sábado, 31 de diciembre de 2022

TODO EL MUNDO SABE, COMO LEONARD COHEN

Todo el mundo sabe que ellos no necesitan muchas cosas para reír. Todo el mundo sabe que ellos no necesitaban dos coches en la puerta, dos duchas diarias, dos viajes en avión al año con destino a ninguna parte, una casa con seis aparatos de aire acondicionado y calefacción central, ni cinco pares de zapatos y diez trajes.

Todo el mundo sabe que pueden ser felices sin esta descendente vocación del capital que los aboca al juego de las finanzas que a ninguno de ellos conviene. Porque todo el mundo sabe que los dados que les entregamos estaban trucados, y aún así, incluso ellos los lanzan cruzando los dedos.

Todo el mundo sabe que la lucha a la que los abocamos estaba amañada. Los pobres siguen siendo pobres, los ricos se hacen ricos. Así es como es. Todo el mundo lo sabe. 

Todo el mundo sabe que el bote que les dimos para que nos siguieran hace aguas porque tiene una fuga que no le contamos.

Steersman, cuando estuvo en el Golfo de Guinea, me contó que el capitán les mintió a todos. Todo el mundo sabe que el capitán mintió. Todo el mundo tiene esa sensación de que falta algo que no les contaron, porque les hicieron creer que era muy necesario tener dos coches en la puerta, dos duchas diarias, dos viajes en avión al año con destino a ninguna parte, una casa con seis aparatos de aire acondicionado, calefacción central, cinco pares de zapatos y diez trajes, que no necesitaban. 

Pero las cartas estaban marcadas, y son las que les dimos para jugar, por lo que sin duda el trato inicial estaba podrido, y el negro Joe sigue recogiendo algodón para que tú puedas hacerte tus trajes y tus ropas. Y todo el mundo lo sabe.

Hoy he cogido el coche, he salido a ver el mundo, con el río Niger a babor, he encendido la radio y, sin darme cuenta, he puesto a Leonard Cohen para escuchar lo que todo el mundo sabe. 

Everybody knows...










domingo, 18 de diciembre de 2022

ELLIS ISLAND, DONDE ME LLEVÓ GEORGE PEREC


Yo no elegí las cartas que me tocaron jugar cuando repartieron la mano de la baraja de mi vida. Yo no elegí padre y madre, no elegí el color de mi piel, no elegí ni tan siquiera el país donde habría de nacer, ni elegí cuáles serían las fronteras que ocuparía la geografía a la que pertenezco. Ni elegí hambre ni opulencia. Ni tan siquiera mi poca o mucha inteligencia. Llegué aquí con las cartas que me dieron para jugar y reconozco que al nacer no llevaba una mala mano.

Podría escribir una autobiografía de la suerte si no fuera consciente de que hubo gente antes que yo que, con unas cartas no tan buenas como las mías, consiguió darle la vuelta a la partida de la vida, y jugar bien con un reparto de la baraja que parecía irreversible para que, dentro de sus posibilidades, mis cartas brillaran.

Cuando estuve en Ellis Island con George Perec, supuse que mi padre y mi madre, mi abuelo, mi bisabuelo tan dados a la emigración porque las cartas que le tocaron eran las del escaso trabajo y el duro vivir, pasaron por allí.

Dentro de una autobiografía probable, nuestros padres o nuestros abuelos podrían haber estado allí. El azar la mayoría de las veces hizo que se quedaran o no en Polonia, o que se detuvieran por el camino en Alemania, en Austria, en Inglaterra o en Francia.

Steersman contaba que ya en Barcelona empezó a pasar necesidades y ¡todavía tenía que llegar a Góteborg! A la tierra prometida, a Suecia donde el futuro se abriría para los desesperados como él. Por eso cuando estuve en Ellis Island pensé en todos ellos, esos que me quisieron tanto que se fueron a remotos lugares con el único objetivo de que a mí me tocará una buena mano en el juego de la baraja de la vida. Porque Ellis Island pertenece a todos aquellos a quienes la intolerancia y la miseria han echado y siguen echando de la tierra en que crecieron. 

Ellos me hicieron saber que hay un lugar donde resuenan las dos palabras que fueron el corazón mismo de esa larga aventura: dos palabras livianas imperceptibles, inestables, huidizas, que reflejan sin cesar su luz trémula y que se llaman «errancia y esperanza».

Con los griegos descubrí que la palabra planeta significa errante, y que por eso todos, por más sedentarios que nos creamos, seguimos moviéndonos errantes por el inconmensurable universo.

Donde ahora paso mis días a casi todos se les reparten unas cartas con las que es muy difícil jugar la partida de la vida y, al hablar con ellos, te das cuenta de que llevan cosidas, como mi padre, como mi madre, las palabras errancia y esperanza. Y todos miran al cielo buscando su Ellis Island porque han visto o se imaginan que hay lugares donde los cansados, los pobres, las masas compactas de aire puro, los desechos miserables de la tierra superpoblada y los apátridas sacudidos por la tormenta pueden tener algo de esperanza. Aunque luego la antorcha de oro sólo sirva para quemar sus sueños.

Yo no olvido porque sé que:

Cuatro millones de inmigrantes vinieron de Irlanda, 

Cinco millones de inmigrantes vinieron de Italia,

Seis millones de inmigrantes vinieron de Alemania, 

Cuatrocientos mil inmigrantes vinieron de Holanda, 

Tres millones de inmigrantes vinieron de Austria y de Hungría, 

Seiscientos mil inmigrantes vinieron de Grecia, 

Seiscientos mil inmigrantes vinieron de Bohemia y de Moravia, 

Tres millones quinientos mil inmigrantes vinieron de Rusia y de Ucrania,

Un millón de inmigrantes vinieron de Suecia, 

Trescientos mil inmigrantes vinieron de Rumanía y Bulgaria... 

