viernes, 3 de septiembre de 2021

LAS MAREAS NO SUELEN EQUIVOCARSE, UNA LECTURA ESPECIAL DE RAMÓN ASQUERINO

 

A propósito de Las mareas no suelen equivocarse: 2019, de Norberto Ruiz Lima. Revista Cultural "Las Piletas"

«Con esos ideales y aspiraciones, su primo hermano lo había convertido en ese tipo que irá por ahí enarbolando un tenedor en un mundo donde solo se sirve sopa»: Miqui Otero, Simón.

A Domingo Ramírez Moreno, como símbolo de los eternamente perseguidos y demediados en vidas, y con quien coincidí mucho después en alta mar.

El doctor Ángel Prim y Vaussell, uno de los tres protagonistas de esta novela, pasea por La Algaida recogiendo hierbas medicinales y lass nombra con palabras latinas «en voz tan baja que parece, más que una lengua muerta, una lengua prohibida» (2019:129)1. Y como un sentido homenaje al médico, este personaje que sale del papel para convertirse en un ser humano entre una duda y una deuda constantes, me viene el título Æstūs fallī non solent, (Las Mareas no Suelen Equivocarse), porque el latín es perenne como la condición humana. La mayoría de las veces este doctor, como muchos de nosotros, irá por ahí enarbolando un tenedor en un mundo donde solo se sirve sopa, para el mismo Ángel Prim, para José Ruiz el tonelero y Micaela su mujer, para Juana López y «los cuerpos demediados2», antes criminalmente fusilados.

Norberto construye su novela, quizá habría que llamarla más propiamente «historia» (2019:159; 31 y 104) al modo cervantino, sobre una estructura tripartita: tres formas narrativas, tres lugares principales y tres personajes importantes a lo largo de los 23 capítulos que la componen. Empiezo por el hallazgo de las técnicas con este ejemplo ilustrativo3:

A) «El carabinero es poco hablador, tal vez no tenga el atrevimiento de hablarle al doctor. a) Le han contado que el doctor es un sabio que no la ha espichado precisamente por eso. B) Además, qué voy yo a contarle a un doctor, si él no me pregunta. Y C) Vete a su casa y le dices que se vaya a la fábrica de hielo […]». Así: A): El narrador omnisciente conoce al carabinero, y, precisamente porque es parco en palabras y a la vez considera al médico una persona muy instruida, «sabio», no se atreve a dirigirle la palabra. Dentro, aparecería como otra subvoz: a), pues «Le han contado» —una fuente popular, una leyenda como antecedentes— parte de su pasado, pero más bien oscuro. Después, un vulgarismo más propio del carabinero que del narrador: «no la ha espichado», o bien un término donde ambos convergerían.

B) Monólogo interior del carabinero: «Además, qué voy yo a contarle a un doctor, si él no me pregunta»; primero dirigiéndose al médico, a quien considera de nuevo una persona mucho más instruida que él, por lo que se avergüenza y por lo mismo se distancia; y luego su propia implicación en el pensamiento: «yo/ me», típica del monólogo interior.

C) La orden del teniente, curiosamente anónimo aun su protagonismo, en claro diálogo con el carabinero.

Así, pues: Narración en tercera persona en A), donde entra un pasado más o menos inmediato a); monólogo interior elaborado, con todos sus signos de puntuación en B) y, por último, el diálogo C). El éxito de la novedad es que las tres formas narrativas van sin solución de continuidad, pegadas, como sucede en la vida real. Y, además, para mayor originalidad, el autor suele introducir los diálogos con (;) y(,) —pp. 22, 33, y 95, respectivamente—, en lugar de los consabidos dos puntos (:) o rayas (—).

