sábado, 9 de marzo de 2024

ESTUVE EN GHAZA, SIEMPRE DESTRUIDA, CON HOREMHEB FRENTE A LOS HITITAS

En mi familia, desde tiempos que no recordamos, siempre ha habido alguien que ha andado en una guerra santa; ya fuera en Alemania como católico frente a los protestantes allá por los siglos XVI y XVII o en otros tiempos más modernos de los que el horror se hizo dueño, como judío. Mi nariz y mi nombre, Norberto, me delatan; o como árabe defendiendo Córdoba frente a los cristianos.

No nos libramos, como no se libró nadie, de la Guerra de la Independencia matando franceses, ni de las guerras carlistas matando guiris, fundamentalmente herejes ingleses, que no eran más que un acortamiento de la palabra vasca `guiristino´, que para eso un antepasado mío fue carlista. También tuve uno isabelino que combatió en Alcolea; y de la Guerra Civil española ni hablamos, que los tuvimos en las tres Españas, dándose al mareo de la guerra o al exilio. Pueden leer mis dos novelas, Las mareas no suelen equivocarse y La máquina del mundo para que se hagan una idea.

«No es que nosotros fuéramos hacia la guerra, es que la guerra siempre vino hacia nosotros. Sería porque elegimos los lugares más envidiados para vivir», me dijo una vez Steersman, mi padre.

Seguramente era eso, porque he comprobado en estos casi cuarenta años como soldado que la destrucción y la guerra siempre tropieza en los mismos lugares y con la misma gente. La de vueltas que he dado para decir esto. Pero, claro, el tiempo que me ha tocado vivir me ha dejado pocas dudas al respecto.

No se lo creerán, pero he abierto un libro y a principios de semana ya estaba preparando los embastes de las bestias para acudir a las guerras de nuestro faraón contra el imperio hitita que desde Hatusa estaba expandiendo su dominio hacia el sur cuando, viendo los mapas de nuestro general Horemheb, divisé la ciudad que estaba sitiada por los hititas y que nuestro faraón iba a liberar: ¡Ghaza!

Ghaza, que siempre resiste porque siempre ha sido atacada desde hace miles de años desde el sur, desde el norte, desde el este y desde el mar. ¡Ghaza!, donde siempre se unen tiempo y espacio para su destrucción.


Dese Líbano, allá por Trípoli, hasta el Egipto he andado un poco, a veces un mucho, por esa zona, y siempre pensé que algún día el terror perdería su batalla y que las guerras de respuesta no tendrían sentido. Me equivoqué, tal vez porque el terror siempre es alimentado por los Hunos y por los Hotros.

Mientras limpiaba el carro de mi general Horemheb, le oí decir unas palabras que desde hace tres mil años hasta hoy en día siguen vigentes. Habla Horemheb, por boca de Mika Waltari en ese libro que me acompañó de niño y que me compró mi padre tras cruzar por primera vez el Canal de Suez. Habla Horemheb, general al servicio del faraón: «Gracias a la guerra, los ricos podrán imputar a los hititas todas las desgracias que asolarán al país, y el faraón podrá acusarlos del hambre y la miseria que reinará este invierno. Será, en efecto, el pueblo quien lo soportará y lo pagará todo y los ricos sabrán todavía sonsacarle lo necesario para compensar sus pérdidas y podré sangrarlos de nuevo. Este sistema es mejor que el de imponer impuestos de guerra, porque así el pueblo bendice mi nombre y me juzga equitativo. Porque tengo que velar celosamente por mi reputación, previendo el porvenir».

¿Con qué fuerza iré a la guerra contra los hititas después de haber oído sus palabras? ¿Más de cien mil de los nuestros iremos a la muerte por esto? Pero lo peor fueron sus últimas palabras: «Egipto tiene que conocer la crueldad hitita a fin de que se convenza de que no hay suerte más horrenda que la esclavitud de los hititas. Cuanto menos trigo haya en Egipto, más hombres se alistarán en mis ejércitos, porque saben que allí hay la medida de trigo llena e incluso cerveza.». ¡Que sufran, que sufran los egipcios para mi gloria!, creo yo que susurraba; aunque estas palabras no están en Sinuhé.

