La segunda vez fue cuando viajé con Ossip Mandelstam contra toda esperanza para recuperar la capacidad poética perdida. Los agentes de la policía secreta soviética nos persiguieron, buscaban a algo pero no lo encontraron. Buscaban un poema que había condenado a Maldestam a la muerte en el Gulag.
Y mi tercer viaje lo hice acompañando a Vasili Grossman con quien compartí vida y destino.
El primer lugar que visité de Armenia fue Erevan y lo primero que llamó mi atención fue que en una montaña que dominaba la ciudad había una inmensa estatua de Stalin y donde quiera que se mirara sobresalía el gigantesco mariscal de bronce. Se yergue sobre Erevan, sobre Armenia; se alza sobre Rusia, sobre Ucrania, sobre los mares Negro y Caspio, sobre el océano Ártico, sobre la taiga de Siberia occidental, sobre las arenas de Kazajistán. Stalin es el estado.
Yo sabía que el tiempo no es benevolente con nadie y que tampoco lo sería con Stalin; pues la semántica de los valores juega como un prestidigitador con las palabras y los hechos, intercambiando ambos sobre el reloj de arena de la Historia, y se llena con mortal rapidez de héroes o villanos con el mismo rostro.
Aprendí del más viejo armenio del lugar, después de participar en una asamblea de una granja colectiva del valle de Ararat donde se estaba decidiendo si retirar la inmensa estatua de Stalin, que el pueblo, que es quien paga todo, no necesita ninguna estatua de nadie; pero si hay que retirarla habría que recordar, según dijo el más anciano del lugar, que el estado recolectó cien mil rublos nuestros para erigir esta estatua de Stalin y ahora quieren destruirla. Destrúyanla cómo gusten, pero devuélvannos nuestros cien mil rublos.
El anciano planteó: "Derríbenla, pero en vez de destruirla, entiérrenla. Quién sabe, si otro gobierno llega al poder, quizá esa estatua sea de utilidad y así no tendremos que desembolsar dinero otra vez".
Gavrilo fue considerado héroe nacionalista, lo que se dice un patriota. Más tarde los croatas amparados en la invasión nazi, lo declararon un fanático indeseable. Más tarde con la victoria aliada y partisana yugoslava fue nuevamente considerado un héroe; y después de la desintegración de Yugoslavia en los años 90 del siglo XX, volvió a caer en ese premeditado olvido por su ascendencia serbia. Y ahí que iba su estatua para arriba y para abajo.
Con lo fácil que hubiera sido prohibir por ley humana o divina cualquier copia o representación escultórica o pictórica de un ser humano. ¡Ah, no!, que ahora se trataría de tocar otras sensibilidades, y yo solamente he ido de viaje con Vasili Grossman intentando que el bien nos acompañe.
Escuchando música armenia y sus ocho tonos me dolió y mucho su genocidio. Eso tienen los viajes en los libros; que te acercan donde nunca has estado.
Y es que en Armenia aprendí que nos pasamos la historia pagando las mismas estatuas desde los tiempos de Julio César; por eso, si buscas la eternidad lo más eficaz es enterrar la estatua bajo la arena, a poder ser de un desierto.
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