Nadie, que me conoce, ignora que yo no soy una excepción; al contrario. Lo que ocurre es que he tenido mucha suerte y siempre que llegó algún momento de estos, sobre todo en la juventud, tenía detrás de mí, demasiada gente que, fijando sus pies en el suelo, apoyaba sus manos en mi espalda y me empujaba sin dejar que me parase. Ahora ya sabemos con certeza que no hay ningún relato inocente o, al menos, no del todo inocente. Quizás tampoco lo sean las conversaciones de diario, los descuidos y equívocos verbales o el hablar por hablar. Quizá ni siquiera lo que se habla en sueños sea del todo inocente.
Pero en la lucha con el mundo, eso de que te guste la literatura y su poesía es un desatino, ya os lo digo; y así estaba yo desatinado; leyendo mucho, pero desatinado. Yo lo achaco a que nadie te enseña a ser un poco feliz, sobre todo, sabiendo que la felicidad se aprende, y que ese sería el primer oficio que tendríamos que aprender de niños, como también se ha de aprender a convivir con los contratiempos que nos manda el destino, y que la primera lección de todas consiste en aligerar el alma para poder flotar sobre la vida. Pero de niños, estamos demasiado ocupados en labrarnos un futuro a costa de memorizar párrafos de difícil sutura en las heridas de felicidad o amargura.
También seguí, (no se rían), a Óscar Wilde hasta llegar al hotel L´Álsace y como bien comprobó en sus carnes el genio irlandés, aunque lo aprendiera tarde, me dijo: " Norberto, estar dentro de la sociedad es simplemente un aburrimiento, pero estar fuera es una tragedia" . Así que pensé que dentro de la sociedad no se estaba tan mal.
Con Luis Landero, otro grande, he atravesado las sombras familiares, que a todas ha rozado de vez en cuando; sobre todo, cuando buscando esas esperanzas, no siempre útiles, salimos todos huyendo hacia el futuro como una estampida de ganado que agita los cencerros. Lluvia fina invoca a una tragedia y nos hace pensar sobre esa tragedia, y siempre achacamos nuestro desconsuelo en el futuro no a nosotros mismos sino a quienes nos rodearon o a las circunstancias o a aquellos que nos prohibieron seguir por un camino que consideraron peligroso invocando lo que a los jóvenes nos supuraba como un materialismo excesivo. Tal vez tuviéramos también un poco de razón, ¿por qué no?
Es Lluvia fina esa tragedia, que nos lleva, si no sabemos gestionarlo, hacia el más desconsolador futuro, por no hablarte de las muchas trampas que el hombre se tiende a sí mismo, hasta quedar atrapado en ellas y labrar así su propia perdición. Porque lo que hace desgraciada a la gente es el deseo. Pero no tanto el deseo de esto o de lo otro como el desear por desear, el deseo en estado puro, el deseo que a veces no sabe siquiera lo que desea, sino que es solo una fuerza ciega y despótica, como un arco en tensión cuya flecha no ha de partir jamás.
La gente se olvida rápido de las cosas, pero yo, yo creo en el ayer. Por eso recuerdo a Steersman y a Charo y no creo que tuvieran ninguna culpa en mi desconsolada vocación poética sin saciar. Voy a coger, para no lamentarme, la Carta al padre de Kafka, esa sí que es una relación paterno filial de un escritor atormentado.
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