viernes, 28 de diciembre de 2012

FILOCTETES, EL HOMBRE ECUÁNIME DE SÓFOCLES


“Sin embargo de ningún otro mortal
conozco por haberlo oído o por haberlo visto
que se haya encontrado con un destino peor que el de éste...,"
Filoctetes, Sófocles
  

Es Filoctetes, en mi opinión, uno de los grandes héroes olvidados de la cultura clásica, a pesar de que fue la persona que hizo posible la caída de Troya.

Todos conocemos a Aquiles, a Ulises, a Héctor, a Agamenón, a Menelao, a Paris, a Ayax, a aquellos grandes guerreros de la antigüedad que lucharon a la sombra de las murallas de Troya; pero, ¿sabemos que la persona que hizo posible su conquista fue Filoctetes?  De eso trata este artículo.

En este artículo voy a enfrentar dos personalidades clásicas totalmente diferentes:

Por un lado, Filoctetes, el hombre ecuánime, que no realizó una mala acción, sin haber robado, ni forzado nunca a nadie, con poca ambición, que es rechazado por la sociedad cuando se convierte en una persona molesta para ella.

Y por otro lado a Ulises, el taimado, el embustero, el de las tretas, (idea suya fue construir el caballo de madera…), el hombre insaciable; el ambicioso que le dice a Neoptólemo, hijo de Aquiles: Pero es grato conseguir la victoria. Lánzate a ello; ya nos mostraremos justos en otra ocasión. Ahora por un corto espacio de tiempo préstate para algo desvergonzado y ruin, y después, durante el resto del tiempo, podrás ser llamado el más piadoso de los mortales”.


En las acciones de Ulises siempre aparece lo más oscuro de los hombres. Puede ser una buena pregunta: ¿Por qué lo peor de la condición humana ha llegado a nuestros días como el héroe clásico por excelencia?

Tal vez la respuesta esté en el alma humana o en la capacidad del arte de imponer a través de la cultura la conducta del ser humano.


Contemos pues la historia de Filoctetes, el hombre ecuánime, como lo llama Sófocles.

Filoctetes aparece en la mitología griega de la mano de Hércules, ya que hereda, nada más y nada menos que sus armas, su arco y sus flechas. Y las hereda, porque ayuda al gran mito griego a morir.

Los últimos días de la vida de Hércules son poco conocidos y a la vez muy trágicos. Hércules murió víctima de una trampa que le tendió el centauro Neso que trabajaba de barquero en el río Eveno cuando trataba, junto con su esposa, de llegar a la ciudad de Trakis.

Neso pasó primero a Hércules con toda intención y después a Deyanira y cuando estaba ya en medio del río decidió que era un buen momento para violarla, dejándose llevar por sus desordenados instintos. Pensó que Hércules no podía ayudarla porque estaba ya en la otra orilla, pero cuando intentaba forzarla, Hércules le disparó una flecha, una flecha que se le clavó directo en el corazón. Retrocedió como pudo hacia la orilla y allí moribundo, con la flecha clavada en el corazón y manando sangre, le tendió a Hércules una trampa mortal, una trampa terrible.

Cuando el centauro estaba a punto de morir, le dijo a Deyanira que tenía el remedio por si alguna vez Hércules le era infiel o ella se daba cuenta de que la dejaba de amar: un filtro amoroso. El filtro consistía en su propia sangre, que manaba de su corazón, mezclada con el semen que había esparcido al intentar violarla. Deyanira, pintada con los males que la cultura clásica desata en la mujer y que puede ser tema para otro artículo, pues nunca se ha cometido tan a conciencia una injusticia tan grande, recogió como pudo la sangre y el semen del centauro y lo guardó por si se presentaba la ocasión.

            Como era de prever, esa ocasión se presentó pronto; pues Hércules en una de las muchas ciudades que asaltó se enamoró de una joven muchacha llamada Yole. Deyanira, comida por los celos, utilizó el filtro. Cuando Hércules reclamó un nuevo vestido, antes de dárselo untó, para que volviera a amarla, con el ungüento hecho con la sangre y el semen del centauro la tela del vestido y cuando Hércules se lo puso sintió de repente un calor extraordinario, pegándosele a su piel, cada vez más ardiente. Al intentar quitárselo de encima se llevaba trozos de su propia carne, y pronto entró en una especie de agonía terrible. Se cuenta que se tiró a un río intentando poner fin a ese suplicio y las aguas del río se tornaron calientes y que ése es el origen del manantial de las Termópilas, que luego el rey Leónidas y sus trescientos espartanos convirtieron en mítico.

