sábado, 24 de noviembre de 2012

LA TORRE DE MARFIL

Escribe Sábato en su obra Heterodoxia que el derrumbe de nuestro tiempo suscita dos actitudes opuestas entre los artistas e intelectuales: el lanzamiento hacia la aventura y la acción (Malraux, T.E. Lawrence, Saint Exupery); o el refugio en la torre de marfil (Valery, Borges). Acción o contemplación, existencia o esencia. Y es probable que en ambos casos actúe la misma misteriosa fuerza, que busca el orden en medio del furioso caos; pues el hombre tiende siempre - quizá por pavor cósmico - a la búsqueda de un orden; ya sea instaurando la ciencia, la religión, el estado, las artes, los sistemas filosóficos o la policía.


No es fácil, imagino, responder a la pregunta de si debe el arte, la literatura, apartarse de la sociedad para vivir por sí misma y para sí misma; o, por el contrario debe tomar partido por la vida y todas sus circunstancias hasta terminar envuelta por ésta; a veces, arrollada y, a veces, adulterada por la misma sociedad.

Para mí, los dos autores más representativos del escritor que decide crear su obra, alejándose del mundo y metiéndose en una torre de marfil son Juan Ramón Jimenez, un autor muy consciente de la obra que está realizando y que cada día va escalando un nuevo paso en su poesía, y Jorge Luis Borges, creador de un mundo literario propio que parece que se adueña del autor, en vez de ser al contario, y lo saca del mundo.


Juan Ramón Jiménez defiende la Poesía Pura, término que le costó no pocas burlas por parte de los jóvenes autores de los años veinte y treinta, encabezados por el capitán Neruda (entiéndase la generación de 1927, a quienes empezó apadrinando y con quienes terminó con una áspera relación). 
En una carta, a Luis Cernuda llega a decirle que no hay que escribir poesía sino que hay que ser poema. No debe de ser fácil esto último, y si alguien lo consiguió creo que fue él; pues procuró que su obra se contaminara lo menos posible con su tiempo. cosa harto difícil cuando la literatura y el arte nacieron desde el principio de los tiempos con una finalidad clara: perpetuar el poder establecido.

Pero, en contraposición a esta Poesía Pura, surge la poesía impura, la que baja a la calle, la que clama, la que alza la voz. La que busca contaminarse con su tiempo y con los problemas de cada día. A la cabeza de ellos podría estar, entre otros muchos, el capitán Neruda, que cuando llega a España como cónsul, en los años treinta, y en dura contraposición a Juan Ramón Jiménez, crea la revista Caballo Verde para la Poesía "impura". En ella escriben Alberti, Miguel Hernández, Dámaso Alonso, Aleixandre y tantos otros que creen que el Poeta vive en la calle, que echa sus versos al viento del pueblo o explica por qué somos hijos de la ira. La existencia y la aventura en estado puro envuelta en la poesía impura.

Nítida queda su declaración de intenciones en el primer número de Caballo Verde para la Poesía:

Es muy conveniente, en ciertas horas del día y de la noche, observar profundamente los objetos en descanso: las ruedas que han recorrido largas, polvorientas distancias, soportando grandes cargas vegetales o minerales, los sacos de las carbonerías, los barriles, las cestas, los mangos y asas de los instrumentos del carpintero. de ello se desprende el contacto del hombre y de la tierra como una lección para el torturado poeta lírico. Las superficies usadas, el gasto que las manos han infligido a las cosas, la atmósfera a menudo trágica y siempre patética de estos objetos, infunde una especie de atracción no despreciable hacia la realidad del mundo.


La confusa impureza de los seres humanos se percibe en ellos, la agrupación, uso y desuso de los materiales, las huellas del pie y de los dedos, la constancia de una atmósfera inundando las cosas desde lo interno y lo externo.

Así sea la poesía que buscamos, gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley.

Una poesía impura como un traje, como un cuerpo, con manchas de nutrición, y de actitudes vergonzosas, con arrugas, observaciones, sueños, vigilia, profecías, declaraciones de amor y de odio, bestias, sacudidas, idilios, creencias políticas, negaciones, dudas, afirmaciones, impuestos.

Mezclar vida y versos, experiencias y palabras, carne, sangre y vida,; sin eso no tiene sentido la poesía; o sí.

