lunes, 26 de noviembre de 2012

MITOS Y DELITOS

El Hombre, con mayúsculas, ha cometido en su devenir histórico dos grandes injusticias que necesitarán, al menos, dos eternidades para ser redimidas: la discriminación de la mujer y la esclavitud. Nuestras dos grandes tragedias.

Este artículo trata de la primera y de cómo, mediante la Cultura (la Literatura, la gran Literatura), se relega a una mitad de la Humanidad a un papel pasivo, carente de derechos y asfixiado  por convencionalismos sociales que van filtrándose desde la tradición a la sangre de las personas, las cuales terminan por admitir tamaña injusticia como algo natural, (entiéndase natural aquello que proviene de la naturaleza). 

La verdad es que el engranaje que forjó nuestras sociedades machistas fue obra de hábiles creadores capaces de encauzar vida, tradición y  costumbres hacia sus propios intereses con la única ayuda de su Arte que siempre llega más lejos y más profundo que cualquier espada.

Debemos remontarnos a la primera gran emigración indoeuropea que llevó a los indoeuropeos a lugares tan remotos como la India o Islandia (es decir, a abarcar el mundo). Los Agamenón, los Menelao, los Aquiles, los Héctor, los Diomedes, los Tindareo, los Ayax y todos los héroes que combatieron en Troya no eran originarios de Grecia. Llegaron hasta ella y con la espada la conquistaron. Pero parece ser que no bastó su conquista con las armas, sino que quisieron dar forma a una nueva sociedad escribiendo sobre roca, papiro o piel de cordero un nuevo modelo social a su imagen guerrera que perdurara siempre.
En mi modesta opinión y hasta el día de hoy lo consiguieron. Sin duda somos herederos de aquellas páginas escritas hace casi tres mil años.


Hay que reconocer que lo hicieron muy bien. Pues cuando una Cultura se impone arrastra a todas las demás, diluyéndolas; y, por regla general, se mantiene en el tiempo.

Ejemplos literarios de la marginación a la que ha sido sometida la mujer hay miles, pero aquí quiero dejar constancia de los primeros; los que iniciaron esta tragedia que sobrevive hasta nuestros días, mezclando religión, sociedad y arte.

Empiezo, primero, con el creador del Olimpo griego y su reflejo en la Tierra: Hesiodo. 

Lean, como hemos leido durante 2.700 años, cómo inventa y narra la creación de la mujer; ideas que terminaron enredadas en todas las religiones.

Lean lo que se ha leído desde hace 2700 años con total normalidad. Es Hesiodo quien lo escribe, a fuego, en Los Trabajos y los Días y en su Teogonía:

¡Yapetionida! (llama a Prometeo) Más sagaz que ninguno, te alegras de haber hurtado el fuego y engañado a mi espíritu; pero eso constituirá una gran desdicha para ti, así como para los hombres futuros. A causa de ese fuego, les enviaré a los hombres un mal del que quedarán encantados, y abrazarán su propio azote.
Habló así y rió el Padre de los hombres y de los dioses, y ordenó al ilustre Hefesto que mezclara en seguida la tierra con el agua y de la pasta formara una bella virgen semejante a las diosas inmortales, y a la cual daría voz humana y fuerza. Y ordenó a Atenea que le enseñara las labores de las mujeres y a tejer la tela; y que Afrodita de oro esparciera la gracia sobre su cabeza y le diera el áspero deseo y las inquietudes que enervan los miembros. Y ordenó al mensajero Hermeas, matador de Argos, que le inspirara la impudicia y un ánimo falaz. Ordenó así, y los aludidos obedecieron al rey Zeus Cronión.
Y Zeus llamó a ésta mujer Pandora, porque todos los dioses de las moradas olímpicas le dieron algún don, que se convirtiera en daño de los hombres que se alimentan de pan.

