domingo, 10 de noviembre de 2024

ANTE EL CAOS, NI EL ESTADO NI EL TIEMPO; TAL VEZ LA FAMILIA, TAL VEZ LA TRIBU, TAL VEZ EL BIEN, TAL VEZ LA SOLIDARIDAD

Hay lugares rozados por la persecución infinita, por la lluvia infinita, por las ideologías infinitas, por la riqueza infinita deseada y deseante, por la pobreza infinita destructiva y depravante. Hay lugares donde de un día para otro puedes perderlo todo, incluso la vida. Hay lugares que se llenan de destrucción o de guerra y no hay ninguna ventanilla a la que acudir para expresar tus necesidades; o, lo que es peor, la ventanilla que ahora está abierta ya no te reconoce; y no sólo no te ayudará, sino que deberás huir de ella. Hay lugares donde lo que quieres saber es dónde estás, dónde vas y quién puede sacarte de ese laberinto agresivo del que no entiendes cómo has llegado hasta allí.

Quien ha vivido en esos lugares, que no son ni fueron tan lejanos, sabe lo difícil que es salir de esa ruina a la que te ha llevado un caos del que, posiblemente, no tienes ninguna culpa.

Permitidme que les cuente una historia que viví en Mali, África. Ya saben que Mali es una de mis debilidades. Ay, dolor. Un día; después de conocer a unos niños que entrenaban al fútbol cada tarde, con pocos recursos, la mayoría de ellos sin zapatos, sin equipaciones, en un campo de tierra sin porterías; decidimos visitar al entrenador y entregarles balones, redes de portería, camisetas de entrenamiento que habíamos comprado entre todos.

El entrenador, para mí un entrenador desde mis tiempos de futbolista siempre será el Míster, nos pidió que lleváramos las cosas a su casa. Y eso hicimos. Llegamos, nos invitó a pasar y vi que aquella casa estaba llena de vida. Un mango en el centro del jardín lo dominaba todo, tres mujeres cocinaban a cielo abierto cerca del muro interior, y un murmullo de vida me recordó a la casa de mi abuela, cuya cancela no tenía llave porque siempre había alguien dentro y no tenías más que tocar la campana. 

Quiso que estuviéramos con ellos un rato y empezamos a hablar. Nos contó que aquella casa la habitaban treinta y cinco personas, que vivía con sus dos hermanos y las familias de estos; y que era una pena que nos fuéramos de Koulikoro porque su hermano trabajaba con nosotros en la lavandería y ahora se quedaría sin trabajo y sin ingresos. Y aquí vino mi pregunta, que tiene que ver con este relato: «¿Y ahora qué va hacer él y su familia cuando nos vayamos?». Y me contestó: «Bueno, ahora lo de siempre, somos una gran familia, no sólo los que vivimos en esta casa, sino todos los demás que viven aquí o lejos. Esa es la única seguridad que tenemos y no hay otra».

Pensé que nosotros siempre confiamos en el Estado, y que era imposible que pudiera ocurrir algo así en España, que cómo iba a ser posible que la única seguridad fuera la de la familia, que la primera y más rápida ayuda venga de ella, de los amigos, de los vecinos, de la solidaridad de la gente de bien, de los que no pueden permanecer impasibles ante el dolor, de los que atraviesan el puente de la solidaridad. Yo, que creía en la omnipotencia del Estado, aprendí o recordé, bajo un mango, que la familia y quienes te rodean es la mejor Seguridad Social del mundo. Y me dije que ellos, bajo ese mango, todos alrededor de esa enorme olla, tenían un tesoro.

Y recordé que mi familia lo comprobó en sus carnes no hace mucho tiempo: mi abuelo y mi bisabuelo anduvieron en el bando perdedor de la Guerra Civil. Cuando acabó la guerra lo habían perdido todo y tuvieron que andar de ventanilla en ventanilla para intentar poder volver a sus dignos trabajos. Mi otro bisabuelo, el capitán Pascual Pareja, anduvo en el bando ganador. Los primeros, de los únicos que recibieron una verdadera ayuda fue de su familia, aunque hubieran combatido en frentes distintos comían y vivían de ellos. Después del infierno, regresaron a casa del capitán Pascual Pareja y volvieron a salir todos adelante. Si la situación hubiera sido la contraria, hubieran hecho lo mismo. En casa vivíamos cinco familias numerosas, no teníamos un mango pero teníamos una antesala llena de aspidistras, que mi abuela llamaba pilistras, y un pozo; y un montón de gente que soñaba barullo cuando se iba a dormir. Mi abuela Magdalena nunca cobró ninguna pensión y toda su vida vivió y comió con su familia. Lo mismo ocurrió con mi tío abuelo Antonio.

Me despedí de aquella casa de Koulikoroba soñando familia, vecinos y amigos, ciudad, tierra, río Guadalquivir que es como el Níger pero con su nombre árabe; y rogué con que a nosotros nunca nos llegue la guerra o la naturaleza herida o las inundaciones del Níger o las lluvias torrenciales que con un poco de mala suerte invade las casas de Djenne, Bungu o Tombuctú; porque... o se pone en marcha un puente de la solidaridad o el Estado llegará tarde.

Y me recojo preguntándome cómo hemos llegado a esta situación. Y me contesto yo mismo diciendo: la libertad del amor a lo Cernuda o a mi manera; la única libertad que me exalta, la única libertad porque muero. En fin, ojalá yo esté equivocado y el Estado llegue siempre antes; pero me temo que quien sabe de esto, de guerra y de catástrofes, no lo están. Y saben qué les quedará entre las manos cuando lleguen los malos, malos, malos tiempos: la familia, los amigos, la tribu, la sociedad, al fin y al cabo; y si destruimos todo eso, sin duda, la seguridad social social llegará tarde pidiéndote no sé qué anexo III.

