sábado, 6 de abril de 2013

PESSOA, IMITANDO A LOS DIOSES

Nosotros, imitando a los dioses,
tan poco libres como ellos en su Olimpo,
como quien en la arena
alza castillos para llenar los ojos,
alcemos nuestra vida
y los dioses sabrán agradecernos
el ser tanto como ellos. 
                                          
                                        Ricardo Reis


Llegué a Lisboa en tren, en el Estrella Nocturno. Fue la primera vez que escapé de casa con un libro de versos y con alguien a quien quería. No recuerdo un lugar en donde me dieran más besos, acaso sin merecerlos. Creo en el color rosa, le dije parafraseando a una delgaducha actriz americana; creo en la risa; creo en besar, en besar mucho; creo que las niñas más felices serán las mujeres más guapas; creo en ser fuerte cuando todo sale mal; creo que mañana será otro día y creo en los milagros. Me gané unos cientos de besos más, quedé muy agradecido a Audrey por sus palabras y llegamos a Lisboa, al amanecer, buscando a Pessoa y a esos heterónimos lánguidos que deambulaban por sus calles en otro cuerpo con nombres tales como Ricardo Reis, Alberto Caeiro o Álvaro de Campos.

Nada más llegar a la estación Santa Apolonia, tomamos un café y decidimos esperar. Yo había quedado en aquella cafetería con José Saramago, de hecho llevaba bajo el brazo un ejemplar de El Año de la Muerte de Ricardo Reis, totalmente garabateado y anotado. Después de leer unas páginas, resolvimos coger un taxi y buscar el mismo hotel donde se hospedaba el doctor Ricardo Reis: ¿para dónde?, peor hubiera sido que el taxista nos hubiera preguntado para qué. A un hotel. Cuál. No sé, y en cuanto dijo No sé, supo el viajero lo que quería, con tan firme convicción como si se hubiera pasado el viaje ponderando la elección. Uno que esté junto al río, por aquí abajo, Junto al río sólo el Bragança, al empezar la Rua do Alecrim, no sé si lo conoce. Lléveme allí.

Los tres primeros días lo dedicamos al turismo. No se puede dejar de ver el Castillo de San Jorge,porque desde allí parece que Lisboa cabe en tu mano, subir por el elevador de Santa Justa, visitar la Casa do Alentejo, el Monasterio de los Jerónimos, la Torre de Belem y navegar un poco por el Tajo:


El Tajo tiene grandes barcos,
Y navega en él todavía
Para aquellos que ven en todo lo que allá no está
La memoria de las naves.
Por el Tajo se va al mundo.
Más allá del Tajo está América
Y la fortuna para los que la encuentran.

Volvimos al Hotel para la cena, la puerta del hotel al empujarla hace resonar un timbre eléctrico, en tiempos debió de haber una campanilla, dirlin, dirlin, pero hay que contar siempre con el progreso y sus mejoras. Después de la cena, seguí leyendo a Saramago, no fuera a ser que por mano divina, Pessoa hubiera vuelto a aquel viejo hotel a charlar con alguien con el aire perdido, de quien vivió el viaje como un sueño.   
Después de la cena tomamos un café justo en frente, en el Royal, ejemplo comercial de añoranzas monárquicas en tiempos de República, o reminiscencia del último reinado, aquí disfrazado de inglés o francés, curioso caso este, se lee y no sabe uno cómo decir la palabra, royal o ruaiale. Me sentí feliz allí, sin nada que reprocharle a los dioses, cosa rara en mí; y en casos como estos uno recuerda con agrado los versos de Alberto Caeiro:

Acepta el universo 
como te lo dieron los dioses.
Si los dioses te hubieran querido dar otro
te lo hubieran dado.

Si hay otras materias y otros mundos,
que las haya.

Yo ahora y en ese momento quería quedarme con esa materia, ese universo y ese mundo, que no volverá a repetirse por muchas que sean las veces que yo vuelva a Lisboa.

El cuarto día, después de la resurrección, me avecé en buscar a Pessoa: Encaro serenamente, sin nada más que lo que en el alma represente una sonrisa, el encerrárseme siempre la vida en esta calle de los Doradores, en esta oficina, en esta atmósfera de esta gente. Allá que me fui buscando su rastro. La calle de Los Doradores se encuentra en La Baixa, parte llana de la ciudad de Lisboa, y desemboca en la Praça de Figueira. Allí pasé la mañana. A comer fuimos a una casa de comidas en la Baja; para almorzar en un restaurante vulgar y, allí, me da por pensar en las vidas de esos hombres que me sirven y por suponer que deben de tener unas vidas aparentemente pavorosas. Ése es el error central de la imaginación literaria: suponer que los otros son nosotros y que deben sentir como nosotros. Pero afortunadamente para la humanidad, cada hombre es solamente quien es, siéndole dado al genio, únicamente, el ser algunos otros más. Como tú, Fernando Pessoa.

