¡Feliz cumpleaños, Steersman! Hoy es 5 de febrero. Este verano, después de tres años teniéndote en casa encerrado, como los duendes tu carne convertida en ceniza, conseguimos sacar fuerzas y con nuestro dolor y tu alegría marina cumplimos con tu deseo de poder navegar para la eternidad por el ancho océano.
Un viejo amigo desatracó su barco y salimos más allá de la punta de Malandar, donde tantos navíos han naufragado, y allí dejamos que te sumergieras después de tres años cuando te prometimos que tu tumba sería el ancho océano; pero debes entender que no era fácil para nosotros. «Un poquito más, que se quede con nosotros un poquito más», me decían ellas.
Y así se hizo y, tres años después, «de vuelta a la mar está el marinero», mientras tus cenizas toman forma de barco rezando en un susurro: «aquí yace donde quiso yacer».
Y seguí recordando aquel día de tormenta, donde me ordenaste que me atara a la banda y siguiera tus órdenes a rajatabla. Rápido, cuando el viento se adelantó a la tormenta redujiste la vela de proa ajustando la posición de los carros de foque. Como tú y yo sabemos lo importante que es un timonel, Steersman, te enfrentaste a la ola orzando cuando subíamos a la cresta y apoyábamos en el punto más bajo de la ola. Estabas inmenso, Steersman.
Los dos sabíamos que la dirección del viento y la de la mar eran diferentes y eso complicaba la situación. La ola subía a lo profundo y bajaba al cielo o al menos eso creía yo. Con las olas más altas arribabas para que la mar besara la balaustrada de popa. Cada inmensa ola que atacaba tú la fintabas orzando en la cresta para arribar nuevamente en la bajada. Así estuvimos una eternidad, que dicen que es mucho tiempo.
Después de esa eternidad luchando contra un mundo marino sin compasión alguna y la tormenta amainó, pusimos rumbo a Puerto y me preguntaste:
—¿Se te ha hecho largo?
—Infinito —te contesté.
—Infinito también es un buen número —me respondiste.
Y ahora, tú te encuentras en ese infinito con una vida cumplida siempre ciñendo el viento, pero con esperanzas.
Cuando llegamos a puerto tu barco maltrecho y yo temblando todavía y con agua marina hasta en el alma, me pareció que tu tranquilidad en la tormenta y en la calma fue inmensa y me salió del corazón decirte:
—Es increíble lo que has hecho. Yo nunca podré ser como tú.
Y me contestaste:
—Norberto, no te quepa duda de que tú siempre serás mejor que yo. Es la única verdad que te he dicho hoy, porque durante la tormenta todo cuanto te contaba era para darme fuerzas a mí. Sin ti no hubiéramos salvado ese huracán. Has sido lo más importante, tú has sido quien nos ha sacado de ahí. Sin ti, me hubiera rendido.
Cuando llegamos a puerto, te di un beso y te dije, no le cuentes a mamá nada de la tormenta que no va a volver a dejarme salir a navegar nunca más contigo.
Y ahora cuando ya te encuentras enfocando otras tormentas yo me convierto en tuisitala y te digo:
'Bajo el inmenso y estrellado cielo,
Cavad mi fosa y dejarme yacer.
Alegre he vivido y alegre muero,
Pero al caer quiero haceros un ruego:
Que pongáis sobre mi tumba este verso:
«Aquí yace donde quiso yacer;
de vuelta a la mar está el marinero,
de vuelta al monte está el cazador».
¡Feliz cumpleaños, Steersman!
(Te juro que me creí que era mejor que tú en todo, vaya inocencia la mía).
No hay comentarios:
Publicar un comentario