John Severn, el pintor, está a su lado con la paciencia y el oficio del que se conforma con las migajas de un instante. Todo a su alrededor huele a líquido antiséptico. Los presagios huelen a galena.
El joven John Keats, mientras tose y echa esputos, se duele del poco tiempo que le queda para volver a subir, hacia atrás, en busca de las cosas queridas que dejó pendientes para un regreso que nunca llegará.
No quiere despedirse de nada porque sabe que los más hermosos versos están todavía por escribir, esos versos, tan ausentes, devorados por la tuberculosis; pero que rondarán su cabeza en un futuro que no existe.
John Severn, el pintor, que está a su lado humedeciendo su frente con paños mojados también lo sabe.
¿Dónde hallar al poeta? Nueve musas
mostrádmelo que pueda conocerlo.
Es aquel hombre que ante cualquier hombre
como un igual se siente, aunque fuera el monarca
o el más pobre de la tropa de mendigos;
o tal vez una cosa de maravilla: un hombre
entre el simio y Platón;
es quien, a una con el pájaro,
reyezuelo o bien águila, el camino descubre
que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado
el rugir del león y nos diría
lo que expresa aquella áspera garganta;
y el bramido del tigre
le llega articulado y se le adentra
como lengua materna en el oído.
Ha llegado a Roma hace muy poco tiempo y no duda que va a morir ahí.
Shelley se ha dado cuenta rápido de que el joven Keats está creando un sentido nuevo a la lírica inglesa y se ha puesto a sus pies:
Despierta de su sueño
a las horas oscuras, a tus iguales,
y cuéntales tu propia desventura:
"Sabed, di, que Adonais murió conmigo.
Si el futuro no tiene la osadía
de olvidar el pasado, en lo eterno
vivirán su destino y su renombre
como una luz y un eco".
Byron anda, de un lado a otro del cuarto, entre sombras, maldiciendo la ceguera de esos miserables críticos de la Quarterly y de la Blackwood Review y apunta su dedo, no sobre la tuberculosis, sino sobre las críticas negativas que recibió su Endymion:
¿Quién mató a John Keats?
"Yo", dice la Quarterly,
tan salvaje y Tártara,
"fue una de mis hazañas".
Yo también los maldigo, aunque tenga menos descaro, valor y talento que Byron.
Keats, el joven poeta que escribió su nombre en el agua, se ha alejado lo suficiente de la realidad para entender que él no necesita ni habilidad literaria, ni mensajes filosóficos para escribir; sino que tan sólo necesita transmutar en palabras lo que está más allá de su persona, liberándose de su individualidad. Pocos han podido hacer eso, Keats, Rilke, tal vez Shakespeare:
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno
tengo yo y mis canciones con el calor me brotan.
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno
tengo yo, mas la tarde me escucha...
...Tú que por libro único has tenido la luz
de supremas tinieblas con que te alimentaste,
noche tras noche, cuando lejano estaba Febo:
te será primavera una triple mañana.
Keats se muere. Son las cuatro de la tarde del 23 de febrero de 1821, trata de levantar la cabeza, pero no puede, mira a Severn y pronuncia sus últimas palabras: “Severn, yo… incorpórame… me estoy muriendo… moriré tranquilamente… No te asustes… sé fuerte… y gracias a Dios que esto se acaba”.
John Severn, el pintor que siempre está a su lado, deja que las lágrimas corran por sus mejillas:
Miro por los lugares donde no osara ir nadie
y se fijan mis ojos donde nadie los fija,
y si la noche viene,
me cantan los corderos una canción de cuna.
Piensa en Fanny y a las once de la noche expira el más grande poeta que ha dado Inglaterra. Severn desde las cuatro de la tarde no ha dejado de llorar. Él, de la mano de Keats, se ha hecho un hueco en la Historia de la Literatura. John Keats es Literatura.
No quiere despedirse de nada porque sabe que los más hermosos versos están todavía por escribir, esos versos, tan ausentes, devorados por la tuberculosis; pero que rondarán su cabeza en un futuro que no existe.
John Severn, el pintor, que está a su lado humedeciendo su frente con paños mojados también lo sabe.
¿Dónde hallar al poeta? Nueve musas
mostrádmelo que pueda conocerlo.
Es aquel hombre que ante cualquier hombre
como un igual se siente, aunque fuera el monarca
o el más pobre de la tropa de mendigos;
o tal vez una cosa de maravilla: un hombre
entre el simio y Platón;
es quien, a una con el pájaro,
reyezuelo o bien águila, el camino descubre
que a todos sus instintos conduce; el que ha escuchado
el rugir del león y nos diría
lo que expresa aquella áspera garganta;
y el bramido del tigre
le llega articulado y se le adentra
como lengua materna en el oído.
