sábado, 11 de mayo de 2013

EL EXTRANJERO EN EL TÚNEL




-  Por fin los tengo a los dos juntos, y he de reconocer que no me faltaban ganas.
Empecemos primero con usted: ¿Es usted oriental o argentino?

- Argentino y bastará decir que soy Juan Pablo Castel, el pintor que mató a María Iribarne, supongo que el proceso está en el recuerdo de todos y que no se necesitan mayores explicaciones sobre mi persona.

- Yo creo que sí, que se necesitan muchas explicaciones sobre su persona; y no crea que todo lo que ha hecho no va a tener consecuencia alguna. Desde luego que se acordarán de usted.

Ni el diablo sabe qué es lo que ha de recordar la gente ni por qué.

- De usted se acordarán. Se lo aseguro.

- En realidad siempre he pensado que no hay memoria colectiva, lo que quizá sea una especie de defensa de la especie humana. La frase "todo tiempo pasado fue mejor" no indica que antes sucedieran menos cosas malas, sino que felizmente la gente las echa en el olvido. Desde luego, semejante frase no tiene validez universal; yo, por ejemplo, me caracterizo por recordar preferentemente los hechos malos y, así, casi podría decir que "todo tiempo pasado fue peor", si no fuera porque el presente me parece tan horrible como el pasado; recuerdo tantas calamidades, tantos rostros cínicos y crueles, tantas malas acciones, que la memoria es para mí como la temerosa luz que alumbra un sórdido museo de la vergüenza.

- Bien, es suficiente. Vayamos ahora con usted. ¿Tiene calor?, ¿no se encuentra bien?

- No es culpa mía. Al fin y al cabo no tengo porqué excusarme. Fue usted quien nos llamó.

- Empecemos. ¿Es usted el señor Mersault?

- Sí, y entienda además que no esté con muchas ganas de hablar.

- Cuénteme qué pasó.

- Bajamos a los arrabales de Argel. La playa no quedaba lejos de la parada del autobús, pero tuvimos que cruzar una pequeña meseta que domina el mar y que baja luego hacia la playa. Estaba cubierta de piedras amarillentas y de asfódelos blanquísimos que se destacaban en el azul, ya firme del cielo.

- Vaya al grano. Deje las descripciones para la novela, que esto es la vida real.

- Durante todo este tiempo no hubo otra cosa más que el sol y el silencio con el leve ruido del manantial y las tres notas. El ardor del sol me llegaba hasta las mejillas y sentí las gotas de sudor amontonándose en las cejas.

- ¿Sólo el calor hizo que lo matara?

- Era el mismo sol del día en que había enterrado a mamá y, como entonces, sobre todo me dolían la frente y todas las venas juntas bajo la piel.

- Hemos estado tomando informes de su vida privada y sabemos todo eso. ¿Sintió pena aquel día?

- Sin duda quería mucho a mamá. Pero eso no quiere decir nada.

- Será mejor que paremos, si sigue por ese camino va a ayudarse muy poco. Volvamos con usted señor Castel. ¿Qué tipo de alma tiene para hacer lo que hizo? Pudo ser la historia de una pasión y usted la terminó quemando con crueldad.

- Todas las pasiones queman, y los dioses son tan inconstantes que cualquier final es posible. Además, conozco bastante bien el alma humana para prever que pensarán en la vanidad. Piensen lo que quieran: me im­porta un bledo; hace rato que me importan un bledo la opi­nión y la justicia de los hombres. Supongan, pues, que publico esta historia por vanidad. A fin de cuentas estoy hecho de carne, huesos, pelo y uñas como cualquier otro hombre y me parecería muy injusto que exigiesen de mí, precisamente de mí, cualidades especiales; uno se cree a veces un superhom­bre, hasta que advierte que también es mezquino, sucio y pér­fido. De la vanidad no digo nada: creo que nadie está des­provisto de este notable motor del Progreso Humano.

- No entiendo lo que dice, como si quisiera ocultar las claves de su existencia.

- Las claves de cualquier existencia son imposibles de dirimir, pero existió una persona que podía entenderme. Y fue, pre­cisamente, la persona que maté. Todo empezó con un cuadro que pinté y que expuse llamado La Maternidad. Sólo ella se fijó en la ventana. Sólo ella se fijó en esa escena pe­queña y remota: una playa solitaria y una mujer que miraba el mar. Era una mujer que miraba como esperando algo, quizá algún llamado apagado y distante. La escena sugería, en mi opinión, una soledad ansiosa y absoluta.

- Pasaron muchos meses desde la exposición en el salón de Primavera hasta que la volvió a ver ¿Qué pasó durante tanto tiempo?

- Durante los meses que siguieron, sólo pensé en ella, en la posibilidad de volver a verla. Y, en cierto modo, sólo pinté para ella. Fue como si la pequeña escena de la ventana empe­zara a crecer y a invadir toda la tela y toda mi obra.

- ¿Estaba usted obsesionado con ella?

- ¿Y usted? Nunca ha tenido una obsesión. ¿Es usted un hombre sin alma?

- Aquí soy yo quien hace las preguntas. ¿Qué hizo durante ese tiempo? Desde que la conoció en la exposición hasta que volvió a verla?

