domingo, 5 de febrero de 2017

ILUMINACIONES EN LA SOMBRA, ALEJANDRO SAWA



Un bohemio es aquél que nunca vende su pluma a nadie. Un bohemio es aquel que ama la literatura sobre todas las cosas. Un bohemio es aquel que no moverá un solo dedo si no lo hace en nombre del arte. Un bohemio es aquél que es dueño de su voz, de su silencio y de su hambre. Un bohemio es aquél que es irreconciliable con el éxito, porque el éxito siempre es sobornado por el poder. Un bohemio es aquél que se sale del canon por estética o por rebeldía. Un bohemio es el único sano que sabe que vive en una sociedad de leprosos en la que la villanía es el estado social de la gente. Un bohemio nunca debe ser confundido con alguien lleno de greñas que se cree más libre que nadie porque malvive por los cafés y los fumaderos de opio rindiendo cuenta sólo a su estupidez. Un bohemio nunca debe ser confundido con un golfemio. Un bohemio sabe que el honor se asienta en las almas y no en los labios. Un bohemio es aquél que es capaz de quedarse ciego de tanto mirar al sol. Un bohemio es... Alejandro Sawa. Darío, ministro plenipotenciario de Nicaragua en España, lo sabe.

Siempre que veo a Valle-Inclán en Recoletos, camino del café Gijón, le pregunto por Sawa. A Sawa lo conocí cuando llegué a Madrid y andaba inquieto por la vida literaria. Era entonces una población grande y viciosa. Madrid simpatiza con todos los aventureros, a la sola condición de que sean valientes y no se dejen dominar por escrúpulos de vergüenza. Madrid es la capital de España y la gran población predilecta de la canalla.

Esa tarde me extrañó que don Ramón fuera con prisas.

— Acompáñame— me dijo —vas a ver a Sawa. Es tu última oportunidad. Se está muriendo ciego, loco, solo y pobre, muy pobre, en una covacha de la calle Conde Duque. Donde el Cuartel de Caballería. ¿vienes?

Ir a Madrid, vivir en Madrid. Madrid, cisterna, antro, sima que mientras más devoras más sientes aumentarse tu apetito.

— Claro que voy— le contesté — nunca desaprovecho una oportunidad para visitar en la tierra el infierno. Lo aprendí de Sawa; el vicio y la virtud son inmortales. La pasión también. Por eso de toda eternidad el hombre ama y odia; tiene igualmente apercibidos la dentellada y el beso. Ese beso que le dio Víctor Hugo al hombre que más cerca estuvo de Verlaine, aparte de Rimbaud. —¿Darío lo sabe?

— Lo han matado. A Sawa lo han matado, entre todos lo han matado, dice Valle para sí, mientras enfilamos la calle Conde Duque.

Sawa no ha encontrado editor para sus Iluminaciones, tampoco lo consiguió Rimbaud para las suyas y acabó traficando con armas y con personas en Abisinia. Notad que todos los críticos son miopes y usan antiparras. Acercándose demasiado a la nariz, por deficiencia del órgano visual, las páginas del libro que tienen entre las manos, ven los defectos tipográficos, las cualidades de la estampación, los poros y los granos del papel, no el alma del escritor, que ha necesidad, siempre, de los grandes horizontes para ser vista en su justa perspectiva.

Cuando entramos en el número 7 de la calle Conde Duque se olía la miseria, He vendido mis muebles y sólo me he reservado los más precisos, pero tengo flores. He sustituido el confort por la gala, y, si bien es cierto que no tengo apenas mesa donde escribir, poseo en cambio una maceta de claveles que trascienden a Gloria, y en lugar de mi artístico secrétaire de palo de rosa tengo una hortensia, que me consuela de muchas pérdidas crueles de la vida. ¿Darío lo sabe?

Nada más entrar en la habitación, Valle ha imaginado la figura sombría de Max Estrella sobre el camastro desvencijado, y se ha puesto a llorar por el muerto, por él y por todos los pobres poetas. En la misma calle ha decidido escribirle unas letras a Darío para que éste les ayude a publicar el libro enterrado de Sawa, Iluminaciones en la Sombra. Y en una pequella cuartilla escribe: he llorado delante del muerto por él, por mí y por todos los pobres poetas. Yo no puedo hacer nada, usted tampoco, pero si nos juntamos unos cuantos algo podríamos hacer. Alejandro deja un libro inédito. Lo mejor que ha escrito. Un diario de esperanzas y tribulaciones. El fracaso de todos los intentos para publicarlo y una carta donde le retiraban una colaboración de sesenta pesetas que tenía en El Liberal, le volvieron loco durante los últimos días. Una locura desesperada. Quería matarse. Tuvo el fin de un rey de tragedia: murió loco, ciego y furioso.

Darío prologará el libro, algo le empujaría su corazón o la noche, pero todavía le queda una eternidad para poder cancelar la infame deuda que contrajo con su amigo Alejandro Sawa, La deuda de amistad. ¿Lo sabe Darío, príncipe de los poetas?

Nada más salir del velatorio y viendo que el centro cultural Conde Duque permanecía abierto decidí entrar. Valle siguió su camino. Dentro me esperaba una tertulia de principios de siglo, llena de vates y escritores que convocaba Ramón Gómez de la Serna. A Alejandro Sawa no se le esperaba; alto, elegante, con la apariencia que entrega la limpia pobreza, acompañado por sus dos perros, mientras grita:  Los hombres del Poder no se contentan con disponer a su antojo de nuestra bolsa, de nuestro hogar, de nuestra libertad y de nuestra vida. Porque son accionistas de esa fábrica de poder que se llama la Gaceta (nuestro BOE de hoy en día), creen serlo también, ¡ insensatos!, de esa otra cosa tan distinta que se llama la gloria. Y firman credenciales de inmortalidad, como si se tratara de expedientes de un negociado cualquiera de Gobernación ó Hacienda. Pero no cuentan con el porvenir ni con la Historia. Con el porvenir, que levantará picotas sobre muchos pedestales contemporáneos; con la Historia, que condenará los mismos rasgos glorificados por mármoles y bronces, a la eternidad del ridículo o de la infamia.  

Bueno, sabiendo que la muerte es el olvido y que Sawa ha llegado antes, me entretengo bebiendo con dos personas que tengo en alta estima en el amplio patio del Centro Cultural Conde Duque, mientras recuerdo los versos que Manuel Machado dedica a Alejandro Sawa en el prólogo de Iluminaciones en la Sombra:

Jamás hombre más nacido
para el placer, fue al dolor
más derecho.

Jamás ninguno ha caído
con facha de vencedor
tan deshecho.

Y es que él se daba a perder
como muchos a ganar.

Y su vida,
por la falta de querer
y sobra de regalar
fue perdida.

Es el morir y olvidar
mejor que amar y vivir.
Y más mérito el dejar
que el conseguir.











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