miércoles, 26 de junio de 2013

QUE ESO ES TODO LO QUE TENGO


La eternidad sólo se lleva al amor
porque el amor es como la eternidad.
Khalil Gibran




Hago recuento de lo que tengo:


Una casa que tardé
muchos años en construir
a veces, con pasos apresurados,
a veces, lentos.
Hechas con tristezas y alegrías sus paredes;
y algún beso.

Una vieja butaca
en la que me mecía mi madre
a la vera de un río.
Todavía la tengo,
porque la madera estaba urdida
 
con palabras, suspiros y cuentos.



También tengo un barco,
en el que navegué con mi padre
en noches de tormenta y oleaje.
Con él, una tarde de guerra atraqué en Haifa,
con él, en el Mar de China sufrí un abordaje
y en el Báltico me cercó el hielo un invierno.


Y tengo una camisa
que en un viejo hotel de Praga
me arrancaron a besos.


También tengo un mechero
que en una bombardeada calle de Mostar,
le regalé a una anciana,
llena de sollozos y lamentos,
para que pudiera hacer fuego.
Ella pensó que le había regalado un lucero.

Y tengo un mapa que compré
en una vieja tienda de Byblos

que me llevó hasta una Trípoli
llena de odio y fuego,
donde he de reconocer que pasé miedo.

También tengo una calle en Chengdú
donde apareció, como por encanto,
con forma de niño y nombre de pájaro
la lluvia que me trajo mis deseos.

Y cuando muera me llevaré conmigo
mi casa, mi silla, mi barco, mi camisa,
mi mechero, mi mapa y mi calle de Chengdú.
Que eso es todo lo que tengo.
¿Qué tienes tú?


¡Qué no daría yo por haber visto el cielo de Sichuan y el palacio de la luna un mes de marzo de hace muchos años!

¡Qué no daría yo por haber visitado contigo más de veinte países y perderme entre un acelerador de partículas y la biblioteca de París!

¡Qué no daría yo por tener contigo una foto en la tumba de Borges en Ginebra y en el paseo de los filósofos en Heidelberg!

¡Qué no daría yo por aprender a montar en bicicleta por los campos de Toledo contigo!

¡Qué no daría yo por sentarme a escuchar contigo a los monos aulladores en Tortuguero!

Y qué no daría yo...

¡Ah, que todo eso lo he vivido, gracias a ti, mi príncipe de Sichuan! La alegría, salvo extraños casos, pasa muy pocas veces por delante y nosotros, Jorge, Inma, la agarramos aquella vez que pasó por delante de nosotros. 

Feliz día para ti, también.

¡Y qué no daría yo, porque hubieras tenido la oportunidad de conocer bien a Steersman, mi padre! Pero no siempre lo mejor fue posible. Ya te cuento yo.

Ya les he contado lo que tengo y qué no daría yo. Ahora voy a contarles de donde vengo. No, no, yo no; mejor que lo cuente Borges, porque yo hablaría sólo de mí, y él es capaz de decirnos de dónde venimos todos, ustedes incluidos. Como un mago, desafía ese pasado que fue capaz de traernos justo a este lugar en el que ahora nos encontramos y para lo cual  fue necesario un ancho espacio y un largo tiempo: 














Los ponientes y las generaciones
Los días y ninguno fue el primero.
La frescura del agua en la garganta
de Adán. El ordenado Paraíso.
El ojo descifrando la tiniebla.
El amor de los lobos en el alba.
La palabra. El hexámetro. El espejo.
La Torre de Babel y la soberbia.
La luna que miraban los caldeos.
Las arenas innúmeras del Ganges.
Chuang-Tzu y la mariposa que lo sueña.
Las manzanas de oro de las islas.
Los pasos del errante laberinto.
El infinito lienzo de Penélope.
El tiempo circular de los estoicos.
La moneda en la boca del que ha muerto.
El peso de la espada en la balanza.
Cada gota de agua en la clepsidra.
Las águilas, los fastos, las legiones.
César en la mañana de Farsalia.
La sombra de las cruces en la tierra.
El ajedrez y el álgebra del persa.
Los rastros de las largas migraciones.
La conquista de reinos por la espada.
La brújula incesante. El mar abierto.
El eco del reloj en la memoria.
El rey ajusticiado por el hacha.
El polvo incalculable que fue ejércitos.
La voz del ruiseñor en Dinamarca.
La escrupulosa línea del calígrafo.
El rostro del suicida en el espejo.
El naipe del tahúr. El oro ávido.
Las formas de la nube en el desierto.
Cada arabesco del calidoscopio.
Cada remordimiento y cada lágrima.
Se precisaron todas esas cosas
para que nuestras manos se encontraran.

