jueves, 22 de agosto de 2013

RYSZARD KAPUŚCIŃSKI, VIAJES CON HERÓDOTO

Al principio no se vislumbra
el desenlace definitivo.
Heródoto


Se acercan, y él, bañado en sudor, siente que sus piernas se vuelven cada vez más pesadas, de plomo. Todo el asunto se limita a que ellos  saben lo mismo que él: que su sentencia no admite recurso alguno. No existe ninguna instancia oficial, ningún tribunal superior. Si propinan a alguien una paliza apaleado queda. Si lo matan, lo matan y punto. Estos son los únicos momentos en que se siente la soledad verdadera: cuando uno se enfrenta a la violencia impune. Entonces el mundo se queda desierto, despoblado, se sume en el silencio y desaparece.

De pronto lo vi y lo llamé, desviando la atención de aquellos autoproclamados gendarmes tras la revolución y la independencia y le dije: ¡Ryszard! ¡Puedo llevarte a Kampala! ¡Tengo un amigo allí!
No lo dudó. ¡Una oportunidad! Es así como se viaja ahora por el país. En una carretera que durante días permanece vacía, de pronto aparece un vehículo.

Yo conocía a Ryszard porque ambos nos alojábamos en la casa del doctor Ranke, y a mí me gustaba oírle hablar de Heródoto.

Le conté que yo ya había viajado por Líbano con Heródoto y con Gilgamesh, con el primero buscando la verdad y con el segundo, la inmortalidad; como ellos, he terminado pensando, después de algún que otro peregrinar, que ambas son inalcanzables.

A Kapuściński, todo el mundo lo conocía por el Richard, no me negaran que pronunciar Ryszard fuera de Polonia es harto improbable y, además, la fonética siempre juega en casa y se adapta a las leyes del anfitrión con notable soltura.
 
No fue fácil llegar a Kampala, había refugiados por todas partes. Eso: los refugiados. De repente todo el mundo se ha convertido en refugiado. Las rutas que recorren resultan muy difíciles de rastrear. Por lo general se trata de alejarse del campo de batalla pero no tanto como para luego perderse y no poder regresar. También es importante que en el camino se pueda encontrar algo para comer. Toda esa gente es pobre, tiene cuatro cosas apenas: las mujeres un vestido de percal; los hombres, pantalón y camisa, y además una tela para taparse durante la noche, una olla, una taza y plato de plástico. Y una palangana donde hacer caber todas las pertenencias.
Con todo, lo más importante en la elección de la ruta son las relaciones entre las distintas tribus: si el camino lleva por un territorio amigo o si, Dios nos libre, conduce derecho a tierra enemiga.
 

Decidimos tomar una carretera sin asfaltar fiándonos de un mapa (Afrique. Carte Générale, editado en Berna por Kummerly & Frey, sin fecha) que Ryszard se agenció en París y que parecía poder llevarnos hasta Kampala, en Uganda. Me comentó que tenía que mandar ya alguna noticia de peso a Polonia, que ya estaban impacientes, pero que últimamente la suerte le era un poco esquiva.
Me habla de la maestría de Heródoto en el arte de escribir reportajes: ¿Qué le interesa?, ¿cómo se dirige a la gente?, ¿cómo escucha lo que le dicen?
Yo me apuesto dos cafés, le digo, a que en ninguna facultad de Ciencias de la Información se estudia a Heródoto. Asiente con la cabeza y rechaza la apuesta. Pero, él sí lo hace, él sí lo estudia concienzudamente. Intenta averiguar, sabiendo que casi todo está ya escrito, qué es aquello que da valor al texto periodístico. Dependemos de la gente, y por eso el reportaje tal vez sea el género de escritura más colectivo.

Él y yo sabemos que ésta también será una guerra de venganzas, como todas. Es la venganza el primer instinto y su llama no muere nunca. Por eso, en la guerra no debemos olvidar nunca una de las leyes herodotianas: no humilles a la gente porque esta vivirá con el ansia de vengar su humillación. Pero hay que tener un espíritu muy noble y un alma de titán para evitar las provocaciones de la venganza, que crecen sin mesura durante las guerras. Es por eso que me gustan tanto las palabras de Martí, el hombre sincero, cuando se refiere a la guerra que se está librando en Cuba: La guerra debe ser sinceramente generosa, libre de todo acto de violencia innecesaria contra personas y propiedades y de toda demostración de odio.... Todos los actos deben ir inspirados en el pensamiento de dar la confianza de que todos podrán vivir en Cuba después de la paz.
No nos engañemos. No es lo común. La violación, el asesinato, el odio, la venganza que como una rueda termina por aplastar a todos, eso es lo común. Lo he visto.   

De noche nos apartábamos un poco de los caminos y dormíamos. No es la noche consejera de gente desarmada y poco ducha en los avatares de la selva.
Durante el día, viajábamos.
Un coche entre tanto refugiado llama demasiado la atención; y dos europeos, llaman, en esta tierra sin mesura, a la atención, al desasosiego y a los desvelos.