La ciudad es Sanlúcar de Barrameda en lugares reales y muy concretos, principalmente: El Coto Doñana, la fábrica de hielo y la playa, en torno a los cuales se teje la narración. Igualmente, nos sitúa con exactitud en lugares emblemáticos de Sanlúcar: «Estamos en la Plaza del Cabildo», p.37. Con la poderosa presencia de ese «ríomar» de la p.64: «agua salada y agua dulce», donde el agua se mezcla con dos sabores, así los tres emplazamientos se entrecruzan también en la encrucijada de la muerte: por la playa aparecen los cuerpos demediados, en el Coto, capítulo 9, están semienterrados los cadáveres de los fusilados —totalmente ficción, puesto que allí no se asesinó a nadie—, y en la fábrica de hielo se monta una especie de morgue para las oportunas averiguaciones forenses de esos cuerpos partidos por la mitad.

 Allí, con el frío de las barras de hielo, con el miedo, con los cuerpos destrozados, se darán cita los tres protagonistas: el teniente de carabineros anónimo como perseguidor, el sospechoso médico Ángel Prim —apellido en honor al general, según me confesó su autor4— y José Ruiz el tonelero, el perseguido, quienes, a su vez representan tres clases sociales e ideológicas opuestas. Paralelamente, los monólogos y los diálogos se entrecruzan perfectamente en la p.190. Este otro narrador, José Ruiz, nos relata detalladamente en el capítulo 20, Ya están aquí, toda su angustia del mundo a través del oído hasta asfixiar al lector, como si estuviéramos con el personaje dentro del mismo tonel. El fatídico tiempo del desarrollo de la trama es el de los comienzos de la primavera de 1939, plena posguerra, tiempos de venganza cruenta.

Hay otros personajes secundarios perfectamente perfilados: la espléndida y bella Micaela, contrapunto de la inmensa pastora Marcela quijotesca; la Merche y su cesta de camarones que conforma dos jalones perfectos —en el capítulo 13, y al final, p.220, en el capítulo 23— como metáfora del enclaustramiento de la población de Sanlúcar y de España, de la que no pueden escapar ni los camarones ni los españoles. De parecida manera actúa el título en tres hitos: aparece casi al comienzo, p.61, parte se reproduce más allá de la mitad en la p.161, y ya al final, como colofón, p.220.

El terrible Patricio Leal, el «Centauro» de Copa de sombra; Agustín García Romero, al que han cortado en dos, pero vivo, de la alta y ‘respetable’ sociedad sanluqueña y personaje clave en el desenlace de la narración; la casa de prostitución de Sinclair, muy en la línea de la fuerte sensualidad de la novela, sobre todo con el elogio del tacto, sexualidad muy presente, en ese prostíbulo o entre los recuerdos del doctor; el maltratador Sebastián González, p.163, desgraciadamente muy de actualidad, y la defensa propia de su integridad física por parte de Ángela Gutiérrez.

Las referencias literarias se multiplican en la novela, más aún tratándose de Norberto, un filólogo preocupado por la Literatura. Así, los preliminares se abren con dos citas de Esquilo y Sábato sobre la justicia, y la narración  se cierra, en estructura trágicamente circular, con este oxímoron quizá de Borges «la venganza justiciera o la justicia vengadora», p.214. En medio, muchos otros guiños literarios: Ricardo Reis, pp.93, 119, y Alberto Caeiro p.36, ambos heterónimos de Fernando Pessoa5. Por todos lados corretean Rulfo y sus El llano en llamas o Pedro Páramo, como en los diálogos de los muertos en Una conversación mirando al techo, capítulo 22; Cansinos (p.214); Emma Bovary, pp.115 y 116; «La muy leal ciudad de Sanlúcar», pp. 152 y 207, claro eco del comienzo de La Regenta, no lejana a Madame Bovary. «Que Sanlúcar es una ciudad llena de cadáveres», p. 192, es una reminiscencia de Dámaso Alonso. Los versos de Rimbaud en la p.152 se respiran tanto que la pareja de enamorados, que ni conoce al poeta ni lo ha leído, en otro quiebro exquisito de Norberto, los sienten igualmente dentro. Y el eco de El nombre de la rosa: «La palabra es solo palabra y con ella jugamos a las interpretaciones, y los engaños, y así nos va; pero las cosas son como son y no las cambia fácilmente la palabra, ni las luces ni las sombras», p.157, y la teoría nominalista. La extraordinaria partida de ajedrez en la mente del doctor, p.118, recuerda en parte a El peón, 2020, de Paco Cerdán. Por otro lado, los frecuentes hallazgos macabros suenan al colombiano Eduardo Caballero Calderón y su Manuel Pacho, 1961 con el trozo de cadáver en descomposición largamente descrito y paseado. La terrible figura del matarife, pp.166-167, en una crudísima escena, nos acerca tanto al Zola de El vientre de París, 1876, como a la espléndida Sur, 2018 de Antonio Soler y esta a su fuente de inspiración, la grandiosa Berlín Alexanderplatz, 1929, de Alfred Döblin. No me canso de alabar estas tres novelas y, especialmente, la del malagueño.