Todos somos Hijos de Homero, como me enseñó el profesor Souviron.
Todos somos hijos, aunque no hayamos leído ni una de sus líneas, de la Biblia, del Corán y del Talmud, libros que he tenido la suerte de abrazar en algún momento de mi vida.
Todos  hemos bebido de las aguas del Ganges, a Adheesh le doy las gracias por haberme permitido acompañarle a rezar en Hindi.
Todos descendemos del Paraíso y merecimos el castigo tras el intento de llegar al cielo ascendiendo por la torre de Babel.
Todos hemos apuñalado a César, combatimos a Roma o fuimos legionarios.
Todos hemos estado en Troya defendiendo el honor de Agamenón.
Todos hemos hablado alguna vez en griego, en latín o en árabe.
Todos descendemos de esas monarquías de sajones creadas por un actor inglés.
Todos hemos andado en las Termópilas luchando contra los persas; o hemos sido persas nada más abrir las puertas de Babilonia.
Todos hemos acompañado a Alejandro el Grande más allá del río Oxus para alcanzar de nuevo, acaso sin saber que ya estuvimos allí, las orillas del Ganges.
Todos hemos amado a Ana Karenina y a Emma Bovary.
Todos hemos luchado con Tolstoi contra las águilas del Emperador en las heladas estepas rusas.
Todos hemos habitado el Pabellón Rojo y hemos cargado infinitas piedras para dar forma a esa gran muralla sin fin.
Todos hemos nacido alguna vez en África donde Adán dio sus primeros pasos.
Todos....

Ya sabes de donde vengo.



sábado, 22 de junio de 2013

LUIS ROSALES, A QUIEN YO DEBO UNA DISCULPA



Y el lento saber que nadie vuelve la espalda al sufrimiento si ha elegido vivir…

Diario
No hay ninguna luna y no se oye ni el ruido de la noche por la calle.
No nos hemos cruzado con nadie, y hay mucho silencio: Eso no es buena señal.
Hemos quedado en la puerta del hotel Ero.
Traemos un camión frigorífico que no enfría: “Todo va a echarse a perder, tenéis que llevar los alimentos rápido a Mostar”, nos han dicho.
Y aquí estamos. En la puerta del hotel Ero, en cuyos sótanos tiene las cámaras frigoríficas el batallón español.
En la puerta del hotel Ero, destrozado por la guerra, espero a que me abran dos soldados del HAVEO que vigilan desde dentro.
Con una linterna de pobre luz amarilla se acercan. Me dicen que me dé la vuelta y que me vaya.
No tienen ninguna intención de abrir. Creo que no me han entendido.
Hay veces en que no debería de haber tanta noche.
En la calle, dentro de un viejo coche, en cuyo cristal, a rotulador, pone en inglés la palabra prensa, pasa la noche un hombre a la puerta del hotel. Con su primer instinto, con nuestra presencia, se agazapa, no se mueve. Mira de reojo y se le nota el miedo; y yo pienso que es un valiente.
Hay demasiada noche y silencio derramados.
Seguimos en la calle, esperando.
“No llegan”, le digo a Paco, “pero si hemos quedado en la puerta del hotel Ero”.
Los soldados del HAVEO repiten con gestos destemplados que no nos abren y que nos larguemos.
Enfrente hay un edificio destruido, tan destruido que al primer vistazo he pensado que dentro no hay vida. Se oyen ruidos, parece que dentro se mueve gente.

Demasiada noche, tal vez.


Una vela se enciende y luego otra, y me quedo más tranquilo, porque he aprendido que el miedo suele vivir en la oscuridad y no entre luces; y ya se distinguen dos velas encendidas.
Los vehículos los hemos apostado una calle más abajo.
Paco y yo estamos todavía en la puerta del hotel Ero; esperando. Por si acaso, nos colocamos tras los árboles. Pero La Casa Está Encendida y pienso que no hay nada que temer.
De pronto, a mi memoria viene Luis Rosales a quien yo le debo una disculpa, porque una vez, siendo joven, lo culpé injustamente y juré no volver a leerlo. Estaba equivocado, como tantas veces:

Miré hacia arriba,
Vi una ventana encendida,
Luego otra y otra,
Vi todas y dije:
Gracias, Dios mío, la casa está encendida.