Todavía Ghaza es nuestra pero ya está casi totalmente destruida por los hititas: «Ghaza seguía resistiendo en Siria y, después de la siega, al empezar la crecida, Horemheb abandonó Menfis con sus tropas. Mandó emisarios a Ghaza, asediada por tierra y mar, y un navío que pudo forzar el bloqueo con sacos de trigo llevó este mensaje: «¡Sosteneos, defended Ghaza a toda costa!»

Sigo embastando las mulas cargándolas con agua y alimentos para atravesar el desierto, como han hecho los míos desde tiempo inmemorial y como un descendiente con mi sangre hará en Huesca y en Ávila dentro de 3.500 años. Ghaza cayó en manos del terror, promovido por los de siempre y ahora también sufre la respuesta. Ghaza siempre sufre, pero siempre resiste: «Mientras los arietes hacían temblar las murallas de la villa y las casas ardían sin que hubiese tiempo de apagar los incendios, caía un mensaje con una flecha: «¡Defended Ghaza, es la orden de Horemheb!» Y mientras los hititas lanzaban a la ciudad marmitas llenas de serpientes venenosas, una de ellas resultó contener trigo y un mensaje de Horemheb: «¡Defended Ghaza!» Yo no comprendo cómo esta villa pudo sostener el asedio de Aziru y los hititas»..

Voy a escribir con caracteres jeroglíficos una premonición: «Allá voy con mis mulas, embastadas con agua y alimentos, a la defensa de Ghaza. Espero que ese descendiente que también embastará sus mulas de montaña, con agua y alimentos en Ávila y en Huesca dentro de 3.500 años no tenga que ver Ghaza nuevamente destruida. Puede que los faraones y emperadores cedan su gobierno a personas más equilibradas en el arte de la paz. Que Atón, dios de bondad infinita, el que vivifica la Justicia y el Orden cósmico nos ayude con su inmensa magnanimidad». Y eso escribió un antepasado mío.

Y es que las guerras siempre tropiezan en los mismos lugares y con la misma gente.


















domingo, 11 de febrero de 2024

LOS JUDÍOS, LOS MUSULMANES, LOS CRISTIANOS; UNA ESCRITURA DE DIOS

Ya saben que me regalaron en Ebel es Saqi, allá en Mohafazat Nabatîyé, un Noble Quran Karim قرآن كريم; en Marjayoun, una Biblia cristiana maronita; camino de Trebinje, una Biblia Ortodoxa; en Koulikoro, un Corán con su traducción en bambara; en Bamako, la hermana Cristina, una Biblia cristiana en bambara y en Sarajevo leí la Torah  תּוֹרָה‎, que los cristianos llaman Pentateuco y Al-Tawrat توراة los musulmanes y drusos, a quienes también conocí en Líbano, para intentar aprender a leer desde los cuatro costados: «Acostúmbrale a leer desde los cuatro costados, desde arriba y desde abajo, tal como yo deseo. no dejes que pierda el tiempo con otros niños. acostúmbrale a decir las bendiciones que conoce... y a bendecir el vino, el agua y las abluciones».

Tengo que contarles que he entrado en la Guenizá de Ben Ezra.

                                

La escritura de Dios no conoce líneas ni fronteras, la escritura de Dios puede viajar en el tiempo de Jerusalén a El Cairo o de El Cairo a Cambrigde, pasando por Alandalús, que parece ser que en su forma aguda es como la denominaban los propios andalusíes, ¿de dónde si no iba a venir andaluz?, también acentuada de igual forma (Federico Corrientes, Diccionario de arabismos y voces afines en iberorromance). Por ese vagar infinito del papiro, el pergamino o el papel anduve ayer; y en poco más de dos horas viajé diez siglos en el Centro Sefarad-Israel.

