martes, 25 de marzo de 2025

CIVILIZAR AL HOMBRE, ¿PARA QUÉ SI YA ESTÁ TODO ESCRITO?

No hay antigüedad que no crea que la civilización acabará con la naturaleza, esa naturaleza que está en la frontera de la barbarie.

El único motivo por el que yo quería volar al país de los cedros era para rendir mi duelo por el gigante Humbaba, el guardián de los bosques, el guardián de la naturaleza que vivió entre el Hasbani y el Jordán en una tierra que para siempre fue santa y esa ha sido su perdición.

En Uruk me contaron que su rey Gilgamesh, por su fortaleza y poder, había terminado convertido en un tirano asfixiando a su propio pueblo. Dos tercios de él son dios. La forma de su cuerpo, como la de un buey salvaje altivo. El empuje de sus armas, no tiene par. Mediante el tambor se reúnen sus compañeros. Los nobles de Uruk están sombríos en sus cámaras:    

«Gilgamesh no deja el hijo a su padre; día y noche es desenfrenada su arrogancia. ¿Es éste Gilgamesh, el pastor de la amurallada Uruk? ¿Es éste nuestro pastor, osado, majestuoso, sabio? Gilgamesh no deja la doncella a su madre, ¡La hija de guerrero, la esposa del noble! Los dioses escucharon sus quejas. Los dioses del cielo del señor de Uruk, ellos...

Por regla general, eso bien lo sabemos, los pueblos no suelen ser oídos por los dioses cuando necesitan desembarazarse de un tirano o de la violencia, pero esa vez lo hicieron; y el dios Anu ordena a la diosa Aruru que de barro y agua insufle vida a un igual a Gilgamesh para que pueda hacerle frente; y la diosa Aruru (una diosa femenina, no puede olvidarse eso) es quien moldea a Enkidu y lo envía a la Tierra para que contrarreste el poder desmesurado de Gilgamesh contra su pueblo. El equilibrio imposible.

La diosa Aruru libera en la naturaleza a Enkidu que vive como un animal salvaje, un hombre que corre con las bestias, que bebe en las charcas, que come los restos del suelo, que no tiene el don del habla, ni del pensamiento, que su corazón es frío.

¿Y saben quién es el encargado de civilizar al hombre? Ni más ni menos que una mujer, una de las servidoras de la diosa Isthar.

¿A que es muy diferente esa creación del hombre a la que nos han inculcado otras tradiciones?:

Una diosa (femenina) crea de barro y agua a un hombre y una mujer lo civiliza, le enseña a hablar, lo hace más humano. ¡Mujeres!, ¡lógico!, pensé, si son ellas las que dan la vida, las que paren los hijos, las que te dicen al oído tus primeras palabras… ¡lógico! (A ver si aquello de que la mujer fue creada a partir de la costilla de un hombre, no era la primera idea que se reflejó en una tabla de arcilla en escritura cuneiforme).

Pero, miren, miren cómo civiliza Samsat, la servidora de la diosa Isthar, al salvaje Enkidu. Desde luego que no hay mejor manera de ser civilizado:

«Ella se despojó de su túnica y se tumbó allí desnuda. La vio Enkidu y se acercó con cautela, olisqueó el aire, contempló su cuerpo. Se acercó Samsat; y entonces le tocó el muslo. Empleó sus artes amatorias, se apoderó de su aliento con los besos y no se reprimió en absoluto; le enseñó lo que es una mujer. Durante siete días Enkidu permaneció a su lado y yació con ella hasta que estuvo saciado.

Al cabo se levantó y caminó hacia la charca para reunirse con sus animales, pero entonces las gacelas lo vieron y se dispersaron. El venado y el antílope se alejaron brincando. Trató de alcanzarlos, pero su cuerpo estaba exhausto, temblaban sus rodillas; y ya no podía correr como un animal tal como había hecho hasta entonces. Regresó hasta donde estaba la mujer; y mientras caminaba supo que su mente había crecido, supo cosas que los animales no pueden saber».

Gracias a una mujer, Samsat, Enkidu, un hombre salvaje, supo que su mente había crecido y supo cosas que los animales no pueden saber. 

