domingo, 28 de mayo de 2017

LA VERDADERA HISTORIA DE LA MUERTE DE FRANCISCO FRANCO, MAX AUB


Debo a Max Aub haber conocido a dos personajes muy peculiares: Ignacio Jurado Martínez, asesino de Franco, y a Josep Torres Campalans, pintor modernista, que pocas veces se dejó ver; pero que expuso en los años sesenta en el Museo de Arte Moderno de Nueva York y, recientemente, en el Museo Reina Sofía de Madrid. Esta semana pasada, en el Instituto Cervantes, me encontré con Max Aub y sus confundibles e inconfundibles historias; eso tiene recibir invitaciones a deshora, y acudir sin vergüenza.

En México D.F, en la calle 5 de mayo, hay un café en el que trabajó durante un tiempo Ignacio Jurado Martínez, natural de El Cómichi, congregación del municipio de Arizpe. Este hombre, humilde y sencillo, que  empezó ganándose la vida de bolero en Guadalajara, lustrando los zapatos de los clientes, hasta que con su vocación a cuestas terminó trabajando de camarero entre las mesas del café Español, sito en la avenida 5 de mayo de la capital, fue rescatado del más injusto olvido por el escritor Max Aub. Ser mozo de café es prestar servicios, no famulato; dependencia, no esclavitud; tiénese ocasión de ofrecer, indicar, recomendar, reconocer; lazarillo de gustos ajenos; factótum, no lacayo; maestresala, copero, no mono; camarero, no siervo ni siquiera apellidando libertad. Un mesero tiene personalidad, mayor con los años si cuenta con parroquia fija, más ligada ésta a la costumbre que el servidor Sólo el peluquero se le puede comparar, y no en la asistencia, menos frecuente.


¿Pero qué tiene de particular este hombre  más bien bajito, de nacionalidad mexicana,  pequeño, hirsuto, canicas de obsidiana los ojos vivísimos; barba cerrada, magro, tirando a cobrizo, limpio a medias, los dientes muy blancos de por sí y de no fumar, seguro de su importancia, de llevar a cabo sus funciones con perfección? 

Pues la particularidad de Ignacio Jurado Martínez, mexicano de El Cómichi y que trabajaba como mesero en un bar de la capital mexicana, fue que su tranquilo bar, con conversaciones serenas, pausadas; Téllez renuncia la semana que viene; El 1 de septiembre, Casas será nombrado embajador en Honduras; Ruiz pasa a Economía; Desaforarán a Henríquez; Luis Ch. es el futuro gobernador de Coahuila; de pronto se le llenó de inmigrantes y refugiados españoles, con más hambre que vergüenza y que llegaron, derrotados, como una plaga a México desde España para recuperar unas vidas que la guerra les arrebató, jodidos españoles, ahora andan como refugiados por todos lados; Varió, ante todo, el tono: en general, antes, nadie alzaba la voz y la paciencia del cliente estaba a la medida del ritmo del servicio. Los refugiados, que llenan el café de la mañana a la noche, sin otro quehacer visible, atruenan: palmadas violentas para llamar al «camarero», psts, oigas estentóreos, protestas, gritos desaforados, inacabables discusiones en alta voz, reniegos, palabras inimaginables públicamente para oídos vernáculos. Nacho, de buenas a primeras, pensó regresar a Guadalajara. Pudo más su afición al oficio; pero cuando no pudo más, la situación le llevó a tomar una seria decisión: matar a Francisco Franco. A ver si vuelven a España esos jodidos españoles, que no paran de discutir en el bar entre ellos y que han llenado de lodo a la gente tranquila de México.

-Cuando tomamos la Muela...
-Cuando yo, al frente de mi compañía...

De la compañía, del regimiento, de la brigada, del cuerpo de ejército... Todos héroes. Todos seguros de que, a los seis meses, regresarían a su país, ascendidos. A menos que empezaran a echarse la culpa, unos a otros:

-Si no es porque la 47 empezó a chaquetear
-Si no es porque los catalanes no quisieron...
-¡Qué carajo ni que coño!
-Si no es porque Prieto...
-Cuando atacamos la Muela...

