domingo, 12 de febrero de 2017

EN LAS AFUERAS, CON LUIS GOYTISOLO, DONDE LAS CUENTAS NUNCA SALEN

No hay nadie que no haya vivido en las afueras; porque las afueras no es un lugar físico al que una persona sea arrastrada, por su voluntad o forzada; sino el lugar en el que vive su espíritu, aprisionado en esa botella que cada alma va puliendo y dando forma a lo largo de la vida. Las afueras, aunque parezca lo contrario, no distingue clases, no distingue género, no distingue edades, y son implacables con el corazón de las personas porque proceden del interior mismo de ellas.

Calumnia, sí, esta es la palabra. Calumnia. Por eso digo que la cosa tiene gracia. Porque con tal de poder calumniarme, no ha dudado en suprimir una de las cosas que más quería. ahora bien, esto sólo tiene un defecto: necesita convencerte de que he sido yo quien lo ha hecho y de que luego lo he negado. ¿Y cómo convencerte si no tiene pruebas? Pues impresionándote, fingiendo un dolor lo bastante intenso como para conmoverte. El pequeño Bernardo, huérfano de padres tras un accidente de tráfico, es arrastrado desde esa casa burguesa a las afueras por sus abuelos que, aunque nadie lo sepa, ya llevaban tiempo viviendo en ellas mientras se molían uno a otro, echándose en cara cualquier vicisitud de sus vidas por nimia que pudiera parecer en un monólogo interior cuyo único inocente y doloroso receptor es el niño. —Sí, Bernardo, me angustia pensar en todo esto. Y la angustia y el sufrimiento y el trabajo acortan la vida. Y tengo un carácter más agrio, más amargado por todas aquellas cosas en las que él no quiere pensar, que no quiere recordar. En las afueras, Augusto y Magdalena jamás hablan uno con otro, es un borboteo interior de cada uno que sufre el niño; no les basta a ellos con vivir en las afueras, sino que sus palabras salen de su boca a los oídos del niño. ¿Para qué? Pues para el gratuito sufrimiento, que es asequible a todos en ese lugar llamado las afueras.

Los dos Víctor, victoriosos en la guerra, también tienen una posición desahogada, pero nada hace pensar que la posición y la vida tienen por qué coincidir. El primero de ellos vuelve a su finca desde Barcelona, regresa a las afueras, donde alguna vez fue feliz, —aquí pescaba renacuajos—, cuando se creía un igual a los aparceros, que se quedan todo el trabajo y lo único que entregan son las cosechas; pero las afueras, obedientes a esa ley que ayudada por el tiempo todo lo quema, raudas devuelven a los ricos y a los pobres a una infelicidad a la medida de cada uno. Y como no podía salir de casa ni bajar al pueblo, se pasaba la mayor parte del día metido en la cocina, mirando al fuego. Acaba de recibir una carta escrita por su mujer en la que viene escrita una sola palabra: "no".

No sé si las afueras pueden vivir en una novela o no. La unidad de lugar es tan relativa como ese sitio en el que no sólo viven los vencidos y los pobres; sino que ahora empiezan a llegar los burgueses y los ricos. Reconozco a Tonio, en lomos de la modernidad, en varios capítulos; y a Víctor, el vencedor vencido, y a Ciriaco, el legionario que ayudó a ganar al guerra y, ahora, tísico, malvive saltando de un capítulo a otro como limpiabotas; y a Augusto y Magdalena, con brillo por fuera pero negros por dentro; y a Domingo y Amelia, víctimas de esa vejez dividida entre la ciudad y el campo; y a Dineta y a su padre Mingo Cabot, anclado en ese pasado que arrastra un caballo medio muerto y una reja, incapaz de subirse en el tractor de la modernidad.

En las afueras nos pintan tal como somos, incapaces de ser felices cualquiera que sea nuestra condición; sabiendo que por mucho que la vida nos enseñe en este mundo las cuentas nunca salen, y quien diga lo contrario o miente o vive de la hipocresía. «¿De qué le serviría saber tantas cosas? Por mucho que una sepa de números, aquí las cuentas nunca salen»





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