No hay clásico que no lleve una pesada carga. No hay
clásico que no siga haciendo las mismas preguntas desde el principio de la
palabra escrita. No hay clásico que incluso siendo alimentado por el propio
sistema no termine chocando con él. No hay clásico que no necesite ser leído
constantemente para poder entender con cada lectura una migaja más, como si de
infinitas ruinas circulares se tratara. No hay clásico que no termine alguna
vez exiliado de su propia conciencia. Un Nobel no hace a un clásico; pero sí un
clásico hace a un Nobel. ¿Por qué no viajar entonces desde Bajna Bâsta a
Visêgrad en la República Srpaska de Bosnia?
Ya hace años lo hice de la mano
de hoy ya viejos soldados; pero sí, me he decidido a acompañar a este escritor austriaco,
que me deslumbró con la difícil novela de Los Avispones, escrita para lectores
de los años 60, ardua para lectores de los 80 como yo; e imposible para esos
lectores del nuevo milenio. Qué se le va a hacer, aunque los clásicos duren
siempre; sin embargo, no están los tiempos para clásicos. Aunque me sorprendió
no encontrar ni el esperado retrato de Radovan Karadzic ni el de Ratko Mladic
en las paredes. Sólo un paisaje y un prado bosnio. Íbamos a su región, si no
con esa expresa buena voluntad; por lo menos, no era una fría mala voluntad
como ha ocurrido con casi todos los que han viajado allí en estos últimos años.
Cuando yo andaba por allí, en
Drâcevo, Môstar, Jablanica; convivímos a la manera que se convive, pasando por
un frente ardiendo, con la Armija, con el HVO; y con todos aquellos ciudadanos de a pie que andaban
sufriendo la locura nacionalista de los Milosevics, Tudjmans, Karadzics,
Bobans e Itzetbegovićs de turno. Vimos a los bosnio-musulmanes que huían
de los bosnio-croatas, a los bosnio-croatas de los serbobosnios; los serbobosnios
de los bosnio-croatas y bosnio-musulmanes. Dependiendo del lugar en que habitaban, todos huían de todos. Al final,
por reducción al absurdo, que eso es la guerra porque la propia violencia la
define, eligieron la guerra que, sin medida, termina
siendo la única opción entregada en bandeja de plata por la locura
nacionalista de los Milosevics, Tudjmans, Karadzics, Bobans e
Itzetbegovićs de turno. Como bien sabemos aquí, Chaves Nogales es buen testigo,
nunca hay una tercera vía más que el exilio. Nadie puede engañarse.
¡Ajá, ya vuelven con su locura
serbobosnia!, decían en la República Srpaska, cuando nos veían entrar en los
pueblos. Yo, antes de que nada existiera, ya amaba Visegrad; pues recorrí ese
puente, Mehmed Paša Sokolović sobre el Drina, con turcos, católicos, ortodoxos
y judíos; yendo y viniendo; cada tienda, cada garita de guardia, cada arco que
son como la media luna, cada piedra que se arrancaba en una revolución y que
otra diferente volvía a colocar con las palabras de Ivo Ândric, que ahora dicen que fue
serbobosnio, aunque yo nunca lo supe.
En el imaginario común de la
guerra de Bosnia, ya hay buenos y malos como en todas las guerras, no hay
tercera vía para la gente común, para los que sufrieron el hambre y la
violencia; hay buenos y malos; muy buenos y muy malos; no hay tercera vía, ni
cuarta, ni quinta, ni sexta: están los buenos de Occidente y los malos de Oriente, en una generalización que ha llevado a demonizar a todo un pueblo o a
dos. ¿Procesos?, ¡Sí!, pero contra gente que procedan a la vez de los tres
pueblos que han estado en guerra y no en primer lugar contra un serbio. Más de
una vez en mi vida he escapado de los fusilamientos, de los nazis, de los
Ustachas; pronto voy a cumplir 80 años y me mataré yo mismo.
Desde luego, que en la corte
Penal Internacional han faltado nombres por detener; aquellos líderes; los
Milosevics, Tudjmans, Karadzics, Bobans e Itzetbegovićs de turno, que
embarcaron en la locura nacionalista al común del pueblo, a esos ciudadanos
que sólo querían vivir en paz y algunos de los cuales se convirtieron en
bestias y otros, pocos, conservaron sus valores. Más de tres años de guerra
universal, allí en el extremo del valle. ¡El mundo entero ardiendo en el
angosto extremo del valle!
El año pasado volví a visitar
Sarajevo, y su biblioteca, puesta en pie de nuevo sobre sus escombros, y sentí
dolor cuando en su fachada vi dos placas en inglés y croata que
decían:
"En este lugar criminales
serbios la noche del 25 al 26 de agosto de 1992 incendiaron la biblioteca
Nacional de la universidad, más de dos millones de libros, periódicos y
documentos se perdieron en las llamas. No lo olvides, recuerda y vigila"
Esta generalización que
criminaliza a todos los serbios está hecha desde la mala fe y me dolió leerla;
porque las sociedades que escriben sobre mármol ese tipo palabras están
condenadas a no tener futuro, porque están condenadas a no entenderse. Me
vienen tantos recuerdos, que si yo tuviera que generalizar.
Vosotros, serbios de Bosnia, ¿qué
hacíais allí, precisamente vosotros? ¿Por qué os quedáis en Srbrenica?
Ya nadie volverá a cantar esa
vieja canción en la que un serbio está esperando toda la noche a que
lleguen de la orilla contraria del Drina dos amigos amigos musulmanes para disfrutar juntos de esa noche de luna; no hay otra definición de dolor infinito para el Drina que esa, ya nunca volverá a cantarse esa canción.
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