Pero la tradición más admitida es que Hércules se fue al monte Eta, que está al lado de la ciudad de Trakis y allí, él mismo construyó su propia pira funeraria intentando matarse y poner fin a ese sufrimiento terrible que Neso, en su venganza, le procuraba. Cuando tenía la pira construida le pidió a los pocos que había allí, que la encendieran, y sólo lo atendió un muchacho, un muchacho de nombre Filoctetes. El joven se ofreció a encender la pira funeraria y acabar con el sufrimiento de Hércules. A cambio, Hércules le dio sus armas, su arco y sus flechas, que lo hacían casi invencible.

Éste es el arranque de la historia de un guerrero que con las armas de Hércules, embarcó para Troya a luchar bajo sus murallas. Pero su destino iba a ser muy diferente. Antes de llegar a Troya los griegos hicieron escala en la isla de Ténedos, y allí inmolaron sacrificios a los dioses rogando por la conquista de la ciudad y que los vientos que mueven las guerras les fueran favorables.

Mientras se llevaban a cabo los sacrificios a los dioses comenzó verdaderamente el drama de Filoctetes. Una serpiente le mordió en un pie, inyectándole su veneno. La herida no paraba de supurar, le producía un dolor espantoso y además olía horriblemente, de manera que los gritos del propio Filoctetes que no podía soportar el dolor ponían muy nerviosos durante las noches a los soldados del Ejército griego, resintiéndose su moral. Además, por todo el campamento se podía oler el flujo de pus de la herida que producía un hedor fétido.
Ahí empieza el problema: ¿qué hacer con la persona que perturba el equilibrio de la comunidad?  Ese fue el dilema que se plantearon los griegos y a lo que dio solución Ulises, el de siempre.

Como dice el profesor Bernardo Souviron, de quien este artículo es totalmente deudor, después de haber estado durante tres años recibiendo sus clases, tomando apuntes y escuchando sus historias, Ulises es un tipo que está fuera de época, es un individuo inteligente al que los medios le parecen tan importante como el fin, hace cosas buenas y cosas oscuras, y tiene siempre una doble faz; en una palabra, Ulises ya es el hombre moderno, entrando en la Literatura como tal.

Ulises propone llevarse a Filoctetes del campamento y abandonarlo. (Digamos que es la solución que normalmente se adopta: alejar el problema). Con engaños, sube a Filoctetes en un barco y lo deja solo, abandonado, con su arco y con sus flechas en la isla de Lemnos, una isla al noroeste del mar Egeo que, según nos dice Sófocles, está completamente deshabitada. Allí, lo abandona a su suerte. Sólo y malherido.
En Lemnos empieza a supurarle otra herida, aparte de la herida física que se puede curar y vendar: la herida del alma. Abandonado por los suyos, insolidariamente tratado y viviendo una soledad extrema durante diez años:

                        “…el cual sin haber forzado a nadie ni haberle robado, antes bien, siendo ecuánime con aquellos que lo eran con él, perece poco a poco tan indignamente. Esto me tiene admirado; ¿cómo, en esta soledad oyendo sólo el estruendo de las olas que baten a su alrededor, puede soportar una vida tan lamentable? No recoge para su alimento el grano de la sagrada tierra ni otros productos que cultivamos los hombres a no ser que por medio de las rápidas flechas de su certero arco se procure algún alimento y sacie a su estómago.
Él mismo es su propio vecino, sin poder andar y sin que ningún lugareño fuera compañero de sus desgracias, alguien ante el cual pueda proferir un lamento que encuentre respuesta, un lamento provocado por esa sangrienta herida que lo va devorando poco a poco, cruelmente, y no hay quien mitigue el ardiente flujo de sangre que rezuma de las llagas de ese pie ulcerado, cada vez que le sobreviene, ni con calmantes yerbas ni con ninguna otra cosa cogida de la fecunda tierra. Él va de un sitio a otro arrastrándose como un niño separado de su madre allí donde hubiera recursos a su alcance cuando cede el mal que atenaza su ánimo.”

La guerra de Troya continuó durante diez largos años, pero no había forma de conquistarla. Los mejores habían muerto: Aquiles había muerto, Ayax había muerto. Los griegos empezaron a pensar que aquella guerra no había manera de ganarla y entonces acudieron a Calcante, el gran adivino de los griegos, que les dice que sólo se podrá averiguar el medio de tomar Troya si se consulta con Heleno.

