domingo, 16 de octubre de 2022

Y RECORDÉ LO QUE ERA LA LLUVIA FINA, CON LUIS LANDERO

Nadie ignora que alguna vez la vida te da, sin buscarlos, suficientes motivos como para desear bajarte o, al menos, para pedir que se vuelvan a repartir las cartas porque la mano que llevamos desgraciadamente en ese momento no es la mejor para nosotros. Nadie ignora que, a veces, es tu ánimo el que se revuelve contra ti y te amustia el carácter y te cunde el desánimo.

Nadie, que me conoce, ignora que yo no soy una excepción; al contrario. Lo que ocurre es que he tenido mucha suerte y siempre que llegó algún momento de estos, sobre todo en la juventud, tenía detrás de mí, demasiada gente que, fijando sus pies en el suelo, apoyaba sus manos en mi espalda y me empujaba sin dejar que me parase. Ahora ya sabemos con certeza que no hay ningún relato inocente o, al menos, no del todo inocente. Quizás tampoco lo sean las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente.

Steersman, mi padre, sabiendo que la mar no perdona y a las tormentas no les importa nada nuestro sufrimiento, aunque su atracción sea homérica, me lo dejó bien claro cuando yo andaba sin norte y con menos rumbo que una aguja imantada dentro de una cubertería de puro hierro: "Norberto, de cuanto te pasa, no le eches la culpa al mundo, que el mundo mirará siempre por ti lo justito, muy poco o nada. Así que levántate y cuéntale al mundo que puede contar contigo". Y le hice caso, (nunca me gustó ver su carácter durante las tormentas) y me dispuse a pelear con el mundo. Jugaba con alguna ventaja porque sabía que todos ellos y estoy hablando de una familia muy numerosa, (que no hay mejor invento social que la familia, por mucho que se empeñen los jugadores profesionales de los social) estaban fijando sus pies en el suelo, apoyando sus manos en mi espalda.

Pero en la lucha con el mundo, eso de que te guste la literatura y su poesía es un desatino, ya os lo digo; y así estaba yo desatinado; leyendo mucho, pero desatinado. Yo lo achaco a que nadie te enseña a ser un poco feliz, sobre todo, sabiendo que la felicidad se aprende, y que ese sería el primer oficio que tendríamos que aprender de niños, como también se ha de aprender a convivir con los contratiempos que nos manda el destino, y que la primera lección de todas consiste en aligerar el alma para poder flotar sobre la vida. Pero de niños, estamos demasiado ocupados en labrarnos un futuro a costa de memorizar párrafos de difícil sutura en las heridas de felicidad o amargura.

Como un día yo quería ser Óscar Wilde, al otro Kafka o al otro Cervantes, pensé en seguir sus estelas. Pero ellos también me ayudaron un poco al estilo Steersman. Kafka recoge en una de sus cartas después de esa lucha continua con la tuberculosis que le salvó la vida y lo trajo hasta nosotros en su futuro de escritor me dijo: "Norberto, si tienes que elegir entre tú y el mundo; ponte de parte del mundo". No la vi mala opción porque me dio que pensar que un joven como yo aficionado a los libros y al fútbol no debiera ser el centro del mundo como yo creía, sino un mirmidón más (siempre quise ser soldado de Aquiles, hijo de Peleo) dentro de ese mundo. Aquiles era rey de los mirmidones, que en griego homérico significa hormiga, y para que todos juntos seamos grandes y nos vaya mejor, al final, tenemos que ser hormigas; mirmidones nada más y nada menos.

También seguí, (no se rían), a Óscar Wilde hasta llegar al hotel L´Álsace y como bien comprobó en sus carnes el genio irlandés, aunque lo aprendiera tarde, me dijo: " Norberto, estar dentro de la sociedad es simplemente un aburrimiento, pero estar fuera es una tragedia" . Así que pensé que dentro de la sociedad no se estaba tan mal.

Con Luis Landero, otro grande, he atravesado las sombras familiares, que a todas ha rozado de vez en cuando; sobre todo, cuando buscando esas esperanzas, no siempre útiles, salimos todos huyendo hacia el futuro como una estampida de ganado que agita los cencerros. Lluvia fina invoca a una tragedia y nos hace pensar sobre esa tragedia, y siempre achacamos nuestro desconsuelo en el futuro no a nosotros mismos sino a quienes nos rodearon o a las circunstancias o a aquellos que nos prohibieron seguir por un camino que consideraron peligroso invocando lo que a los jóvenes nos supuraba como un materialismo excesivo. Tal vez tuviéramos también un poco de razón, ¿por qué no?

Pero, puede ser cierto, pues siempre creemos que pudimos tener un futuro mucho mejor, lleno de vanos éxitos, y de que consigamos lo que consigamos, siempre tendremos la sensación de que la vida se resuelve siempre en fracaso. Siempre sin excepciones. Porque al final, todos envejecen, mueren y no cumplen sus sueños. Así de fácil.

Es Lluvia fina esa tragedia, que nos lleva, si no sabemos gestionarlo, hacia el más desconsolador futuro, por no hablarte de las muchas trampas que el hombre se tiende a sí mismo, hasta quedar atrapado en ellas y labrar así su propia perdición. Porque lo que hace desgraciada a la gente es el deseo. Pero no tanto el deseo de esto o de lo otro como el desear por desear, el deseo en estado puro, el deseo que a veces no sabe siquiera lo que desea, sino que es solo una fuerza ciega y despótica, como un arco en tensión cuya flecha no ha de partir jamás.

La gente se olvida rápido de las cosas, pero yo, yo creo en el ayer. Por eso recuerdo a Steersman y a Charo y no creo que tuvieran ninguna culpa en mi desconsolada vocación poética sin saciar. Voy a coger, para no lamentarme, la Carta al padre de Kafka, esa sí que es una relación paterno filial de un escritor atormentado.






















No hay comentarios:

Publicar un comentario