Y todo comenzó en una sinagoga de Fustat en El Cairo antiguo, en el siglo XI, que fue ayer y que es hoy, donde me encuentro, la sinagoga de Ben Ezra de El Cairo, que en su tiempo era conocida como «la sinagoga de los Palestinos» o «sinagoga de los Jerosolimitanos». Y de pronto, como un milagro, en el siglo XIX se descubre la Guenizá que sacó a la luz cientos de documentos abandonados en su vejez a las penumbras y comidos por el tiempo.

La palabra «guenizá» significa `depósito´ y designaba el lugar donde se abandonaban los textos y papeles que por su deterioro ya no se podían leer; pero, en vez de destruirlos o quemarlos se depositaban en un cuarto cegado con la única apertura de un agujero por donde tiraban los papeles y documentos viejos que dormirían allí para siempre. Cuando se descubrió este almacén en el siglo XIX salieron a la luz documentos de todo el mundo islámico; filosofía, cartas comerciales, capitulaciones matrimoniales, escrituras de divorcio, poemas, cuentos árabes, poesía.... Y todo gracias a dos mujeres, dos hermanas gemelas, Agnes Lewis y Margaret Gibson, que después de una expedición por Egipto y Palestina se trajeron un fajo de fragmentos de papel y pergamino que compraron durante su viajes. En Cambridge se lo enseñaron a su amigo Solomon Schechter, que encontró entre esos despojos nada menos que una página suelta del libro perdido de Ben Sira, llamado Eclesiástico por los cristianos.


El manuscrito de Ben Sira, perdido durante la Edad Media fue escrito en el siglo II a.C. y fue excluido de la Biblia Hebrea por las dudas existentes acerca de su sacralidad. La versión más antigua conocida estaba en griego e incluso había quién ponía en duda su existencia en hebreo. Y como un milagro apareció en Palestina.
Pero, no nos hemos conformado con eso y hemos seguido rebuscando en la guenizá. El primer libro de Maimónides que ocupó unos centímetros de mi biblioteca fue un regalo, un regalo que es capaz de ponerte en paz con siglos de violencia, La guía de perplejos, o descarriados e incluso de estúpidos, que ninguno se libra de la estulticia del tiempo mal administrado en favor del poder o la violencia. Y allí entre cientos de legajos destruidos por el aire contaminado y preso durante siglos, además del castigo al abandono encontramos un epítome autógrafo del mismísimo Maiomónides de una obra de Galeno, Sobre los alimentos de Moisés Ben Maimon. El milagro de la cultura que sobrevive a las bestias, a los ataques, a la destrucción y, a veces, a la ignorancia.


Y he visto una hoja iluminada del Calila y Dimna (siglo XIII) que leí de joven, como todos, cuando andaba enredado en la literatura bachiller. Y que aparezca en la Guenizá de El Cairo es un bonito símbolo de que la comunidad judía estaba muy familiarizada con la literatura del mundo islámico.

Todas las literaturas están entrelazadas y esos lazos no los va a romper nadie; porque el tiempo respeta los despojos de las arenas del desierto y los fondos de los mares que salen a la luz para demostrar que no todos vivían en la violencia, que no todos estaban por la guerra, que no todos se dejaron llevar por los vientos corrompidos por el poder del odio.

Y por eso me entretengo en el Centro Sefarad Israel en leer en los largos poemas árabes en grafía hebrea (metro tawií) o en un manuscrito que contiene un poema que aparece en los famosos cuentos árabes de Las mil y una noches, también escrito en árabe con grafía hebrea y encabezado por una línea de la Biblia hebrea. Y pienso y sueño que no todo está perdido pero que la violencia define demasiado y nos aboca a un extremo o al otro


Y allí no pudimos evitar viajar a Alandalús donde la poesía amorosa en árabe inspiró a sus poetas judíos que compartieron forma y contenido. En la Guenizá de El Cairo encontré una versión hebrea de un poema original del poeta abbasí Ibn Abí Husayna (998-1064 CE). Y han pasado mil años, todos sabemos leer, pero parece que hemos ido hacia atrás en este juego de tiempos y violencias.

