sábado, 17 de mayo de 2014

JARRAPELLEJOS, HISTORIA DE UN CACIQUE




Llegué a La Joya de la única manera posible que se puede llegar: en borrico. Es un lugar que parece escondido; pero, en realidad, no es así. Se llega rápido desde cualquier parte. No es difícil encontrarlo.

Con el primer instinto pensé que estaba en Comala, donde habita para la eternidad ese tal Pedro Páramo. Pero no, esto es mucho peor; al menos, Comala estaba en manos del señor Páramo y éste, atado por su corazón maldito, fue quien, en solitario, llevó a todo el pueblo a la agonía. Y un corazón maldito, incluso el de ese tal Pedro Páramo, siempre es perdonable; aunque también termine purgando sus pecados en el infierno de Rulfo.

La Joya es mucho peor. No es sólo un hombre, quien a su albedrío y en el uso brutal de su autoridad, condena a una vida de miseria a sus semejantes; es todo un sistema social el que permite, apoya y alienta, mediante el uso del hambre y el poder que fluye del mismo Estado, los privilegios de unos pocos en la administración de todos los recursos del pueblo. Y como todo el mundo sabe, la soberana administración del hambre es capaz de atar y doblegar más voluntades que la singular administración de la libertad.

El nombre del cacique de La Joya: Pedro Luis Jarrapellejos.
Y a por él iba; a matar a Pedro Luis Jarrapellejos, a quien Felipe Trigo dejó con vida y gobernando, en la sombra, La Joya.

Y una medio reconfirmación de la realidad, en cierto modo, me llamó un momento la atención. En la calle solitaria, a la sombra de un hastial, charlaban con aires de misterio una joven enlutada y la Sastra, la inmunda celestina. Una virgen más en venta, seguramente, acosada por el hambre. Sería la huérfana de cualquier otro infeliz como el hidrópico, y sería la Sastra la emisaria de cualquier husmeador de las desgracias, como Jarrapellejos, como el Garañón, si no de alguno más miserable todavía…  

Nadie reparó en mí. En La Joya yo tenía dos contactos: Juan Cidoncha,  hecho a sí mismo mediante lecturas, y lleno de sueños para cambiar el mundo, y Octavio, de clase alta y con mil viajes a sus espaldas, de quien dicen que ha traído a La Joya otra visión de la sociedad. Me fío más de este último; los poderosos tardan más en acabar con uno de los suyos; y ese margen de tiempo es vital para que triunfe cualquier cambio social. A Cidoncha, lleno de buena voluntad, le espera la cárcel y la horca a las primeras de cambio, no hace falta ser adivino. “Pan y duchas “, Octavio, “Tú me lo dijiste, y no es otra la fórmula de la redención universal”.

Tenía una dirección en el bolsillo, cuatro duros y un revólver. Siempre he preferido el revólver a la pistola. No es necesario montarlo para disparar y el cartucho siempre se queda dentro del tambor. Tiene el inconveniente de que es menos cómodo de cargar y el número de cartuchos es mucho menor; pero para quien necesita una sola bala y rapidez en la acción, mejor el revólver. Yo, en mi bolsillo, tengo un 38, una dirección y cuatro duros.

Paso por delante de una casa con mi borrico, se huele la enfermedad; y la misma cosa, aunque la mayor parte de aquellos infelices, sin comer, sin asistencia y sin quinina, no habiendo podido pagar la iguala, se la negaba el farmacéutico. "Vaya, por Dios", me dije, "hemos dado con otro; el farmacéutico".

Creo que he llegado un poco tarde, porque he visto salir a Octavio del Ayuntamiento. Ya ha tenido la charla con Jarrapellejos: – !No, querido Octavio! – soltó don Pedro, acaparándole la triunfal mirada, que empezó a pasear por el concurso. – Los altruismos de tu edad, y los libros, conducen a no dudar a lindas cosas, pero la experiencia lleva a las contrarias. En primer término, lo que se afirma desde antiguo acerca de la “santidad de la ignorancia” es de una exactitud que no desconocería ese ministro de instrucción, como no la desconocemos los que hemos ido recibiendo duras, y algo largas, las lecciones de la vida. El pueblo no comerá más aunque aprenda gramática en la escuela, y en cambio, sabrá mejor de su hambre y del hartazgo de los otros. Fíjate. París deja morir de frío en las calles a los que no tienen para ropa, igual que hace cien años, y en cambio, con su cacareada ilustración del pueblo, ha creado la especie del bandido filosófico, la banda típica de los Bonnat, los Diendonné y los Callmin, defendiéndose a un tiempo con la Browning y el periódico; sus adeptos son legión; se sigue predicando el robo y los asesinatos en los cantos libertarios, y asusta cómo el telégrafo nos habla diariamente de los niños de quince años que juegan a matar, en vez de jugar a los bolindres. – Tal es la obra de la prosperidad moderna.

A Octavio, ha pensado hacerlo diputado y mandarlo a Madrid. Va a conseguirlo, lo va a quitar de en medio, con oro, que todo lo corrompe; aunque no sé dónde leí que más corrompe el hambre y la necesidad. Ya no podremos contar con él. Cidoncha está en la cárcel. Las votaciones han sido amañadas por don Pedro Luis: soy yo quien tiene las actas al final de la pelea; soy yo quien se las enviará al gobernador, y excuso decirte si me da por romperlas todas y mandar otras…; idénticas con sus sellos y sus firmas. Eso era la política en La Joya, una farsa, en que mientras los de abajo se mataban a trompazos, los de arriba se reían, o para los de arriba también una guerra bruta y sin cuartel…, de procesos de traiciones, de dinero a esportillazos con que ganar a los de abajo.

Ya no podemos contar con nadie, desgraciadamente todo sigue como siempre en La Joya, y yo creo que he llegado tarde, el cacique, éste o cualquier otro, ha conseguido que todo siga igual, que en La Joya el dinero lo pueda todo; que para llegar al pan y a la tranquilidad se tenga que pasar por la hipocresía, el engaño, el robo, el adulterio, la violación y hasta el crimen; y la sumisión, la sumisión al dinero que lo puede todo. Creo que yo voy a hacer como Octavio. Voy a guardar esta dirección, mis cuatro duros y el revólver y voy a aceptar el acta de diputado. También a mí me espera Ernesta, ahora casada con el Conde de la Cruz.

El cacique está hablando en el casino. Él ha ganado, ¿por ahora?: “El progreso, los fonógrafos y el tren, las agujas, los botones de la ropa… poco deben preocuparme mientras yo, con mi dinero, los pueda disfrutar y los sabios y los famélicos obreros se descuernen inventándolos o haciéndolos”. Sí, don Pedro Luis Jarrapellejos, una Joya para la sociedad.










2 comentarios:

  1. Gracias, La joya es una ciudad llena de dolores, represiones y abusos. Es un lugar donde los dolores flotan por más que intenten hundirlos.
    Parece hecha a medida la frase que ponen en boca de Frida Khalo: He intentado ahogar mis dolores, pero siempre terminan flotando.

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