Y dentro de esa misma línea netamente literaria, se encuentran las señales poéticas, que ya anticipé en la nota 3, y que transmite Las mareas no suelen equivocarse: «El aire silba oscuro presagiando mucha noche», p.12: dos cláusulas de 7+8 sílabas; «Hasta eso me robaron, hasta el silencio», p.21: 7+5= dodecasílabo completo; el propio título también posee 12; «cosiendo las heridas con trozos de miedo», p.77: 7+6=13 sílabas. Y no menores son estos logros poéticos: «Los ganadores se lo quedaron todo menos nuestra hambre», p.52; «Con una sonrisa triste, colgada a la fuerza con un imperdible», p.117; ensalzamiento de la poesía en labores animalísticas: p.127 «la serpiente que escribe letras aljamiadas» y «el lince que escribe oscuro sobre fondo negro», p.139. «Sanlúcar es un pueblo, aquí lo que sobra es el eco», p.212. Elige el autor la fecha de 1927 para la llegada del médico, p.165, como homenaje a la Generación. Y sobre todo, este gran hallazgo sobre la herida de la guerra: «hasta que los poetas no la cierren con versos no será posible ningún tipo de reconciliación», p.183.

Son tan frecuentes los saltos atrás hacia la guerra6 y hacia delante, prolepsis del narrador omnisciente, como en el caso de la consulta a La historia de la ciudad, 1942, de Pedro Barbadillo, con su referencia bibliográfica y que incluye al médico protagonista, p. 31. Ese autor omnisciente juega con el lector cuando está hablando el práctico: «Repite para que nos dé tiempo a comentar el momento», p.131, ralentizando para copiar bien las frases. Del mismo modo, el autor se mete dentro, otra miradilla a Cervantes, como con las confusiones del libro, p.151: «no le importa [al autor] el rigor científico sino el rigor lingüístico», frase introducida en medio del diálogo, con un alarde técnico, de Melquíades con Tomás Delgado. Otro gran acierto es el cambio de rumbo de La Huida [sic], sexto capítulo, cuya permuta de lugar fortalece la narración, sumergida hasta ahora en el Coto. Me parece este un gran episodio bajo el protagonismo de la noche que recuerda, según el autor, a Virgilio: «Se vistió de oscuro como la noche», p.69, y a mí me retrotrae a la Noche oscura sanjuanesca7.

Pero el escritor no domina absolutamente a sus personajes, como ya dije, sino que los deja libres en sus monólogos: «Continúa pensando», p.44. Y como prolepsis, ¿hay en la p.104 una anticipación a la historia que escrribirá el doctor Vaussell pero que no la lleva a cabo? O en la hipérbole, luego desgraciadamente cierta, de que «Esto no va a durar cuarenta años», p.145, sin embargo continúan aún muchas huellas manchadas en la actualidad. «Que pronto aparecerá otro medio cuerpo frente a La Calzada», p.152; «unos años más tarde», p.172. Damiano «treinta años después huirá a Alemania» p.185. Y en otra prolepsis no cumplida, la apertura de las fosas cien años después, p.183. El doctor Ángel Prim y Vaussell (quien «piensa en voz alta», p.32), y José Ruiz, el tonelero de La Gitana8, a mi modo de ver, son los dos grandes personajes, quienes coinciden también en que ambos se suelen expresar más mediante monólogos interiores elaborados.