Dedicamos otros muchos días a la búsqueda de Pessoa y sus heterónimos; algunos bares, la Rotunda, el barrio pombalino, la Avenida de la Libertade...., no recuerdo qué más. Para salir de aquella atmósfera asfixiante decidimos pasar unos días en Cintra y luego una noche en Estoril. Para soñar un poco diferente.


Abandonamos Lisboa y Portugal, ocho días después, en el tren Estrella nocturno. Volvió a ser mágico. Y en la penumbra de la noche, mientras el tren dejaba atrás las luces de los pueblos portugueses, cogí a Saramago de la mano y continué leyendo, susurrando, El Año de la Muerte de Ricardo Reis:

Éste nació en Porto, vivió un tiempo en la capital, emigró a Brasil, de donde ha vuelto ahora, los otros llevan tres años de lanzadera entre Coimbra y Lisboa, todos en busca de remedio, paciencia, dinero, paz, salud o placer, cada cual lo suyo, por eso es tan difícil satisfacer a tanta gente necesitada. Después de esa frase me dio por pensar si yo necesitaba algo más de lo que ya tenía. Miré a mi lado y dije: nada. Y me respondí: "¡joder, ésa debe ser la definición de la felicidad!". Recordé el hotel Bragança, el café Royal, la mirada melancólica del doctor Reis y recité algún verso suyo:

Sabio es el que se contenta 
con el espectáculo del mundo.





Las fotos son de Lisboa de cuando llegué allí hace muchos años buscando a Fernando Pessoa y a sus heterónimos. Y llegué a Pessoa y a Lisboa con las palabras de Octavio Paz y con las traducciones y anotaciones de dos Ángeles, Ángel Crespo y Ángel Campos, cuyos libros me acompañaron. ¡Ah!, por cierto,  Saramago  vive todavía por sus calles.  

4 comentarios:

  1. ¿Qué sería de Lisboa sin Pessoa?Se le siente por sus calles,por sus plazas, por su café? Pessoa ,desdichado,Pessoa ,genio,Pessoa,literatura infinita.Las paredes de Lisboa caerán antes que olvidemos sus palabras. Pessoa,uno y muchos a la vez.¡Quién vive no sólo una vida sino varias!Dichoso Pessoa.
    Cuando estuve en Lisboa,no pude dejar de pensar en él. Por aquí, solía pasear, por aquí solía sentarse...mi muy admirado Pessoa.

    Sobre Saramago,al que he disfrutado mucho mientras leía Todos los nombres ,Ensayo sobre la ceguera...lo encontré en un pequeño pueblo de Lanzarote,Tías, en la que fue su casa y que compartió con su amor. Pilar del Río.A todos los lectores de Saramago recomiendo la visita a ese ventoso lugar donde todos los relojes están parados a las cuatro.

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    1. Pessoa, persona, es Lisboa mismo y su laberinto y para salir de él lo mejor es seguir las indicaciones que nos da José Saramago: "Así son los laberintos, tienen calles, travesías y callejones sin salida, y hay quien dice que la manera más segura de salir de ellos es ir andando y girando siempre hacia el mismo lado, pero eso, como tenemos la obligación de saber, es contrario a la naturaleza".
      Supongo que ese es el motivo por el que todos a lo largo de nuestra vida cambiamos tanto. Es bueno cambiar y es bueno y sano poder decir al final de nuestra existencia como Chesterton: "Me he pasado la vida comprobando que los demás tenían razón".

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    2. Unos versos de Álvaro de Campos para los que soñamos con escribir alguna vez una frase digna de ser leída:

      "¡Aprovechar el tiempo!
      Pero, ¿qué es el tiempo para que yo lo aproveche?
      ¡aprovechar el tiempo!
      Ningún día sin línea...
      El trabajo honesto y superior...
      El trabajo a lo Virgilio, a lo Milton...
      ¡Pero es tan difícil ser honesto y superior!
      ¡Y tan poco probable ser Milton o Virgilio!"

      Conformémonos los simples mortales "con sacar del alma los trozos necesarios - ni uno más, ni uno menos -", y con poder leer a Pessoa y Saramago entre otros gigantes.

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    3. Tai, pocos son los autores que pueden parar los relojes. José Saramago es uno de ellos. Las cuatro de la tarde es una buena hora para que se te pare el reloj, sobre todo cuando quien entra por tu vida es Pilar del Río.
      Lanzarote y Tías ya son míticos porque están asociados a ese cerrajero mecánico al que le dieron un día con todo merecimiento) el Premio nobel de Literatura.

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