Me
han contado que hay un cierto Sócrates, hombre sabio que indaga lo que
pasa en los Cielos y en las entrañas de la Tierra y sabe convertir en buena una
mala causa, que anda corrompiendo a los jóvenes y que a los hombres de
negocio y a los políticos les va echando en cara sin ninguna vergüenza su afán
por el dinero, la fama y la riqueza; y que ha proclamado, mirando a los ojos a
jueces y a oradores, que la mayor virtud que pueden tener consiste en decir la
verdad. ¿Quién se ha creído que es ese Sócrates?
Y
encima con chulería, ese Sócrates impío, que no hace otra cosa que pasear por
los aires su filosofía y otras extravagancias similares, mirándonos a los ojos
da por bienvenido su futuro: venga lo que los dioses quieran, es preciso
obedecer a la ley y defenderse.
Desde
hoy Sócrates vas a ser condenado a muerte. Desde hoy, Sócrates, cada día el
poder corrompido, va a hacerte beber la cicuta pues es preciso obedecer a la
ley y defenderse. No importa que tu amigo Querefon haya ido al oráculo de
Delfos y, preguntando al dios por el hombre más sabio del mundo, la Pythia, en
trance, le haya respondido que eres tú Sócrates. Tú que te atreves a proclamar
que el sol es una piedra y la luna una tierra, cuando todo el
mundo sabe que son dioses.
Sócrates,
si esta sociedad está basada en el éxito, la búsqueda de la riqueza, la fama,
el ser en todo el primero, en la injusticia y en la insolidaridad cómo te
atreves a criticarla cada día, esta sociedad que te da de comer. Bien es verdad
que participaste en tres guerras, en Potidea, en Anfípolis y en Delio, y te
portaste con valor obedeciendo a tus generales, arriesgando tu vida por la
libertad de esta sociedad que ahora te condena, porque eres incapaz de no
cumplir las leyes, hombre recto o eso crees; y para confirmarlo pones de
testigo a tu inexcusable pobreza.
Que
la confirmación de la rectitud de un hombre, integridad, honradez, dignidad
venga avalada por su pobreza es claro síntoma de que debes recibir un justo
castigo a tu desfachatez y seas condenado cada día a beber un vaso de cicuta;
aunque vuelvas a decirnos mirándonos a los ojos cada día que la muerte no
es nada, lo que no hay que cometer nunca son iniquidades e injusticias. No es
difícil evitar la muerte, lo es mucho más evitar la deshonra y la maldad que
marcha más ligera que la muerte.
Y
encima sigues creyendo que eres inocente, ¿cómo va esta sociedad a perdonarte?
¿Inocente?, cuando proclamas que a qué penas van a condenarte por no
haber callado las cosas buenas que aprendiste toda tu vida, por haber
despreciado lo que los demás buscan con tanto afán, las riquezas, el cuidado de
los negocios domésticos, los empleos y las dignidades. ¡Sócrates, vamos
a asesinarte cada día! ¡No tienes remedio!
¡No
piensas parar nunca! Cuando mis hijos sean mayores, os suplico los hostiguéis,
los atormentéis, como yo os he atormentado a vosotros, si veis que prefieren
las riquezas a la virtud, y que se creen algo cuando no son nada; no dejéis de
sacarlos a la vergüenza, si no se aplican a lo que deben aplicarse, y creen ser
lo que no son; porque así es como yo he obrado con vosotros.
Bebe
la cicuta, Sócrates y vete ya a tu infierno de moralidad, no has entendido nada
de nuestra sociedad.
Sí, es tiempo de que me retire, yo para morir,
vosotros a vivir, ¿entre vosotros y yo, quién lleva la mejor parte? Esto es lo
que nadie sabe, excepto Dios.
¿Vuelves
a amenazarnos con tus veladas palabras, Sócrates? No importa, mañana volveremos
a asesinarte; y así nos pasaremos nuestra vida asesinando a Sócrates.
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