domingo, 19 de junio de 2022

VIAJAR A UN CONEY ISLAND DE LA MENTE BUSCANDO A LAWRENCE FERLINGHETTI

Yo pasé junto a ellos. Un poco antes había hecho un desayuno fuerte, de huevos y beicon, después de una ducha de agua tibia. Yo pasé junto a ellos y pensé que el mundo es un hermoso lugar para nacer si no te importa que algunas gentes mueran continuamente o que, tal vez, sólo pasen hambre con frecuencia, lo cual no está medianamente mal si no te toca a ti.

Jugué al fútbol con ese chico que iba desnudo y descalzo, y a quien para aliviar alguna que otra conciencia, entre ellas la mía, le regalé una camiseta que llevaba en la mochila y que le estaría enorme; y pensé que el mundo es un hermoso lugar para nacer si no te importa demasiado que haya cabezas vacías en los más altos cargos, o una o dos bombas sobre tu cabeza o algunas otras calamidades que nuestra sociedad de marca registrada padece con sus hombres de distinción y sus hombres de extinción, y sus diversas segregaciones y las investigaciones del Congreso y otros estreñimientos que nuestra estúpida carne ha heredado.

Sí, el mundo es el mejor de los lugares para un montón de cosas.

Y también me alegré cuando vi que ellos, como yo en mi país desarrollado, igualmente iban a bañarse al río, aunque ellos no llevaban merienda y el único agua que tocaba su cuerpo, una vez a la semana era cuando tras una larga caminata llegaban a la ribera de ese río que pintaba como nadie el amanecer; mientras yo me duchaba dos veces al día y por la noche antes de la cena disfrutaba de la piscina del hotel antes de volver a cambiarme de ropa. 

Y recordé que en nuestra niñez sólo nos bañábamos una vez a la semana, los cuatro juntos, como también se hacía en las familias de mis amigos. Y que, como ellos, teníamos un pantalón de diario y otro para los domingos. Y que no tuvimos coche hasta que mi padre se compró un Seat 850, con más dificultad que alegría. Tampoco en casa había aire acondicionado ni calefacción.

Era ese tiempo donde no consumíamos tres veces más de energía de lo que en realidad necesitábamos, como hacemos ahora las buenas personas en esos lugares donde parece que es hermoso nacer. Sobre todo pensando que el 10% de la población mundial consume el 70% de la energía que, aunque sea un detalle sin importancia, también les corresponde a otros; pero podemos consolarnos pensando que esta es la parte del mundo donde nada sucede, donde nadie hace nada de nada, donde nadie está en lugar alguno, nadie en ninguna parte, salvo en uno mismo: ni siquiera hay un espejo para duplicar la propia soledad ni siquiera un alma salvo la tuya.

Cuando llegue a mi estación que es lo que de verdad me importa, descenderé del tren; aunque me gustaría primero saber quién está conduciendo la máquina que me lleva a mí y a todos vosotros, si es que hay alguien dirigiendo este fasto convoy que a veces lo dudo; pero, siempre pensaré que el mundo es un hermoso lugar para nacer si no te importa demasiado que haya cabezas vacías en los más altos cargos, o una o dos bombas sobre tu cabeza o algunas otras calamidades que nuestra sociedad de marca registrada padece con sus hombres de distinción y sus hombres de extinción, y sus diversas segregaciones y las investigaciones del Congreso y otros estreñimientos que nuestra estúpida carne ha heredado.

Nosotros, que hemos tenido la suerte de nacer en un hermoso lugar seguiremos fisgando por la ventana para ver lo que pasa en el mundo donde todo sucede tarde o temprano, si realmente ocurre, y seguiremos disfrutando de luces perdidas centelleando, multitudes carnavalescas, circos nocturnos, casas de putas y parlamentos llenos de políticos, fuentes olvidadas puertas de cantinas y puertas perdidas, figuras a la luz de las farolas pálidos ídolos danzando mientras el mundo continua rodando.

Porque, aunque yo no lo crea, he atravesado mil veces una calle que, sin yo saberlo, es la calle más larga del mundo, aunque no tan larga como parece, llena con toda la gente del mundo por no mencionar todas las voces de toda la gente que alguna vez existió. Por no mencionar que guando llego a esos lugares todo el mundo me pregunta que qué pasó.

Y todo esto que pienso fue porque una vez fui a Tánger, persiguiendo a Ángel Vázquez y su vida perra de Juanita Narboni. Y en Tánger me embarqué, no digo cómo porque a veces me arrepiento de mis días con esos enterados beats, con los Henri Matisse, Jean Genet, Paul y Jane Bowles, Allen Ginsberg y su aullido, Jack Kerouac, William Burroughs, Truman Capote o Tennesse Williams y Gregory Corso; auténticos luchadores contra la hipocresía capitalista.

Pero, como no me estoy quieto y mi alma burguesa tampoco, todos esos beats me aconsejaron que me arrimara a ese tipo que vivía en Coney Island y que puede pasar como uno de los más grandes poetas de su tiempo. Además, ese tipo desembarcó en Normandía después de cuatro años de guerra, y eso para mí no era banal; pero lo más importante era que regentaba la mítica librería City Ligths. Un librero, antiguo soldado y poeta, ¿qué más se puede hacer en la vida antes de que aparezca sonriente el hombre de la funeraria?  Por eso, decidí hacerme discípulo de Lawrence Ferlinghetti.

Bueno, tengo que decir que hoy me he duchado tres veces; al levantarme, después del gimnasio y antes de salir a cenar. El aire acondicionado funciona bien porque el calor es insoportable y los dos coches de casa marchan como un reloj. Las industrias textiles y sus ríos pueden estar tranquilas porque tenemos al menos siete pantalones, doce camisas y seis pares de zapatos cada uno; y esperamos con impaciencia las rebajas. Además, como buenos ciudadanos, la comida que sobra la tiramos en el contenedor marrón. Y bueno, somos conscientes de que el 10% de la población consume el 70% de la energía, pero quién puede cambiar eso; sobre todo cuando el mundo es un hermoso lugar para nacer si no te importa que la felicidad no siempre sea tan divertida, si no te importa un roce de infierno de vez en cuando justo cuando todo está bien, porque hasta en el cielo no cantan todo el tiempo.

Por cierto, mañana acudiré a una multitudinaria manifestación para que los países en vías de desarrollo se conciencien de que hay que luchar contra el cambio climático.



























2 comentarios:

  1. Así es, el tren que nos lleva a ninguna parte, no lleva maquinista...

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  2. Pues eso parece; Emilio, pero nosotros, aún así, seguiremos viajando. Un fuerte abrazo, amigo.

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