«Cuando nos abrazamos para despedirnos, su corazón
y el mío rebosaban pasión y amor. Derramó lágrimas
de perlas salpicadas. Mis lágrimas a su vez se inundaron de ónice.
Y todas se convirtieron en un collar en su cuello»

 للوداع اعتنقنا ولا
بكت والوجد. الصبابة يفيضان وقلبي
عقيقا مدامعي ففاضت رطبٱ لؤلؤﭐ
عقدا نحرها في الكل فصار

Versos en árabe y en hebreo, juntos para siempre, como deben estar.

Jerusalén, ciudad tres veces Santa, donde seguro que también está Dios, alguna que otra vez echándose las manos a la cabeza: "Si te olvidare, oh Jerusalem, olvide mi diestra su habilidad; adhiérase mi lengua al paladar si de ti no me acordare; si no pusiere a Jerusalem en la cumbre de mis alegrías". Salmos, 137. Ya sé que has andado por Metula al otro lado del Valle de la Bekaa y de una frontera que pateamos mucho. Lo sé. Eché de menos ver, desde ese monte, Jerusalén. Volveré a ese monte, a esa visión y extenderé mis manos.













martes, 23 de enero de 2024

LLENANDO BARRILES DE ODIO



Pues era del tiempo la estación florida que, según Góngora, quiere decir que era por mayo; y corría, o se arrastraba, el año 2009. Y era Líbano, después de la guerra que dio comienzo en el año 2006. Yo no llevaba mucho tiempo allí; pero, pronto, me iba a dar cuenta de que el principal oficio de los Hunos y la respuesta de los Hotros era que las fábricas siguieran, sin fin, llenando barriles de odio.

Que el odio es un veneno que recrea en sus laboratorios la violencia lo saben bien los terroristas, y nunca beneficia a la sociedad. Allí, en esas tierras dolorosas, hay eficaces laboratorios de violencia.

Es más, cuando el tiempo que arrastra su rastrillo de desmemoria va haciendo poco a poco su efecto, si no cicatrizante, al menos, mitigador; rápidamente, los guardines del terror echan mano de ese arma que se llama violencia definitoria para provocar el efecto venganza y que los barriles de odio vuelvan a llenarse. Sin saber, como escribe Rosalía, a orillas del Atlántico, que no hemos nacido para odiar sin duda. O como nos cuenta la Dickinson al oído, que no tenemos tiempo para odiar, porque la tumba nos lo va a impedir, porque no alcanza la vida para saciar esa enemistad.

Lo que ocurre es que hay lugares donde viven auténticos profesionales llenadores de barriles de odio. Y mira que yo viví en un lugar, donde llenadores profesionales de barriles de odio, con serpientes y hachas, me asesinaron a cuatro amigos. Pero, esos criminales no consiguieron convertir los barriles de dolor y miedo con tanto crimen abyecto en barriles de odio. Eso sí, llenaron barriles de dolor en el alma y en los hogares de las víctimas y barriles de miedo en la sociedad.

Sólo la Justicia es capaz de que los barriles de dolor y de miedo no se conviertan en barriles de odio. La sociedad española entendió que no era momento para una espiral de odio que es el juego al que juegan con sangre los asesinos y su violencia. Pero, en los lugares donde no hay justicia, sino dolor por un lado y venganza por otro: ¿Qué ocurre?