Por ahora, voy a bailar que estamos en época de lluvia en Mali, y en otras tierras que amo, y nunca se sabe; no sea que el futuro venga con rencor, En fin, ya me entienden...





domingo, 29 de septiembre de 2024

LA VIOLENCIA Y LA CREACIÓN DE LOS FANÁTICOS

Después de pasar muchos de mis días entre Marjayoun, Kleyá, Sidón, Tiro y Beirut en un año cercano a la guerra de 2006; y viendo, como siempre, esa espiral de violencia que nunca acaba como la biblioteca infinita de Borges donde desde cualquier hexágono se ven los pisos inferiores y superiores: interminablemente, vuelvo a pasar alguna tarde por aquellos lugares. En primer lugar visito Haifa, donde me llevó  por primera vez, Steersman, mi padre, durante la guerra de Los Seis Días, transportando petróleo, y por donde andaba ya Amos Oz, muy joven y soldado.

Agarro de nuevo sus ensayos, sabe de lo que habla mientras se pregunta: «¿Cómo podemos curar a los fanáticos? Perseguir a un puñado de fanáticos por las montañas de Afganistán es una cosa. Luchar contra el fanatismo, otra muy distinta».

Amos conoce de sobra que la violencia que se vive cada día en muchas partes del mundo, y que sostiene a los fanáticos, es algo más que el enfrentamiento entre pobres y ricos, mensaje y discurso equivocado que era muy común a lo largo del pasado siglo XX. Nada más alejado de ello. «No. Es una batalla entre fanáticos que creen que el fin, cualquier fin justifica los medios. Se trata de una lucha entre los que piensan que la justicia, se entienda lo que se entienda por dicha palabra, es más importante que la vida, y aquellos que, como nosotros, pensamos que la vida tiene prioridad sobre muchos otros valores, convicciones o credos. La actual crisis del mundo en Oriente Próximo, o en Israel/Palestina, no es consecuencia de los valores del islam. Se debe a la vieja lucha entre fanatismo y pragmatismo».

El fanatismo es más viejo que el islam, el cristianismo y el judaísmo; pero, todos sabemos que se alimenta muy fácilmente desde el principio de los tiempos con un poco de violencia. Se alimenta y crece hasta magnitudes inconmensurables y no hace falta para ello motivos concretos. Se puede ser un fanático racista y completamente ateo, se puede ser un fanático proabortista y enviar cartas bombas a todas las clínicas del país, se puede ser un fanático nacionalista que son muy fáciles de fabricar; se puede ser fanático por tantas cosas.

Pero lo que de verdad alimenta los barriles de odio es la violencia sobre nuestros seres queridos. Y esa es la que más les gusta usar a los fanáticos; ya lleven turbante, sean halcones o presidan repúblicas. Y para redondear la llamada esos líderes del fanatismo envuelven esas dolorosas muertes y su quejidos con el halo divino de su Dios particular, que normalmente anda en sus cosas entre pobres y no entre ricos, dirigentes de países, intereses petrolíferos o afán por la tierra. Cuando los barriles de odio se vacían «surge la urgencia por "pertenecer a" y el deseo de hacer que todos los demás "pertenezcan a". El culto a la personalidad, la idealización de líderes políticos o religiosos, la adoración de individuos seductores, la sacralización de la tierra como propiedad de unos o de otros bien pueden constituir formas extendidas de fanatismo».

También los dueños de la violencia, y no quiero entrar en el «ellos fueron los que empezaron» saben que es muy difícil rehabilitar a un fanático; que sólo parece que se ha rehabilitado cuando ha conseguido la victoria. Pero, se trata de ponerse la piel de cordero sobre el corazón de lobo. Un fanático no tiene límites en el poder, siempre querrá más porque en eso basa su supervivencia.

Ya ven no basta con perseguir a los fanáticos por las montañas de Afganistán, que después de tantos sacrificios ya sabemos cómo va esa aventura. Si alguien cree que abandonando Afganistán, cuando los talibanes vean que los barriles de odio están vacíos, no va a ocurrir otro ataque es que no sabe que los fanáticos en el poder se retroalimentan con la violencia sobre el otro. Ya elegirán quién es el otro.

Tampoco, creo yo, que sea eficaz una respuesta desproporcionada, matando todo lo que se menea, porque ésa es la mayor máquina de crear fanáticos que existe; y es ese tipo de victoria de creación y multiplicación de adeptos a la «causa» lo que buscaba el último ataque de Hamás o quien ande detrás de ellos, que siempre hay un detrás. No buscaban una victoria militar, eso lo sabían.

Cuando los terroristas, llamémosles así, ven que los barriles de odio se están vaciando porque lo que gente normal como cantaba Jarcha en su Libertad sin ira sólo desea «su pan, su hembra y la fiesta en paz», ejecutarán una acción violenta, cuantos más muertos mejor, para provocar una acción más violenta de vuelta, cuanto más muertos mejor. Así, la violencia nos llenará de nuevos fanáticos a un lado y al otro de la frontera. El fanatismo es capaz de hacer que nuestros seres queridos entiendan que deben convertirse en fanáticos por su propio bien.