Y de vez en cuando me lo recuerda mi padre cuando me convirtió en ciudadano de Góteborg. Y también me lo recuerda la gente con la que me cruzo ahora que aún no ha perdido la esperanza de encontrar su propio Ellis Island.












domingo, 11 de diciembre de 2022

A LA ALEGRÍA POR EL DOLOR, JOSÉ HIERRO



"
Llegué por el dolor a la alegría, supe por el dolor que el alma existe, por el dolor allá en mi reino triste un misterioso sol amanecía". Para encontrar a los poetas hay que buscarlos entre sus versos, entre sus versos o entre su vida. Con José Hierro, vemos la vida, porque sólo las palabras con su infinita suerte semántica son capaces de crear el mundo. El resto de los  sentidos sólo crean la realidad. La palabra que también dirige el pensamiento crea el mundo donde juegan las ideas. Que es la infinita existencia. 

Pronto, empezó un desconcierto de cárceles para un joven de diecisiete años, desde la cárcel de Porlier a esa cárcel del Dueso donde Pepe Hierro recitaba versos de Alberti y Juan Ramón a sus compañeros de prisión, mientras insistía susurrando desde esta cárcel podría verse el mar, seguirse el giro de las gaviotas, pulsar el latir del tiempo vivo; esta cárcel es como una playa, todo está dormido en ella, las olas rompen casi a sus pies, el tiempo aquí no tiene sentido.


Como todos, llegué a la alegría por el dolor, y he aprendido en mis carnes que un sueño no puede volver otra vez a soñarse, que por una vez  viviré en otros mares, en otros cielos, que no debo volver a buscarme poblando otra tarde como esta de ramas que guarden mi alma. He aprendido que el presente siempre tiene una sajadura hecha con un momento del pasado. Y aprendí, no sé lo digas a nadie a quebrar con mis piernas tu serena cristalería.

A quebrar tu serena cristalería. A quebrar tu serena cristalería. A quebrar tu serena cristalería. No he aprendido nada más en mi vida, que a quebrar tu serena cristalería; aunque como finjo tan bien y siempre saco un verso memorizado a tiempo, consigo engañar a un sistema que procura llevarme por el camino de la absoluta reducción numérica.

Pero lo que ellos no saben es que otro poeta me ha enseñado que las más valiosas cosas no suelen ser las más productivas ni las más prácticas. Donde ahora vivo, no sabéis la alegría que da encontrar una flor, aunque reconozco que es más práctica una col. Por eso he decidido abandonar en esta infinita sabana la cadena de producción y el culto a las cifras y mediciones. Seguiré persiguiendo poetas. 

Aunque como soy un buen fingidor me apaño bien con los balances y contabilidades y todo el mundo cree que sigo abasteciendo de cifras el mundo que me rodea.

Y lo que tampoco saben es que al final siempre se acerca el sueño y soñaré aunque no quieran. Sobre el pinar goteando solo de estrellas.






domingo, 16 de octubre de 2022

Y RECORDÉ LO QUE ERA LA LLUVIA FINA, CON LUIS LANDERO

Nadie ignora que alguna vez la vida te da, sin buscarlos, suficientes motivos como para desear bajarte o, al menos, para pedir que se vuelvan a repartir las cartas porque la mano que llevamos desgraciadamente en ese momento no es la mejor para nosotros. Nadie ignora que, a veces, es tu ánimo el que se revuelve contra ti y te amustia el carácter y te cunde el desánimo.

Nadie, que me conoce, ignora que yo no soy una excepción; al contrario. Lo que ocurre es que he tenido mucha suerte y siempre que llegó algún momento de estos, sobre todo en la juventud, tenía detrás de mí, demasiada gente que, fijando sus pies en el suelo, apoyaba sus manos en mi espalda y me empujaba sin dejar que me parase. Ahora ya sabemos con certeza que no hay ningún relato inocente o, al menos, no del todo inocente. Quizás tampoco lo sean las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente.

Steersman, mi padre, sabiendo que la mar no perdona y a las tormentas no les importa nada nuestro sufrimiento, aunque su atracción sea homérica, me lo dejó bien claro cuando yo andaba sin norte y con menos rumbo que una aguja imantada dentro de una cubertería de puro hierro: "Norberto, de cuanto te pasa, no le eches la culpa al mundo, que el mundo mirará siempre por ti lo justito, muy poco o nada. Así que levántate y cuéntale al mundo que puede contar contigo". Y le hice caso, (nunca me gustó ver su carácter durante las tormentas) y me dispuse a pelear con el mundo. Jugaba con alguna ventaja porque sabía que todos ellos y estoy hablando de una familia muy numerosa, (que no hay mejor invento social que la familia, por mucho que se empeñen los jugadores profesionales de los social) estaban fijando sus pies en el suelo, apoyando sus manos en mi espalda.

Pero en la lucha con el mundo, eso de que te guste la literatura y su poesía es un desatino, ya os lo digo; y así estaba yo desatinado; leyendo mucho, pero desatinado. Yo lo achaco a que nadie te enseña a ser un poco feliz, sobre todo, sabiendo que la felicidad se aprende, y que ese sería el primer oficio que tendríamos que aprender de niños, como también se ha de aprender a convivir con los contratiempos que nos manda el destino, y que la primera lección de todas consiste en aligerar el alma para poder flotar sobre la vida. Pero de niños, estamos demasiado ocupados en labrarnos un futuro a costa de memorizar párrafos de difícil sutura en las heridas de felicidad o amargura.

