viernes, 13 de enero de 2017

TRAS LOS HIJOS DEL CAPITÁN GRANT, CON JULIO VERNE

No hay ningún tiempo pasado que no esté en manos del futuro, que es quien domina la memoria. De mi primera memoria literaria me quedan los fragmentos de los textos que leí en mis primeros años de estudio y que, al albur de la selección de algún gurú académico o literario, venían recogidos en los libros Senda de la Editorial Santillana que estudiábamos en El Picacho.

Yo, hasta entonces, jamás había leído un libro completo; pues, a diferencia de Borges, la biblioteca de mi padre no tenía puertas que pudieran abrirse; así que viví con migajas de Azorín, Cela, el Poema del Mío Cid, Pedro Antonio de Alarcón, Pío Baroja, Miguel de Unamuno, el infante don Juan Manuel, Valle Inclán, algún poema extraviado de Lorca y Alberti y todos aquellos otros textos que componían el compendio de Senda. Puras migajas, sin principio ni final, sin inicio, ni nudo y desenlace que, entonces, para mí eran oro. Oro pasado por el tamiz mágico de mi profesor de Literatura don Ramón Asquerino que, como los buenos profesores, desdeñaba los fríos libros académicos y nos volteaba por la Literatura de verdad.

Pero un 29 de enero de 1976 terminé de leer, por primera vez, un libro completo, Los Hijos del Capitán Grant de la editorial Círculo de Lectores, impreso en el año 1975, y entendí que los fragmentos, que hasta entonces había leído, necesitaban de algo más que de la buena escritura para conformar un libro.

Todavía ese volumen está en casa de mi padre; y en el fondo de la mar, o en unas manos desconocidas, debe de andar una botella con un mensaje dentro que lancé esa misma tarde después de acabar el libro.

Dentro de la botella, verde como la mar, deposité un mensaje en el que escribí las únicas letras en francés, garabateadas por el capitán Harry Grant, que podían descifrarse en el tercer manuscrito; el cual apareció en el estómago de un tiburón martillo dentro de una botella:

troj                              ats                        tannia                        
gonie                         austriel                                          abor            contin         pr          cruel indi           jete                                           ongit      et 37º 11 lat.

Siempre pensé que quien encontrara esa botella, aunque no fuera dueño del Duncan, ni se llamara Lord Glenarvan, adivinaría que el capitán del Britannia, Harry Grantestaba en apuros; y comenzaría un fabuloso viaje hasta encontrar los 37º 11 de latitud. Yo lo hubiera hecho.

Mi padre y ese libro fueron los causantes de que, desde niño, yo quisiera estudiar Naútica y ser marino mercante para recorrer los mil mares y escribir historias sobre ellos. Pero el pasado siempre es escrito por el futuro, y los dioses del futuro escogieron para mí otros caminos más polvorientos, pero igual de mágicos.

De todas formas, yo, todos los días que estoy en Sanlúcar, acudo a la playa de La Jara por si encuentro un mensaje dentro de una botella que me inste a buscar los 37º 11 de latitud.







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