Para los dos era nuestro bautismo de fuego, para los dos nuestro primer combate.

Cuando los generales don Máximo Gómez y don José Maceo intentaron hacerle ver que su mayor contribución a la Revolución consistía en ir a los Estados Unidos para defender los derechos de beligerancia ante el gobierno de Grover Cleveland, Martí les dio la razón, pero se emperró hasta el hartazgo en que debía de participar al menos en un combate. Un solo combate. Así se portan los hombres íntegros y leales, coherentes con sus ideas; aunque esas ideas impliquen recibir el bautismo de fuego para poder demostrarles a todos que no sólo pronunciaba discursos y hacía escritos animando a los cubanos a ir a la guerra a morir, sino que también era un hombre sincero que llevaba a la práctica lo que predicaba. Los tenía bien puestos don José Martí. Yo soy un hombre sincero de donde crece la palma, y antes de morirme quiero echar mis versos del alma

Dos Ríos es una vasta llanura de varios kilómetros cubierta de pasto y con un gran monte. Allí se halla la confluencia de los ríos Contramaestre y Cauto.

Ese día, diecinueve de mayo, mientras almorzábamos, el capitán Ramos se presentó e informó al general don Máximo Gómez que se habían escuchado unos disparos y que una columna española, al mando del coronel José Ximénez de Sandoval con más de 1.000 hombres de todas las armas, se hallaba acampada al otro lado del río Contramaestre. El general don Máximo Gómez ordenó reforzar la primera guardia avanzada y al instante se escucharon nuevos disparos.

En el campamento de La Vuelta Grande había entonces 319 soldados, todos de Caballería. Se tocó batallón y llamada y el teniente coronel don Amador Guerra partió hacia la primera guardia avanzada con los primeros que ensillaron para cumplir la orden del general don Máximo Gómez.
A continuación el general don Máximo Gómez gritó: “¡A caballo!”, y ordenó con voz rotunda al teniente coronel don Juan Masó: “¡Sígame con toda su gente detrás de mí!”. Y allá que se fue con los clarines tocando a degüello.


El río Contramaestre estaba ligeramente crecido. Fue entonces cuando el general don Máximo Gómez vio a don José Martí y exclamó: “Le ordené a Martí que se quedara atrás, ¡carajo!”. Pero Martí ya había desobedecido, pues ansiaba participar en aquel combate, condición innegociable que había impuesto en La Mejorana antes de regresar a los Estados Unidos. Para que el Hombre los tallara puso el monte y el volcán Naturaleza.

Nadie puede ignorar que frente al río Contramaestre, crecido, nos comía la confusión. Por otra parte, salían del mismo dos caminos: el de la derecha, a un kilómetro del campamento español, seguía el curso del río Contramaestre por escarpada margen; y el de la izquierda flanqueaba a sólo unos 600 metros la posición de dicho campamento enemigo.
El general don Máximo Gómez, con los divisionarios Masó, Borrero, Amador Guerra y una fracción nada numerosa de la caballería cubana, cruzó el vado y tomó la ruta de la izquierda. Sin embargo, nuestra partida formada por las tropas del coronel Bellito y las fuerzas de Manzanillo tomó la ruta de la derecha creyendo que seguíamos al grueso de nuestras tropas. A la cabeza de las fuerzas de Manzanillo galopaba don José Martí hacia la muerte. Ya compañía tengo para afrontar la vida eterna: para la hora de la luz, la hora de reposo y de flor, ya tengo cita. Yo galopaba a su izquierda, como puede galopar un jovencísimo soldado que nunca entró antes en combate.

Nos encontramos de pronto frente a la primera línea de tiradores españoles. Su caballo alzó las manos cuando se encontró con las bayonetas españolas y vi como un disparo le entró por el vientre y le salió por la espalda, otro le destrozó la garganta. Esa garganta que respiraba versos y corazón: A los espacios entregarme quiero, donde se vive en paz y con un manto de luz, en gozo embriagador henchido, sobre las nubes blancas se pasea.

Escapé como pude y allí lo dejé tendido; yo, el joven Miguel de la Guardia que ahora se arrepiente de no haber muerto en Dos Ríos, en los terrenos de la finca La Jatía. En la orilla del río Contramaestre, entre dos árboles, un enorme dagame caído con la ramazón seca y un fustete de verde ramaje con la mitad de las raíces en tierra; junto al camino real de Remanganaguas.
 
 









Las fotos son de Cuba: de la casa de José Martí en La Habana, de una estancia tabaquera donde llegamos Jorge, mi fotógrafa y yo una noche, de los mogotes en Pinar del Río que es la provincia más occidental de la isla y de un poema de José Martí que estaba colgado en la pared de una antigua casa colonial.

Este artículo le debe casi todo, en primer lugar a los versos de José Martí y en segundo lugar a un artículo del doctor Guillermo Calleja Leal que cayó en mis manos de casualidad y pensé que era hora de rescatarlo. A sus notas y bibliografía complementaria remito, dándole las gracias.

De cómo eran ese tipo de hombres que combatieron en Cuba, quiero dejar dos detalles que recoge el doctor Calleja Leal, así eran los dos hombres que se enfrentaron aquel día 19 de mayo de 1895: por un lado, José Martí y, por otro, el coronel del Ejército español  Ximénez de Sandoval:

Escribe Martí cómo ha de desarrollarse la guerra y del comportamiento posterior:
La guerra debe ser sinceramente generosa, libre de todo acto de violencia innecesaria contra personas y propiedades y de toda demostración de odio al español.... Todos los actos deben ir inspirados en el pensamiento de dar la confianza de que todos podrán vivir en Cuba después de la paz.

Del coronel Sandoval, que acabó con la vida de José Martí en el combate de Dos Ríos, decir que la Corona española quiso concederle al coronel Ximénez de Sandoval por su victoria el título de marqués de Dos Ríos; sin embargo éste lo rechazó con estas palabras:
No acepto el título por aquella acción, porque lo de Dos Ríos no fue una victoria. Allí murió el genio más grande que ha nacido en América.


Estos hombres podían tener muchos defectos, pero desde luego se comportaban como caballeros, en la paz y en la guerra. En cualquier lugar y en cualquier tiempo siempre se echarán de menos a ese tipo de personas.


No hay comentarios:

Publicar un comentario