Tenues luces amarillas pintan el paisaje a nuestra espalda.
Seguimos esperando a la puerta del hotel Ero y nada sucede, porque la casa está encendida; y yo estaba equivocado.
En ese momento hago las paces con Luis Rosales, que debe andar ahora con Federico escribiendo versos en el aire y en las nubes.
Mañana voy a pedir que me envíen por estafeta dos libros: La Casa Encendida y El Contenido del Corazón.

Fin de las anotaciones del Diario el día 18 de mayo de 1994


Cuando uno vive en un lugar donde el dolor es compañero cotidiano e inseparable de la gente, posiblemente no necesite teórica alguna sobre el dolor; al igual que el que se está ahogando no necesita revelación alguna acerca del agua; sino que lo saquen de ella; pero los poetas siempre llegan más allá de lo posible y lo imposible, abren puertas que sin ellos siempre estarían cerradas y nos enseñan que la realidad está llena de contradicciones, de sueños y de pesadillas. 

Y allí, había no pocas pesadillas: el Trosky había estado en algún que otro intercambio de muertos entre las partes combatientes, como si fueran simples cromos: estaba fuera de toda razón que hasta los muertos siguieran sufriendo tras la muerte, pero no eran por aquellos lares normas de conducta la razón y la misericordia; se utilizaba la violación como arma de guerra; la religión y el alfabeto se convirtieron en banderas con colores irreconciliables y todos creyeron que la limpieza étnica era una forma de victoria en vez de una tendencia suicida.

Todos, todos, todos, se embarcaron en el viaje al dolor y nos embarcaron también a los que por allí andábamos, sin haber leído una línea de Luis Rosales, y ésa era una carencia insoportable en aquel lugar y en aquel tiempo:  

El dolor es un largo viaje,
es un largo viaje que nos acerca siempre,
que nos conduce siempre hacia el país donde todos los hombres son iguales,
lo mismo que la palabra de Dios, su acontecer no tiene nacimiento, sino revelación,
lo mismo que la palabra de Dios, nos hace de madera para quemarnos,
lo mismo que la palabra de Dios, corta los pies del rico para igualarnos en su presencia,
y yo quiero deciros que el dolor es un don,
porque nadie regresa del dolor y permanece siendo el mismo hombre.
Todo llega en la vida por sus pasos contados,
la primavera y el verano, la ignorancia y la lluvia,
porque no hay nada gratuito,
no hay alegría, por pequeña que sea,
que no tenga que conseguirse
como la hormiga testaruda lleva su carga tronco arriba;
no hay alegría, por importante que nos parezca,
que no termine convirtiéndose en ceniza o en llaga,
pero el dolor es como un don,
nadie puede evitarlo,
las esperanzas, el amor, el dinero,
todos los bienes terrenales,
siempre están contenidos por él y son igual que pájaros que vuelan sobre el mar,
y son igual que pájaros,
por más y más que vuelen nunca se apartan de su fin.

Dejamos nuestra carga, en los sótanos del hotel Ero, que guardaba, como un tesoro, los únicos frigoríficos que funcionaban de todo Mostar, y nos fuimos a dormir al destacamento de Mostar Oeste.

Antes de dormir quise escribir un poco y leer; no mucho porque el exceso de linterna en la lectura termina quemando la vista, aparte de molestar a quienes ya quieren empezar a descansar: En la carretera y en el bulevard hemos tenido que parar tres veces para salvar dos alambradas y una pequeña barricada, dos ingenieros, se han adelantado y nos han pedido que nos quedásemos atrás, detrás de dos blindados que nos han escoltado, porque ellos iban a inspeccionarlas. Los veo agachados, con sus linternas y oímos sus voces. Los contendientes se han aficionado, nos dicen, a anclar con explosivos las barricadas. Una alegría más, que este sitio está lleno de ellas… Escribo un poco más y al rato me quedo dormido.