Una vez civilizado, Enkidu decide ir a Uruk a ayudar al pueblo y a ajustar cuentas con el tirano Gilgamesh. En Uruk se enfrenta con Gilgamesh. Un enfrentamiento de dos fuerzas de la naturaleza, dos semidioses. Gilgamesh vence a Enkidu, pero está a punto de ser derrotado por primera vez.

Y, por primera vez siente miedo, por primera vez sabe que hay un igual a él que puede vencerlo y cuando le da la mano para levantarlo se establece entre los dos un vínculo que los llevará a iniciar una gran aventura en los remotos bosques de los cedros donde vive Huwawa (en asirio Humbaba). Un ser que simboliza el pasado, pero que es el guardián de la naturaleza.

Con la ayuda del dios del viento, Gilgamesh mata al gigante y los bosques se quedan sin guardián, se quedan sin futuro porque dos hombres civilizados que vienen de la ciudad más grande y adelantada del mundo han hundido sus hachas en su garganta y han cortado su cabeza. El mito del progreso contra la naturaleza, creo yo.

Hace tres mil años quien escribió La Epopeya de Gilgamesh ya sabía cuál sería el resultado de la lucha entre el desarrollo y el progreso contra la naturaleza. Asesinarán a sus guardianes. La naturaleza se quedará sola y se quemarán bosques y fronteras en manos de un mortal que se cree inmortal.

Cuando llegué al Líbano, país que recorrí de arriba abajo, con un cedro como bandera, atravesando fuertes y fronteras, entristecí, porque apenas vi cedros, sólo guerra y una naturaleza quemada cuyo fuego se inició en el Libro más Antiguo del Mundo. Pensé en Humbaba y recordé cómo los dos héroes de Uruk acabaron con él y tras su muerte, ¿sabéis quién lloró?: La Naturaleza que, perdido su guardián. Desde hace cuatro mil años, sabe que no le espera más futuro que la desaparición.

Así cuenta el Poema cómo murió Humbaba, el guardián del Bosque de los Cedros, el guardián de la Naturaleza, y eso leí sentado junto a un bosque de cedros en Líbano e imagine tan desigual pelea, sobre todo porque el autor del poema pintó a Gigalmesh, el asesino, como un héroe y a Humbaba, el guardián de la naturaleza como un villano:

«Al escuchar a su amigo que lo animaba, volvió en sí Gilgamesh; entonces lanzó un alarido, alzó su enorme hacha, la blandió y la hundió en el cuello de Humbaba. Manó la sangre de nuevo, otra vez el hacha golpeó la carne y el hueso, el monstruo se tambaleó quedaron sus ojos en blanco; y al tercer golpe del hacha se desmoronó como un cedro y se derrumbó en el suelo. Su último estertor conmovió las montañas del Líbano, inundó los valles con su sangre, retumbó el bosque hasta el límite de sus árboles. Entonces los dos amigos lo abrieron, extrajeron sus intestinos, cortaron su cabeza de dientes afilados como dagas y de horribles ojos rojos de fija mirada; y entonces cayó una suave lluvia sobre las montañas, cayó una suave lluvia sobre las montañas».

Las montañas del Líbano empezaron a llorar porque ya el bosque de los cedros se había quedado sin guardián, sin su monstruo. Yo hubiese deseado que Humbaba hubiera vencido, porque ahora, igual que hace tres mil años, sabemos que la civilización también significa la destrucción de la Naturaleza y la pérdida de todo equilibrio.

Desde el Bosque de los Cedros los héroes vuelven a Uruk con la cabeza de Humbaba, mi guardián de la naturaleza, en un saco y yo me siento en los bosques de cedros de    a llorar y a leer el poema de Gilgamesh.

Al menos, me queda el consuelo que Enkido fue muerto por la mano de la diosa Isthar, una mujer; si alguien nos salva será una mujer que no quiera ser como un hombre, pensé. Y me queda el consuelo de que el héroe Gilgamesh lloró, como lloré yo, con una tristeza hasta el infinito cuando toma conciencia de que la muerte existía también para él.





domingo, 19 de enero de 2025

Y, AL FINAL, CUARENTA AÑOS, UNA HISTORIA DE "ÁNGELES" (CÓMO NO TE VOY A QUERER EJÉRCITO DE TIERRA)


Nacer un 18 de enero no tiene importancia alguna, porque nacer es el único hecho de nuestra vida sobre el que no hemos mediado; pero, con ese afán de contar el tiempo que tiene la Humanidad temerosa de que se le acabe, lo estoy celebrando cada año desde que nací.