Ha llegado a Roma hace muy poco tiempo y no duda que va a morir ahí.
Shelley se ha dado cuenta rápido de que el joven Keats está creando un sentido nuevo a la lírica inglesa y se ha puesto a sus pies:
Despierta de su sueño
a las horas oscuras, a tus iguales,
y cuéntales tu propia desventura:
"Sabed, di, que Adonais murió conmigo.
Si el futuro no tiene la osadía
de olvidar el pasado, en lo eterno
vivirán su destino y su renombre
como una luz y un eco".
Byron anda, de un lado a otro del cuarto, entre sombras, maldiciendo la ceguera de esos miserables críticos de la Quarterly y de la Blackwood Review y apunta su dedo, no sobre la tuberculosis, sino sobre las críticas negativas que recibió su Endymion:
¿Quién mató a John Keats?
"Yo", dice la Quarterly,
tan salvaje y Tártara,
"fue una de mis hazañas".
Yo también los maldigo, aunque tenga menos descaro, valor y talento que Byron.
Keats, el joven poeta que escribió su nombre en el agua, se ha alejado lo suficiente de la realidad para entender que él no necesita ni habilidad literaria, ni mensajes filosóficos para escribir; sino que tan sólo necesita transmutar en palabras lo que está más allá de su persona, liberándose de su individualidad. Pocos han podido hacer eso, Keats, Rilke, tal vez Shakespeare:
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno
tengo yo y mis canciones con el calor me brotan.
¡Oh! No te desazones por el saber. Ninguno
tengo yo, mas la tarde me escucha...
...Tú que por libro único has tenido la luz
de supremas tinieblas con que te alimentaste,
noche tras noche, cuando lejano estaba Febo:
te será primavera una triple mañana.
Keats se muere. Son las cuatro de la tarde del 23 de febrero de 1821, trata de levantar la cabeza, pero no puede, mira a Severn y pronuncia sus últimas palabras: “Severn, yo… incorpórame… me estoy muriendo… moriré tranquilamente… No te asustes… sé fuerte… y gracias a Dios que esto se acaba”.
John Severn, el pintor que siempre está a su lado, deja que las lágrimas corran por sus mejillas:
Miro por los lugares donde no osara ir nadie
y se fijan mis ojos donde nadie los fija,
y si la noche viene,
me cantan los corderos una canción de cuna.
Piensa en Fanny y a las once de la noche expira el más grande poeta que ha dado Inglaterra. Severn desde las cuatro de la tarde no ha dejado de llorar. Él, de la mano de Keats, se ha hecho un hueco en la Historia de la Literatura. John Keats es Literatura.
Ciento cincuenta años después un poeta ciego argentino oye por otra boca su poema Sobre el mar y sobre la melancolía y escribe, sobre un papel que no puede ver, unos versos:
Desde el principio hasta la joven muerte
La terrible belleza te acechaba
Como a los otros la propicia muerte
O la adversa. En las albas te esperaba
De Londres, en las páginas casuales
De un diccionario de mitología,
En las comunes dádivas del dia,
En un rostro, una voz, y en los mortales
Labios de Fanny Brawne. Oh sucesivo
Y arrebatado Keats, que el tiempo ciega,
El alto ruiseñor y la urna griega
Serán tu eternidad, oh fugitivo.
Fuiste el fuego. En la pánica memoria
No eres hoy la ceniza. Eres la gloria.
Antes de haber leído un verso de Keats, yo había visto una fotografía de su tumba en uno de los tomos de la Historia de la Literatura Universal, escrita por José María Valverde y Martín de Riquer y que andaba en una de las estanterías de la casa de mis padres, la cual no tuve más alivio que requisar para dedicarme a su lectura.
Si me preguntan de qué cosas me siento orgulloso, diría:
"La verdad es que no he hecho grandes cosas en mi vida pero yo;
Yo fui amigo de Arturo Muñoz Castellanos. Muerto en Bosnia cuando auxiliaba a civiles no combatientes.
Yo fui amigo de Jesús Aguilar Fernández. Muerto en Bosnia cuando llevaba plasma sanguíneo a un hospital musulmán..
Yo fui amigo de Mariano Álvarez Lórenz. Muerto cuando se dirigía a hacer sus prácticas de fin de carrera.