Porque todo es igual y tú lo sabes
has llegado a tu casa y has cerrado la puerta
con ese mismo gesto con que se tira un día,
con que se quita la hoja atrasada del calendario
cuando todo es igual y tú lo sabes.
has llegado a tu casa,
y, al entrar,
has sentido la extrañeza de tus pasos
que estaban ya sonando en el pasillo antes de que llegaras,
y encendiste la luz para volver a comprobar
que todas las cosas están exactamente colocadas, como estarán dentro de un año,
y después,
te has bañado, respetuosa y tristemente, lo mismo que un suicida,
y has mirado tus libros como miran los árboles sus hojas,
y te has sentido solo,
humanamente solo,
definitivamente solo porque todo es igual y tú lo sabes.

Definitivamente, he hecho las paces con Luis Rosales y estoy de acuerdo con él en que la felicidad no nos enseña nada; sin embargo, con cada  dolor hay un nuevo alumbramiento, un acercamiento a la verdad. Esa misma raíz la hallé un poco después en Muñoz Molina cuando escribe que los efectos del amor o de la ternura son fugaces, pero los del error, no se acaban nunca, como una cavernícola enfermedad sin remedio. Sí, señor, sólo el dolor enseña, sólo la felicidad es fugaz, sólo los errores nos persiguen, sólo con las derrotas parece que juegan la memoria y el pasado. Pero tampoco hay que desanimarse porque con el azar y la ventura también juegan los dioses y nosotros jugamos con nuestra voluntad; aunque siempre conviene estar preparados.

Sí, definitivamente hice las paces con Luis Rosales, yo no podía seguir siendo injusto y esa situación tenía que arreglarla lo antes posible:

AUTOBIOGRAFÍA
Como el náufrago metódico que contase las olas
que le bastan para morir,
y las contase, y las volviese a contar, para evitar
errores, hasta la última,
hasta aquella que tiene la estatura de un niño
y le besa y le cubre la frente,
así he vivido yo con una vaga prudencia de
caballo de cartón en el baño,
sabiendo que jamás me he equivocado en nada
sino en las cosas que yo más quería.

A mí me ha pasado igual, como todos, jamás me he equivocado en nada sino en las cosas que yo más quería.

Si quieren leer poesía de la buena, agarren, no lo duden, la poesía de Luis Rosales. Yo tengo devoción, por motivos personales, ya lo saben, a La Casa Encendida y a El Contenido del Corazón, alguno de cuyos versos están esparcidos por este artículo.





Las fotos son de Mostar. Las dos primeras corresponden al hotel Ero en aquellos días, la puerta principal y la parte de atrás. La tercera foto es de unos edificios de Mostar Oeste yendo de camino. La cuarta una iglesia y la última de la Universidad. En esos años el pensamiento, la razón, el sentido común y la libertad habían huído de aquellas calles. Volví a verlos por allí ocho años después, pensando que todo dolor es individual, que no hay dolores colectivos; sino que hay culpas colectivas y ése es el motivo de que la Historia se repita tanto.


lunes, 17 de junio de 2013

JOSÉ MARTÍ, YO SOY UN HOMBRE SINCERO


Con los pobres de la tierra
Quiero yo mi suerte echar:
El arroyo de la sierra           
Me complace más que el mar.

Entramos en Dos Ríos por la finca de La Jatía y acampamos en una casa abandonada hecha con madera de cedro.

No andábamos con mucha moral porque después de la entrevista de La Mejorana, el general don Antonio Maceo apretó sus recelos hacia don José Martí de quien quería su dimisión como Delegado del Partido Revolucionario Cubano y que formara parte de un gobierno militar que no se supeditara a ningún gobierno civil, quedando el propio general don José Maceo al frente de los cuatro ejércitos de Oriente y el general don Máximo Gómez como general jefe de todo el llamado Ejército Libertador.

Don José Martí, lo vio claro, se enfrentó a ellos y escribió: me hiere, y me repugna: comprendo que he de sacudir el cargo, con que me intenta marcar, de defensor ciudadanesco de las trabas hostiles al movimiento militar. Mantengo, rudo: el Ejército, libre, y el país, como país y con toda su dignidad representada. Muestro mi descontento de semejante indiscreta y forzada conversación, a mesa abierta, en la prisa de Maceo por partir. Que se va a hacer la noche sobre Cuba, y ha de andar seis horas. Allí cerca están sus fuerzas: pero no nos lleva a verlas: las fuerzas reunidas de Oriente: Rabí, de Jiguaní, Busto, de Cuba (Santiago de Cuba), las de José (Maceo) que trajimos….