Como un día yo quería ser Óscar Wilde, al otro Kafka o al otro Cervantes, pensé en seguir sus estelas. Pero ellos también me ayudaron un poco al estilo Steersman. Kafka recoge en una de sus cartas después de esa lucha continua con la tuberculosis que le salvó la vida y lo trajo hasta nosotros en su futuro de escritor me dijo: "Norberto, si tienes que elegir entre tú y el mundo; ponte de parte del mundo". No la vi mala opción porque me dio que pensar que un joven como yo aficionado a los libros y al fútbol no debiera ser el centro del mundo como yo creía, sino un mirmidón más (siempre quise ser soldado de Aquiles, hijo de Peleo) dentro de ese mundo. Aquiles era rey de los mirmidones, que en griego homérico significa hormiga, y para que todos juntos seamos grandes y nos vaya mejor, al final, tenemos que ser hormigas; mirmidones nada más y nada menos.

También seguí, (no se rían), a Óscar Wilde hasta llegar al hotel L´Álsace y como bien comprobó en sus carnes el genio irlandés, aunque lo aprendiera tarde, me dijo: " Norberto, estar dentro de la sociedad es simplemente un aburrimiento, pero estar fuera es una tragedia" . Así que pensé que dentro de la sociedad no se estaba tan mal.

Con Luis Landero, otro grande, he atravesado las sombras familiares, que a todas ha rozado de vez en cuando; sobre todo, cuando buscando esas esperanzas, no siempre útiles, salimos todos huyendo hacia el futuro como una estampida de ganado que agita los cencerros. Lluvia fina invoca a una tragedia y nos hace pensar sobre esa tragedia, y siempre achacamos nuestro desconsuelo en el futuro no a nosotros mismos sino a quienes nos rodearon o a las circunstancias o a aquellos que nos prohibieron seguir por un camino que consideraron peligroso invocando lo que a los jóvenes nos supuraba como un materialismo excesivo. Tal vez tuviéramos también un poco de razón, ¿por qué no?

Pero, puede ser cierto, pues siempre creemos que pudimos tener un futuro mucho mejor, lleno de vanos éxitos, y de que consigamos lo que consigamos, siempre tendremos la sensación de que la vida se resuelve siempre en fracaso. Siempre sin excepciones. Porque al final, todos envejecen, mueren y no cumplen sus sueños. Así de fácil.

Es Lluvia fina esa tragedia, que nos lleva, si no sabemos gestionarlo, hacia el más desconsolador futuro, por no hablarte de las muchas trampas que el hombre se tiende a sí mismo, hasta quedar atrapado en ellas y labrar así su propia perdición. Porque lo que hace desgraciada a la gente es el deseo. Pero no tanto el deseo de esto o de lo otro como el desear por desear, el deseo en estado puro, el deseo que a veces no sabe siquiera lo que desea, sino que es solo una fuerza ciega y despótica, como un arco en tensión cuya flecha no ha de partir jamás.

La gente se olvida rápido de las cosas, pero yo, yo creo en el ayer. Por eso recuerdo a Steersman y a Charo y no creo que tuvieran ninguna culpa en mi desconsolada vocación poética sin saciar. Voy a coger, para no lamentarme, la Carta al padre de Kafka, esa sí que es una relación paterno filial de un escritor atormentado.






















domingo, 2 de octubre de 2022

PARA QUE TODOS SUPIERAN CÓMO AMAR EN CASO DE NAUFRAGIO, POR ESO LEÍ A CRISTINA PERI ROSSI


Sabiendo que en el amor todo es cuestión de distancias, que si te acercas demasiado me excito y me asusto, pero si estás lejos me entristezco, me desvelo y escribo poemas; decidí dejar de escribir poemas por mi poca destreza para los versos y ponerme a leerlos como un loco; sobre todo en aquellos momentos que yo sabía que poco quedaba para que empezase a pasear febril por las habitaciones sin nada que me saciara. Como solo en los poemas está el alma, como solo en los poemas está el aire que respiramos, pensé que solo en los versos estaría mi solución y mi problema, antes de que empezara a rugir el espasmo.

Aunque todos lo crean, nadie es valiente ante la belleza, aunque lo sea en su corazón. Yo ya lo sabía porque con Rilke aprendí que la belleza es el comienzo de lo terrible, justo lo que podemos soportar; pero aun así invoco a ese terrible ángel como mortífero pájaro del alma.

Y escribe Cristina y copio yo: 

Silencio.
Cuando ella abre sus piernas
que todo el mundo se calle.
Que nadie murmure
ni me venga
con cuentos ni poesías
ni historias de catástrofes
ni cataclismos,
que no hay enjambre
mejor que sus cabellos
ni abertura mayor que la de sus piernas
ni bóveda que yo avizore con más respeto
ni selva tan fragante como su púbis
ni torres y catedrales más seguras.
Silencio.
Orad: ella ha abierto sus piernas.
Todo el mundo arrodillado.