Pero este 18 de enero es especial porque paso a la situación de reserva dentro del Ejército. Se acabó mi vida militar en activo. Por eso, quiero contar esta historia de estos últimos cuarenta años; que cuarenta años no es nada. Y tengo que contarla porque me ha dado la sensación de que la he vivido rodeado de "ángeles". Y es que estoy seguro, y lo juraría por mi vida, que se han cruzado muchos de ellos en mi camino. 

Cuando Steersman, mi padre, me preguntó, después de dedicar mi tiempo de bachiller a la literatura y al fútbol, que qué quería estudiar no sabía que contestarle; y, como siempre quise ser como él, le dije Naútica en la Escuela de Cádiz para ser marino mercante como toda mi familia. Steersman me aconsejó: «que mejor que estudiara otra cosa; que si la vida en un mercante, que si no es lo que parece...» Y le hice caso. Así que decidí preparar las oposiciones a la Academia General Militar de Zaragoza. Partiendo de la base de que siempre quise ser escritor o, al menos, escribir el resto de mi vida.

Contra todo pronóstico, por mis muchas facultades con las letras y las justas con las ciencias, terminé aprobando el ingreso y metido en una dinámica de Cálculo, Álgebra, Física, Química, Electrónica, motores y no sé qué asignaturas más, con tan poco lustre para los poetas.

Y a partir de ahí comienza mi historia de ángeles.

Podría nombrar a muchos, pero me voy a referir a unos pocos como ejemplos.

Ya conté antes que ingresé en la Academia General Militar. Era 1 de septiembre de 1985 y quedaban cinco años por delante. Cuando la situación en la Academia  General Militar se hacía insostenible porque entendí que el mundo podía utilizarme mejor en otra profesión más acorde a mis aptitudes, apareció el primero: un joven comandante que me animaba diciéndome que allí debía de haber, sí o sí, gente como yo; y su ayuda llegó hasta unos límites tan altos, a lo San Juan de la Cruz que le di a la caza alcance y siempre le estaré infinitamente agradecido.

Sin él, igual me hubiera quedado por el camino. Sin él y sin las bibliotecas de la Academia General Militar, las dos que había; la del Recreo Educativo del Cadete REC y la propia de la Academia. Allí me llené de literatura. Fueron cinco años entre Zaragoza y Ávila y, además, llenos de las bibliotecas que me encontraba por el camino.

El siguiente "ángel" apareció a la vez que las misiones en el exterior. Un comandante que vivía en la misma residencia militar que yo, joven teniente, y que andaba elaborando las listas para el Escalón Avanzado Logístico EALOG.: «¿Te gustaría ir a Bosnia? No es que la situación esté muy bien allí, pero para un joven teniente puede ser una gran experiencia». «Cuente conmigo, mi comandante». «Aquí también tiene que haber gente como tú, Norberto». Esa última frase, me encanta.

Y a partir de ahí, mi vida de aventuras y escritura cobró algún sentido. Seguía pensando, sin embargo, que por mis aptitudes la vida civil, ahora que ya podía dedicar mis horas libres a la literatura mientras estudiaba Filología Española, podría darme otras oportunidades.

Pero siguieron llegando ángeles a mi vida y no había manera de desatar ese nudo llano con el que me até al Ejército un año de 1985. El Ejército entre misiones y visitas esporádicas me ha llevado a: Bosnia, Kosovo, Bosnia, Líbano, Mali, Turquía, Mali, Bosnia, Mali, Eslovaquia. Y eso me ha llenado de Literatura; incluso me permití en mi último viaje a Sarajevo entregar mi libro: "Misión Bosnia, la ruta de los españoles" en la biblioteca destruida y quemada por el odio de Sarajevo durante la guerra o descubrir la verdadera sabiduría cerca de Tombuctú. Y así siempre...

Cuando terminé Filología española, y la literatura y las bibliotecas comenzaron a llamarme más de la cuenta la atención, pensé que podría estar bien dedicar mis días a dar clases de literatura en algún lugar civil. Lo comenté; y a los dos días apareció otro "ángel" diciéndome que podría dar clases cerca de casa en la Academia de Infantería de Toledo. No era de Literatura, pero me apunté a ser tribunal de todas los trabajos de fin de grado de Historia. Aprendí muchísimo con los trabajos de los alumnos, muy preparados, por cierto, en la mejor Academia de Infantería del mundo.