Vemos pues que Hesiodo define a la mujer como un daño que Zeus entrega a los hombres debido a la desobediencia de Prometeo. Y fija su esencia para la eternidad, (al menos eso cree él), dándole sus ocupaciones: ordenó a Atenea que le enseñara las labores de las mujeres y a tejer la tela. Es decir, encerrada en casa tejiendo sin poder salir del himeneo y presa de su propia fidelidad. (Sin duda, ya está describiendo a Penélope, la mujer de Ulises, de la que hablaremos más adelante).
Pero, no contento con ello Hesiodo le da unos calificativos que la han perseguido el resto de su vida: Y ordenó a Afrodita de oro que esparciera la gracia sobre su cabeza y le diera el áspero deseo y las inquietudes que enervan los miembros. Y ordenó al mensajero Hermeas, matador de Argos, que le inspirara la impudicia y un ánimo falaz. Ordenó así, y los aludidos obedecieron al rey Zeus Cronión.
No busca precisamente la igualdad entre sexos, Hesiodo. No es, sin duda, un buen comienzo para la mujer sobre la Tierra.
Hesiodo, posiblemente no por su única voluntad, (siempre me queda la idea de que trabaja para el poder, que necesita establecer un ¿nuevo? modelo de sociedad), escribe su Teogonía para dar forma al cielo griego y escribe sus Trabajos y los Días para modelar la tierra griega. Esa faena la continuan el resto de autores griegos (Homero entre ellos tiene un altar), y su habilidad está en llegar hasta nuestros días: son incontables los autores, incluso contemporáneos, que pintan a la mujer con los pinceles de Hesíodo y de Homero.
 Contra esto sólo se puede luchar con más Arte.
Pero, ¿quién puede luchar contra Homero? ¿Tiene acaso parangón este pasaje de La Iliada que sin duda es una obra maestra, que leemos como si fuera lo más natural del mundo y no hace sino colocar los roles de hombre y de mujer para la posteridad, sin que acaso nos demos cuenta?
Andrómaca (espera en una de las torres de Troya y se despide de Héctor)llorosa se detuvo a su lado y, asiéndole de la mano le dijo:
-¡Desgraciado! Tu valor te perderá. No te apiadas del tierno infante ni de mí, infortunada, que pronto seré tu viuda; pues los aqueos te acometerán todos a una y acabarán contigo. Preferible sería que, al perderte, la tierra me tragara, porque si mueres no habrá consuelo para mí, sino pesares, que ya no tengo padre ni venerable madre. Héctor, tú eres ahora mi padre, mi venerable madre y mi hermano; tú, mi floreciente esposo. Pues, ea, sé compasivo, quédate aquí en la torre -¡no hagas a un niño huérfano y a una mujer viuda!- y pon el ejército junto al cabrahígo, que por allí la ciudad es accesible y el muro más fácil de escalar. Los más valientes -los dos Ayantes, el célebre Idomeneo, los Atridas y el fuerte hijo de Tideo con los suyos respectivos- ya por tres veces se han encaminado a aquel sitio para intentar el asalto: alguien que conoce los oráculos se lo indicó, o su mismo arrojo los impele.
Contestóle el gran Héctor, el de tremolante casco:  
Todo esto me da cuidado, mujer, pero mucho me sonrojaría ante los troyanos y las troyanas de rozagantes peplos, si como un cobarde huyera del combate; y tampoco mi corazón me incita a ello, que siempre supe ser valiente y pelear en primera fila entre los troyanos, manteniendo la inmensa gloria de mi padre y de mí mismo. Bien lo conoce mi inteligencia y lo presiente mi corazón: día vendrá en que perezcan la sagrada Ilio, Príamo y el pueblo de Príamo, armad con lanzas de fresno. Pero la futura desgracia de los troyanos, de la misma Hécuba, del rey Príamo y de muchos d mis valientes hermanos que caerán en el polvo a manos de los enemigos, no me importa tanto como la que padecerás tú cuando alguno de los aqueos, de broncíneas corazas, se te lleve llorosa, privándote de libertad, y luego tejas tela e Argos, a las órdenes de otra mujer, o vayas por agua a la fuente Meseide o Hiperea, muy contrariada porque la dura necesidad pesará sobre ti. Y quizás alguien exclame, al verte derramar lágrimas: «Ésta fue la esposa de Héctor, el más bravo de los guerreros troyanos, domadores de caballos, que pelearon bajo las murallas de Troya.» Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud. Pero ojalá un montón de tierra cubra mi cadáver, antes que oiga tus clamores o presencie tu rapto.
 