Heleno es un troyano, hermano de Héctor, que ha asumido el papel protagonista después de su muerte y que, a su vez, es hermano de Casandra la adivina, compartiendo con ella la posibilidad de descifrar el futuro. Heleno ha tenido un incidente con Príamo, su padre, porque le ha entregado, tras la muerte de Paris, Helena a su otro hermano Deífobo, más joven, y según Heleno con menos méritos que él. Así que Heleno se comporta como todos los héroes griegos y se retira al monte Ida, sin querer saber nada de Troya, como ya había hecho Aquiles en su momento.

Ulises, como siempre, presto al engaño, le tiende una trampa, lo captura y lo lleva al campamento griego donde es sometido a tortura e interrogatorio; y Heleno dice, entre otras cosas, que Troya no caerá mientras no venga Neoptólemo, el hijo de Aquiles. Pero la segunda cosa que dice deja perplejo a Ulises: “Sólo podrá tomarse Troya con las armas que ya la tomaron una vez”; y esas armas son, nada más y nada menos que, las de Hércules, que las tiene en su soledad Filoctetes en la isla de Lemnos, abandonado a su suerte.

En este punto empieza la tragedia de Sófocles: el tipo que ha sido abandonado por la sociedad, ahora la sociedad lo necesita. ¿Cómo se resolverá ese problema?

A Ulises se le ocurre una nueva treta, urde un plan: “Que venga Neoptólemo el hijo de Aquiles. Neoptólemo y yo iremos a Lemnos. Yo me esconderé y Neoptólemo hablará con él. En cuanto le diga que es el hijo de Aquiles, Filoctetes lo respetará. Seguramente, Filoctetes le dirá a Neoptólemo que los atreidas Agamenon, Menelao y, sobre todo, yo, lo abandonamos en esta isla desierta. Neoptólemo deberá convencerlo con esa misma opinión diciéndole que él también ha discutido con los atreidas y ha dejado Troya. Filoctetes le pedirá que se lo lleve de la isla. Luego, lo cogeremos con el engaño, pues con el arco y las flechas de Hércules es invencible, y volveremos, con él y las armas de Hércules, a Troya en vez de volver a casa”.

Ése era el plan de Ulises; pero éste no prevé del todo el factor humano: cómo va a reaccionar Neoptólemo, hijo de Aquiles, que lleva el honor y la verdad por bandera, ante su propuesta y cómo va a reaccionar cuando se encuentre con el dolorido, física y espiritualmente, Filoctetes.  

Como explica el profesor Souviron, la sociedad insolidaria de repente necesita al individuo que abandonó a su suerte, ¿cómo se resuelve ese problema? Una respuesta puede ser que sólo con la ética, con la solidaridad y la verdad es cómo finalmente se resuelven los problemas. Pero conviene leer a Sófocles para ver cómo los clásicos resuelven este tipo de contrariedades.






Las fotografías son de Grecia.

La primera es del Palacio de Knossos, en Creta, donde pueden verse en sus pinturas murales a mujeres lidiando con toros y, también, vestidas de reinas y los hombres rindiéndole pleitesía en los desfiles (¿un sueño o realidad?).

La segunda es de la isla de Santorini, donde puede verse bajo el mar la boca de un volcán y donde me contaron la teoría de que la erupción de ese volcán hace tres mil años destruyó la Atlantida. Yo prefiero por cuestiones sentimentales pensar que la Atlántida estaba a la vera de Tartessos, a orillas del Guadalquivir, donde venían los barcos del rey Salomón a comerciar con telas y con bronce, y que luego la llamaron los árabes “Yazirat al-Andalus” o Isla de los Atlantes. Sólo es un sueño   

La última foto es de Rhodas y corresponde al antiguo puerto donde se supone que entre sus columnas se alzaba el inmeso Coloso. No es díficil imaginarlo cuando te sientas al atardecer en ese malecón.




2 comentarios:

  1. La historia está llena de héroes anónimos que merecieron ser más reconocidos que otros muchos que lo hicieron aportando menos valores y más violencia. Una pena.



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    1. Yo creo que todo héroe, como todo hombre de bien, debe ser anónimo. Hacer las cosas a cambio de honores o para alcanzar una soñada ambición ha sido lo común en nuestra historia. Aunque la ambición y el ansia por el poder ha sido algunos de esos sitios donde dice Salinas que "se libran las grandes aventuras del alma".
      Afortunadamente nos quedan los poetas.

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