Cuando, por tiempo máximo de permanencia, tenía que abandonar la Academia de Infantería y mi puesto de profesor; ya andaba escribiendo para alguna revista con algún premio literario, de por medio, sin importancia alguna; de nuevo, apareció otro "ángel" que me ofreció dirigir un periódico, hacer películas, crear un blog y un canal de podcast, llevar un periódico digital, ser jefe de publicaciones del Departamento de Comunicación, hartarme de escribir artículos y no sé qué más. No tuve más remedio que decirle que sí. Además, me convenció fácil: «Aquí, solo puede venir alguien como tú, Norberto»

Y ahora, que iba a pasar a la reserva y que me iba a dedicar a la escritura a tiempo completo, va el azar, que suele hacer muy bien las cosas, como escribió Cortázar, y en una comida me preguntan que qué iba a hacer en la reserva. Y yo, "que no tengo maldad", les dije que a pasar mis horas entre la biblioteca Nacional y la de Chamberí que me cae cerca: leer y escribir.

Pues, sí señores, al día siguiente me llama otro "ángel" y me dice: «Norberto, si vas a pasar tus horas en una biblioteca, ¿por qué no te quedas en la biblioteca del Cuartel General del Ejército y la diriges? Ahí tiene que haber alguien como tú». Tampoco pude negarme. Y aquí estoy en este momento. En la reserva y de Director de una Biblioteca.

Y en estos cuarenta años de mi vida en activo en el Ejército de Tierra he hecho casi de todo: "ser panadero en una panificadora, trabajar en una lavandería, ser arriero con una recua de mulas que podían transportar la luna por la montaña, hacer guardias, llevar convoyes de camiones, ser contable, llevar contratos, ser profesor, ser periodista, hacer películas y ¡ahora! ser bibliotecario". Y encima he hecho todo esto con ayuda de ángeles; aunque para ser sincero tengo que decir que no todo han sido ángeles, pero con unos cuantos es suficiente.

Así que, ¡cómo no te voy a querer Ejército de Tierra!

P.D. : Aunque ahora, tengo que confesar que lo que yo quise contestarle a mi padre cuando me preguntó al acabar el bachiller que qué quería estudiar era: «Es que yo, papá, estoy perfectamente capacitado para no hacer absolutamente nada. Rentista a lo Montaigne o a lo Thomas Mann sería una muy buena ocupación».







































domingo, 10 de noviembre de 2024

ANTE EL CAOS, NI EL ESTADO NI EL TIEMPO; TAL VEZ LA FAMILIA, TAL VEZ LA TRIBU, TAL VEZ EL BIEN, TAL VEZ LA SOLIDARIDAD

Hay lugares rozados por la persecución infinita, por la lluvia infinita, por las ideologías infinitas, por la riqueza infinita deseada y deseante, por la pobreza infinita destructiva y depravante. Hay lugares donde de un día para otro puedes perderlo todo, incluso la vida. Hay lugares que se llenan de destrucción o de guerra y no hay ninguna ventanilla a la que acudir para expresar tus necesidades; o, lo que es peor, la ventanilla que ahora está abierta ya no te reconoce; y no sólo no te ayudará, sino que deberás huir de ella. Hay lugares donde lo que quieres saber es dónde estás, dónde vas y quién puede sacarte de ese laberinto agresivo del que no entiendes cómo has llegado hasta allí.

Quien ha vivido en esos lugares, que no son ni fueron tan lejanos, sabe lo difícil que es salir de esa ruina a la que te ha llevado un caos del que, posiblemente, no tienes ninguna culpa.

Permitidme que les cuente una historia que viví en Mali, África. Ya saben que Mali es una de mis debilidades. Ay, dolor. Un día; después de conocer a unos niños que entrenaban al fútbol cada tarde, con pocos recursos, la mayoría de ellos sin zapatos, sin equipaciones, en un campo de tierra sin porterías; decidimos visitar al entrenador y entregarles balones, redes de portería, camisetas de entrenamiento que habíamos comprado entre todos.