Me aparté de mi camino. Pero es por mi maldita costumbre de querer justificar cada uno de mis actos. ¿A qué diablos explicar la razón de que no fuera a salones de pintu­ra? Me parece que cada uno tiene derecho a asistir o no, si le da la gana, sin necesidad de presentar un extenso alegato justificatorio. ¿A dónde se llegaría, si no, con semejante manía? Pero, en fin, ya está hecho, aunque todavía tendría mucho que decir acerca de ese asunto de las exposiciones, las habla­durías de los colegas, la ceguera del público, la imbecilidad de los encargados de preparar el salón y distribuir los cuadros. Felizmente (o desgraciadamente) ya todo eso no me interesa; de otro modo quizá escribiría un largo ensayo titulado De la forma en que el pintor debe defenderse de los amigos de la pintura.

- Me gustaría bucear en los recovecos de sus existencias para saber qué materia envuelve sus almas.

- Somos alma, pero también cuerpo. Nadie está libre en un día de mucho calor de sacar un arma, apuntar al cuerpo de un hombre que anda por la playa y acabar con él. Nadie está libre de que la muerte lo rodee. 

- Me pregunto, señor Mersault, si me puede decir si aquel día dominó sus sentimientos naturales y disparó en defensa propia a aquel hombre en la playa de Argel.

- No, porque es falso. Y créame, siento deseos de asegurarle de que yo soy como todo el mundo, absolutamente como todo el mundo. Quién puede decir que alguna vez no va a hacer uso de la venganza, quién no tendrá un ataque de ira, o quien no puede matar friamente a alguien que no sea de su casta un día de terrible calor.

- Cuéntemelo otra vez.

- Ya lo sabe: Raimundo, la playa, el baño, la reyerta, otra vez la playa, el pequeño manantial, el sol y los cinco disparos de revólver.


De pronto se hace el silencio, breve en el tiempo. Entran dos señores vestidos con traje oscuro y corbata oscura. Los dos llevan las manos en los bolsillos del abrigo.
El que tiene acento francés fuma un cigarrillo. Viene silabeando una frase que acaba de ocurrírsele para una novela corta que está escribiendo y que piensa titular El Extranjero:¿No tiene usted, pues, esperanza alguna y vive pensando que va a morir por entero? Ve a Mersault y lo llama con la mano.
El hombre de acento argentino, con gafas negras de pasta y con pinta de pesimista, viene a por Juan Pablo Castel, y nada más verlo le echa en cara que se haya metido en ese Túnel, aunque sabía a ciencia cierta  que en todo caso había un solo túnel, oscuro y solitario: el mío, el túnel en que había transcurrido mi infancia, mi juven­tud, toda mi vida.

- Pueden salir. El señor Sábato y el señor Camus vienen a recogerlos; pero sepan que sólo quedan en libertad bajo fianza, y que deben volver de vez en cuando a hablarnos sobre su existencia. Es importante que la sociedad tenga bien controladas a personas como ustedes.

Dejé los libros sobre la mesilla  de noche y me eché a dormir, con la confianza de que esos dos libros durarán para siempre: Uno se embarca hacia tierras lejanas, indaga la naturaleza, ansía el conocimiento de los hombres, inventa seres de ficción, busca a Dios. Después comprende que el fantasma que perseguía era Uno-Mismo.












Las fotos son de un viaje a La Alberca. No es difícil hallarla, sobre todo cuando lo que se busca es a uno mismo. Mejor en invierno o en el otoño, cuando el único turista seas tú.
Hay un famoso discurso de un muy antiguo político que dice: ¡Por fin!, ¡Por fin, hemos encontrado a nuestros enemigos! ¡Éramos nosotros mismos! Siempre es muy loable la sinceridad.




   

5 comentarios:

  1. Muy buena combinación de personajes. Atrapante narrativa. Un saludo.

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    1. Gracias Mirta. Los personajes exiasten por si sólos, porque son el reflejo en un espejo cóncavo del siglo XX, donde vive ese Arte+ que explora la conciencia y la existencia del ser humano.
      Gracias, humildemente, otra vez.

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  2. Juan Pablo Castel y Mersault son la pura existencia humana en su laberinto. El problema del bien y del mal añadido al problema del ser.
    Existencialismo en estado puro.

    "De todos modos, reivindico el mérito de abandonar esa clara ciudad de las torres —donde reinan la seguridad y el orden— en busca de un continente lleno de peligros, donde domina la conjetura. Montaigne mira con ironía a los hombres porque son capaces de morir por conjeturas. No veo nada que merezca la ironía: en eso reside la grandeza de estos pobres seres."
    Ernesto Sábato.

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  3. Me apasiona este tema. El tema del mal sobre todo. ¿ Qué es lo que lleva a algunos seres humanos a realizar acciones perversas?Dos personajes,dos escritores, dos mundos...¿quizás uno?Una de las entradas que más me ha gustado. Muy buena elección.

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  4. El mal nos ha traído al Este del Edén (donde quise ser como James Dean):

    "Nuestro bajel es un albatros cuyo nido
    está en un Edén lejano, en levante de púrpura:
    iremos en sus alas y, entre tanto,la Noche
    y el Día, la Borrasca y la Calma, ministros
    serán para nosotros en ese mar sin límites".

    Percy Bysshe Shelley

    Bonita manera de decir por un romántico, que somos el bien y el mal, la Tempestad y la Calma.
    Su amada no se quedó atrás y nos explicó a su manera en su Frankestein y el moderno Prometeo, cómo serpentea el mal.
    (Ah!, mi amada Mary Shelley)

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