sábado, 27 de febrero de 2021

HACERSE TODAS LAS ILUSIONES POSIBLES Y OTRAS NOTAS DISPERSAS, JOSEP PLA CONTRA TODOS

¡Que fusilen a Josep Pla, ya!

Siempre he perseguido a los escritores complejos que se han pasado la vida buscando adjetivos para colocarlos detrás de un sustantivo en una hoja de papel.

Y siempre he perseguido a esos escritores que han conseguido poner en su contra tanto a tirios como a troyanos; porque al final el tiempo, que es la Literatura, siempre les ha dado la razón. Y qué mejor que perseguir al payés más cosmopolita del mundo que provoca a conocidos y desconocidos, como un cascarrabias desde su retiro ampurdanés de Palafrugell a vivir su cosmopolitismo como periodista, mientras se convertía en el mejor escritor del siglo XX en lengua catalana. ¿Del siglo XX? ¡De siempre!

¡Que fusilen a Pla!, se escuchaba. ¡Que fusilen a Pla!, se escuchaba en los despachos de Omniun, ¿dónde vamos a ir con un catalán de ese tipo? ¿Quién puede fiarse de alguien que lo observa todo de esa manera distinta y encima escribe sobre ello?

Veintitrés años después de la guerra civil —‌y esta es una de sus principales amenidades— sigue siendo muy difícil saber si una persona determinada, que pasó la guerra en la Península, fue un traidor o un patriota. Famosa es la cita de Talleyrand que decía refiriéndose a sí mismo: «La traición es cuestión de fechas». En la guerra civil española, la traición o el patriotismo han sido un problema de situación geográfica, de geografía personal. Comparada con la de Talleyrand, es una cuestión mucho más compleja".

¡Qué se puede esperar de un gran pesimista que sólo confiaba en Tarralledas y que receló de todos los demás. Era el antifranquista franquista conservador liberal, el independentista disconvergente, el payés cosmopolita de su tierra, el anarquista tremendamente conservador, el peor espía del mundo en la agencia de Marsella y el misógino de pago de burdeles de corazón. Casi con toda seguridad, la persona a la que el tiempo dará la razón; si no lo fusilan antes, claro.

Agitada, desperdigada, consumida, pasó la época de la juventud. La humedad de la melancolía oxidó mi mundo interior. No conocí el amor ni personas amigas. Los sentimientos nunca me sobraron, viví de capturar menudencias, rodeado por la indiferencia universal.

Pues sí, buscaremos por el Ampurdán a ese Josep Pla, capaz de plagiar un artículo de la prensa francesa mientras se dedica a vivir en París. Escritor en La Publicitat, Las Noticias, La Veu o el Diario Vasco; el periodista del que nadie consiguió hacer carrera. El que vivió en París los tiempos del Charleston; en Berlín cuando a Alemania se la comió Versalles abocándola al nazismo. En la Italia de Mussolini con algún amago incomprensible. En la Rusia de Stalin donde paseó con Nin cuando éste empezaba sus veleidades troskistas. En la Barcelona de Cambó, amigo de su conservador catalanismo, odiado por esa ralea de enemigos excluyentes a los que sin tapujos llamó "cobardes". A ver si va a resultar que al mejor escritor en lengua catalana del siglo XX no le van a dar el Premio de Honor de la Lengua de su país simplemente por escribir en libertad, ¿libertad?: El catalán actual es un producto de la decadencia de Cataluña. Su rasgo característico es el complejo de inferioridad, fruto del deterioro de su personalidad. El catalán no tiene patria, por eso es un ser diferente que no puede compararse con quienes la tienen. Perdió la patria e hizo un gran esfuerzo para tener otra, sin lograrlo. El catalán no tiene un inconsciente sano, normal y abierto. Esto explica sus características: a veces es un engreído —‌la jactancia que nota Unamuno—. Pero a menudo también posee una humildad morbosa, humillada y ofendida, y por eso Unamuno dice que «hasta cuando parece que atacan, están a la defensiva». Puede que esa vanidad insoportable sea una consecuencia del sentimiento de humillación, y viceversa —la humillación crea, como una evasión incontenible, la vanidad. Encontrar un catalán normal es difícil.