Véase este gran hallazgo metaliterario, p.80: «porque el monólogo interior siempre pierde la educación que suele acorralar a la conversación externa». Y también se entrecruzan (p.25) y no casualmente. Creo que Norberto atiende  a un eco cervantino en esta afirmación: «pensaría el doctor Vaussell si supiera que algún día su historia la tomara la imprenta a otra medida», p. 159. Es la primera vez que el autor le da nombre, historia, a su narración.

Considero como historias intercaladas —nuevo guiño cervantino— el capítulo 14, El doctor saca la lupa, que funciona como una ruptura de toda la narración principal al retrotraerse a la guerra de Cuba, y el 16, Un muerto muy diferente, que también cumple esa misma finalidad, la de ‘descoser’ el texto para luego volverlo a tejer, al modo de las novelas por entregas decimonónicas y de las series televisivas actuales.

 Y frente a ese olor nauseabundo de los cuerpos demediados como símbolo del blanco grisáceo y negro de aquella derruida España el que preside Las mareas no suelen equivocarse, Æstūs fallī non solent o La fuente muda, siempre el rumbo en la novela lo lleva ese piloto, steersman, o timonel, a quien, en la figura de su padre, dedica el hijo su novela como un homenaje más allá del tiempo y del horror.

Echo de menos, eso sí, algún que otro elogio a la II República, que sale muy mal parada. «Si la República hubiese sido un régimen para 

todos», p.36, dice el maestro. Preso del miedo, lo afirma precisamente un maestro, cuerpo al que purgaron y asesinaron a mansalva. En El Lápiz del Carpintero, 2014, de Manuel Rivas, su protagonista defiende los ideales por encima de su vida; aquí, sin embargo, no. Y sí, la República intentó serlo para todos, sobre todo para los más desfavorecidos. Otra crítica es la que se refiere a «El poco orden que había» p. 181, o «galleando por los corrales de la República»: p.184, metáfora animalística con la que tampoco estoy de acuerdo en absoluto. Todo estalló por un golpe de estado contra el gobierno legítimo de la República, y no el más que repetido 18 de julio, p. 191, si no que se lo pregunten a Virgilio Leret9 aquella tarde del 17 de julio en el Llano Amarillo, Melilla, donde murió con los suyos defendiendo la bandera tricolor a la que juró lealtad. Tampoco es cierta la afirmación de don Melquíades El Longinos: «y además lo empezaron ellos», p.151. Pues no, don Melquíades, tampoco, como tampoco lo saben muchos de los políticos de la actualidad.

La novela acaba con un lacónico consejo del teniente de carabineros que parece, solo parece, una buena persona que no es realmente, pero que al final pretende ser “equidistante” al aconsejar: «Váyase a casa, doctor», p.220. Todos los que podían en aquellos momentos se acurrucaban en casa, lejos del fatídico castillo de Santiago, el tristemente célebre lugar como la antesala de tantos fusilamientos, pp.43, 45, 153. Con el día y medio escaso que duró la defensa por el legítimo gobierno, un precio demasiado alto, terrible, fue el que pagaron los leales al legítimo gobierno en forma de muertos en las cunetas, represaliados, eternamente perseguidos y demediados en vidas, desaparecidos, entre campos de concentración, exiliados y cuyos espíritus tan rotos muchísimos no los pudieron recomponer jamás: «[…] convertidos en tipos que irán por ahí enarbolando un tenedor inútil en un mundo donde solo se servirá sopa aguada». 