Pues, como contaba en el primer párrafo de estos pensamientos antes de que se fueran liando las madejas, era aproximadamente el mes de mayo y tuvimos que ir a El Adeisse, creo, a inaugurar un hermoso jardín para niños construido con fondos internacionales. y mientras se celebraban los actos con gente importante hablando de paz me senté en una barandilla donde acudieron varios niños. Me saludan, los saludo; me sonríen, les sonrío y casi sin anestesia uno de ellos me pregunta: «¿Odias Israel?» Rápido respondí que yo amaba Líbano. Volvió a hacerme la misma pregunta: «¿Odias Israel?».

Y recordé a Borges, no se sorprendan. Lo primero que me hubiera gustado era citar ese párrafo de su cuento El Sur, una explicación más o menos lógica porque el niño no me entendía cuando yo repetía una y otra vez que yo amaba Líbano, cosa que parecía no importarle: «No era el odio, era la incomprensión, pero es verdad que la incomprensión engendra el odio y que éste puede engendrar la crueldad». Así que por no hablar de El Sur le hablé de lo dañino que es el odio, también siguiendo a Borges y El Congreso: «No odies a tu enemigo, porque si lo haces, eres de algún modo su esclavo. Tu odio nunca será mejor que tu paz».

No era fácil que pudiera aceptar mi consejo borgiano, sobre todo porque cuando la resistencia (ellos se autodenominaban así) disparaba al vecino desde lugares habitados y el vecino respondía a lugares también habitados, la lógica incitaba a llenar las bodegas de barriles de odio porque la espiral de muerte nunca paraba. Esa es la misión del terror y de la guerra de comunicación que trae aparejada. Mis jóvenes amigos tenían su casa llena de barriles de odio que los habían convertido en esclavos, aparte de que después de que su vecino destruyera con un bombardeo sus casas o matase a algún familiar suyo, esa resistencia que inició el fuego les daba miles de dólares para que pudieran reconstruirlas y hacerlos definitivamente suyo.


Han pasado quince años y, como supongo que los barriles de odio se han ido vaciando en este tiempo, de nuevo el terror se ha encargado de que con su respuesta el vecino siga llenando esas bodegas de odio. Mantener vivo el odio de una y otra parte es la medida de la violencia.

Han pasado quince años y yo sigo amando Líbano. «Yo amo Líbano, mi amigo». Ya serás un hombre, mi amigo; y espero que en las bodegas de tu casa no haya sino amor.

Sé que apenas nos entendíamos porque la única pregunta que me hizo durante más de una hora fue ésa: «¿Odias Israel?». Yo les hablé de todo lo que pensaba sobre el odio, sabiendo que no me entendían en absoluto, incluso les hablé en español, viendo sus caras de asombro. Y pensé en Albert Camus y en que el odio, al fin y al cabo, es una mentira: «El odio es en sí mismo una mentira. Se calla instintivamente con relación a toda una parte del hombre. Niega lo que en cualquier hombre merece compasión. Miente esencialmente sobre el orden de las cosas. La mentira es más sutil. Sucede incluso que se miente sin odio, por simple amor a uno mismo. Todo hombre que odia, por el contrario, se detesta a sí mismo en cierto modo. No hay, pues, un lazo lógico entre la mentira y el odio, pero existe una filiación casi biológica entre el odio y la mentira».

Sé que hay mucha gente interesada en llenar otra vez los barriles de odio. Sabemos lo que hacen los terroristas y cual es su misión; pero, debemos ser conscientes de que la forma en la que los Estados se defienden de los terroristas importa, e importa mucho, porque si esa forma de defenderse es la violencia absoluta le hacen el juego a los adalides del terror llenando barriles de odio: contra los portadores del terror, Justicia, pero sólo contra ellos.

Han pasado quince años, mi amigo; pero, yo sólo quise decirte que el hombre que odia se detesta a sí mismo en cierto modo; y tú, tan niño, no merecías eso, porque no te hicieron libre para odiar a tu elección, sino que ese odio fue provocado por otros.