-En Brunete, cuando yo...
-¡Qué joder!
-Si no es porque los comunistas...
-¡No, hombre!
-¡Mira ése!
-¿Qué te has creído?
-Ese hijo de puta...
- Cuando caiga Franco...
- Cuando caiga Franco...
- Cuando caiga Franco...

"Ya está bien joder, me voy a matar a Franco, ya que ellos no tienen redaños para hacerlo, a ver si vuelven a España, todos estos desharrapados vocingleros", cuenta alguien que gritó Nacho Jurado cuando los autóctonos desaparecieron del local para no volver.

Y allá que marchó para España Ignacio Jurado Martínez con un pasaporte falso que le prestó un amigo de Puerto Rico que se le parecía y que le debía unos favores. El 20 de febrero de 1959 tomó vacaciones por primera vez en su vida y el 2 de junio embarcó en un vuelo de Iberia rumbo a España para terminar alojándose en una pensión de la Carrera de San Jerónimo, como ciudadano norteamericano, con la única finalidad de matar a Franco y que los inmigrantes españoles volvieran a su país y dejaran su bar con la tranquilidad de antaño. Nacho Jurado no hizo nada para preparar el atentado; tenía la convicción de que todo saldría como se lo proponía.

Las cosas, desde  luego, siguieron su curso, y casi sin querer un 18 de julio de 1959 consiguió su propósito y mató al Caudillo. Max Aub detalla la historia con los matices, substancias y circunstancias que lo delataban como escritor y como creador del moderno teatro en España; y la adorna con los argumentos de alguien que primero fue alemán, luego francés, luego español y luego mexicano; que sobrevivió a una acusación falsa; Si yo nunca he sido comunista carajo; que lo envió a dos campos de concentración en Francia y en Argelia; y que consiguió sortear la muerte en el desierto con la ayuda de un lápiz y un papel.

"Con Franco muerto, seguramente, volverán a España todos los inmigrantes españoles que están en México", se dijo Ignacio Jurado Martínez. Y para borrar las huellas de su magnicidio decidió viajar por Europa antes de regresar a su querido bar de México D.F. Sí que lo hizo bien el puñetero. Todo el mundo sabe lo que pasó en España: formación del Directorio Militar bajo la presidencia del general González Tejada; el pronunciamiento del general López Alba, en Cáceres; la proclamación de la Monarquía, su rápido derrumbamiento; el advenimiento de la Tercera República.

Ignacio Jurado Martínez decidió darse tiempo antes de regresar a México, un tiempo que devolvería a los refugiados a sus lares; A ver si ahora, con la III República, se dejan de vocear unos a otros, de culpabilizar de todos los males de España, y sobre todo, vuelven a su puñetera casa.

Después de todo ese tiempo, Nacho Jurado volvió a México y volvió a su bar, pensando que tan sólo habría mexicanos hablando de sus cosas y que los refugiados españoles habían vuelto a su patria. Nada más poner un pie en el bar se dio cuenta que esos tipos de las Españas no tenían remedio, y se fue haciendo cada vez más pequeño mientras oía:

-Cuando yo...
-Al carajo.
-¿Eras de la Falange o no?
-Cuando entramos en Bilbao...
-Allí estaba yo.
-¡Qué joder!
-¡Qué joder ni qué no joder!

Los refugiados ahora eran los otros con las mismas malas costumbres, las mismas voces y el mismo deseo de que llegara lo antes posible la muerte de alguien. Eso sí, lo que no estaba dispuesto a hacer él ahora era acabar con el presidente de la III República para ver si estos refugiados de ahora que tanto hablaban de Franco volvían a España. porque siempre hay españoles que no caben en su país. ¡Carajo!

- El café es el lugar ideal del hombre. Lo que más se parece al paraíso. ¿Y qué tienen que hacer los españoles en él? ¿O en México? Sus ces serruchan el aire; todo este aserrín que hay por el suelo, a ellos se debe. Un café, como debiera ser: sin ruido, los meseros deslizándose, los clientes silenciosos: todos viendo la televisión, sin necesidad de preguntarles: -¿Qué le sirvo? Se sabe de antemano, por el aspecto, el traje, la corbata, la hora, el brillo de los zapatos, las uñas. Las uñas son lo más importante.


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