domingo, 29 de junio de 2014

MI FAMILIA Y OTROS ANIMALES, EN CORFÚ ENTRE LOS DURRELL



 Desde siempre he jugado a adivinar cómo serían esos lugares reales que inspiraron a los grandes escritores, hasta llegar a convertirlos en territorios de leyenda: Macondo, Comala, Celama, Región, Magina,..., pero también he jugado a buscar lo inexistente, salvo en la mente del autor, en esas ciudades, que aun figurando su nombre en los mapas, también son leyenda: el París de Víctor Hugo o de Goytisolo, La Mancha de Cervantes, la Nueva York de Paul Auster, la Barcelona de Montalbán, la Venecia de Mann, el Madrid de Cela, o El Cairo de Naguib Mahuf.

Sin embargo, hay lugares que no se dejan intimidar, y que no permiten ni la más mínima alteración de la semántica en su descripción. Uno de ellos es Corfú.
Yo llegué a Corfú en barco, pasada Albania, pero ya antes había estado allí, cuando arribé a aquella isla con los Durrell:

En ese momento llegó mamá algo despeinada, y tuvimos que dedicar nuestra atención a la tarea de introducir a Roger (el perro) en el coche. Nunca había estado en vehículo semejante y lo consideraba algo sospechoso.
Al fin tuvimos que levantarlo a pulso y arrojarlo dentro, aullando frenético, e inmediatamente abalanzarnos sin aliento sobre él para sujetarlo. El caballo, sobresaltado por esta actividad, salió trotando con paso vacilante y acabamos todos amontonados unos sobre otros en el piso del coche, con Roger debajo dando alaridos.
- Vaya entrada -dijo Larry amargamente-. Yo que esperaba dar una impresión de graciosa majestad, y he aquí lo que sucede.. Llegamos al pueblo como una troupe de saltimbanquis.
- Cálmate, hijo -lo tranquilizó mamá, enderezándose el sombrero-; pronto estaremos en el hotel.
Pasamos entonces por una callejuela en la que cuatro chuchos mugrientos tomaban el sol. Roger se puso rígido y con mirada asesina prorrumpió en un torrente de roncos ladridos. De modo que al enfilar la calle principal del pueblo unos veinticuatro perros se arremolinaban entre nuestras ruedas casi histéricos de ira.

Menuda entrada tuvimos en Corfú. Pero no crean que la señora Durrell perdía la compostura, ni perseguidos por una jauría de perros. Larry, cariño, ten más cuidado con ese látigo que puedes herir a alguien. Mientras que Larry (el futuro autor de El Cuarteto de Alejandría) erraba cada latigazo tratando de espantar a los perros.
Recuerdo bien cuando sus hijos le achacaron a ella, la culpa de la forma de ser que estaban llegando a tener. Es muy normal culpar a los padres de nuestros defectos y alabarnos a nosotros mismos por nuestras virtudes. Es tarea común de todos los hijos. Yo no me he librado. Vosotros tampoco. Sin pensar acaso que fuimos lo suficientemente libres para ser como queríamos ser; el problema es que no fuimos lo suficientemente fuertes.

- Eso es lo malo de esta casa  -dijo Larry amargamente-. Nadie echa una mano, nadie tiene consideración para con los otros.
-Tú sí que no tienes consideración con nadie -dijo Margo.
- Y todo por tu culpa, mamá -continuó Larry con austeridad- No nos deberías haber criado tan egoístas.
-¡Lo que hay que oír!, exclamó mamá-. Jamás hice tal cosa.
-Pues no pudimos hacernos así de egoístas sin una mínima instrucción-, dijo Larry.