Así que he vivido mucho tiempo arrodillado; y así sigo orando cuando ella abre sus piernas; mientras espero y dilato en el tiempo la escritura del Manual del marinero para que todos sepan cómo amar en caso de naufragio:

Un manual del marinero,
para que todos supieran cómo amarte, en caso de naufragio,
para que todos supieran cómo navegar
en caso de maniobras
y por si acaso
hacer señales
llamar con la o que es roja y amarilla
llamarte con la i
que tiene un círculo negro como un pozo
llamarte desde el rectángulo azul de la ese
suplicarte con el rombo de la efe
o los triángulos de la zeta,
tan ardientes como el follaje de tu pubis.
Llamarte con la i
hacer señales
alzar la mano izquierda con la bandera de la ele,
subir ambos brazos para dibujar
-en el relente nocturno-
las dulzuras lúgubres de la u.

Así estoy yo como un alma errante, harta de naufragios en un corazón moderno como el tuyo, eternamente insatisfecho de placeres y belleza, febril y desnudo sin que nada me sacie. Como un poeta que ve como la belleza se desnuda en el sofá, escondida con gestos antiguos, mientras sabe que a lo lejos rugirá el espasmo que se paseó febril por las habitaciones oscuras. Yo estoy sentado en el escritorio leyendo los versos de Cristina que me hace saber que no conoce el arte de la navegación quien no ha bogado en el vientre de una mujer, remado en ella, naufragado y sobrevivido en una de sus playas.

Como sé que mi destino es igual al vagar de un camello ciego como cuentan los árabes, seguiré andando, vagando y leyendo tus versos hasta averiguar cuál es ese destino que seguro que olerá a salitre de concha marina.



lunes, 29 de agosto de 2022

CON EL RECUERDO DE MI OLVIDO DENTRO, LA MÁQUINA DEL MUNDO Y RAMÓN ASQUERINO FERNÁNDEZ


Cuando volví a ver al profesor Ramón Asquerino Fernández, 45 años después de ser mi profesor de Literatura en el colegio el Picacho, pensé que aquel gran culpable de que me enamorara de la Literatura no podía irse de rositas, así como así, después de las miles de horas que yo había dedicado a los libros y a las letras durante tantos años.
En juicio sumarísimo fue declarado culpable, así que lo primero que hice fue obligarlo a leer mi novela La máquina del mundo y, lo segundo, preguntarle si cuanto yo escribía podría ser considerado como Literatura después de lo leído y escrito durante todo este tiempo.

Sin remedio, también aceptó a escribir el prólogo de la novela, un prólogo literario a más no poder, (les juro que no lo obligué); pero es que además, con palabras templadas, también le pedí que presentara la novela en los jardines del Club Náutico de Sanlúcar de Barrameda, ante una nutrida asistencia, culta y viva. También accedió y para ello la preparó a conciencia y escribió un completo texto acerca de La máquina del mundo. No pudo estar presente, pero sí lo estuvieron sus palabras. Aquí se lo dejo, que completa y aumenta lo escrito por él y publicado en el prólogo del libro.

Gracias, Ramón Asquerino Fernández, Catedrático de Literatura, Doctor en Filología Española.

 

 (Sanlúcar, jueves 18 de agosto de 2022, 21:00)

La máquina del mundo: 2022, Norberto Ruiz Lima. Ediciones Ruser. 

 Antes de adentrarse en la lectura de los 20 capítulos de la novela, el lector se encuentra con cuatro escritos: Una autógrafa dedicatoria del autor, pulso azul en esta editio princeps: «Este es el primer libro que salió de la imprenta y no podía ser sino tuyo. 14 de junio de 2022». Más tres citas muy sugerentes e imprescindibles para entender la obra: Una de Wittgenstein: «La totalidad de los hechos existentes junto con la totalidad de los hechos inexistentes es la realidad»; más abajo, la segunda de su admirado Borges: «porque la máquina del mundo es harto compleja para la simplicidad de los hombres», de donde el autor ha extraído oportunamente el título de su novela. Estas dos configuran esa mezcla de tiempos, de hechos que trascienden la propia realidad, pero que se incrustan en ella, en la línea de la reciente exposición en la BNE Relaciones verdaderas de sucesos, como la leyenda del peje Nicolau. Y una tercera y última anotación de José Santiago Candocia, personaje fundamental en la narración, pues es escribidor de cartas, amante, inventor de bardos, liberal, «el hombre nuevo» de los novatores, trasunto de Cide Hamete Benengeli, narrador, poeta representante de ese realismo descarnado que da al traste con el romanticismo, y que escribe: «No me canso de oír el roce de tu cuerpo mientras la desnuda proa abre el mar al conocerlo», que preside la cubierta y contracubierta de la obra y acompaña todas las cubiertas de los barcos del capitán que navegan por mares de páginas.

Este marco, pues, encuadra cuatro referencias: dos al mundo real, del pensamiento, Wittgenstein, y de la literatura, Borges, al que Norberto acaba de visitar en Ginebra; otra, desde ese fondo azul de espumas y abrazos a su amigo, y una final ficcional de José Santiago Candocia, que es un fingidor, un poeta espejo —aquellos vivos Espejos desvelados de mi amigo Julio Asencio— al modo del Octavio Paz de El arco y la lira: «el poeta es un mentiroso». Mundo, en fin, en la narración que combina  imágenes especulares, realidades y fingimientos, estos al eco también de Fernando Pessoa, tan admirado por Norberto: «[el capitán Pascual Pareja] frente al espejo vio que en realidad era un fingidor», p. 23.

Reales resultan, sin lugar a dudas, las voces amigas de Luis Livingstone, creador de la cubierta, que revive recuerdos musicales tan huidos como sin olvidos: salve, Raffaello; y la de Antonio Ramos, desde la SER a ser hoy portavoz de un texto con vida propia. Ambos se explayan, «sonidos negros», en esta «noche escura», pero sin «dolor oscuro», cuyas almas de duende trasvuelan, se nos encienden por la piel con sus manos «almadas».