La entrevista se desarrolló en la casa de la colonia de caña. La casa de don Germán Álvarez. Sólo ellos estaban en el aposento en la sala. La casa era amplia con cuatro habitaciones y un hermoso patio al fondo, donde había un framboyán.

Don José Martí salió dolido de aquella estancia: “De ayudante de Maceo, lleva y trae, ágil y verdoso, Castro Palomino. Maceo y Gómez hablan bajo, cerca de mí: me llaman a poco, allí en el portal: que Maceo tiene otro pensamiento de gobierno: una junta de generales con mando, por sus representantes, y una Secretaría General: la patria, pues, y todos los oficios de ella, que crea y anima el ejército, como Secretaria de Ejército. Nos vamos a un cuarto a hablar. No puedo desenredarle a Maceo la conversación: “¿pero usted se queda conmigo o se va con Gómez?”. Y me habla, cortándome las palabras.

Hasta el general don Máximo Gómez le ha cortado esta tarde cuando lo saludaron como Presidente:
“No me le digan a Martí Presidente. Díganle general. Él viene aquí como general: no me le digan presidente”.

Esa noche, sabedor de lo que se había estado jugando en esas conversaciones en La Mejorana, se dio a escribir versos:

Duermo en mi cama de roca
Mi sueño dulce y profundo:
Roza una abeja mi boca
Y crece en mi cuerpo el mundo.

Todo es hermoso y constante,
Todo es música y razón,
Y todo, como el diamante,
Antes que luz es carbón.

Perdonen, ahora caigo en la cuenta de que no me he presentado, pero la imperiosa necesidad de escribir esta noche, me ha hecho olvidar las presentaciones:

Soy  Miguel de la Guardia, ayudante de don José Martí el poeta, el delegado de la Revolución y el mayor general. Nunca quiso que yo lo llamase mi general. Era tan diferente a don José Maceo y a don Máximo Gómez, que eran soldados bien bregados en el combate. Pero él se mantuvo firme. Yo lo vi morir, en su corcel blanco, regalo que le hizo el general don José Maceo en Jarahueca.

Antes de partir el día 19 de mayo al combate de Dos Ríos vi como cogía su leontina de oro, se calzó las espuelas vaqueras, cogió un fajo de papeles, en alguno de ellos llevaba escrito algún verso en sus márgenes: No di al olvido las armas del amor: no de otra púrpura vestí que de mi sangre; y se echó al cinto su colt con las cachas de nácar.

Para los dos era nuestro bautismo de fuego, para los dos nuestro primer combate.

Cuando los generales don Máximo Gómez y don José Maceo intentaron hacerle ver que su mayor contribución a la Revolución consistía en ir a los Estados Unidos para defender los derechos de beligerancia ante el gobierno de Grover Cleveland, Martí les dio la razón, pero se emperró hasta el hartazgo en que debía de participar al menos en un combate. Un solo combate. Así se portan los hombres íntegros y leales, coherentes con sus ideas; aunque esas ideas impliquen recibir el bautismo de fuego para poder demostrarles a todos que no sólo pronunciaba discursos y hacía escritos animando a los cubanos a ir a la guerra a morir, sino que también era un hombre sincero que llevaba a la práctica lo que predicaba. Los tenía bien puestos don José Martí. Yo soy un hombre sincero de donde crece la palma, y antes de morirme quiero echar mis versos del alma

Dos Ríos es una vasta llanura de varios kilómetros cubierta de pasto y con un gran monte. Allí se halla la confluencia de los ríos Contramaestre y Cauto.

Ese día, diecinueve de mayo, mientras almorzábamos, el capitán Ramos se presentó e informó al general don Máximo Gómez que se habían escuchado unos disparos y que una columna española, al mando del coronel José Ximénez de Sandoval con más de 1.000 hombres de todas las armas, se hallaba acampada al otro lado del río Contramaestre. El general don Máximo Gómez ordenó reforzar la primera guardia avanzada y al instante se escucharon nuevos disparos.

En el campamento de La Vuelta Grande había entonces 319 soldados, todos de Caballería. Se tocó batallón y llamada y el teniente coronel don Amador Guerra partió hacia la primera guardia avanzada con los primeros que ensillaron para cumplir la orden del general don Máximo Gómez.
A continuación el general don Máximo Gómez gritó: “¡A caballo!”, y ordenó con voz rotunda al teniente coronel don Juan Masó: “¡Sígame con toda su gente detrás de mí!”. Y allá que se fue con los clarines tocando a degüello.


