domingo, 24 de enero de 2021

EL CERO Y EL INFINITO, LA PESADILLA DE KOESTLER

"Les trajimos la verdad y en nuestra boca sonó a mentira; les trajimos la libertad, y en nuestras manos pareció un látigo; les trajimos la vida plena, y donde sonó nuestra voz los árboles se secaron, con un susurro de hojas muertas; les trajimos la promesa del porvenir, pero nuestra lengua tartamudeó y salieron ladridos de nuestros labios".

Posiblemente, sea cierta la aseveración de que todas las personas pasadas, presentes y futuras estamos unidas por un nexo común, por leve y discreto que este sea.

Yo estuve ligado, sin saberlo, a Arthur Koestler durante dos años en la Academia Militar de Ávila. Cada mañana, cuando salía de mi camareta, justo enfrente de la puerta, estaba colgada en el pasillo una foto del intendente laureado en la Guerra Civil, Carlos Haya.

Y a Carlos Haya, concretamente a su mujer, Koestler le debe la vida. Koestler era prisionero de Queipo de Llano en Sevilla. El general lo había condenado a muerte, por un quítame allá una entrevista que el periodista consiguió a través de Luis Bolín, corresponsal en Londres, en la que lo tachaba con unos calificativos, "carnicero" entre ellos, que a Queipo le gustaron muy poco.

Afortunadamente, para la historia de la Literatura, tras muchas negociaciones, se produce el canje de Koestler por la mujer del fallecido en combate Carlos Haya, que estaba prisionera en una checa republicana y, según contaron, pagando el duro tributo que pagan las mujeres desde que la guerra es guerra.

Así que llegué a El Cero y el Infinito, sabiendo que Koestler y yo veníamos de una larga relación. Por eso, me fui con él desde el principio a tratar de entender al Camarada Rubashov, a vivir desde dentro ese Partido, que estaba sufriendo una prueba severa; y que todo aquel que se ablandara no podía continuar en sus filas; porque el Partido no puede equivocarse nunca; y por eso, no importa que devore a quienes lo hicieron posible. ¡Todo por la Revolución! Hasta el hambre, hasta el último sacrificio: "Declárate culpable de crímenes que no has cometido para salvar la Revolución". Tú, luego, no te preocupes, ellos se encargan de fusilarte.

Llamaron a la puerta, y el joven oficial que la golpeaba con la culata de su revolver gritó: " Ciudadano Nicolás Salmanovich Rubashov queda arrestado en nombre de la Ley". Rubashov, enseguida, comprendió lo que pasaba: "De manera que te fusilarán". Del Primer presidente de la Internacional, que había sido ejecutado como traidor, solo podía recordar un trozo de su chaleco a cuadros, estirados por un vientre abultado. El segundo Primer Ministro del Estado Revolucionario, también ejecutado, se mordía las uñas en los momentos de peligro. " La Historia te rehabilitará", pensaba Rubashov, sin particular convicción.

Pero, lo que más temía era el horror que le corría por el cuerpo tan sólo con pensar que, como todos los que él hubo mandado ejecutar, él también tuviese que admitir con la bala tocándole la nuca que su condena era justa. Al fin, se ha dado cuenta lo poco que influye para la Revolución que sea realmente culpable o no lo sea.

Al carajo la Revolución, me dice Koestler. "Eso, al carajo la Revolución y el Partido", le contesté, "he estado en dos y siempre terminan los mismos pintando con su sangre la nieve".

"Ni vosotros, ni yo le servimos ya al Partido y al Gran Líder; ahora ya no necesitan héroes, ahora quieren funcionarios de acero. Por el bien de la Revolución, del gran líder y del Partido que ayudamos a crear, debemos declararnos culpables", gritó Rubashov mientras una descarga de máuseres le partía el alma dejando su cuerpo sin vida sobre la nieve. El Partido es la encarnación de la idea revolucionaria en la Historia; y la Historia no sabe de escrúpulos ni de vacilaciones.

— Vamos al café de París, Koestler, que quiero decirle al hijoputa de Sartre un par de cosas; espero que Camus no se meta en medio como la otra vez.








No hay comentarios:

Publicar un comentario