Como se dice en el Prólogo, al que solo me voy a remitir de pasadas y a procurar no repetir, estamos ante una novela neobizantina al modo de aquella Los trabajos de Persiles y Sigismunda. Historia septentrional que cuenta los amores cohibidos de Periandro y Auristela, desde aquellos lugares remotos, descubiertos y descritos por Cervantes. Bizantina, por sus largos recorridos, peripecias, combates marinos, trabajos, historias de amor y desamor, espacios exóticos y piraterías, muy cercanas estas a la también cervantina El amante liberal, a los tristes sucesos de los cautivos del Quijote I 39-41, al peligro de las naves del Reino Unido en La española inglesa o referentes al soneto «Vimos en julio otra Semana Santa», satírico burlesco ante la pasividad del saco de Cádiz por parte de los ingleses, en 1596.

Abrimos el telón con los capítulos 1 y 2 —y el último, el 20, que también se llama así, en clara estructura circular—, que se titulan La Milagrosa, nombre de la goleta del capitán, como si la narración también tuviese, y lo mantiene, rasgos milagrosos con los tiempos, los puntos de vista y perspectivas. Estos tres capítulos, bajo planos diferentes, establecen el tema-eje de la novela, sobre todo el 1, que funciona como una tensión germinal de toda la narración, porque abarca desde un amplísimo vocabulario marinero, herencia del gusto por la mar que heredó de su padre —Norberto también, y seguro que de su madre, Charo, aquí presente— hasta casi todos los misterios que después se desarrollarán entre unas fechas que oscilan desde finales del XIX y principios del XX, época en la que vivió el periodista sanluqueño Joaquín López Barbadillo, con cuya afición a lo erótico coinciden Pascual Pareja (p.87) y el literato. Este entre libros y Madrid, aquel capitán junto a bucaneros, contrabandistas oceánicos, pechelingues, piratas del mar a fin de cuentas, y adinerados empresarios no menos salvajes, bajo «las estirpes reinantes», p.41, y la política del momento (p.105) sometida a las espadas de Espartero y O’Donnell. Bien es cierto que algunos de ellos fueron empresarios honrados y florecientes «indianos burgueses», como los denomina Santiago Pérez del Prado; Santiago: ¿se llegaron a conocer el capitán y el periodista por las calles de Sanlúcar? Habrá que preguntárselo también a Salvador Daza y a Salvador Sole para sus nuevos y eruditos escritos. Yo interrogaría al bueno del abuelo de Fran, si vio, desde su atalaya diaria de albas, el nervioso perfil del capitán.

En medio, la violencia estalla, salta y salpica por Marejadas, huele, se toca áspera y sabe amarga, a la que hay que añadir el impetuoso comportamiento lujurioso de Pascual Pareja. Sin embargo, el género epistolar, con el que se inicia el capítulo 2, amaina ese temporal en paquebotes o por tierra. Cartas con un yo ficticio  desdoblándose hacia varias formas del que llenan los ojos de amor, por ejemplo, en un cuarteto y a través de fragmentos líricos de la excelente prosa de Norberto. «Escucha mi silencio con tu boca», escribía Manuel Altolaguirre, endecasílabo que bien caracterizaría el plano largamente amoroso de la novela, como esa intensa relación amorosa, al principio en secreto y prohibido silencio, entre Isabel Guzmán y Regina, que se desarrolla desde los capítulos 11 al 20, y que supera una mera historia intercalada; o como la micronarración de amor espléndida en La Algaida del capítulo 4, que cuenta la inmensa sonata de María sacrificada y el hijo del marqués de Benagua en medio de la epidemia de cólera de 1890, y algunas otras intercaladas que se cruzan en la narración, pero subordinadas siempre a la constante de «una pena espesa, minuciosa», como escribe Alejandro Zambra en su gran Poeta chileno, la novela de las frecuentes despedidas, renuncias que concurren también en La máquina del mundo, que es un adiós constante más allá de la muerte.

Sí, porque la medula ardiente de la novela de Norberto es el palatum cordis, el paladar del corazón, que sabe a «tormentas saladas» en la boca del capitán, que se rocía con esas reiteradas aventuras de los peculiares argonautas, los artilleros vascos, por los mares del Plata, Brasil, Chile y Uruguay, entre Camboya y Londres, el Norte de África en Cabo Verde, Las Guayanas, el Amazonas, Cuba, Barcelona, la ciudad norteña en el olvido de su nombre, hasta llegar a la Algaida y Sanlúcar, como una Magallánica. Y el protagonista será un auténtico peregrino, o sea, un extranjero, cuyos viajes conforman esta novela de aventuras preferentemente marinas, aunque no faltan las de tierra firme, seca y agria, áspera, violenta al máximo, a veces cercana a la llamada «poética del vómito» de nuestra picaresca, como, por poner otro ejemplo fuera del Prólogo, en el caso del juez de mar o del recuento de las cabezas humanas, que bien recuerda a nuestro Romancero: Los siete infantes de Lara, y esa violencia continua, que continúa como un Martirio de San Bartolomé de Ribera reiterado hasta el  olor acre y el intenso dolor de las heridas.