Ahora, ya están llenos los barriles de odio nuevamente, hasta que con la recogida de la aceituna de los olivos milenarios, con el tranquilo pastoreo hernandiano de cabras, con el roce desnudo de dos pieles en la madrugada bajo una manta en días de frío o sobre las sábanas en días de calor los barriles de odio se irán vaciando; y cuando los líderes del fanatismo vean que esos barriles de odio andan por debajo de los niveles necesarios, no importan los años que pasen, volverán a usar la violencia para multiplicar nuevamente el número de fanáticos, un número con efecto multiplicador que hará que poco a poco quien crea que está ganando en realidad está perdiendo.




domingo, 22 de septiembre de 2024

Y ME LLENÉ DE «MALINCHE»


 Mi colaboración literaria en la radio siempre me depara alguna sorpresa inesperada; y, claro, sin mediar siquiera una estocada, rápidamente me apunto a cualquier aventura.

Como compañero y colaborador de IVAN Radio fui invitado a la Feria de Madrid (IFEMA) donde Iván andaba trabajando con su música, la radio, las campers y las autocaravanas. Ahí, también hay literatura; por eso, su radio, yo la lleno un poquito con esas viajeras historias literarias que siempre sorprenden porque relatan lo que la verdad esconde.

Después de pasar la tarde en la exposición charlando de radio, música, literatura, viajes y campers hambrientas de kilómetros, fuimos invitados por Javier Adrados, que trabaja en labores de producción y de apellido de sabio griego a quien estudié mucho allá por el siglo pasado, a ver el musical Malinche. Y fuimos sin piedad a la gran pirámide de los sueños mexicas.

Conforme entraba en esa gran superproducción musical me puse a recordar, me ayudó un poco la memoria, mi primer contacto con Hernán Cortés. No tendría yo más de doce o trece años cuando leí una biografía que andaba en las estanterías de casa, allí sigue, y que mi padre había comprado en Círculo de Lectores.

Su autor era László Passuth. Así, que en plena adolescencia, descubrí a un joven Cortés que en Salamanca andaba huyendo por los balcones de maridos indefensos, que luego fue encomendero en Cuba, que hizo fortuna en la isla caribeña vendiendo carne y ganado, pensando que allí daba más dinero que el oro; y que pronto pudo financiar una expedición al continente; puente de plata que le ofreció el gobernador Velázquez.

Y en esas páginas vi por primera vez a Malinalli, que no Malinche, vendida por su padrastro, violada, esclava de las esclavas, traicionada por todos; pero con el mayor don que pueden entregar los dioses: el don de la lengua, ser la voz de Cortés, ser la voz del mestizaje, ser la voz del futuro. Y ahora la llaman traidora. Traidora a su pueblo. Passuth no nombra a Malinche nunca con ese nombre, sino Malinalli. Es a Hernán Cortés al que se le llama Malinche. En el futuro los nombres de ambos se confundirán.

Entre sus contemporáneos ella era llamada Malinalli, no Malinche. Con su bautismo los españoles la llamaron Marina; y tuvo tanta importancia en la conquista del imperio Azteca que acabó siendo Doña Marina. Cortés, aun teniendo hijos con ella, nunca la menciona en sus cartas. Pero sí, y mucho, Bernal Díaz del Castillo en su Historia verdadera de la conquista de la Nueva España.

Existen varias versiones sobre su nombre. Los indios siguieron llamándola Malinalli y a Cortés, el señor de Malinalli, Malinalitzin; y los españoles el -Tzin lo cambiaron a -che; así que Hernán Cortés fue el Malinche. Me alegra mucho esta versión filológica, hay otras, porque eso significa que la mujer es la creadora de toda estirpe, por mucho que los varones a lo largo de la Historia hayan querido silenciarla. En todos los lugares del mundo y en todos los tiempos siempre ha sido así. Con El Dios de la lluvia llora sobre México, me enamoré por primera vez de Malinalli, que el futuro la llamaron la Malinche.

Pasados muchos años y en una de mis visitas al salir del Cuartel General del Ejército a la librería Antonio Machado, entonces situada en la calle Fernando VI de Madrid, me hice con un volumen de la poeta nicaragüense Claribel Alegría, si es que la literatura de aquellas tierras es inconmensurable. Y me aprendí de memoria un poema suyo dedicado a La Malinche. A la también inconmensurable "traidora" al pueblo mexicano:

Estoy aquí
en el banquillo de los acusados
dicen que soy traidora.
¿A quién he traicionado?

Era una niña aún
cuando mi padre
es decir
mi padrastro
temiendo que su hijo
no heredara las tierras
que a mí correspondían
me condujo hacia el sur
y me entregó a extraños
que no hablaban mi lengua.

Terminé de crecer en esta tribu
les servía de esclava
y llegaron los blancos
y me entregaron a los blancos.
¿Qué significa para ustedes
la palabra traición?
¿Acaso no fui yo la traicionada?
¿Quién de los míos vino a mi defensa
cuando el primer blanco me violó
cuando fui obligada
a besar su falo
de rodillas
cuando sentí mi cuerpo desgarrarse
y junto a él mi alma?

Fidelidad me exigen
ni siquiera conmigo
he podido ser fiel.
Antes de florecer
se me secó el amor
es un niño en mi vientre
que nunca vio la luz.

¿Qué traicioné a mi patria?
Mi patria son los míos
y me entregaron ellos.
¿A quién rendirle cuentas?
¿A quién?
decidme,
¿a quién?

Ya ven, con Claribel Alegría volví a enamorarme otra vez de Malinalli y la vi más grande todavía.

Y ayer, por obra y gracia de radios imposibles, amigos con camiones y campers que surcan el mundo y productores de musicales enormes, volví a enamorarme de la Malinche, que para mí siempre será Malinalli. Mil gracias a quienes lo hicieron posible.