Yo fui amigo de Martín Rodríguez de Labra. Muerto en los mismos brazos de una montaña que decidió quererlo demasiado.
Yo fui amigo de José María Muñoz Damián. Muerto en Trebisonda, Turquía, cuando volvía de Afganistán en un accidente aéreo que nunca debió producirse.
Yo fui amigo de Arturo Vinuesa Galiano. Muerto en unas maniobras haciendo lo que tanto había soñado.
Yo fui amigo de Federico Sierra Serón. Muerto en los atentados terroristas contra los trenes de cercanías de Madrid el 11-M.
Yo fui amigo de Manuel Verde Arauzo. Muerto en una carrera que se convirtió en interminable.
Yo fui amigo de José Manuel Berdugo. Muerto en accidente de tráfico con no más de veinte años.
Yo fui amigo de José Lozano Berdier. Muerto en accidente cuando en bicicleta andaba buscando las nubes.
...Y también yo fui amigo de John Keats".
Como Keats, todos ellos eran jóvenes cuyos nombres se escribieron en el agua.
Antes de haber leído un verso de Keats, yo había visto una fotografía de su tumba en uno de los tomos de la Historia de la Literatura Universal, escrita por José María Valverde y Martín de Riquer y que andaba en una de las estanterías de la casa de mis padres, la cual no tuve más alivio que requisar para dedicarme a su lectura.
A esa Enciclopedia creo
que le debo mucho. Sus palabras las tomo prestadas a cada momento. A José María
Valverde también le debo el acercamiento al Ulises de Joyce en una muy cuidada edición
de la Editorial Lumen en dos tomos y que compré hace casi treinta
años en una librería de Cádiz, cuando James Joyce aún no había escrito nada
para mí. Parece que ahora treinta años después lo está haciendo, ha hecho falta
paciencia. Esta última frase no es más que una paráfrasis de Borges. Tengo poco
de original, lo reconozco.
Esa
foto de la que hablo, en blanco y negro, no he tenido más remedio que
reproducirla por lo que ha significado para mí. A sus pies escribe José
María Valverde: En Roma, donde murió a los veintiséis años, víctima de la tuberculosis (agravada al parecer por las malas críticas contra su poema Endimión), yace Keats, señalado sólo en su lápida como "un joven poeta inglés, cuyo nombre se escribió en el agua". Pero a su lado se enterró al pintor Joseph Severn, que quiso ostentar como título supremo funerario el haber sido amigo de John Keats".
Nada más grande que querer abandonar el yo para abrazar sin medida al otro. Yo no fui nadie, parece querer decirnos Severn, yo sólo fui amigo de Jonh Keats, lo más importante que ocurrió en mi vida. Hay que haber entendido el sentido de la vida muy bien, me dije, para escribir eso sobre su tumba.
¿Quién de nosotros lo haría cuando se ha convertido el éxito en una obsesión, el tener quince minutos de gloria en una ley y la competitividad, dejando mucha carne triturada en el camino, en un lema?
Pues no, yo sólo fui amigo de John Keats.
"La verdad es que no he hecho grandes cosas en mi vida pero yo;
Yo fui amigo de Arturo Muñoz Castellanos. Muerto en Bosnia cuando auxiliaba a civiles no combatientes.
Yo fui amigo de Jesús Aguilar Fernández. Muerto en Bosnia cuando llevaba plasma sanguíneo a un hospital musulmán..
Yo fui amigo de Mariano Álvarez Lórenz. Muerto cuando se dirigía a hacer sus prácticas de fin de carrera.
Yo fui amigo de Martín Rodríguez de Labra. Muerto en los mismos brazos de una montaña que decidió quererlo demasiado.
Yo fui amigo de José María Muñoz Damián. Muerto en Trebisonda, Turquía, cuando volvía de Afganistán en un accidente aéreo que nunca debió producirse.
Yo fui amigo de Arturo Vinuesa Galiano. Muerto en unas maniobras haciendo lo que tanto había soñado.
Yo fui amigo de Federico Sierra Serón. Muerto en los atentados terroristas contra los trenes de cercanías de Madrid el 11-M.
Yo fui amigo de Manuel Verde Arauzo. Muerto en una carrera que se convirtió en interminable.
Yo fui amigo de José Manuel Berdugo. Muerto en accidente de tráfico con no más de veinte años.
Yo fui amigo de José Lozano Berdier. Muerto en accidente cuando en bicicleta andaba buscando las nubes.
...Y también yo fui amigo de John Keats".
Como Keats, todos ellos eran jóvenes cuyos nombres se escribieron en el agua.