Decidimos entrar de día en Kampala y le di al Ryszard una dirección y un nombre: “Pregunta por Remington. Dile que vas de parte mía. Él te ayudará y te dará alguna información para que puedas hacer un reportaje y mandarlo a Polonia.
No es bueno que tú te vayas de aquí. Alguien tiene que contar lo que está pasando y nadie mejor que tú”.

- ¿Tú no te quedas?-, me preguntó.
 - No-, le contesté, - tengo que ir a Persia, a intentar salvar al hijo de Pitio-
- Date prisa-, me dijo.
Aunque de sobra él sabía que yo ya llegaba tarde.
No llegué a entrar en Kampala y eché de menos no charlar un rato con mi amigo Remington.

Radiante, el rey decide continuar la marcha cuando comparece ante él un amigo lidio, Pitio, y le suplica una gracia: Señor, cinco hijos tengo, y los cinco os acompañan en esa expedición contra la Grecia. Quisiera que, compadecido de la avanzada edad en que me veis, dieseis licencia al primogénito para que, exento de la milicia, se quedase en casa a fin de cuidar de mí y de mi hacienda. Vayan en buena hora los otros cuatro, llevadlos en vuestro ejército, y ojalá, cumplidos vuestros deseos, retornéis glorioso.

Al oír estas palabras, Jerjes vuelve a montar en cólera: “¿Cómo tú hombre ruin –grita al anciano- te has atrevido a hacer mención de ese tu hijo que, siendo mi esclavo, debería acompañarme con toda su familia y aun su misma esposa?”
Acabada de dar esta respuesta, dio orden a los ejecutores ordinarios de los suplicios que fuesen al punto a buscar al hijo primogénito de Pitio y hallado lo partiesen en dos de un tajo, y luego pusiesen una mitad del cuerpo en el camino a mano derecha y la otra a mano izquierda, y que entre ellas pasase el ejército.
Y en efecto, así se hizo.

Ni que decir tiene que no llegué a tiempo para salvarle la vida al hijo primogénito de Pitio; además el rey Jerjes no habría atendido la petición de un simple mortal. Así es como se la juegan las guerras.
  



Las fotos son de mi amigo Remington, para aquellos incrédulos que negaban su existencia.
La primera es de una calle de Kampala, allí el tráfico suele traer añadido algún que otro atasco. La segunda, de un paisaje rural de Uganda en un vuelo Kampala- Mbarara. La tercera, de un abigarrado mercadillo de frutas. Y la cuarta, del jardín botánico de Entebbe con altísimos árboles ecuatoriales.

Remi nos vemos en Madrid.










7 comentarios:

  1. Escribe W.H.Auden que el problema de la violencia es que los castigos que atrae recaen en su mayoría sobre los inocentes; y que es por eso que aun cuando supongas que estás luchando por el más noble de los fines, la convicción de que serán tus hijos más que tú, quienes paguen por la violencia debería hacerte vacilar.

    Eso escribe Auden en su libro El Prolífico y el Devorador. Desde luego, son muchos los matices que se pueden perfilar de esas palabras. Yo creo que no hay que ejercer la violencia, pero que siempre debes de poder defenderte contra ella.

    No olvido a Kapuściński:
    "Estos son los únicos momentos en que se siente la soledad verdadera: cuando uno se enfrenta a la violencia impune. Entonces el mundo se queda desierto, despoblado, se sume en el silencio y desaparece".

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  2. "Estamos sobre la Tierra para ayudar a los demás: para qué están los demás, no lo sé."

    El Prolífico y el Devorador.

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  3. Doy gracias a Kapuściński de acercarnos a Heródoto.Ya lo leía antes de leer su libro,además de de ser el primer reportero e historiador, era un ameno contador de historias.Ya nos relató que los mayores pecados de los hombres han existido desde el comienzo de los tiempos sólo que han ido empeorándose por la ambición que parece no tener fin...

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    1. Escribe Séneca en sus cartas de un estoico:

      "Tampoco comparto la opinión de que fueron los sabios quienes descubrieron las minas de hierro y cobre, cuando el suelo, calcinado por el incendio de los bosques, desparramó licuados por la superficie los filones que se hallaban contiguos: tales minas las encuentran los mismos que las explotan".

      Así vino hasta mí Kapuściński. Llegaste un día y me dijiste: Norberto, lee esta vaina; a ver si aprendes a escribir crónicas y reportajes periodísticos. Afortunadamente los buenos libros no sólo los tienen los sabios; sino que habitan también por la superficie que nos rodea.

      Gracias por tus libros. For ever.

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  4. Gracias, papá, por tus historias.

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    1. Gracias a ti, mi Jorge, contigo es fácil volar sin alas, comprobar que la tierra es redonda e ir de la mano por los valles, las montañas, los desiertos y la jungla, Príncipe de Sichuan, Rey de los tres ríos.

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    2. Gracias papá por contestarme.

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