También Moctezuma fue un incomprendido, pero de eso hablaremos otro día. Ahora, vayan a ver el musical Malinche; merece la pena.









domingo, 16 de junio de 2024

EL CANTAR DEL MÍO CID, ¿EL ESPÍRITU DE ESPAÑA?

¿Es el Cid el espíritu de España como pronunció Franco durante su discurso el 24 de julio de 1955 durante la inauguración del monumento al Cid Campeador en Burgos? ¿Es su espíritu el vertebrador de la España medieval a pesar de la "torpeza" de todos los reyes cristianos peninsulares con los que le tocó lidiar?

Tal vez no lo es, tal vez no lo fuera, tal vez nunca quiso serlo; pero, si un artista de la talla del autor del más grande poema de la épica juglaresca medieval, en un castellano que nacía, te hace suyo, (no sabemos con qué interés); no serás más que el juguete del arte, de los tiempos y de los intereses venideros.

¿Quién es Rodrigo Díaz, el de Vivar? ¿Qué ponemos en su estatua que vamos a inaugurar en Burgos? Para ello, se monta una comisión con Ramón Menéndez Pidal a la cabeza y se eligen dos textos que irán a los pies de la estatua de un Cid que parte hacia el exilio. El primer texto, a la derecha del Cid, deciden tomarlo del historiador musulmán del siglo XII Ibn Bassan:

El Campeador llevando
consigo siempre la Victoria
fue por su nunca fallida
clarividencia
por la prudente firmeza
de su carácter y por su
heroica bravura
un milagro de los grandes
milagros del Creador


El segundo texto, a la izquierda, lo elige Menéndez Pidal del Cronicón del Monasterio de Maillezais y se tallan en mármol las siguientes palabras: 

Año 1099 : en España
dentro en Valencia murió
el Conde Rodrigo Díaz.
Su muerte causó el más
grave duelo
en la Cristiandad
y gozo grande entre
sus enemigos


— ¿Seguro que dice eso el Cronicón del Monasterio de Maillezais?

— Bueno, Norberto, —contesta la comisión— entiende que los tiempos marcan algunas necesidades políticamente correctas y con el Caudillo, que dará el discurso, y las buenas relaciones que atravesamos con Marruecos y esa guardia mora, será mejor no poner la palabras del Cronicón al pie de la letra. No vayamos a herir sensibilidades más allá del Estrecho.

 — Claro, teniendo en cuenta que, de todo lo que se cuenta de El Cid apenas unos versos son verdad, podemos permitirnos el lujo de cortar algunas palabras del Cronicón del Monasterio de Maillezais.

¿Qué quieres decir con "verdad"?

— Pues, quiero decir muchas cosas, pero no tengo más espacio que unas pocos párrafos en este artículo. Afortunadamente, la bibliografía de El Cid se está llenado con volúmenes que acercan un poco más esa figura histórica a la realidad; aunque, sin ser capaces, evidentemente, de vencer al arte literario que permanecerá siempre; porque no habrá más eternidad que el arte.

«Y quiero decir... que en el Cantar del Mío Cid no aparece una sola vez el Campeador combatiendo contra los reyes y condes cristianos, a lo que dedicó buena parte de su vida, en defensa de los distintos reinos taifas musulmanes, a los que defendió con fuerza, destreza y siempre bien recompensado.

Y quiero decir... que nunca ganó una batalla después de muerto, que ésa es una leyenda inventada por un monje del Monasterio de Cardeña cuando ve que el número de peregrinaciones al monasterio para ver la tumba de El Cid van decreciendo. Y no contento con ello lo remata escribiendo en fino pergamino que Babieca, cuya existencia no está documentada más que en el Poema, está enterrado entre las paredes del monasterio. Esa tumba del Monasterio de Cardeña fue profanada por los franceses durante la Guerra de la Independencia; y hay teorías que cuentan que todavía hay huesos de Rodrigo Díaz de Vivar en manos privadas.


Y quiero decir... que nunca existió la jura de Santa Gadea, que a la muerte del rey Sancho El Cid aceptó, casi sin rechistar, el vasallaje para con su hermano Alfonso tal como hicieron el resto de nobles que andaban en similar tesitura tras la desastrosa herencia del gran Fernando I.

Y quiero decir... que sus hijas no se llamaban doña Elvira y doña Sol, sino María y Cristina y que los Infantes de Carrión no existieron y la afrenta del bosque de Corpes nunca tuvo lugar. Las hijas de El Cid se casaron muy bien: Cristina se casó con Ramiro Sánchez de Navarra, y su hijo fue García Ramírez llamado «el Restaurador» que fue rey de Pamplona, aparte de que descendiente suyo fue, nada más y nada menos que, Alfonso VIII, el vencedor de los almohades en la batalla de las Navas de Tolosa. Y su otra hija, María, se casó con Ramón Berenguer III, Conde de Barcelona.

No podemos obviar, el detalle de que El Cid venció varias veces al padre del que luego fue su yerno, Ramón Berenguer II, conde de Barcelona, tomándolo incluso prisionero. Pero, pelillos a la mar. Por cierto, en estas batallas contra el Conde de Barcelona el Campeador estaba a las órdenes del rey musulmán de Zaragoza Al-Muqtadir. Ya combatió también en defensa de esta taifa musulmana contra el rey de Aragón, que era primo del rey Sancho de Navarra; demasiados temas de familia en los reinos cristianos y musulmanes para que un mercenario de la talla de El Campeador no quisiera sacar tajada.


