jueves, 7 de diciembre de 2017

LA FLOR DEL CIRUELO, LI QINGZHAO


Los libros, mágicamente a veces, llegan de ninguna parte; desde esa lejana ninguna parte que jamás soñamos visitar. En un paquete de color verde acabo de recibir noticias desde Li Cheng en la provincia de Shandong; como en un sueño mi alma regresa al paraíso, allí la dulce voz del cielo me pregunta adónde me dirijo.

Si hay alguna poesía capaz de parar el tiempo en un instante, esa es la poesía china, los versos son como reflejos de la luna captados por el soplo de un relámpago, y la veo tras las cortinas que el viento del Oeste ondea; ella aparece tan grácil como un crisantemo.

Li Qingzhao, pequeña flor mojada de rocío, rojo sobre los labios, me acaba de escribir desde la barrera del Este una carta dentro de un sobre color diamante. Me envía un libro de poemas forrado en rosa con palabras de papel y tinta de mermelada y mora.

Me escribe y me cuenta que va huyendo de los bárbaros Jurchen que le pisan los talones; que arrastra como puede quince carros que ha logrado salvar de la barbarie, repletos de libros, caligrafías y pequeñas estatuas de bronce y mármol: raras son las flores y escasos sus perfumes. ¡Es tanta la belleza que no puede describirse! Toda la cultura del Oriente vagando en quince carros, tirados por animales desesperados de sed y hambre, y acechados por quienes llevan las antorchas para reducir toda el arte a cenizas: Ocurrió, en consecuencia puede volver a ocurrir y puede ocurrir en cualquier lugar. Primo Levy, siempre que tiene oportunidad me da razón de ello con un número tatuado en su brazo.

El mundo está aterrado, no hay persona que no esté desamparada; viuda y enferma, Li Qingzhao va pidiendo acogida y ayuda, como arena se deshacen sus quince carros de ilustración, sabiduría y progreso bajo los cascos de los bárbaros caballos: ahora ya vieja, me pregunto, ¿qué he hecho yo de mi vida? ¿Quién se apiadará de mí, de esta tristeza y soledad?

Cuantas veces la poesía tirada por quince carros, bajo la tormenta y la lluvia, va huyendo, ancladas sus alas en la rudeza del barro, de la barbarie y del fuego; pero esos bárbaros no aprenden nunca que los poetas siempre terminan planeando como volutas incandescentes sobre el tiempo y la historia y su voz es inextinguible; ellos se irán como lágrimas en la lluvia y los poetas permanecerán para siempre, bien quedó demostrado en un barranco de Granada: podría navegar allí en una barca ligera, pero quizá esta sea tan pequeña, tan frágil, que no pueda soportar el peso de tanta melancolía.

Con un libro de pastas rosas y letras ininteligibles, envuelto en un papel color esmeralda, he regresado a China. Fue en un tiempo cuando todos soñábamos con estar donde estábamos, que es la única y verdadera prueba de la felicidad: Estoy donde quiero estar.



























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