El entrenador, para mí un entrenador desde mis tiempos de futbolista siempre será el Míster, nos pidió que lleváramos las cosas a su casa. Y eso hicimos. Llegamos, nos invitó a pasar y vi que aquella casa estaba llena de vida. Un mango en el centro del jardín lo dominaba todo, tres mujeres cocinaban a cielo abierto cerca del muro interior, y un murmullo de vida me recordó a la casa de mi abuela, cuya cancela no tenía llave porque siempre había alguien dentro y no tenías más que tocar la campana. 

Quiso que estuviéramos con ellos un rato y empezamos a hablar. Nos contó que aquella casa la habitaban treinta y cinco personas, que vivía con sus dos hermanos y las familias de estos; y que era una pena que nos fuéramos de Koulikoro porque su hermano trabajaba con nosotros en la lavandería y ahora se quedaría sin trabajo y sin ingresos. Y aquí vino mi pregunta, que tiene que ver con este relato: «¿Y ahora qué va hacer él y su familia cuando nos vayamos?». Y me contestó: «Bueno, ahora lo de siempre, somos una gran familia, no sólo los que vivimos en esta casa, sino todos los demás que viven aquí o lejos. Esa es la única seguridad que tenemos y no hay otra».

Pensé que nosotros siempre confiamos en el Estado, y que era imposible que pudiera ocurrir algo así en España, que cómo iba a ser posible que la única seguridad fuera la de la familia, que la primera y más rápida ayuda venga de ella, de los amigos, de los vecinos, de la solidaridad de la gente de bien, de los que no pueden permanecer impasibles ante el dolor, de los que atraviesan el puente de la solidaridad. Yo, que creía en la omnipotencia del Estado, aprendí o recordé, bajo un mango, que la familia y quienes te rodean es la mejor Seguridad Social del mundo. Y me dije que ellos, bajo ese mango, todos alrededor de esa enorme olla, tenían un tesoro.

Y recordé que mi familia lo comprobó en sus carnes no hace mucho tiempo: mi abuelo y mi bisabuelo anduvieron en el bando perdedor de la Guerra Civil. Cuando acabó la guerra lo habían perdido todo y tuvieron que andar de ventanilla en ventanilla para intentar poder volver a sus dignos trabajos. Mi otro bisabuelo, el capitán Pascual Pareja, anduvo en el bando ganador. Los primeros, de los únicos que recibieron una verdadera ayuda fue de su familia, aunque hubieran combatido en frentes distintos comían y vivían de ellos. Después del infierno, regresaron a casa del capitán Pascual Pareja y volvieron a salir todos adelante. Si la situación hubiera sido la contraria, hubieran hecho lo mismo. En casa vivíamos cinco familias numerosas, no teníamos un mango pero teníamos una antesala llena de aspidistras, que mi abuela llamaba pilistras, y un pozo; y un montón de gente que soñaba barullo cuando se iba a dormir. Mi abuela Magdalena nunca cobró ninguna pensión y toda su vida vivió y comió con su familia. Lo mismo ocurrió con mi tío abuelo Antonio.

Me despedí de aquella casa de Koulikoroba soñando familia, vecinos y amigos, ciudad, tierra, río Guadalquivir que es como el Níger pero con su nombre árabe; y rogué con que a nosotros nunca nos llegue la guerra o la naturaleza herida o las inundaciones del Níger o las lluvias torrenciales que con un poco de mala suerte invade las casas de Djenne, Bungu o Tombuctú; porque... o se pone en marcha un puente de la solidaridad o el Estado llegará tarde.

Y me recojo preguntándome cómo hemos llegado a esta situación. Y me contesto yo mismo diciendo: la libertad del amor a lo Cernuda o a mi manera; la única libertad que me exalta, la única libertad porque muero. En fin, ojalá yo esté equivocado y el Estado llegue siempre antes; pero me temo que quien sabe de esto, de guerra y de catástrofes, no lo están. Y saben qué les quedará entre las manos cuando lleguen los malos, malos, malos tiempos: la familia, los amigos, la tribu, la sociedad, al fin y al cabo; y si destruimos todo eso, sin duda, la seguridad social social llegará tarde pidiéndote no sé qué anexo III.

Por ahora, voy a bailar que estamos en época de lluvia en Mali, y en otras tierras que amo, y nunca se sabe; no sea que el futuro venga con rencor, En fin, ya me entienden...