Y quiero decir... que Alvar Fáñez "Minaya", (Minaya significa "mi hermano"), aparece como si hubiera combatido codo con codo y durante mil combates con El Cid. Nada más lejos de la realidad. Lo que ocurre es que Alvar Fáñez es el leal. En su leyenda aparece siempre combatiendo en beneficio de su rey cristiano y a sus órdenes; y eso lo sabe el poeta, motivo por el cual conviene colocarlo siempre al lado de El Cid.

Y quiero decir... que el engaño del cofre de arena a los judíos Raquel y Vidas nunca se produjo aunque podamos verlo ahora en la catedral de Burgos. Otro guiño del poeta, (¿para quién trabajas, juglar?), en el que se quiere dejar constancia de la inteligencia del Campeador contra la fama de la actitud taimada, de engaño y embaucamiento que arrastraban los judíos en toda la Europa medieval.

Y quiero decir... que Rodrigo Díaz, el de Vivar, terminó soñando con ser rey de un reino taifa cristiano hereditario en Valencia, lejos del vasallaje de cualquier otro rey cristiano. ¡Anda, pues! Pero, no todo podía salir bien y su hijo Diego Rodríguez (El patronímico -ez- en castellano significa -hijo de-) murió en la batalla de Consuegra a la edad de 21 años, con lo que el sueño de El Campeador se disolvió en la nada. No obstante, doña Jimena consiguió mantener en su poder Valencia durante casi tres años hasta que fue derrotada por los almorávides.

Y quiero decir... tantas cosas que ando leyendo que ahora Rodrigo Díaz, el de Vivar, el que en buena hora nació, sí que me parece un héroe de su tiempo con sus luces y sus sombras».


Pero imagina que un poeta, tallando hemistiquios, describe tus hazañas así, cuando das la orden de ataque a tus mesnadas contra el enemigo:

Enbraçan los escudos delant los coraçones, 
Abaxan las lanças abueltas de los pendones,
Enclinaron las caras de suso de los arzones, 
Yuan los ferir de fuertes coraçones. 
A grandes vozes lama el que en buen ora nasco:
Ferid los caualleros por amor de caridad: 
Yo so Ruy Diaz el Çid Campeador de Biuar. 
Todos fieren en el az do esta Pero Vermuez. 
Trezientas lanças son, todas tienen pendones:
Sennos moros mataron, todos de sennos colpes. 

¡Olvídate!, un artista hará contigo lo que quiera.

Por cierto, para aprender del Poema, aconsejo la edición de Alberto Montaner, con prólogo de Francisco Rico, del Cantar del Mío Cid.












domingo, 26 de mayo de 2024

Mi amor por Ana Ozores

Cuando los vientos me han llevado a Oviedo, siempre la he visitado a ella, porque por allá saben de la poca distancia que habita entre el pensamiento y los hechos; saben de lo grato que es para el lector un mundo inventado de sentimientos y contradicciones, y de lo ingrato que es para los personajes que viven su extraña vida entre las páginas de un libro.

Pero, Ana Ozores descubrió cómo volver a la vida por la sola imperiosa necesidad del arte, que elige a sus propios seres inmortales.

Sé que Vetusta es Oviedo y sé que no poca gente de esta ciudad miró con malos ojos a la obra y a su autor por muchos de sus tonos crudos. ¿Son realistas o son naturalistas las palabras, los hechos y las flaquezas morales de la Regenta, Fernando de Pas o Álvaro de Mesía? Un triángulo que completa en su cuarto lado el regente don Víctor de Quintanar.

Ella, doña Ana Ozores, me contó hace muchos años que nunca consiguió cumplir con esos ideales sentimentales y afectivos que convocan a cualquier joven alma humana y la convierte en víctima de sus propios sueños no realizados.

Conmigo no acude en confesión, para ello ya está el magistral, porque se lo inventa todo, víctima de una psicología a la que la ha conducido el aburrimiento de una vida social casi vacía y una deficiente educación para la mujer.

Ana Ozores se perderá sin remedio o en brazos laicos o en brazos clericales. Su cuerpo se perderá sin remedio en otros brazos que no serán los míos.

Pero, yo siempre que venga a Oviedo o a Vetusta vendré a verla cada tarde, después de que la heroica ciudad duerma la siesta.

《El seductor de oficio y la dama se habían ocultado poco a poco entre los árboles, en un recodo de un sendero. El magistral sintió entonces impulsos de arrojarse de la torre...》




Y ya que estaba en Oviedo fui a ver a otros dos genios...






domingo, 5 de mayo de 2024

LA ARENA INFINITA

Unas pequeñas anotaciones antes de la lectura del relato La arena infinita que creo que son necesarias:

Este relato, hace muchos años, quedó finalista del II Premio Terbi de relatos de Ciencia-Ficción. Mi agradecimiento a quienes siguen llenando cuartillas y redes sociales con este tipo de futuro que se está convirtiendo en presente. El eje central de este relato es la inmortalidad. Borges dijo que la idea de la eternidad es una idea terrible. A mí también me lo parece. Y he llegado por el camino del futuro, en vez del camino del pasado, como hizo él a la misma conclusión.

Me he tomado la licencia de trasladar a los cuentos a algunas personas que se cruzaron en mi vida en alguna galaxia muy, muy lejana. Rápido se reconocerán en ellos. Siempre lo hago y, la verdad, no me he ganado demasiados enemigos. Ellos se reconocerán, o no; que ponga sus nombres, reales o ficticios, no significa que sean ellos. Además, por coincidencias de la vida, el nombre de la empresa científica que inventé hace treinta años, anda enredado en mis asuntos periodísticos. Pero, repito, esto no es más que un relato, que miraba al futuro y que está por cumplirse.

