Ya saben que me regalaron en Ebel es Saqi, allá en Mohafazat Nabatîyé, un Noble Quran Karim قرآن كريم; en Marjayoun, una Biblia cristiana maronita; camino de Trebinje, una Biblia Ortodoxa; en Koulikoro, un Corán con su traducción en bambara; en Bamako, la hermana Cristina, una Biblia cristiana en bambara y en Sarajevo leí la Torah תּוֹרָה, que los cristianos llaman Pentateuco y Al-Tawrat توراة los musulmanes y drusos, a quienes también conocí en Líbano, para intentar aprender a leer desde los cuatro costados: «Acostúmbrale a leer desde los cuatro costados, desde arriba y desde abajo, tal como yo deseo. no dejes que pierda el tiempo con otros niños. acostúmbrale a decir las bendiciones que conoce... y a bendecir el vino, el agua y las abluciones».
Tengo que contarles que he entrado en la Guenizá de Ben Ezra.
La escritura de Dios no conoce líneas ni fronteras, la escritura de Dios puede viajar en el tiempo de Jerusalén a El Cairo o de El Cairo a Cambrigde, pasando por Alandalús, que parece ser que en su forma aguda es como la denominaban los propios andalusíes, ¿de dónde si no iba a venir andaluz?, también acentuada de igual forma (Federico Corrientes, Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance). Por ese vagar infinito del papiro, el pergamino o el papel anduve ayer; y en poco más de dos horas viajé diez siglos en el Centro Sefarad-Israel.
Y todo comenzó en una sinagoga de Fustat en El Cairo antiguo, en el siglo XI, que fue ayer y que es hoy, donde me encuentro, la sinagoga de Ben Ezra de El Cairo, que en su tiempo era conocida como «la sinagoga de los Palestinos» o «sinagoga de los Jerosolimitanos». Y de pronto, como un milagro, en el siglo XIX se descubre la Guenizá que sacó a la luz cientos de documentos abandonados en su vejez a las penumbras y comidos por el tiempo.
La palabra «guenizá» significa `depósito´ y designaba el lugar donde se abandonaban los textos y papeles que por su deterioro ya no se podían leer; pero, en vez de destruirlos o quemarlos se depositaban en un cuarto cegado con la única apertura de un agujero por donde tiraban los papeles y documentos viejos que dormirían allí para siempre. Cuando se descubrió este almacén en el siglo XIX salieron a la luz documentos de todo el mundo islámico; filosofía, cartas comerciales, capitulaciones matrimoniales, escrituras de divorcio, poemas, cuentos árabes, poesía.... Y todo gracias a dos mujeres, dos hermanas gemelas, Agnes Lewis y Margaret Gibson, que después de una expedición por Egipto y Palestina se trajeron un fajo de fragmentos de papel y pergamino que compraron durante su viajes. En Cambridge se lo enseñaron a su amigo Solomon Schechter, que encontró entre esos despojos nada menos que una página suelta del libro perdido de Ben Sira, llamado Eclesiástico por los cristianos.
Jerusalén, ciudad tres veces Santa, donde seguro que también está Dios, alguna que otra vez echándose las manos a la cabeza: "Si te olvidare, oh Jerusalem, olvide mi diestra su habilidad; adhiérase mi lengua al paladar si de ti no me acordare; si no pusiere a Jerusalem en la cumbre de mis alegrías". Salmos, 137. Ya sé que has andado por Metula al otro lado del Valle de la Bekaa y de una frontera que pateamos mucho. Lo sé. Eché de menos ver, desde ese monte, Jerusalén. Volveré a ese monte, a esa visión y extenderé mis manos.
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