Borges, sin embargo, dice bajito en La Rosa Profunda: El concepto de arte comprometido es una ingenuidad, porque nadie sabe del todo lo que ejecuta. Trato de intervenir lo menos posible en la evolución de la obra. No quiero que la tuerzan mis opiniones, que sin duda son baladíes. Un escritor admitió Kipling, puede concebir una fábula, pero no penetrar en su moraleja.

No parece que esté muy de acuerdo con el arte comprometido, con el arte que se da a la lucha. Llega incluso a dividir su existencia en dos planos paralelos que nunca llegan a tocarse, el escritor en su torre de márfil y el hombre, que arrastra su difícil existencia. 

                                                           Dice en Borges y Yo:

Al otro, a Borges, es a quien le ocurren las cosas. Yo camino por Buenos Aires y me demoro, acaso ya mecánicamente, para mirar el arco de un zaguán y la puerta cancel; de Borges tengo noticias por el correo y veo su nombre en una terna de profesores o en un diccionario biográfico. Me gustan los relojes de arena, los mapas, la tipografía del siglo XVIII, las etimologías, el sabor del café y la prosa de Stevenson; el otro comparte esas preferencias, pero de un modo vanidoso que las convierte en atributos de un actor. Sería exagerado afirmar que nuestra relación es hostil; yo vivo, yo me dejo vivir, para que Borges pueda tramar su literatura y esa literatura me justifica. Nada me cuesta confesar que ha logrado ciertas páginas válidas, pero esas páginas no me pueden salvar, quizá porque lo bueno ya no es de nadie, ni siquiera del otro, sino del lenguaje o la tradición. Por lo demás, yo estoy destinado a perderme, definitivamente, y sólo algún instante de mí podrá sobrevivir en el otro. Poco a poco voy cediéndolo todo, aunque me consta su perversa costumbre de falsear y magnificar. Spinoza entendió que todas las cosas quieren perseverar en su ser; la piedra eternamente quiere ser piedra y el tigre un tigre. Yo he de quedar en Borges, no en mí (si es que alguien soy), pero me reconozco menos en sus libros que en muchos otros o que en el laborioso rasgueo de una guitarra. Hace años yo traté de librarme de él y pasé de las mitologías del arrabal a los juegos con el tiempo y con lo infinito, pero esos juegos son de Borges ahora y tendré que idear otras cosas. Así mi vida es una fuga y todo lo pierdo y todo es del olvido, o del otro.

Desde luego no se puede pecar de ingenuidad, y pensar que el autor lo controla todo.
Nada más difícil, pienso, que aislarse del mundo y de las circunstancias que lo rodean.

Clara queda esa experiencia con Blas de Otero, uno de los representantes de la poesía social:
   
Aquél que amó, vivió, murió por dentro
Y un buen día bajó a la calle: entonces
 Comprendió y rompió todos sus versos.


¿Dónde está la línea que divide la poesía pura (la esencia) y la poesía impura (la existencia)?
¿Hay que entrar en combate?
¿Es mejor sacar el arte del mundo y de su contaminación?

Sábato da una respuesta que contenta a todos, y a ninguno, en su Heterodoxia:

La aventura y la torre de marfil se pueden dar hasta en la misma persona, en virtud de esa ley psicológica, ya entrevista por Heráclito, de la enantiodromía (¡vaya palabra!) de los contrastes. Pascal pasó del esencialismo matemático al existencialismo de su mística; Saint Exúpery pasaba de la aventura a la mecánica y a las matemáticas.
El extrovertido corre hacia la acción y el introvertido se encierra en su torre de marfil. pero todos tenemos en germen ambos personajes, de tal modo que marcan el ritmo de nuestra vida, como dice Goethe en armónica sucesión. Sólo que la oscuridad y el terror pueden hacer que el matemático o el poeta no salgan jamás de su torre al caos, o que el calor de la lucha el vértigo de la aventura, la borrachera de la sangre y de la muerte impidan a hombres como Lawrence (de Arabia) volver a su torre para entregarse a sus añorados clásicos. Y así en las épocas caóticas como ésta, uno de los dos yos puede quedar hundido en el fondo de la inconsciencia, y el ritmo armónico se quiebra.