Supongo que abandonaré esta isla cuando esté seguro de que todo debe morir.

LA ARENA INFINITA

Todos nacíamos y todos moríamos. Así era en un principio.

La naturaleza, que partió de un inicial y diminuto hálito de vida, entendió la diversificación en millones de especies como una argucia vital para la conquista de los ecosistemas y su propia perduración; y eligió como medio de eternizarse la creación de un nuevo ser, sin desgaste: crear, que no reparar; la gran idea de la evolución. A eso lo llamamos nacimiento.

La lucha y, a su vez, el sueño de mi padre, como buen médico, no era más que alargar la vida y evitar sufrimientos. “Se trata, señores, como pueden ver en los ejemplos que en esta presentación aparecen”, comentaba mi padre a su equipo de investigación, “de la clonación en laboratorio de órganos vitales a partir de células madre, para sustituir sin rechazo posible las partes dañadas del cuerpo por otras nuevas”.

Él no pudo verlo. Comenzamos las pruebas médicas con la clonación genética de órganos fáciles de reproducir: hígados, riñones, corazón, ojos...; pero, pronto, se superaron las conquistas iniciales, que aún nos equiparaban con los tratamientos y estudios tradicionales sobre células madre sobrepasando todas las expectativas soñadas.

Duplicábamos huesos, corazones, piel, tejidos, mínimas células y, por puro azar, que a veces nunca se sabe si sopla a favor o en contra, se consiguió clonar un cerebro, no entero, pero sí por pequeñas partes que eran sustituidas por nuevas células generadas en laboratorio, y que mediante un proceso que podríamos llamar de ósmosis mental, según lo definió la doctora Anabel Cárdenas, recibía todos los estímulos lógicos y de memoria que residían en las partes del cerebro, envejecidas o dañadas, del paciente. El día que el hallazgo fue presentado sonó a ciencia ficción.

A falta de mejores barnices fuimos capaces de crear un cuerpo entero, de nuevo. No había órgano que no pudiera ser clonado en nuestro laboratorio.

Fue más fácil de lo que podíamos sospechar. Cuando se revela el descubrimiento llave, como lo denominamos los científicos, una cadena de nuevos hallazgos, sin solución de continuidad, se va alternando, convirtiendo lo que era un pequeño paso en un salto hacia adelante sin retroceso posible.

Cuando fuimos conscientes de lo que habíamos conseguido, todos me miraron; “pues, señores, ya tenemos aquí al moderno Prometeo. El hombre que se libra de sus envejecidos o maltrechos órganos y nace de nuevo”. “Bueno, no tan de nuevo”, dijo el doctor Steve Patterson, que ya anduvo trabajando con mi padre, “traerá el tamiz de sus experiencias anteriores”. “Sólo si queremos que esas experiencias anteriores lleguen a su nuevo cerebro”, corrigió Adheesh Shina, que ganó una beca siete años antes y que pronto le fichó la Corporación cuando se dio cuenta de su valía. “Lo que está claro, es que este tipo de descubrimientos sólo puede ser sacado a la luz con mucha cautela”, dije. En ese momento se me pasaron por la cabeza, algunas preguntas que lancé a mis colegas en voz alta. “¿Qué pasaría si el mundo supiera que la muerte en el último suspiro distingue a ricos y a pobres?, ¿quién podrá beneficiarse de este descubrimiento?, ¿lo comprará sólo el dinero?, ¿serán, entonces, inmortales sólo los ricos?, ¿qué pasará si la muerte, porque el precio de la resurrección es asequible, alcanza a una mayoría de personas y la Tierra empieza a superpoblarse hasta acabar extenuada?, ¿no debería haber más nacimientos?, ¿nos quedaremos sin niños?”.

“Para, para… si sigues con esas preguntas…”, me interpeló, mi colega Yuri, un científico ruso con cara de despistado que había iniciado como becario de mi padre su magnífica carrera para la ciencia. “Yo creo que a nosotros nos incumben los descubrimientos”, continuó, “siempre estaremos lejos de poder dar soluciones morales”. “Cierto”, dijo Steve, “la energía nuclear hubiera aparecido más tarde o más temprano; pero hubiera sido descubierta. Einstein anduvo toda su vida reprochándose haber ayudado a la construcción del arma nuclear, pero la energía nuclear hubiera llegado de todas formas a nosotros, con Einstein o sin él. La cuestión es la de siempre: controlar el mal, y ése no es nuestro trabajo. Nuestro trabajo es la ciencia y sus descubrimientos y debemos seguir porque pueden ser beneficiosos”.

“¿La inmortalidad es beneficiosa?”, preguntó Anabel, “es un salto adelante que no sé si podremos soportar. La Humanidad lleva con más fluidez los saltos hacia atrás”. En ese momento intervine: “bueno, dejémonos de jugar con la filosofía. Como ha dicho Steve, ése no es nuestro trabajo. Hemos hecho un descubrimiento increíble y no debemos pensar si somos Dios o somos Frankenstein. Un hombre nuevo nace. Nosotros sólo cambiamos poco a poco sus órganos conforme se van deteriorando en la vejez o por enfermedad”. “Estamos más cerca de Frankenstein que de Dios, sin duda”, dijo Adheesh, “nosotros no creamos, vamos haciendo transplantes individuales, el riñón, el hígado, el corazón, la piel, las venas, la masa muscular, como se ha hecho hasta ahora, lo que ocurre es que hemos llegado antes que otros científicos a clonar con células madre determinados órganos y tejidos que hasta ahora no podían ser reemplazados”. “Adheesh tiene razón”, dijo Anabel, “el primer corazón que se trasplantó no dio lugar a ningún tipo de disquisiciones morales. Se trató de intentar salvar la vida a un hombre que se estaba muriendo. Lo mismo ahora. Lo que ocurre es que ahora hemos conseguido transplantar todos los órganos, y eso pone al alcance de nuestras manos la inmortalidad”.