Andrómaca, la mujer de Héctor, ya es totalmente pasiva. Se va a la torre con su hijo y lo más que puede hacer es pedirle al héroe que se quede con ella, que no vaya a la guerra (siempre la guerra, otra herencia más). Ella (la mujer) ya vive recluida en ese papel para la posteridad. Y el héroe Héctor (el hombre) en el suyo: "Cuando seas una esclava y te vean, dirán: ésa fue la esposa de Héctor el más bravo de los troyanos domadores de caballos, que pelearon bajo las murallas de Troya. Así dirán, y sentirás un nuevo pesar al verte sin el hombre que pudiera librarte de la esclavitud". El hombre que puede librarte de la esclavitud, pero te da otra que sientes como una liberación. Así me parecen a mí esas palabras. Es sólo una opinión, seguramente la peor de todas las posibles.
Los ejemplos literarios que van conformando a la mujer en la sociedad oriental y occidental son incontables. No caben en un artículo, ni en tres mil páginas. Muchos artículos ya se han escrito sobre esto.
 ¡Yo lo espero sin cesar, desventurada, no casada y sin hijos! Yendo siempre errante, anegada en lágrimas y sufriendo las penas sin fin de mis males. Y él no se acuerda ni de mis beneficios ni de las cosas ciertas de que le he advertido!
 Estas palabras las recita la Electra de Sófocles en el teatro.
Un hombre, en el teatro, nunca diría las palabras de Electra: ¡Aquí estoy soltero y sin hijos, desventurado. Yendo siempre errante anegado en lágrimas! Diciendo eso, en nuestro subconsciente, sin duda, estaría más cerca de ser don Juan Tenorio. Soltero y errante. ¡Qué bien debe pasárselo!
Son las mismas palabras de Electra, pero ya no suenan igual.
Es un trabajo, de cultura y tradición. y un trabajo de artistas también.
Pero, miren qué tres nombres he citado: Hesiodo, Homero y Sófocles. Casi nada. Hay muchos más, hasta nuestros días, pero me harían falta tres mil páginas para nombrarlos. Demasiado para mí.
 Para terminar, no puedo menos que citar al modelo de mujer clásica por excelencia, Penélope; igual que el modelo de hombre es Ulises. Penélope es discreta, fiel en la espera a su marido, (diez años de espera), inteligente, cose y descose el sudario para evitar a sus pretendientes. 
Se relata en La Odisea:
Dice Antinoo:  Sabes que los culpables no son los pretendientes de entre los aqueos, sino tu madre, que sabe muy bien de astucias. Pues ya es éste el tercer año, y con rapidez se acerca el cuarto, desde que aflige el corazón en el pecho de los aqueos. A todos da esperanzas y hace promesas a cada pretendiente enviándole recados; pero su imaginación maquina otras cosas.
«Y ha meditado este otro engaño en su pecho: levantó un gran telar en el palacio y allí tejía, telar sutil a inacabable, y sin dilación nos dijo: "Jóvenes pretendientes míos, puesto que ha muerto el divino Odiseo, aguardad, por mucho que deseéis esta boda conmigo, a que acabe este manto -no sea que se me pierdan inútilmente los hilos-, este sudario para el héroe Laertes, para cuando lo arrebate el destructor destino de la muerte de largos lamentos. Que no quiero que ninguna de las aqueas del pueblo se irrite conmigo si yace sin sudario el que tanto poseyó."

«Así dijo, y nuestro noble ánimo la creyó. Así que durante el día tejía la gran tela y por la noche, colocadas antorchas a su lado, la destejía. Su engaño pasó inadvertido durante tres años y convenció a los aqueos, pero cuando llegó el cuarto año y pasaron las estaciones, una de sus mujeres, que lo sabía todo, nos lo reveló y sorprendimos a ésta destejiendo la brillante tela. Así fue como la terminó, y no voluntariamente, sino por la fuerza.
Fiel, prudente, encerrada en su telar, cuidando de su hacienda y esperando al héroe durante diez años. La estampa de la mujer clásica perfecta. ¿Hasta hoy?
Eva, Pandora, Helena de Troya, Deyanira, Clitemnestra, Electra.... y un sin fin de mujeres a las que la Literatura hizo arrastrar de manera tan injusta la culpa de todos los males que sufre el hombre. Sabemos que no es cierto, pero...., ¿queda su substrato?

¡Desde luego que queda! Y, además, es muy difícil pelear con él.
Andando por una librería encontré un pequeño libro que ha dado el título a este artículo: Mitos y delitos. Su autora es una poeta nicaragüense y es una pequeña piedra bajo la leyenda homérica.