El río Contramaestre estaba ligeramente crecido. Fue entonces cuando el general don Máximo Gómez vio a don José Martí y exclamó: “Le ordené a Martí que se quedara atrás, ¡carajo!”. Pero Martí ya había desobedecido, pues ansiaba participar en aquel combate, condición innegociable que había impuesto en La Mejorana antes de regresar a los Estados Unidos. Para que el Hombre los tallara puso el monte y el volcán Naturaleza.

Nadie puede ignorar que frente al río Contramaestre, crecido, nos comía la confusión. Por otra parte, salían del mismo dos caminos: el de la derecha, a un kilómetro del campamento español, seguía el curso del río Contramaestre por escarpada margen; y el de la izquierda flanqueaba a sólo unos 600 metros la posición de dicho campamento enemigo.
El general don Máximo Gómez, con los divisionarios Masó, Borrero, Amador Guerra y una fracción nada numerosa de la caballería cubana, cruzó el vado y tomó la ruta de la izquierda. Sin embargo, nuestra partida formada por las tropas del coronel Bellito y las fuerzas de Manzanillo tomó la ruta de la derecha creyendo que seguíamos al grueso de nuestras tropas. A la cabeza de las fuerzas de Manzanillo galopaba don José Martí hacia la muerte. Ya compañía tengo para afrontar la vida eterna: para la hora de la luz, la hora de reposo y de flor, ya tengo cita. Yo galopaba a su izquierda, como puede galopar un jovencísimo soldado que nunca entró antes en combate.

Nos encontramos de pronto frente a la primera línea de tiradores españoles. Su caballo alzó las manos cuando se encontró con las bayonetas españolas y vi como un disparo le entró por el vientre y le salió por la espalda, otro le destrozó la garganta. Esa garganta que respiraba versos y corazón: A los espacios entregarme quiero, donde se vive en paz y con un manto de luz, en gozo embriagador henchido, sobre las nubes blancas se pasea.

Escapé como pude y allí lo dejé tendido; yo, el joven Miguel de la Guardia que ahora se arrepiente de no haber muerto en Dos Ríos, en los terrenos de la finca La Jatía. En la orilla del río Contramaestre, entre dos árboles, un enorme dagame caído con la ramazón seca y un fustete de verde ramaje con la mitad de las raíces en tierra; junto al camino real de Remanganaguas.
 
 









Las fotos son de Cuba: de la casa de José Martí en La Habana, de una estancia tabaquera donde llegamos Jorge, mi fotógrafa y yo una noche, de los mogotes en Pinar del Río que es la provincia más occidental de la isla y de un poema de José Martí que estaba colgado en la pared de una antigua casa colonial.

Este artículo le debe casi todo, en primer lugar a los versos de José Martí y en segundo lugar a un artículo del doctor Guillermo Calleja Leal que cayó en mis manos de casualidad y pensé que era hora de rescatarlo. A sus notas y bibliografía complementaria remito, dándole las gracias.

De cómo eran ese tipo de hombres que combatieron en Cuba, quiero dejar dos detalles que recoge el doctor Calleja Leal, así eran los dos hombres que se enfrentaron aquel día 19 de mayo de 1895: por un lado, José Martí y, por otro, el coronel del Ejército español  Ximénez de Sandoval:

Escribe Martí cómo ha de desarrollarse la guerra y del comportamiento posterior:
La guerra debe ser sinceramente generosa, libre de todo acto de violencia innecesaria contra personas y propiedades y de toda demostración de odio al español.... Todos los actos deben ir inspirados en el pensamiento de dar la confianza de que todos podrán vivir en Cuba después de la paz.

Del coronel Sandoval, que acabó con la vida de José Martí en el combate de Dos Ríos, decir que la Corona española quiso concederle al coronel Ximénez de Sandoval por su victoria el título de marqués de Dos Ríos; sin embargo éste lo rechazó con estas palabras:
No acepto el título por aquella acción, porque lo de Dos Ríos no fue una victoria. Allí murió el genio más grande que ha nacido en América.


Estos hombres podían tener muchos defectos, pero desde luego se comportaban como caballeros, en la paz y en la guerra. En cualquier lugar y en cualquier tiempo siempre se echarán de menos a ese tipo de personas.