Decidí que saliéramos a celebrar nuestro descubrimiento y nos fuimos a cenar y, luego, a tomar unas copas.

Cinco meses después y tras otros experimentos que resultaron más positivos de lo que pensábamos, llevamos a cabo la presentación de nuestros hallazgos a la cadena ejecutiva de la Corporación Internacional Médica; MIC, por sus siglas en inglés, que pagaba nuestras investigaciones.

Samuel Grisham, el jefazo, reconocido por la revista Forbes como el hombre más rico del mundo permanecía muy serio en su sillón. Hizo su fortuna vendiendo ropa de mala calidad y terminó comprando una farmacéutica que lo hizo multimillonario tras conseguir una pastilla que controlaba el gen de la obesidad. En la Corporación, entre sus empleados, y siempre entre susurros, era conocido como el gran bastardo. Olvidé decir que ahora su principal fuente de ingresos es la venta de armas y una empresa de prospecciones e investigación energética. Pero hay que reconocer que era listo.

“Secreto”, fue su primera palabra cuando terminamos la presentación. “Es necesario el secreto. Este descubrimiento no puede ser lanzado al mundo, así sin más. No puede haber causa más poderosa para una revolución que la conquista de la inmortalidad. Y algo como la inmortalidad sólo puede ser vendida a quien pueda pagarla”.

Forrest Vaughan, su segundo de a bordo, que adoraba al dinero más que a sus hijos, empezó con la misma cadena de preguntas que nos habíamos hecho nosotros en el laboratorio. Las mismas preguntas obtuvieron las mismas respuestas. “Puede ser un descubrimiento traído por la mano del demonio”, terminó diciendo Matt Dover III, un octogenario, devoto calvinista, al que le surgieron dudas, porque, con su edad, viéndose cerca del Cielo, al que pensaba llegar a través del duro trabajo, el rezo diario y, por qué no, el éxito en la vida que siempre tiene que ir acompañado del dinero, nuestras investigaciones pudieran darle la oportunidad de continuar en este valle de lágrimas, trabajando duro y ganándose el Cielo, al que tenía pocas ganas de ir, durante una eternidad.

El señor Grisham, dio su primera orden nombrando una comisión, en la que me encontraba yo y, por supuesto, sus abogados, para que estudiaran las posibilidades que se abrían a la Corporación con el nuevo negocio. Cinco meses después, el señor Grisham firmó las 120 cláusulas que regirían la comercialización y el desarrollo de los descubrimientos.

La primera cláusula, ya se la imaginan, era el secreto. Nuestro laboratorio fue llevado a una isla cerca de la Guayana, que la Corporación compró para tal propósito. En ella se organizarían las cápsulas en las que se irían conformando los órganos vitales de los clientes y en donde estaría situado el centro quirúrgico en el que se realizarían las operaciones de transplantes. Una isla vigilada por tierra, mar y aire.

Para no andar con menudencias la segunda cláusula estipulaba el precio, se tasó un coste inicial de trescientos millones de dólares, así como los plazos y la forma de llevar a cabo todo el proceso. Los principales mandatarios de los países desarrollados fueron informados los primeros y, como es lógico, fueron los primeros en enrolarse en las filas de la inmortalidad y en entender que era imposible darles la eternidad en esta tierra a todos los hombres. “Sí, firmaremos esa primera cláusula, es muy lógica”, afirmaron uno tras otro. El secreto y el poder, dos aliados que casi siempre se necesitan.

Para evitar la multiplicación excesiva de esta nueva raza de hombres inmortales en la cláusula 73.1 se obligaba, antes de cualquier intervención, a la esterilización del futuro paciente, no fuera a ser que el amor por su descendencia perjudicara el proyecto. Desde luego, para no pecar de inhumanidad y para evitar la posibilidad de que surgieran rencillas irreconciliables y el secreto fuera revelado en lugares inoportunos se aceptó como clientes hasta la tercera generación de los primeros inmortales, ya que ellos no eran estériles y habían tenido hijos.

Han pasado setecientos años desde entonces. Setecientos. Ahora existen cuatro mundos: el tercer mundo, que sigue subdesarrollado y agónico, abatido por enfermedades y hambre, la gran mayoría; un segundo mundo, en vías de desarrollo (eufemismo relleno de inútiles esperanzas, que están más cerca del infierno de Dante que del cielo de Milton), también pobre y hambriento; un primer mundo, desarrollado y opulento, con una esperanza de vida de más de cien años y que dispone de un alto porcentaje de la riqueza; y... el mundo de los inmortales, de quienes lo tienen todo, dominan los gobiernos, las industrias, los bancos, los recursos y el tiempo: los que rompieron el reloj de arena que controlaba su futuro.

A los inmortales, después de un tiempo prudencial, se le asignaba una nueva personalidad. Elegían nacionalidad y su fortuna cambiaba a sus manos mediante argucias jurídicas que los leguleyos de la Corporación controlaban hasta la última consecuencia; sobre todo, cuando se consiguió duplicar todos los órganos hasta conseguir un cuerpo nuevo, que se custodiaba en las islas de la Corporación, manteniéndose los cerebros, con todos sus recuerdos, en estado latente por si una muerte repentina o un accidente alcanzaban al cliente antes de poder ser intervenidos. Se consiguió, dos siglos después del primer gran descubrimiento, crear el primer hálito de vida. En ese momento, dejamos de ser Frankenstein para ser Dios.