Así, se pinta La máquina del mundo de una policromía: ese sabor a rojo sangre, a pensamientos oscuros derramados del capitán, sus peculiares tripulantes de ojos en claroscuro y manchas rojizas, el verde en las olas, los abordajes en viscoso rojo demediado, esas historias de amor cruentas, cortadas a cuchillo, pero en tinta negra de humo escritas por el poeta José Santiago, con espías gris traición, y persecuciones por las exuberantes selvas verde ceniza entre tribus bajo el añil cielo, salvajes lugares algunos de cuyos dominios descubren una nueva lengua, intonsa blanca espuma aún, la Nova, de la que se interesa el buen filólogo, nuestro autor, también metapoeta entre vocales preponderantes y ese realismo descarnado, p.87.

Si me das a elegir…, yo me quedo con la poética del lirismo de Norberto, los besos de Ana, p.39 —la Sinclair de Las mareas no suelen equivocarse— que configura ya un estilo propio del narrador, ese que recorre más que contra los hatajos de pechelingües de tierra y mar, todos los caminos, sin atajos, por estas trescientas páginas. Y por ahí es por donde, contrastes de luz y sombras en las imágenes del capitán, saltan la poesía de Santiago y la de Norberto, que, juntos, como dos fingidores, crean, recrean y reescriben las andanzas de este villano noble, innoble de póquer de corazones arrancados entre mástiles, escotas, drizas, masteleros, foques, bauprés, aves marinas baladreras, amuras, mesanas, vela cangreja, y Góngora, como prolepsis en el soneto CLXVI, Mientras por competir con tu cabello, con un guiño o juego: «En tierra, en humo, en polvo, en sombra, en nada». Y, al final, p.323, nuevo envite a la estructura circular: «ceniza y polvo». Sexo a bocanadas, como la belleza negra de Celia de la Cruz, pero también de amores que rompen y rasgan las fronteras de los calendarios y «las galerías del alma». Por la novela laten nuestro enorme Juan de la Cruz bajo su «noche escura», García Márquez, Cortázar —pues, en cierto modo, la novela es una Rayuela de tiempos: «cruce de tiempos», p.108—, el realismo mágico, Borges, o sea, la literatura latinoamericana de la que es conocedor profundo el autor; más, Garcilaso, Juan Ramón Jiménez, Cadalso, la Celestina, Aleixandre, Baroja, Moratín, Galdós, Cervantes, Calderón, quienes palpitan hacia un desenlace dilatado como El amante liberal. En suma, novela neobizantina o neonovela bizantina, con un colofón-cierre como el de Poeta chileno, 14ª edc. 2022, intensa plenitud de novedad.

Con el recuerdo del olvido dentro camina el capitán hasta el final: «Ya no se puede ni huir», pero la memoria y Pascual Pareja «se escaparon como dos ladrones de belleza» (David Foenkinos. Hacia la belleza). Con el recuerdo del olvido dentro, es el verso que titula esta lectura, principio y llegada de esta mi exposición, imitando la estructura circular de Norberto. Novela, pues, que se desarrolla dentro de un juego de tiempos en el que el autor nos gana con su póquer narrativo.

Y un poeta olvidado, exiliado, andaluz, que nos acerca a estas Islas invitadas, que son el marco, el riomar, los amigos, Doctor Livingstone, Antonio Ramos, Juan Alcón, empresas y entidades colaboradoras. Y con la tarde en vistas de noche Manuel Altolaguirre, nos despide aconsejando la lectura de La máquina del mundo:

 
«La noche —negro médico—
le toma el pulso al río
y despide a la tarde,
que se va para América,
leyendo en la cubierta
en su gran trasatlántico.»
 «Manantial  y ocaso»: Las islas invitadas, 1926.
 
 
Gracias.
  
Ramón Asquerino Fernández: Costa Ballena, jueves 18 de agosto de 2022, 09:35.











 

domingo, 3 de julio de 2022

NORMANDÍA, VERLAINE, RIMBAUD, PATRICK LEIGH FERMOR, HORACIO, CÉSAR, OVIDIO Y LA GUERRA DE LOS GENERALES

Antes de perseguir como un desbocado a Rimbaud y Verlaine, yo había leído dos versos de este último en la enciclopedia que dormía en el salón de casa donde cada volumen, nerviosos, esperaba con ansiedad que el término de búsqueda comenzará por esa letra que guardaba como un tesoro. Arañé el volumen que contenía la letra N y busqué: Normandía; y allí estaba Paul Verlaine:

Les sanglots longs / des violons / de l'automne...

(Los largos sollozos de los violines del otoño...)

El 1 de junio de 1944, la BBC en su emisión de radio lanza al aire esos versos para que la resistencia en Francia comience con sus actos de sabotaje y de preparación del encuentro con los salvadores para apoyar su desembarco y asalto paracaidista. 

Cuatro días más tarde alrededor de las 21:15 horas la BBC vuelve a radiar un mensaje con un verso de Paul Verlaine, Día D-1:

Blessent mon coeur  / d'une langueur / monotone.

(Hieren mi corazón con monótona languidez)

Parece ser que el locutor pronunció bercent que significa balancear y no blessent que significa herir. Ello se achaca a dos razones; la primera, a que ese error fuera parte del lenguaje cifrado; y, la segunda, más pragmática, a que fuera un error del locutor, por esa manía británica de hablar solo inglés. Este último motivo no me dirán que no es mucho más poético.

Me sorprendió sobre manera que unos generales de los Ejércitos aliados eligieran los versos de un poeta simbolista francés. La verdad es que me hubiera sorprendido que hubiesen elegido los versos de cualquier poeta, porque no les hacía yo muy dados a la versificación (ese trabajo es más de tenientes coroneles como T.E. Lawrence mientras escribe sus Siete pilares de la sabiduría o Patrick Leigh Fermor, más dado a la hermosa literatura de viajes); pero de sorpresas está llena la Historia militar. Me alegré por ello.