Cree Sábato que todos llevamos dentro la persona de acción y la persona de arte: la torre de marfil, las palabras, la intimidad por un lado; y la acción , la difícil existencia, las experiencias y la vida, por otro; pero juntas.

T. E. Lawrence soñó siempre con volver a su torre de marfil y a sus clásicos, aunque se lo comiera la aventura en Arabia. Llegó incluso a decir: "Algún día, me conocerán por ser un hombre de letras y no un aventurero".

Creo que en esta sentencia se equivocó, porque la aventura, como una tormenta, se mezcló, con sus escritos y sus poemas, y aunque sus Siete Pilares de la Sabiduría anden de mano en mano, con mucha fortuna, T. E. Lawrence y sus palabras escritas no han podido abandonar nunca las arenas del desierto ni el traje árabe.




Las fotografías son de París, donde se puede vivir el arte, la noche, la vida y, a la vez, encerrarse en la torre de marfil, aunque esté gastada como por un ácido por los deberes de la mano, penetrada por el sudor y el humo, oliente a orina y a azucena, salpicada por las diversas profesiones que se ejercen dentro y fuera de la ley.
Mi fotógrafa particular me ha dejado ponerlas en este artículo.







6 comentarios:

  1. ...Y las viejas familias cierran las ventanas,
    afianzan las puertas,
    y el padre corre a oscuras a los bancos
    y el pulso se le para en la Bolsa
    y sueña por la noche con hogueras,
    con ganados ardiendo,
    que en vez de trigos tiene llamas,
    en vez de granos, chispas,
    cajas,
    cajas de hierro llenas de pavesas.
    ¿Dónde estás,
    dónde estás?

    R.A.

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    1. Estos versos de Alberti (no he hecho más que poner el primer verso en internet y me han salido mil entradas con él), dejan a las claras que él era un "Poeta en la Calle", fiel exponente de que el poeta debe salir a fajarse con los problemas de cada día. Nada de torres de marfil. Sólo en contadas excepciones.¿Cómo si no hablar de ángeles?

      Los versos parecen escritos ayer mismo con las noticias del mediodía; y el título del poema que los contiene viene que ni pintado: "Un fantasma recorre Europa".
      Distintos tiempos, problemas parecidos?

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  2. Después de tu brillante disquisición de escritor, me surgen preguntas desde mi humilde postura de lector. Preguntas como una vez leído un texto ¿no se queda corta una sola torre de marfil para todos los lectores? ¿cabremos todos? ¿es posible cuando has parido un escrito y lo compartes que no sea impregnado por la realidad? ¿tiene la realidad bien ganada su mala fama? ¿desde la prosa con su vocación de compartir torres o desde la poesía con su inentiligible forma de leerla que no es algo distinto a sentirla, y la convierte de una forma irremediable en una hacedora de torres marfilescas individuales? Igual son demasiadas preguntas para un sábado a las 10:13.

    Posdata. Teniendo en cuenta la autoria del blog y su admiración por Borges no creo que moleste la ausencia de comas o que los signos de puntuación estén tirados como si estuviera dando de comer a las gallinas.

    Besos y salud

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    1. José Miguel, definitivamente tenemos que vernos, te hará falta mucho tiempo para enseñarme ese tropel de preguntas y respuestas que guardas. Seguro que tienes más respuestas que yo.

      En primer lugar dos puntualizaciones: la primera que me llamas escritor, y no lo soy. Escribir es un oficio que respeto demasiado, y no creo que yo aún publicando algo pudiera denominarme así. Y la segunda, es que me llamaste erudito en otro comentario a un artículo anterior, nada más lejos, y me gustaria aclarar que yo sólo escribo cosas que posiblemente he leído antes y mi único trabajo es traspasar esas citas al blog. Así que estoy muy alejado de esas dos definiciones.

      Además como dice Borges: "Las citas lo único que hacen es aparentar sabiduría, no dicen nada más". Ya ves, simple apariencia. No es quien las transcribe el que tiene mérito sino quien las creó dándoles forma de Literatura.

      No le des al mensajero más merecimientos de los que tiene.