Así que «Váyase a casa, doctor», usted que aún puede.

Ruiz Lima, Norberto: Las mareas no suelen equivocarse, Ediciones Ruser, 2019. Todas las citas de la novela proceden de esta edición. De ahora en adelante, solo indico la página.

2 Es un atrevido y conseguido neologismo, pues el DEL no recoge «demediador», aunque sí llevan entradas «demediar» y «demediados».

3 El fragmento se encuentra en la p.62 En la fábrica de hielo, capítulo 8, pp.77-84, lugar clave a lo largo de la novela hasta llegar al espléndido capítulo 22, uno de los mejores para mí; ese mismo espacio reaparece en la p.158, lo que confirma que la fábrica de hielo es una constante bajo este contrapunto trágico: «La lluvia sigue cayendo en el techo de la fábrica», lluvia como testigo del monótono dolor que atraviesa la novela. En esta fábrica de hielo se aúnan el frío, la soledad, el miedolos odios y las conversaciones de José y Micaela ya muertos. Los epígrafes A) a) B) C), son míos a fin de aclarar algo esa gran construcción continuada. Las cursivas también lo son.

4 Mantuvimos una larga entrevista Norberto Ruiz Lima y yo el pasado jueves 1 de julio, que me esclareció bastante algunas cuestiones de la novela. Entre ellas, esta del apellido o el inicial título machadiano de su obra que fue La fuente muda, de «Hoy buscarás en vano»: LXIX Galerías: Machado, Antonio: Poesías completas I. Edición crítica de Oreste Macrí. Madrid, Espasa-Calpe, 1988, pp.478 y 870. Esta composición se publicó en 1903, en la revista Helios. 

5 Coincidimos los dos en la aludida entrevista en la grandeza del Pessoa poeta, incluso más que en la de su faceta novelística. Pessoa, Fernando: Antología poética, Madrid: Espasa Calpe, 1982 en la espléndida edición y traducción de Ángel Crespo

6 La deuda con Copa de sombra, me confirmó Norberto, está clara: desde el Santero,p.15, al lugar ficticio y simbólico de Santa María de Humeros frente al real de Sanlúcar de Barrameda en manos de Ruiz Lima. Hablamos muy largo y extendido de la novela de Acquaroni y su gran valor. Aparte, el autor ha consultado la citada La historia de la ciudad, 1942, de Pedro Barbadillo y Domínguez Lobato, Eduardo Cien Capítulos de Retaguardia, Madrid: G. del Toro, 1973.

7 De esta poligénesis tratamos en la citada entrevista. El autor homenajeaba la maravillosa hipálage del verso virgiliano: Eneida, Virgilio, 9ª edc. Madrid, Cátedra: Letras Universales, 2004, traducción de Aurelio Espinosa Pólit. Los conocidos versos «Ibant oscuri sola sub nocte per umbram»: cuyos sujetos eran Sibila y Eneas, p.333,vv.386-387: «Oscuros en la noche solitaria/ cruzaban entre sombras», traduce Espinosa, mientras que «Iban oscuros bajo la solitaria noche», traduce Borges. Juan de la Cruz, Santo: Poesía, edición de Domingo Ynduráin. Madrid, Cátedra, 1983, Otros poemas: [«En una noche escura»], pp.259-260.

8 García Rodríguez, Juan José: Marejada (Cincuenta y tres episodios emocionales) Sevilla: Darío Libros, 2016: capítulo 45: La Gitana pp.281-294. Con muy detallado y documentado material el autor cuenta la amorosa historia de Gitana, poco que ver con su homónima cervantina. Y del mismo autor, la semblanza que lleva a cabo de su tío Domingo Ramírez Moreno en íd.: El niño que miraba los barcos, capítulo 5, pp.44-45.

9 O’Neill, Carlota: Una mujer en la guerra de España. Madrid, Oberón, 2006, pp.27-44, aunque conviene leer todo el libro













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