Y me alegré mucho más porque eligieron al poeta denostado por la sociedad de la época, Verlaine, el sátiro. Y yo, que seguía desde siempre a Cernuda y había leído Birds in the Night, imaginé en esa noche del 5 de junio de 1944 a Rimbaud y Verlaine juntos riendo en no sé qué cielo o parnaso de poetas por esa victoria final. Como cuando aquellos señores de levita, que tanto odiaban, inauguraron una placa en su casa de Candem Town donde vivieron en Londres esos poetas del abandono y el símbolo:

El gobierno francés, ¿o fue el gobierno inglés?, puso una lápida/ En esa casa de 8, Great College Street, Camden Town, Londres, / Adonde en una habitación Rimbaud y Verlaine, rara pareja, / Vivieron, bebieron, trabajaron, fornicaron, / Durante algunas breves semanas tormentosas. / Al acto inaugural asistieron sin duda embajador y alcalde, / Todos aquellos que fueran enemigos de Verlaine y Rimbaud cuando vivían.

El tiempo me dio más posibilidades de adivinar dentro de la Historia de la Literatura otros generales de ejércitos, que vivieron confrontaciones infinitas, pero que se llenaron de esa magia inmortal, llenas de  Humanidades y Literatura; que no hay otra forma de ser inmortal.

Cuenta Patrick Leigh Fermor, cuando lideraba el comando que capturó en Creta en 1944 al general alemán Heinrich Kreipe, comandante de la isla, que durante un amanecer el general, mientras veía salir con mil colores de vida el sol por el Egeo en el monte Ida con nieves perpetuas, comenzó a recitar en latín los versos «Vides ut alta stet nive candidum / Soracte nec iam sustineant onus / silvae laborantes geluque» que  son los primeros versos de la oda (I,9) de Horacio.

Patrick, a quien todo el mundo llamaba “Paddy” le escucha sorprendido y como había leído a Horacio como un loco recita las siguientes estrofas del mismo «flumina constiterìnt acuto / Dissolve frigus ligna super foco»Dos enemigos unidos por el Latín. No hay otra lengua que una más ni sea más cercana, ni más universal por mucho que nos empeñemos. Nada como declamar juntos ante la imagen del monte Ida nevado los versos de Horacio: «Mira cómo resplandece de nieve la alta cima del Soracte/ y los bosques, agobiados por la escarcha,/ apenas resisten su peso y los ríos detienen su curso/ encadenados por el hielo penetrante». El general Keipe se extrañó, pero luego identificó un pasado grecolatino común en la escuela y solo pudo decirle a Patrick: «¡vaya, comandante!».

Preguntado Patrick Leigh Fermor en los comienzos de este siglo por esta anécdota y refiriéndose a la guerra de Iraq que tenía lugar en ese momento, esbozó una sonrisa y adivinó que, posiblemente, esa anécdota poética, que al final es donde se encuentra la vida de verdad, sería impensable en ese comienzo del siglo XXI.

Como también perseguí mucho a los montoneros de Aldao, y en poemas conjeturales vi la muerte del doctor Francisco de Laprida cuando vencieron los bárbaros, los gauchos, a él cuya voz declaró la independencia de esas crueles provincias ahora de sangre y sudor manchado; como digo, yo, que seguí ese futuro sudamericano en las letras, puedo contar que durante las campañas argentinas el general Paz fue hecho prisionero por el general López cuando su caballo fue boleado por los montoneros, soldados del campo, gauchaje sin cultura. Estando en la celda entró el general López a quien el artillero Paz consideraba un salvaje y para que pudiera pasar su cautiverio menos doloroso le entregó un ejemplar de La Guerra de las Galias de César para asombro del general Paz ¡en latín!.

Creo que esos tiempos no volverán; pero aun así yo siempre llevo conmigo un ejemplar de las Tristia de Ovidio, por supuesto, en Latín; no sea que algún día tome prisionero a algún general y éste ande esperando en su celda como un desbocado un libro en Latín para pasar sus horas.

Él comenzará recitando:

Iamque quiescebant uoces hominumque canumque, / Lunaque nocturnos alta regebat equos. /  

(Ya callaban los hombres y los aullidos de los perros /  y la luna regía en el cielo sus nocturnos caballos)

Y yo continuaré, para su extrañeza con los versos:

Hanc ego suspiciens et ab hac Capitolia cernens, / quae nostro frustra iuncta fuere Lari /

(Yo, levantando hacia ella la mirada, y viendo a su luz el Capitolio que en vano estaba junto a nuestro hogar)

Y los dos pensaremos que esos tiempos, en los que el mundo estuvo unido por el Latín, siguen vivos. 









domingo, 19 de junio de 2022

VIAJAR A UN CONEY ISLAND DE LA MENTE BUSCANDO A LAWRENCE FERLINGHETTI

Yo pasé junto a ellos. Un poco antes había hecho un desayuno fuerte, de huevos y beicon, después de una ducha de agua tibia. Yo pasé junto a ellos y pensé que el mundo es un hermoso lugar para nacer si no te importa que algunas gentes mueran continuamente o que, tal vez, sólo pasen hambre con frecuencia, lo cual no está medianamente mal si no te toca a ti.

