Anduve en Ávila dos años en diversas ocupaciones; allí me di a la Logística, la Contabilidad y al Derecho por esas mañas que se da la vida de colocarnos en toda clase de situaciones y lugares, a veces elegidos y otras por necesidad.
Yo sabiendo que iba a Ávila escogí cuatro libros para meter en mi bolsa de viaje: El Libro de la Vida, Las Moradas, Las Fundaciones y Camino de Perfección; sabiendo que ella, tal como escribió Cernuda, andaba oculta como la flor en la soledad del libro.
Ya toda me entregué y di
Y de tal suerte he trocado
Que mi Amado es para mí
Y yo soy para mi Amado.
El mismo día que pisé Ávila, y antes de llegar a mi destino, decidí pasarme por el convento de la Encarnación.
Me senté en la acera, frente a la puerta, y me puse a recordar.
Me hubiera gustado llegar a la Encarnación de madrugada, a oscuras y encelada, como lo hizo ella, una niña de quince años que contra la opinión de su padre decide no aceptar su casamiento pactado, que considera como un sometimiento de la vida de la mujer al varón; y que niega a las mujeres el acceso a la educación, a los libros y a la vida. Los jueces son siempre hijos de Adán y cuando ven una acción de una mujer siempre la juzgan a mal. No hay más que ver la lengua y sus contornos. Se necesita una muy determinada determinación.
Le han abierto la puerta del convento sin hacerle ninguna pregunta. Saben de dónde vienen, quién es y, sobre todo, quién va a ser.
Vivo ya fuera de mí
Después que muero de amor,
porque vivo en el Señor
que me quiso para sí.
Cuando el corazón le di
puso en él este letrero:
que muero porque no muero.
Su padre la ha seguido sin que ella lo sepa. Y, cuando la ha visto entrar, dos lágrimas han corrido por sus mejillas. He visto ese cuadro mil veces.
Esa niña ya ha leído los volúmenes de San Gregorio y San Jerónimo, novelas de Caballerías, las Confesiones de San Agustín y los libros de Oración en lengua romance. Convenció a su hermano para huir a tierra de moros para ser descabezada como los mártires, pero afortunadamente unos familiares, los vieron salir a pie por las murallas antes de que fuese demasiado tarde.
Ha llorado cuando la Inquisición prohibió y quemó los libros en lengua romance: hay quien ve peligroso que la lengua popular se arrime al cauce sacramental. Nada podrán contra el tiempo
Yo no hablo de teoría, sólo quiero decir lo que siento yo; este es mi Libro de la Vida, como el que tienen todos los que mueven sus pasos por esta Tierra. Esta dispuesta a eliminar toda discriminación de sangre y sexo: entre hombres y mujeres, entre cristianos nuevos y cristianos viejos, entre seres humanos… que es lo que somos. Recuerda la condición de judíos de sus bisabuelos, los Cepeda, y de judío converso de su abuelo; su castigo por la Inquisición como criptojudío, su paseo por Toledo con el San Benito, su huída a Ávila, sus pleitos…Sabe que Dios está en todas partes: entre pucheros, en la caridad, con los pecadores, con los pobres, con los ricos, con los inocentes y con los culpables. Dentro del convento están rezando por todos. Incluso por mí.
¡Oh hermosura que excedéis
a todas las hermosuras!
Sin herir dolor hacéis,
y sin dolor deshacéis,
el amor de las criaturas.
Ella está cambiando en este momento sus ropas, que ha traído de casa, por el hábito de monja; su celda es austera y fría; su salud será precaria toda su vida; y la poesía velará por ella y por nosotros; la poesía y la oración:
¡Oh muerte benigna,
socorre mis penas!
Tus golpes son dulces,
que el alma libertan.
¡Qué dicha, oh mi amado,
estar junto a Ti!
He abierto la puerta de la Encarnación para ver el torno y si, por casualidad, puedo oír, detrás, sus pasos.
Nada hay, y decido irme calle Vallespín hacia abajo, donde voy a vivir, al menos un par de años.
Cuando llego saludo, me presento, me dan la bienvenida; y, me dicen, que “mañana, a primera hora, nos debemos presentar a la Santa, que nació justo en la casa de al lado”. Si es que Ávila se llama Teresa como Lisboa se llama Pessoa, pienso para mí.
Durante dos años viví justo al lado de la casa donde nació Teresa de Jesús. Me hicieron hijo adoptivo de Ávila, seguro sin merecerlo; y siempre que vuelvo recuerdo los fríos inviernos, algún abrazo y los versos de la Santa.
Viene pobre y despreciado,
comenzadle ya a guardar,
que el lobo os le ha de llevar
sin que le hayamos gozado.
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