domingo, 15 de octubre de 2017

LA BANDERA DE LA VIDA


Hay lugares donde las banderas se visten con su verdadero significado, con su auténtica forma, con su razón de ser; y es en esos territorios, y no en otros, donde sus colores, cuando asqueados de la bajeza humana, cuando iracundos de la dureza humana, son capaces de representar, por un momento y por una feroz circunstancia, la paz, la calma, la tranquilidad y el sosiego allá donde sólo hay dolor, destrucción y muerte.

Acabábamos de dejar el Neretva, que nos guiaba por toda la ruta de los españoles, y entramos en el bulevar de Mostar, desolado, como siempre, en esto se nos acerca una mujer, que sale de una casa semiderruida por los bombardeos, y nos dice: no sabes la alegría que nos da cuando vemos esa bandera. Le señalo la de la ONU y nos dice: no, la otra, la amarilla y roja. Es la bandera de la vida.

Nadie podría haberla definido mejor; y jamás en España, ni con un concurso de lemas, hubiera salido uno tan bonito y tan cierto.

Con esa bandera, la bandera de la vida, llevando plasma sanguíneo al hospital musulmán de bosnia murió un joven amigo, Jesús Aguilar, recuérdalo tú y recuérdalo a otros, que sin conocer esa tierra, para él lejana y extraña toda, escogió ir a ella, y en ella, si la ocasión llegaba, decidió apostar su vida; y con esa bandera, la bandera de la vida, tratando de salvar a civiles no combatientes, murió otro joven amigo, Arturo Muñoz Castellanos, juzgando que la causa allá puesta al tablero, entonces, digna era de luchar por la fe que su vida llenaba. Y Ángel Tornel y Fernando Casas, a quien apenas tuvimos tiempo de poder despedir en Divulje, que anduvieron interponiendo sus cuerpos y la bandera de la vida, cuando asqueados de la bajeza humana, cuando iracundos de la dureza humana, supieron que la causa por la que morían era noble y digna de luchar por ella.

Y así ha sido desde entonces. En Bosnia, El Salvador, Kosovo, Líbano, Guatemala, Afganistán, Iraq, Mali..., donde muchos soldados españoles, que uno ya es un número inabarcable, dejaron sus vidas.

Esa bandera no tiene raza, que no pocos de los nuestros la defienden hasta morir, que bien los he visto en Bosnia, Líbano, Mali, o el sur de Turquía, y su piel es la que le dio su madre cuando lo trajo al mundo, mientras que vi a pocos puros por esos caminos de Dios; esa bandera no tiene religión, que bien se lee la Biblia, el Corán y la Torah en los cuarteles y en las misiones porque si nunca has rezado, vete con la Agrupación Canarias a Bosnia en el año 1993 y verás lo rápido que aprendes; esa bandera no tiene ideología, quien así lo cree se equivoca, esa bandera es de todos, y si alguna ideología la toca, yo la maldigo. Porque es la bandera que va con la ley, la de todos; la justicia, la de todos; y la paz, la de todos. Incluso la de esas tierras lejanas y extrañas que no conocíamos y donde muchos apostaron en ellas sus vidas.

He dado algunos nombres, pero son cientos, aunque uno sólo es suficiente, uno, uno tan sólo basta como testigo irrefutable de toda la nobleza humana. Sé que Cernuda también escribió para ellos su poema Recuérdalo tú y recuérdalo a otros, y eso hago yo aquí, recordarlo, haciendo caso a tan gran poeta.

Veo venir a una mujer que nos saluda con la mano y nos dice: No sabes la alegría que nos da cuando vemos esa bandera por la carretera. Le señalo la bandera de la ONU y nos dice: no, la otra, la amarilla y roja. Es la bandera de la vida.























































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