Excelente realización, nos paseas por la obra y el espacio del joven poeta, lo colocas en tiempo y rodeado de nombres conocidos y eso lo hace ser más corpóreo, más real, más cercano.
ResponderEliminarTus amigos finales también resultan conmovedores.
Si bien podemos decir que fueron "escritos en el agua", yo pienso que toda nuestra existencia y aún las de los nombres conocidos están escritas en el agua, en el viento y en el humo (porque solamente eso somos).
Nosotros somos finitos, el mundo no, ¿quién puede saber si dentro de varios siglos Borges, Sabatto, Lorca y tantos otros existirán en la memoria de las personas? Un saludo
Gracias Mirta. Tus visitas y tus palabras enriquecen lo que tocan. Intuyes cosas en las que yo al escribirlo no he pensado.
ResponderEliminarHace tiempo escribí un relato titulado La Arena Infinita en que hablaba de la "Inútil Eternidad".
Gilgamesh (la obra escrita más antigua conocida)hace un largo viaje (como hacemos todos) buscando la inmortalidad. No lo consigue. Y desde entonces así ha de ser, o no...; que la duda es el artificio más literario que existe.
Además Borges tiene un poema en su libro El Oro de los Tigres titulado Un Poeta Menor que dice:
La meta es el olvido.
Yo he llegado antes.
Para Borges, Sábato, Lorca... también la meta es el olvido.
Para todos la meta es el olvido y así ha de ser; aunque como sólo el Arte redime, sólo el Arte conseguirá aguantar un poco más en la línea del tiempo.
Es una opinión tan válida o tan incierta como la contraria.
Siempre con vos.
Siempre llegas a lo más hondo de mis sentimientos, yo también fui amigo de todos los nombrados.
ResponderEliminarGracias por expresar con palabras lo que otros más torpes que tú sólo disfrutamos de nuestros recuerdos con los grandes amigos.
Bravo Norberto y Luiso. Un abrazo a los 2.
EliminarGracias Ángel, Luis; por todas las aventuras que vivimos y me contásteis. ¡Cuántas veces hemos estado en Troya!
Eliminar¡Ah, Troyanos, hijos de Anquises!
"Troyano, hijo de Anquises, descendiente de sangre de dioses,la bajada al averno es cosa fácil. La puerta del sombrío Plutón está de par en par abierta noche y día, pero volver pie atrás y salir a las auras de la vida, eso es lo trabajoso, ahí está el riesgo.
ResponderEliminarUnos pocos de origen divino, a quienes Júpiter benévolo hizo objeto de su amor, o que encumbró a los cielos su férvido heroísmo lo lograron".
La Eneida, Virgilio.
Y yo fui amigo de alguno de ellos...
Yo también fui amigo de todos los citados; y desde ahora también me declaro amigo de John Keats.
ResponderEliminarSeguro que adivino de dónde vienes y por dónde has andado.
Eliminar"A lo lejos perderme, disiparme, olvidar
lo que entre ramas no supiste nunca:
la fatiga, la fiebre y el enojo de donde,
uno a otro los hombres, en su gemir, se escuchan,
y sacude el temblor postreras canas tristes;
donde la juventud, flaca y pálida, muere..."
Jonh Keats
Puede que la meta sea el olvido, o tal vez no, o que ni siquiera haya una meta... Los que mueren jóvenes, mueren puros, sin ambición de perdurar, porque su tiempo ha sido vivir.
ResponderEliminarEse rincón en el que un día fueron enterrados Keats y Severn es el más visitado del cementerio acatólico de Roma y el banco frente a sus tumbas está casi siempre ocupado. Tiene un encanto especial.
He dado con tu blog por casualidad y me ha gustado saber que después de once años, un amigo de mi hermano, Arturo Vinuesa, lo recuerda de una forma tan bonita. Yo también conocí a algunos d tus amigos y también se quedaron en un rincón de mi memoria Berdugo, Martín, Fede... Todos ellos serán siempre jóvenes, alegres, aire, agua, las hojas de un árbol que se mueven con el viento, aves, olas o estrellas; da igual. Como Keats y Severn, siempre estarán vivos.
Nina, muchas gracias por tu comentario.
ResponderEliminarEstoy realmente emocionado de leer tus palabras y de que el inconfundible azar te haya llevado hasta mi blog. Arturo tenía todas las hechuras perfectas para esta vida y cualquier otra; y así lo recuerdo: guapo, inteligente, valiente y joven. Un auténtico héroe clásico, que a veces me ha llevado a pensar que todo fueron las envidias del destino.