jueves, 2 de agosto de 2018

CELINE, VIAJE AL CENTRO DE LA NOCHE, SIN REMEDIO

Céline concentra su nihilismo en una obsesión antisemítica que fue ocasión de malhadadas adscripciones políticas, ocasionándole un exilio, terminado poco antes de su muerte.

Louis-Ferdinand Celine, un escritor al que yo nunca leeré, me dije mientras subrayaba, en el Tomo 3 de la Historia de la Literatura Universal, la breve reseña que hacía de él el catedrático José María Valverde. Ni siquiera voy a tener en cuenta que las primeras cuatrocientas páginas del Viaje al Extremo de la Noche (Voyage au Bout de la nuit) constituyan, en palabras del profesor Valverde, uno de los acontecimientos capitales de la prosa del siglo XX en Francia.

- Pero, ¡claro!, Celine, conforme uno va cumpliendo años va renunciando, cada vez menos, a que un escritor le muestre el infierno. No me importa lo canalla que pudieras haber sido con tus semejantes, ni los motivos que te llevaron a ello.

- No es verdad, la raza, lo que tú llamas raza, es ese hatajo de pobres diablos, legañosos, piojosos, ateridos que vinieron a parar aquí perseguidos por el hambre, la peste, los tumores, y el frío, que llegaron vencidos de los cuatro confines del mundo. El mar les impedía seguir adelante.

- Los míos cruzaron el mar, Céline, el del norte y el del sur; por eso sé que no se puede criminalizar una raza, que las llevamos casi todas en nuestra sangre; ni criminalizar un pueblo, que nosotros hemos vivido en todas las geografías a lomos de mercantes o de trenes, ni criminalizar a los bárbaros por no saber utilizar el uso sagrado del latín, del arameo o del árabe y sólo saben balbucear, un ba-ba-ba, incomprensible que es lo que los hace bár-ba-ros.

- Viajar es muy útil, hace trabajar la imaginación. el resto no son sino decepciones y fatigas. Nuestro viaje es por entero imaginario. A eso debe su fuerza.

- Si es que esta lucha constante contra el capital y la usura os llevó Celine, ¿verdad Ezra?, al lugar más equivocado. Pero, bueno, esa misma lucha también condujo a muchos escritores de occidente a abrazar otra ideología opuesta que pronto se llenó de campos de concentración y gulags, y, sin embargo, todavía no han rendido sus cuentas al futuro.

Celine y yo teníamos en común la guerra, esa rabia de la hostia, tremenda, que impulsaba a la mitad de los humanos, amantes o no, a mandar a la otra mitad al matadero. Sólo conocía a pobres, es decir a gente cuya muerte no interesaba a nadie. Ese maldito punto común, la guerra, pudiera ser un buen principio para pedirle que me enseñara el centro de la noche; el lugar donde primaba ese oficio de dejarse matar, en el que no hay que ser muy exigente, hay que hacer como si la vida siguiera. Es lo más duro, esa mentira.
Primero, visitamos la guerra. No era Virgilio, pero Celine tampoco está mal para dar un paseo por los  anillos del infierno. Han quemado una casa cerca de la alcaldía y, además, han matado a mi hermanito de una lanzada en el vientre. Cuando jugaba en el puente rojo y los miraba pasar. ¡Mire!, !ahí está!

Sé que el resumen de todo es el dolor;  toda la sangre que derramada, rápido, deja de ser épica; porque la poesía heroica se apodera rápidamente de los que no van a la guerra y aun más de aquellos que está enriqueciendo de lo lindo. Pero era imposible sustraerse a la contienda, y volver a la paz como se vuelve, extenuado, a la superficie del mar, tras una larga zambullida.

- Esto es el infierno, Celine, el centro de la noche. Ya no quedó verdad alguna en la ciudad ni en el campo. La tristeza del mundo se apodera de los serses como puede, pero parece lograrlo casi siempre. Rechazo la guerra por entero.


- Si crees que el infierno sólo es la guerra, te equivocas. Ven conmigo a las colonias y verás.

- ¿Qué hay allí?

- Te parece bien un gobernador corrupto, violadores de niños, pederastas sin miedo, la explotación del débil, el abuso de la colonización, el latrocinio impune. Ve usted esos negros que nos rodean, hace 30 años vivían de la caza, de la pesca y de las matanzas entre tribus, ahora son mano de obra.

- Esto sí que es el infierno; y los látigos en las morenas espaldas.

- Sí, pero no creas que lo has visto todo. Embarca conmigo como esclavo y galeote en Santa Tapete y navega rumbo a Nueva York. La democracia de la caca ha llegado a Nueva York. El suplicio estético de los pobres es interminable.

- No parece un infierno tan grande, Nueva York.

- En África había conocido un tipo de soledad bastante brutal, pero el aislamiento en aquel hormiguero americano cobraba un cariz más abrumador aún. La vida esconde a todos los hombres en su propio ruido no oyen nada.

- Dentro de lo que cabe trabajando en la Ford no se está tan mal.

- Es como un cataclismo aquella caja infinita de aceros; y nosotros girando dentro, con las máquinas y con la tierra. Aquel olor a aceite, aquel vaho que te quemaba los tímpanos.

- Volvamos a París, entonces.

- ¿Qué vamos a hacer allí?

- Hemos encontrado un trabajo en un dispensario para tuberculosos y luego en un manicomio. Allí no les importaba que yo no hiciera milagros, ellos sólo contaban con la tuberculosis para pasar de la miseria absoluta a la miseria relativa de la pensión del estado. Una renta es como la miseria que dura toda la vida. Los ricos nunca llegan a comprender ese frenesí por la seguridad. 

-Lo primero que se aprende es que el dolor se exhibe mientras el placer y la necesidad dan vergüenza.

- Seguimos.

-Sigamos.

Moverse con Celine me hizo aprender rápido que el centro de la noche está en uno mismo y no importa donde viaje, se esconda o viva. Que el infierno yace justo debajo de la piel. De su piel y de la mía.




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