No hay, sin embargo, que olvidar que una secta perversa ha contaminado esas antiguas e inocentes ternuras, y que frecuentadas ahora es consentir o proponer una complicidad.
Carezco de toda vocación de heroísmo, de toda facultad política, pero desde 1939 he procurado no escribir una línea que permita esa confusión. Mi vida de hombre es una imperdonable serie de mezquindades, y yo quiero que mi vida de escritor sea un poco más digna. Si yo sigo en esa línea del nacionalismo, estoy haciendo lo que los nazis están llevando adelante.
Jorge Luis Borges - Año 1943
Parece escrito ayer, cuando los nacionalismos eligieron, para que gobierne a toda la sociedad, a aquellos que creen en la certidumbre de la superioridad de su patria, de su idioma, de su religión o de su sangre; y que califican de bestias a quienes no comparten esas mismas características genéticas o lingüísticas que se arrogan.
Como Borges, yo entonces me iré al Sur donde andan los montoneros, donde campa a sus anchas la barbarie, donde la sangre es casi africana y la música y el lenguaje es la raíz de todo mestizaje. Ese lugar que, a diferencia del Sur de Borges donde el intelectual muere a manos del bárbaro, el intelectual se hace bárbaro. Donde zumban las balas en el viento último.
Parece que lo van consiguiendo: la ruptura, la división, el odio y la violencia, activa o pasiva, que como una niebla sobrevuela cada segundo y cada lugar público abandonado al albur de las nuevas dentelladas. Abro el pequeño volumen de Otras Inquisiciones y descubro dónde está la fuerza y, a la vez, la debilidad de los nacionalismos: el triunfo ideológico del nazismo residía en la incapacidad de razonar. El nazismo adolece de irrealidad, como los infiernos de Erigena. Es inhabitable; los hombres solo pueden morir por él, mentir por él, matar y ensangrentar por él. Nadie en la soledad central de su yo, puede anhelar que triunfe.
Inhabitable, ese es el país que están creando, inhabitable.
Sólo espero que los años nos traerán la nueva y venturosa aniquilación de Adolf Hitler, hijo atroz de Versalles; y que los bárbaros y las bestias, a quien tanto temen y repudian, se mezclen con su sangre pura, para hacerla, si no más grande, al menos más humana.
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