¡Que fusilen a Josep Pla! ¡Que echen de la revista Destino a Josep Pla!, grita desde su despacho Jordi Pujol, director del periódico, cuando decide que el catalanismo de Pla no es auténtico, tal y como él lo concibe. ¡Que le digan a ese Pla que solo hay un catalanismo! Pero claro, con Pla no hay que hacerse todas las ilusiones posibles y el payés ampurdanés de Palafrugell también escribe contra los atreidas, sin dejarlos tranquilos: Creen que esta crisis afectará a la situación política y perjudicará  la situación de Franco. Creo que exageran. Los países pobres cuentan con una gran ventaja para resistir las crisis. Justo por estar tan acostumbrados a la pobreza, soportan perfectamente el hecho de hacerse más pobres, y el fenómeno no tiene repercusiones generales apreciables. Para un país rico, en cambio, una etapa de pobreza es muy difícil de superar y el riesgo que comporta puede ser muy grave.  Suponer que Franco tiene la más mínima idea de economía, que la economía le preocupa o le inquieta mínimamente, es una enorme fantasía. ¿Qué le puede importar, por otra parte, a un militar del país, la quiebra de un comerciante? Un hecho de este tipo siempre será una manifestación de la Divina Providencia muy apreciable.

¡Pues eso, que fusilen a Pla! que dice que iglesia, militarismo, latifundismo y burguesía son harina del mismo costal. El contrato es el siguiente: la burguesía paga al militarismo parasitario y, a cambio, la Iglesia defiende la diferencia de clases. La Iglesia católica nunca había gozado, en este país, de tanta influencia y de tantos privilegios como en este período. Los militares y el alto clero han podido construir, edificar y mandar en todo, hasta el punto de llegar a dar la impresión de que la religión iba en aumento. ¡Que fusilen a Pla ya! Se unen a voz en grito convergentes, divergentes, franquistas, nacionalistas, reyes godos; todos piden acabar con Pla. 

Nos queda el consuelo de que desaparecerá toda la geografía de Oriente a Occidente con sus nombres y su esencia, como ha ocurrido siempre, pero de las 30.000 páginas que escribió Josep Pla con mano de artista quedarán las suficientes para saber que un día alguien escribió como los ángeles en lengua catalana. Del griego antiguo apenas queda Homero. Del catalán antiguo quedarán Ramón Llull, Josep Pla y poco más, cuando de verdad desaparezcan sus geografías. 

Pla comienza ahora a hablarme en castellano porque sabe que es un idioma magnífico para utilizar, sobre todo, cuando no se tiene razón.

Pero que nadie se preocupe que Josep Pla, no va a pasar a la posteridad por lo que escribió, sino por cómo lo escribió. Solo así son eternas las naciones, como descubrieron la Grecia Homérica, la Acadía de Sargon o la Asiria de Asurbanipal. Y cuando los idiomas cambien porque se los llevan los siglos; y apenas sean reconocidos sus signos y significados, los sesudos filólogos del futuro adivinarán que hubo un idioma claro, conciso, brillante, con adjetivos exactos cuando abran arrugados tomos de un payés de Palafruguell que se llamaba Josep Pla. Un tipo que dicen que llegó a ser espía de Franco, pero que también salvó a muchos judíos centroeuropeos, en connivencia con el director de la orquesta del hotel Ritz que trabajaba para el espionaje norteamericano. Además, el gobierno de Estados Unidos quiso condecorarlo con una medalla y renunció a ella. Yo nunca he renunciado a ninguna, siempre me pudo la vanidad; aunque tampoco sé escribir como él, claro.

El país resiste, porque el país es el idioma; y al igual que el castellano es cervantino, el ruso es de Tolstoi, el inglés es de Joyce o el italiano, que antes fue florentino, de Dante; el catalán es de Pla; y eso es lo único que quedará de la geografía que conocemos dentro de cinco siglos. Así ha sido desde los tiempos de Homero, Sargon o Arsubanipal. 











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