domingo, 18 de septiembre de 2016

ANTONIO COLINAS Y MI VIEJO PERRO MESTIZO BLANCO


Las bibliotecas, a veces, guardan nuestros recuerdos entre los viejos anaqueles de sus estanterías. Sin buscarlo, aparece de pronto el viejo ciego que me llevó, tiempo atrás, a la ciudad de los inmortales; dos baldas más arriba, un tipo pálido pretende enseñarme dónde están los siete pilares de la sabiduría; bajo llave, me llama en silencio aquél que fue tachado injustamente de traidor y me dice que atraviese el Estrecho y sepa cuánto sufrió don Julián; o me engañan para que me pierda sin rencor en el bosque de la noche... Esta semana de entre los 30.000 volúmenes que tengo a mi disposición en una tercera planta secreta, que poca gente conoce, se presentó el pasado.

De pronto, debajo de una mesa se me apareció mi perro, un perro que fue mi sombra allá por los años 90. Nada más verlo adiviné el peligro que corría aquella biblioteca. Ninguno de los dos funcionarios que custodiaban la biblioteca se había percatado de su presencia. El viejo Coco volvía a ser, como el Cid después de muerto, la perdición de los libros encuadernados, el horror de las cubiertas que protegen los tesoros escritos, la ruina de los forros hábilmente manipulados por artistas encuadernadores, la consternación de cualquier amante de los libros.

De todos los perros que he tenido, el mestizo blanco, que acabé acogiendo en mi pequeña habitación de un cuartel perdido, fue de todos el que más relación tuvo con los libros; por eso, de vez en cuando se me aparece por entre las mesas de las bibliotecas y me obliga a elegir aquellos volúmenes que él y yo, de diferente manera, degustamos.

El primer día que lo llevé conmigo a esa pequeña habitación del cuartel donde vivía se comió las pastas de cuatro volúmenes:
Primero, La Ilíada, editada en 1966 por Ediciones Alonso. Homero apenas le puso resistencia, y de todos los héroes armados que poblaban su páginas ninguno de ellos salió escudo en guardia y broncínea lanza al brazo a pararle los dientes al imposible lector.
Después arrambló con el tomo IV de Las Vidas Paralelas de Plutarco en edición de Iberia J. Gil del año 1944 y que compré en una feria de Libro Antiguo.
A continuación tomó por banda una edición del año 1972 del Oliver Twist y el David Copperfield de Dickens, editado por Nauta.
Para finalizar con el Tratado de Armonía de Antonio Colinas, editado por Tusquets en el año 1991: El perro se pasa las horas obsesiva y sutilísimamente atento a cuanto sucede en el valle. Un rumor, un silbido, un ramaje que cruje, bastan para inquietarlo. su sensibilidad debe de ser enorme. confío en que esa sensibilidad le sirva de goce y no de dolor. Pocas cosas hay tan amargas como el sufrir por un exceso de sensibilidad.

Este último era el único libro que no tenía pastas de cuero, sino de cartón doradas. El hecho de que Antonio Colinas fuera elegido para esa efímera gloria selectiva junto a tan grandes clásicos hizo que a partir de entonces siguiera su poesía con razón o sin ella, y me apoyara en él y en su Simiente Enterrada en el mayor viaje de mi vida, cuando fui a  China, a buscar a esa persona que fue unida para siempre a mí con un hilo rojo que pasa por la luna:
Lao Tse reconoce que el Cielo y la Tierra tratan a los seres como a "perros de paja"; esos perros que se quemaban en las antiguas ceremonias de purificación. El Tao no cree en la misericordia de lo superior; por eso el hombre tiene que crecerse ante la adversidad y, en las peores circunstancias, resistir y hacer buena con su propia bondad a la misma divinidad.

Así que, esta semana, cuando he visto a mi viejo perro mestizo blanco, por entre las mesas de mi biblioteca secreta, pensé que debía de arrastrarlo a la salida con el señuelo de un libro de Antonio Colinas, y como sabía que la Larga Carta a Francesca estaba en la estantería BQ-IV-8, lo cogí y vi como el mestizo, fiel, acudía como siempre al reclamo.

Esta vez, la Larga Carta a Francesca decidí leerla en el campo, pues el viejo Coco ya no es capaz de vivir entre paredes; y yo lo entiendo, seguramente a mí me pase lo mismo. Así que he estado muchas horas nuevamente con él, sentado a mis pies, como siempre, leyendo la Larga Carta a Francesca. Desde aquel primer día que tuve al mestizo en casa hace ya casi veinte años guardo mis volúmenes a una altura prudencial porque unas buenas pastas de cuero son un deseo incontenible para un perro que ama los libros.

Todavía se acordaba mi perro mestizo que Francesca perdió la razón, que el sueño es hijo de la noche y hermano gemelo de Tántalo, se acordaba de quién era por fin la destinataria de la carta, continuaba preguntándose si no habría un punto intermedio entre el amor y la muerte, y se acordaba que cuando cada noche las sombras devoraban el paraíso exterior, jugábamos a engañarnos con las lecturas, a olvidar con los versos y los relatos.










2 comentarios:

  1. Qué buen perro. Con exquisito gusto literario. Me encantó.

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  2. Gracias, Gregoria. Tengo que reconocer que Coco adoraba los libros, Y los paseos por el campo, y montar en coche con las ventanillas bajadas y el calor de la chimenea y la luz de un flexo. Y sentarse a mi lado.

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