      Respecto a tus preguntas te diré que cada lector cuando lee una novela, crea su propia obra (esto lo he leído también, no sé decirte dónde) ya que las palabras escritas por el autor las recibe el lector y las baña con sus experiencias, sus lecturas anteriores, las tradiciones heredadas y su propia personalidad. No lee igual a Heródoto un japonés que un ateniense. Así que cada uno tenemos nuestra propia torre de marfil. No te preocupes que cabremos todos.

      En mi opinión los escritores deben ser combativos, pero no sólo ellos cualquier profesión debe pelear para mejorar el mundo desde sus posibilidades. Aunque la creación de cultura llega más lejos y más profundo.

      Me has preguntado por la realidad y yo creo que la realidad tiene una muy buena fama desde Wittgenstein y su Tractatus: "La totalidad de los hechos existentes conforma el mundo; mientras que la totalidad de los hechos existentes junto con la totalidad de los hechos inexistentes es la realidad".
      Así que la realidad lo es todo lo que fue, lo que es, lo que será, lo que pudo haber sido, lo que falló... Nada hay más literario que la realidad.

      Posdata. Respecto a los signos de puntuación me parece estupenda la metáfora, permíteme que algún día te plagie y la cite.
      Cela, don Camilo, escribió un libro sin puntos ni comas. como experiencia no está mal.
      En los comentarios su ausencia los hace más vivos y menos atados a la gramática. Más cerca del habla cotidiana. Eso, a mí, me parece muy bien. Sobre todo porque así serás indulgente con mis faltas.

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  3. Definitivamente si que nos hemos de ver. Lo de la realidad me lo apunto, Wittgenstein es demasiado para mí, yo me quedé en Kierkegaard gracias a Faeminio y cansado por supuesto. Por otro lado definitivamente escribes, copias, glosas, etc desde tú torre de marfil, quien te concede la condición de escritor? Tú que sin ninguna pretensión escribes, o yo que con la única pretensión de esperar tus escritos y respuestas a mis inquietudes te leo?

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  4. Aquí me rindo. No sabría decirte qué es exactamente un escritor.
    Si tuviera que arriesgarme te diría: primero aquél que maneja la palabra como si la hubiera creado (en un principio fue el Verbo); lo segundo, mover corazón y alma; y lo tercero, y más importante, crear un espíritu crítico en el lector (única forma de hacerlo más libre). Sin esto último, todo queda convertido en Tierra Baldía (libro de versos que por otra parte aconsejo aunque no venga a cuento).
    Bueno si esto sigue así, voy a tener que considerarte como lector mío; hasta ahora sólo he tenido tres lectoras. Para mí, el 3 era el número mágico (los magos daban tres vueltas alrededor de la mandrágora antes de recogerla; tres eran los Reyes que llevaron tres regalos a Jesús; Zeus también le regaló tres regalos a Apolo: un carro, una lira y mitra; y un largo etcétera...)
    Ahora van a tener que ser cuatro, aunque parece, según recientes investigaciones que también el 4 es un número mágico, lo cual me deja más tranquilo. Lo he leído hace poco:
    "En un artículo en la revista Acta Psychiatrica Scandinavica, el profesor Parker dice que una mirada más detallada a la evidencia muestra que la mente humana se desenvuelve con un máximo de cuatro "segmentos" de información, no siete.
    Así que para recordar un número de teléfono de siete números, por ejemplo el 6458937, tenemos que dividirlo en cuatro partes: 64 58 93 7. Básicamente, cuatro es el límite a nuestra percepción...."
    Esto último me ha convencido, igual puedo escribir para tres lectoras y un lector, total 4. Ése es mi límite.
    Para no dejarte en ascuas te diré que las otras tres lectoras son:
    Mi hermana,que multiplica mis lecturas por tres o tres mil, intercambiamos libros e ideas y cuyos consejos acato como si fueran órdenes (siempre razonadas, por supuesto). En toda familia hay alguien que sabe más, le ha tocado a ella, mala suerte (tiene que aguantarme).
    Conchita,con quien intercambio libros y que me hizo ver que hay algo más que Literatura sudamericana. (A ver, Roth, Sándor Maray, Kazimerz Brandys..., también existen). Además me saca entradas de teatro baratas y libros del Ateneo con su carnet.
    Y, dejo para el final la primera persona que lee cuanto escribo. Me hace tachar cosas de vez en cuando. Y me aguanta más que nadie.



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