Si Homero o Hesiodo hubieran pintado así a Penélope, y no como lo hicieron, posiblemente la imagen de las mujeres que forjó la Literatura para la posterioridad hubiese sido muy diferente y la sociedad creada por ellos también.

Podría titularse, en vez de Carta a un desterrado: Ahí te quedas Odiseo que yo soy libre, trabajaré y pelearé por mi libertad. O mejor, Odiseo que te den. Ni Homero, ni Hesiodo, ni Eurípides, ni Sofocles se hubieran atrevido a eso porque quien manda establece la sociedad que quiere y la apuntala con la tradición, la cultura y el arte; y era muy difícil, imagino, desobedecer a los Agamenón, Aquiles, Héctor, Príamo, Ayax....

Aquí está el poema de Claribel Alegría, una valiente:


CARTA A UN DESTERRADO

Mi querido Odiseo;
ya no es posible más
esposo mío
que el tiempo pase y vuele
y no te cuente yo
de mi vida en Ítaca.
Hace ya muchos años que te fuiste
tu ausencia nos pesó
a tu hijo y a mí.
Empezaron a cercarme
pretendientes
eran tantos
tan tenaces sus requiebros
que apiadándose un dios
de mi congoja
me aconsejó tejer
una tela sutil
interminable
que te sirviera a ti
como sudario.
Si llegaba a concluirla
tendría yo sin mora
que elegir un esposo.
Me cautivó la idea
al levantarse el sol
me ponía a tejer
y destejía por la noche.
Así pasé tres años
pero ahora Odiseo,
mi corazón suspira por un joven
tan bello como tú cuando eras mozo
tan hábil con el arco y con la lanza.
Nuestra casa está en ruinas
y necesito un hombre
que la sepa regir.
Telémaco es un niño todavía
y tu padre un anciano.
Preferible, Odiseo,
que no vuelvas
de mi amor hacia ti
no queda ni un rescoldo.
Telémaco está bien
ni siquiera pregunta por su padre
es mejor para ti que te demos por muerto.
Sé por los forasteros
de Calipso
y de Circe.
Aprovecha, Odiseo,
si eliges a Calipso
recobrarás la juventud
si es Circe la elegida
serás entre sus cerdos
el supremo.
Espero que esta carta
no te ofenda
no invoques a los dioses
será en vano
recuerda a Menelao
con Helena
por esa guerra loca
han perdido la vida
nuestros mejores hombres
y estás donde tú estás.
No vuelvas, Odiseo,
te suplico.

                     Tu discreta Penélope.

De discreta nada, 2700 años después Claribel Alegría ha hecho libre a Penélope. Espero que como una marea, esta libertad no se apague nunca.

Este artículo necesita una continuación para tratar el tema de las diferencias entre hombre y mujer, otro mito y otro delito; pero ahora estoy muy cansado.

Por cierto, dedico estas modestas letras a Malala la niña de 14 años que se enfrentó a los talibanes porque quería aprender a leer y a escribir y porque quería ser libre y no sentarse en su casa, como Andrómaca a esperar a un hombre que viniese de la guerra, mientras  la mantiene a ella encerrada cosiendo y analfabeta.

Más que las palabras: ¡ánimo, Malala!, mi boca quiere decir para ella las mismas palabras que diría Homero para Aquiles o para Héctor, palabras que han atravesado las veladuras del tiempo: ¡Honor y Gloria  a las valientes, Malala!





2 comentarios:

  1. Honor y Gloria a las Valientes, Malala!!!!!!!!!!

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  2. Por cierto, respecto a la discriminación de la mujer y a la defensa de sus derechos me quedo con Virginia Wolf y su libro Una Habitación Propia.

    Es de echarle valor, en aquellos tiempos, que una mujer relativamente acomodada diga que una mujer para poder escribir novelas lo primero que necesita es independencia económica y social; lo que ella llama Una Habitación Propia.

    La Wolf es para ponerla en un altar, por como escribe y maneja los monólogos interiores.

    Yo creo que hay muchas mujeres que escriben muy bien y, sobre todo, que leen muy bien.
    Según las estadísticas el número de mujeres que leen es mayor que el de hombres.
    No lo sé. Yo sólo tengo tres lectores y los tres son mujeres. Ya lo conté en otro comentario. Aunque todo puede igualarse.

    Respecto al comentario anónimo anterior, por supuesto que no me cansaré de gritar: ¡¡¡Honor y Gloria a las valientes, Malala!!!!!

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