II

Yo, como pueden suponer, soy uno de esos inmortales. Han pasado setecientos años desde mi primera intervención quirúrgica de sustitución. Y pueden considerarme el primer explorador de la inmortalidad. Científico y explorador. Ahora, llevo treinta años recluido en esta isla de transición. Treinta años para tomar una decisión.

Para mí, el paso del tiempo sin percibirlo se ha convertido en una desolación. Viviendo en un remanso sin corriente alguna, sin transcurso de días, sin armonía, porque la armonía debe ser ganada con nuestras acciones. Como si al quitarme la frontera de la muerte me hubiera quedado sin alma. Sin nada.

Cuando el tiempo no tiene límites, cualquier tipo de esperanza se hace vana por el simple asentimiento de saber que el plazo de realización es infinito. Fui perdiendo el afán por hacer las cosas. La apatía y el desdén se han abatido sobre mí después de setecientos años.

Como he dicho antes, me encuentro en esta isla de tránsito y llevo treinta años decidiendo si acabar con esta inmortalidad o continuar de nuevo con mi vida infinita.

No es una decisión fácil. Pueden entenderlo.

Al principio, pertenecer a este selecto club era una sensación de seguridad sin límites. Navegué por todos los repechos y vadeos posibles del alma, bebí tanto del bien como del mal, sabiendo que solamente rendiría cuentas ante mi conciencia porque habíamos conseguido evitar cualquier soborno posible respecto a la eternidad. Sin miedo, me embarqué en la angustia para distraer mi mente, y aguanté todos los embates y sufrimientos que buscaba o me venían sin yo quererlos para experimentar todas las sensaciones. Sí, no se asusten, sin ningún miedo. Pero..., no, no me envidien por eso.

Los órganos, la piel, las células, los tejidos, el cerebro...., ¿todo?, era perfectamente sustituible por otros idénticos. ¿Todo?

Las preguntas sin respuesta son las mismas que cuando éramos mortales; porque todavía no hemos conseguido averiguar cuál es el origen de la naturaleza del hombre, ni cuál es su destino, aunque cuente con todo el tiempo del mundo. Ya llevo aquí treinta años en esta isla de tránsito que la organización dispone, para decidir si abrazar ese nuevo camino desconocido que nos lleva a la muerte o continuar viviendo en este desvarío. No es fácil tomar esta decisión.


Aquí me encuentro con otros, Anabel, Adheesh, Steve, y Yuri, que como yo, cambiaron sus opiniones iniciales, y que en algún momento, quedaron horrorizados ante la perspectiva de un eterno futuro, vivos. Las leyes éticas que modificamos, ni por asomo, pudieron vencer la velocidad de los cambios producidos. El jefazo, lo sigue siendo; y setecientos años después sigue gobernando la Corporación junto con los otros depositarios del poder, que lo siguen manteniendo, que debe ser la única droga necesaria para querer continuar siendo inmortales. Steve llegó a esta isla de transición después de mí y me contó que, entre susurros, al Jefazo, que ya no se llama Samuel Grisham, le siguen llamando `maldito bastardo´.

En esta isla de transición apenas si hablamos entre nosotros, dormimos donde nos coge la noche y pensamos a todas horas adónde nos está llevando este reloj infinito.

¿Qué avances habrán ocurrido en estos últimos treinta años sin yo saberlo? ¿Qué habrá sido del mundo?

Aún encendemos fuegos, pero pronto también los evitaremos. El lenguaje permanece en nosotros porque todavía pensamos a través de él en interminables monólogos. Un par de cientos de años más y ya no sabremos escribir. ¿Qué importa? Si, alguna vez, nos decidimos a volver al mundo tendremos una eternidad para volver a aprenderlo.

Jugamos a ser dioses y perdimos. Trasladamos la ira de la vida a este infinito purgatorio. Treinta años pensando si rompo el contrato que firmé con sus 120 cláusulas. Si tomo esa decisión no habrá marcha atrás y eso, ustedes comprenderán, retrasa mi decisión. Sólo cinco personas, un hombre y cuatro mujeres, que yo sepa, han salido de esta isla para morir. Son afortunados por su valor.

Duermo en un agujero cavado por mis manos con forma de tumba; y sueño con descansar ahí eternamente. Todos los que nos encontramos aquí empezamos a escribir nuestras vivencias como inmortales sobre los árboles con ramas puntiagudas, o sobre las rocas con afiladas piedras, ya no queda un hueco en los árboles, ni rocas donde escribir. Ahora, escribimos sobre la arena, una y otra vez, interminablemente..., y esto que escribo en la arena será borrado por la pleamar mañana, y así hasta que yo me decida o se extingan las mareas.

Solo me resta por decir que sí, que yo soy uno de los inmortales y es terrible. Y mañana volveré a escribir parte de mi historia nuevamente sobre esta arena infinita en un tiempo infinito. Mañana cambiaré algunas palabras de este relato, ahora lleno de imperfecciones y cada día lo seguiré cambiando hasta que sea perfecto y no tenga motivo para seguir viviendo.

Y pasado mañana, también volveré a escribir, otra vez, parte de mi historia sobre la arena, con la suerte de que será borrada por la subida de la marea para que yo pueda volver a escribirla al día siguiente y tenga una razón para quedarme en este purgatorio infinito porque me falta valor para abrazar la muerte.

Supongo que abandonaré esta isla cuando esté seguro de que «todo debe morir».