jueves, 4 de junio de 2015

LA METAMORFOSIS DE FRANK KAFKA


CUANDO ME CONVERTÍ EN ESCARABAJO


Hoy he decidido ir a coger escarabajos con Jorge, que es mi experto en coleópteros, porque ayer me convertí en Gregorio Samsa y he pensado que sería una buena forma de que transcurra la mañana. “¿Qué me ha pasado?”, pensó. No era un sueño. Su habitación, un auténtico habitáculo humano, estaba tranquila entre las cuatro paredes bien conocidas.

Agradezco a mis profesores que nunca me explicaran por qué Gregorio Samsa se había convertido en un escarabajo. En arte y sobre todo en Literatura no todo conviene ser declarado, pues hay ventanas que tiene que abrirlas uno mismo con sus propias manos; y tampoco pasa nada si alguien que ve la ventana cerrada no quiere abrirla. La ventana seguirá siempre ahí.

Ayer, durante una reunión, me convertí en Gregorio Samsa, porque me transformé de pronto en un escarabajo; y por más que intentaba explicarme nadie conseguía entenderme ni oírme. Un raro silbido se mezclaba con la voz y la terminaba aligerando tanto que apenas era audible para el resto, no me entienden, me dije. Era sin duda su voz de siempre, pero parecía que desde abajo se le mezclaba un pitido irreprimible y doloroso que deformaba extrañamente las palabras. Gregorio hubiera querido explicarse, pero, en esas condiciones…

Ya está, pensé para mí, ya sé por qué Gregorio Samsa se convirtió en un escarabajo: porque nadie podía entenderlo, porque la incomunicación se había apoderado de él, y porque la puerta de su habitación que nadie quería traspasar para verlo o preguntarle qué le pasaba, se convirtió en un muro infranqueable, aunque estuviese abierta: La gran incomunicación del padre y la madre con su hijo.

Cuando traté de levantarme de la silla, viendo que nadie podía oírme, presentí que me había convertido en Gregorio Samsa, porque intenté primero mover la parte inferior del cuerpo, pero esta parte que aún ni había visto y de la que no lograba hacerse una imagen clara, resultó muy difícil de mover; y cuando por fin, casi enloquecido pero con toda su fuerza y sin consideración, se dio un impulso hacia delante, resultó que se había equivocado de dirección y se golpeó violentamente contra la madera de los pies…

Lo mejor sería esperar a que todos salieran, con una amable sonrisa, y luego apañármelas como pudiera para alcanzar mi coche, llegar a casa y esperar a que acabase el día. Todos salieron con un saludo fugaz, casi sin mirar cómo era el bicho en que me había convertido.

Solo, me sentí mejor, pude empezar a moverme, las patitas ya estaban en suelo firme y obedecían perfectamente. Incluso se empeñaron en llevarlo directamente donde él quería, pero no había nadie que pudiera abrirme la puerta y me pregunté otra vez por qué el padre de Gregorio Samsa no le abrió la otra hoja de la puerta para que saliera de la habitación y pudieran hablar de sus problemas, ahora lo sé: Al padre no se le ocurrió abrir la otra hoja de la puerta, para que Gregorio pudiera pasar. Estaba obsesionado con la idea de que Gregorio tenía que meterse en la habitación lo antes posible. Jamás el padre le habría concedido el tiempo necesario para efectuar los complicados preparativos que le permitieran incorporarse y pasar sin daño.

Tengo que reconocer que esa incomunicación no está sólo motivada por el padre, algo de culpa tendrá Gregorio, pero una vez llegado hasta ahí, el significado de la palabra comprensión debe venir más del exterior del problema que del interior, cuyos recursos son siempre menores. Gregorio Samsa y yo ya nos hemos convertido en escarabajo: “Queridos padres”, dijo la hermana dando un manotazo en la mesa, “las cosas no pueden seguir así. Si vosotros no lo queréis comprender, yo sí lo comprendo. Delante de este monstruo, no quiero pronunciar el nombre de mi hermano,  y por esto lo digo: nos lo tenemos que quitar de encima”.

No era ese tipo de comprensión lo que Gregorio buscaba, ni yo.

Ahora me fijo más en las cosas, y creo que todos somos un poco Gregorio Samsa; no hace falta que os explique por qué, el arte deja siempre ventanas cerradas. Todos somos o hemos sido un poco Gregorio Samsa, incomprendidos e incomunicados.

Jorge, mientras andamos por el campo, con la cerviz agachada, buscando coleópteros, sin hacer ascos a cualquier otro tipo de bichos, me cuenta que hay más de 375.000 tipos de escarabajos.

Mientras él habla sin parar sobre los que vuelan y los que no, yo pienso que a esas 375.000 especies hay que sumarle una más que cuenta con aproximadamente 7 mil millones de individuos que andan sobre dos piernas y que viven en una incomunicación e incomprensión permanente como Gregorio Samsa, porque la incomprensión es la principal de sus características.

Yo, sin más, ayer me convertí en escarabajo, y me acordé de Kafka; de todas formas voy a hacer caso a uno de los aforismos kafkianos que dice: Entre el mundo y tú, ponte de parte del mundo. Así que voy a echarle valor, voy a vestirme de gran capitán y me pondré de parte del mundo.

No sé por qué ayer me acordé de Kafka, pero tampoco es necesario que ni ustedes ni yo lo entendamos todo.




2 comentarios:

  1. Clásico anclado en un tema que no deja de ser actual.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Baus.
    Como ayer me convertí en escarabajo recuperé los versos de Shelley acerca de Ozymandias que lo fue todo y ahora solo es polvo y un recuerdo en el museo británico. "Mi nombre es Ozymandias, rey de reyes, mirad mis obras vosotros poderosos y desesperad".
    Woody Allen también sabe de La melancolía de Ozymandias desde A Roma con Amor. No es fácil adivinar a Shelley y a Ramsés en su película.

    ResponderEliminar