Yo que he visto esas vidas desde fuera, creo que su madre siempre tenía razón, tan llena de humor e ironía; porque ellos, los jóvenes sólo pensaban en su futuro y en sus pasiones. Larry quería ser escritor a toda costa y todo lo que no fuera él mismo le molestaba, Leslie, tan aficionado a las armas y a la pesca sólo vivió en Corfú para eso, Margo siempre estaba pensando en cómo ser más bella y quitarse ese acné que la martirizaba, y en los jóvenes; y Gerald; ese Gerry, amante de los bichos, que tenía la casa hecha un zoológico, con su mochuelo Ulises, la gaviota Alecko, la salamanquesa Gerónimo, las Gurracas, los perros, las tortugas y un sinfín de criaturas que van dando vida a la novela autobiográfica donde rezuma el humor por todos lados. Si quieren reír leyendo un libro acudan a vivir con los Durrell en Corfú, yo lo hice y no me arrepiento.

He de decir que envidié a Gerry por la educación que tuvo esos años, una educación de verdad:

Apenas instalados en Villa Fresa, mamá dictaminó que yo estaba en estado salvaje y que era necesario procurarme alguna instrucción. Pero cómo encontrar semejante cosa en una remota isla griega? Como era habitual cada vez que surgía un problema la familia en pleno se lanzó con entusiasmo a la tarea de resolverlo.
-Tiempo tendrá de estudiar -dijo Leslie-. al fin y al cabo sabe leer, ¿no? Yo le enseño a disparar y si comprásemos un bote le enseño también navegación.
-Pero, querido, eso no le sería lo que se dice muy útil el día de mañana -señaló mamá, añadiendo vagamente-, a menos que ingresara en la marina mercante o algo así.
-Yo creo que es esencial que aprenda a bailar -dijo Margo-, si no quiere ser uno de esos horribles zangolotinos pavisosos.
-Sí querida, pero ese tipo de cosas más adelante. De momento lo que le hace falta es una mínima instrucción  en matemáticas y francés....sin olvidar que su ortografía es aterradora.
-¡Literatura! -dijo Larry con convicción-: eso es lo que necesita, una sólida base literaria. Lo demás lo irá adquiriendo de paso...

Esta conversación en Corfú en casa de los Durrell siempre me ha recordado lo que contaba Borges cuando empezó a ir al colegio a los ocho años: "Llegó un momento en el que tuve que dejar mi educación para ir a la escuela."

Los Durrell hablaban de todo: Margo era capaz de sentar las bases sobre cualquier tipo de régimen para mantener la figura (yo que tú probaría el de ensalada y zumo de naranja, es estupendo. -No- dijo Larry-, No estoy dispuesto a engullir arrobas de frutas y verduras crudas como si fuera un ungulado cualquiera. Podéis ir resignándoos a la idea de que os seré arrebatado a temprana edad, víctima de una congestión). O hablaban sobre los intelectuales, término tan difícil de definir (He invitado a un par de personas a pasar aquí unos días. Se me ocurrió que nos vendría bien un poco de compañía inteligente y estimulante por estas tierras. No es cosa de atocinarse. -Espero que no sean demasiado intelectuales, querido. -Por Dios, mamá, por supuesto que no. Es gente normal. no sé de donde has sacado la fobia de que todo el mundo sea intelectual). 

Pero lo mejor, era seguir a Gerry, un niño de diez años, en su estudio de la fauna de la isla de Corfú y la envidia que me dio el que él aprendiera griego tan fácilmente y yo no. Si alguna vez me hago con un mochuelo lo llamaré Ulises, si es gaviota Alecko y si es una salamanquesa Gerónimo... me traen esos nombres tan buenos recuerdos.

Si quieren reír de verdad, viajen hasta Corfú de la mano de Gerald Durrell y su familia. Menuda panda los Durrell, y encima todos artistas. Yo creo que, antes, la educación era mejor y cada vez estoy más de acuerdo con Luis Landero cuando habla de los gramáticos analfabetos, que estamos creando con un sistema de enseñanza en el que prima, antes que la propia obra, la crítica y el estudio de esa obra. Lean a Landero cuando habla acerca de la enseñanza de la Literatura y la Lengua que le estamos dando ahora a los niños y comprobarán que tiene razón.

Yo, mientras tanto, me vuelvo a Corfú a ver si aprendo algo.











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