Jugué al fútbol con ese chico que iba desnudo y descalzo, y a quien para aliviar alguna que otra conciencia, entre ellas la mía, le regalé una camiseta que llevaba en la mochila y que le estaría enorme; y pensé que el mundo es un hermoso lugar para nacer si no te importa demasiado que haya cabezas vacías en los más altos cargos, o una o dos bombas sobre tu cabeza o algunas otras calamidades que nuestra sociedad de marca registrada padece con sus hombres de distinción y sus hombres de extinción, y sus diversas segregaciones y las investigaciones del Congreso y otros estreñimientos que nuestra estúpida carne ha heredado.

Sí, el mundo es el mejor de los lugares para un montón de cosas.

Y también me alegré cuando vi que ellos, como yo en mi país desarrollado, igualmente iban a bañarse al río, aunque ellos no llevaban merienda y el único agua que tocaba su cuerpo, una vez a la semana era cuando tras una larga caminata llegaban a la ribera de ese río que pintaba como nadie el amanecer; mientras yo me duchaba dos veces al día y por la noche antes de la cena disfrutaba de la piscina del hotel antes de volver a cambiarme de ropa. 

Y recordé que en nuestra niñez sólo nos bañábamos una vez a la semana, los cuatro juntos, como también se hacía en las familias de mis amigos. Y que, como ellos, teníamos un pantalón de diario y otro para los domingos. Y que no tuvimos coche hasta que mi padre se compró un Seat 850, con más dificultad que alegría. Tampoco en casa había aire acondicionado ni calefacción.

Era ese tiempo donde no consumíamos tres veces más de energía de lo que en realidad necesitábamos, como hacemos ahora las buenas personas en esos lugares donde parece que es hermoso nacer. Sobre todo pensando que el 10% de la población mundial consume el 70% de la energía que, aunque sea un detalle sin importancia, también les corresponde a otros; pero podemos consolarnos pensando que esta es la parte del mundo donde nada sucede, donde nadie hace nada de nada, donde nadie está en lugar alguno, nadie en ninguna parte, salvo en uno mismo: ni siquiera hay un espejo para duplicar la propia soledad ni siquiera un alma salvo la tuya.

Cuando llegue a mi estación que es lo que de verdad me importa, descenderé del tren; aunque me gustaría primero saber quién está conduciendo la máquina que me lleva a mí y a todos vosotros, si es que hay alguien dirigiendo este fasto convoy que a veces lo dudo; pero, siempre pensaré que el mundo es un hermoso lugar para nacer si no te importa demasiado que haya cabezas vacías en los más altos cargos, o una o dos bombas sobre tu cabeza o algunas otras calamidades que nuestra sociedad de marca registrada padece con sus hombres de distinción y sus hombres de extinción, y sus diversas segregaciones y las investigaciones del Congreso y otros estreñimientos que nuestra estúpida carne ha heredado.

Nosotros, que hemos tenido la suerte de nacer en un hermoso lugar seguiremos fisgando por la ventana para ver lo que pasa en el mundo donde todo sucede tarde o temprano, si realmente ocurre, y seguiremos disfrutando de luces perdidas centelleando, multitudes carnavalescas, circos nocturnos, casas de putas y parlamentos llenos de políticos, fuentes olvidadas puertas de cantinas y puertas perdidas, figuras a la luz de las farolas pálidos ídolos danzando mientras el mundo continua rodando.

Porque, aunque yo no lo crea, he atravesado mil veces una calle que, sin yo saberlo, es la calle más larga del mundo, aunque no tan larga como parece, llena con toda la gente del mundo por no mencionar todas las voces de toda la gente que alguna vez existió. Por no mencionar que guando llego a esos lugares todo el mundo me pregunta que qué pasó.

Y todo esto que pienso fue porque una vez fui a Tánger, persiguiendo a Ángel Vázquez y su vida perra de Juanita Narboni. Y en Tánger me embarqué, no digo cómo porque a veces me arrepiento de mis días con esos enterados beats, con los Henri Matisse, Jean Genet, Paul y Jane Bowles, Allen Ginsberg y su aullido, Jack Kerouac, William Burroughs, Truman Capote o Tennesse Williams y Gregory Corso; auténticos luchadores contra la hipocresía capitalista.

Pero, como no me estoy quieto y mi alma burguesa tampoco, todos esos beats me aconsejaron que me arrimara a ese tipo que vivía en Coney Island y que puede pasar como uno de los más grandes poetas de su tiempo. Además, ese tipo desembarcó en Normandía después de cuatro años de guerra, y eso para mí no era banal; pero lo más importante era que regentaba la mítica librería City Ligths. Un librero, antiguo soldado y poeta, ¿qué más se puede hacer en la vida antes de que aparezca sonriente el hombre de la funeraria?  Por eso, decidí hacerme discípulo de Lawrence Ferlinghetti.

Bueno, tengo que decir que hoy me he duchado tres veces; al levantarme, después del gimnasio y antes de salir a cenar. El aire acondicionado funciona bien porque el calor es insoportable y los dos coches de casa marchan como un reloj. Las industrias textiles y sus ríos pueden estar tranquilas porque tenemos al menos siete pantalones, doce camisas y seis pares de zapatos cada uno; y esperamos con impaciencia las rebajas. Además, como buenos ciudadanos, la comida que sobra la tiramos en el contenedor marrón. Y bueno, somos conscientes de que el 10% de la población consume el 70% de la energía, pero quién puede cambiar eso; sobre todo cuando el mundo es un hermoso lugar para nacer si no te importa que la felicidad no siempre sea tan divertida, si no te importa un roce de infierno de vez en cuando justo cuando todo está bien, porque hasta en el cielo no cantan todo el tiempo.

Por cierto, mañana acudiré a una multitudinaria manifestación para que los países en vías de desarrollo se conciencien de que hay que luchar contra el cambio climático.